UNA COLUMNA DE FUEGO de Ken Follett.

La historia arranca en 1558 con la llegada a Kingsbridge de Ned Willard, que no esconde su amor por Margery Fitzgerald, y que serán dos personajes fundamentales en la obra. En este contexto Isabel I llega al trono tras la muerte de su medio hermana María Tudor, lo cual desencadenará un auténtico vértigo en toda Europa. Estas serán dos de las principales mujeres en la vida de Ned, por diferentes motivos que no quiero desvelar, dos mujeres que, además, siguen religiones distintas.

Uno de los puntos fuertes de esta novela es la descripción de cómo se fue extendiendo el protestantismo en Europa por Inglaterra, Francia, los Países Bajos…, frente a la ultra católica España y el Papa. Lógicamente, el auge de los protestantes no fue pacífico y fácil, sino que costó guerras civiles entre católicos y protestantes en la mayoría de esos países. Me cuesta creer que la Biblia fuera origen de tantas disputas. La Iglesia católica sostenía que los ciudadanos corrientes no serían capaces de interpretar de forma correcta la Palabra de Dios y necesitaban a los sacerdotes para ello, por lo que estaba prohibida su traducción al francés y al inglés, y se autorizaba sólo su versión en latín, que era inalcanzable para el pueblo llano; los protestantes estaban en desacuerdo con ello. Es triste leer, tal y como vemos en sus páginas, que «ambos bandos veían la lectura de la Biblia como el motivo principal del conflicto político que había azotado Europa». Y no será esta la única cuestión que atrape nuestra curiosidad a lo largo de la lectura. Sobre el catolicismo y el protestantismo aprenderemos muchas más cosas que a mí me han resultado muy interesante pues desconocía en profundidad muchas de las diferencias entre ambas religiones. Como siempre digo, los libros que además de entretenimiento te ofrecen conocimiento son doblemente disfrutados.

En este caldo de cultivo, se crea el primer servicio secreto por parte de la monarca inglesa, y del que Ned forma parte. A través de este hilo narrativo, el autor sabe generar intrigas, juegos de espías, y un auténtico thriller histórico. Comprobaremos que no han cambiado muchos las cosas con respecto a hoy. Ya en esos días las embajadas eran un nido de espías, en las cortes no era oro todo lo que relucía, y las rivalidades personales en un mismo bando eran obstáculos a la hora de avanzar en un único sentido (leo la prensa, y parece que no hayan pasados cuatro siglos…).

Los que hemos leído a Follett con anterioridad sabemos de su capacidad a la hora de urdir tramas e historias que se sustentan en un extensísimo elenco de personajes. Todos van encajando en su lugar, de todos nos cuenta sus singularidades y el papel que desempeñan en la intriga. En este caso estamos de nuevo ante una trama narrativa gruesa con la presencia de numerosos personajes. Le constará al autor que el lector se puede despistar en estos casos y para ello incluye un Dramatis Personae al inicio que nos puede servir de guía y consulta. Siempre digo que esto es un recurso vital en novelas voluminosas y donde asoman numerosos nombres pero en esta ocasión apenas he tenido que acudir a dicha relación pues la lectura ha sido continua y constante. Ensimismada en la lectura me planteé en algún momento que algunos de sus personajes bien podrían tener su propia novela, a modo de spin off, ya sean reales o ficticios, pues unos y otros se entremezclan en la trama. Sobre los personajes históricos Ken Follett incluye una relación al final del libro. 

Y siguiendo con los personajes de la novela, muchos pertenecen a familias que rivalizaron entre sí, como los Willard (a la que pertenece el propio Ned, su hermano Barney y su madre Alice), los Fitzgerald (con la citada Margery, su hermano Rollo, y los padres de ambos sir Reginald y lady Jane), los nobles Shiring (Bart, su padre el conde Swithin), los puritanos Cobley, la familia Palot (Sylvie y padres), la familia de Guisa y, por supuesto, las familias reales de Inglaterra, de Francia, de España, de Escocia, los Borbones… Muchos capítulos están centrados en cada uno de ellos. Aparentemente podemos pensar que no existe relación con el hilo principal de la novela pero, a la postre, todo queda conectado y relacionado componiendo una tela de araña ante nuestro ojos.

Si el número de personajes es considerable, no lo es menos la cantidad de escenarios donde se desarrolla la trama: Kingsbridge, Londres, París, Amberes, Ginebra, la isla caribeña de La Española… y mi querida Sevilla. Ahí quería yo llegar. No es que mi ciudad ocupe una importante porción de la trama pero ha sido una delicia leer las páginas en las que se retrata algunos lugares emblemáticos. 

De todos modos, no será la única ciudad andaluza que asome en esta novela. Hasta las costas de Cádiz nos llevará también sir Francis Drake. 

Como viene siendo habitual con este autor, el trabajo de documentación ha tenido que ser enorme y no solo en lo relativo a los datos históricos en sí. También hay una magnífica descripción de las costumbres y los usos de la época. Por nombrar alguna, la absoluta disponibilidad y sumisión de la mujer ante el hombre, propietarios, dueños y amos de sus hijas y esposas. No había mejor manera de escalar en la sociedad que saber «encajar» a las hijas con un provechoso matrimonio, sin tener en ninguna consideración sus verdaderos sentimientos. Nada que a estas alturas ya nos sorprenda.