Fuente: La Adoración de los Reyes de Jean Pierre Granger (1833) |
Y aquella noche, perdida en la oscuridad de los tiempos, llegaron tres hombres de aspecto misterioso a un simple establo donde se cobijaba un matrimonio con su hijo recién nacido. El primero de aquellos hombres dijo llamarse Melchor. Lucía el pelo canoso y procedía de las lejanas tierras de Europa. Inclinándose ante el pequeño niño que vivía ajeno a todo, le ofreció mirra, una de las resinas más valiosas y que se empleaban para ungir los cuerpos sin vida. No parecía que a aquel pequeño le auguraran larga vida.
Posteriormente se acercó el otro hombre, más joven y con el pelo claro. Lo llamaban Gaspar y por su aspecto parecía venir de Asia. El joven, embelasado por la imagen que tenía ante sus ojos, se postró ante la familia y alargó un cofre que contenía incienso, esencia aromática para rendir culto a los dioses en los altares.
El último hombre era de piel oscura y profundos ojos negros. No era difícil averiguar que procedía de África y efectivamente de allí venía Baltasar, pues ese era su nombre. Cuando le llegó su turno hincó la rodilla en el suelo, inclinó la cabeza y ofreció un cofre lleno de oro porque aquel niño sería rey.
Más de dos mil años después, el oro, el incienso y la mirra, serán sustituidos por otras ofrendas. Que ellos reaviven nuestra ilusión y que nos traigan lo que más necesitamos.
Feliz noche de Reyes Magos.