Editorial: Suma de Letras.
Fecha publicación: enero, 2018.
Precio: 17,90 €
Género: Thriller.
Nº Páginas: 432
Encuadernación: Tapa blanda con solapa.
ISBN: 9788491291732
[Disponible en eBook;
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Autor
Javier Castillo creció en Málaga, se diplomó en empresariales y estudió el máster en Managemenet ESCP Europe en el itinerario Madrid-Shanghái-París. Ha trabajado como consultor de finanzas corporativas.
El día que se perdió la cordura, su primera novela, lleva vendidos más de 100.000 ejemplares, ha traspasado fronteras –Italia prepara un gran lanzamiento- y se publicará en México y Colombia.
Asimismo los derechos audiovisuales han sido adquiridos para la producción de la serie de televisión.
Sinopsis
A las doce de la mañana del 14 de diciembre, una joven llena de magulladuras se presenta desnuda en las instalaciones del FBI en Nueva York. El inspector Bowring, jefe de la Unidad de Criminología, intentará descubrir qué esconde una nota amarillenta con el nombre de una mujer que horas después aparece decapitada en un descampado. La investigación lo sumirá de lleno en una trama en la que el destino, el amor y la venganza se entrelazan en una truculenta historia que guarda conexión con la desaparición de una chica varios años antes y cuyo paradero nunca pudo descubrir.
Un año después de los sucesos ocurridos en Boston, Jacob y Amanda intentan comenzar una nueva vida juntos en Nueva York, pero la aparición de una enorme espiral pintada en la pared del salón de su casa dilapidará para siempre sus planes de futuro.
Un año después de los sucesos ocurridos en Boston, Jacob y Amanda intentan comenzar una nueva vida juntos en Nueva York, pero la aparición de una enorme espiral pintada en la pared del salón de su casa dilapidará para siempre sus planes de futuro.
[Información tomada directamente del ejemplar]
Javier Castillo está viviendo un sueño. Parece que la vida se le ha puesto de frente y no hace más que saltar de proyecto en proyecto y de éxito en éxito. Debutó en el panorama literario con El día que se perdió la cordura, una novela que ha contado con una legión de lectores, de la que ya se han vendido los derechos para una serie de televisión y que está siendo traducida a varios idiomas. Fue la primera entrega de una historia que el autor había concebido inicialmente como una trilogía pero que, al final, se ha visto reducida a dos volúmenes, tal y como nos explicó en la entrevista que nos concedió (puedes leer aquí). Y es ahora, con la segunda entrega, cuando cierra las vidas de Stevens, Amanda, Jacob, Kate y Carla, atando los cabos que quedaron sueltos en la primera parte y explicándonos el origen de una secta, germen de la historia y culpable de todas las desdichas de sus protagonistas.
Javier Castillo está viviendo un sueño. Parece que la vida se le ha puesto de frente y no hace más que saltar de proyecto en proyecto y de éxito en éxito. Debutó en el panorama literario con El día que se perdió la cordura, una novela que ha contado con una legión de lectores, de la que ya se han vendido los derechos para una serie de televisión y que está siendo traducida a varios idiomas. Fue la primera entrega de una historia que el autor había concebido inicialmente como una trilogía pero que, al final, se ha visto reducida a dos volúmenes, tal y como nos explicó en la entrevista que nos concedió (puedes leer aquí). Y es ahora, con la segunda entrega, cuando cierra las vidas de Stevens, Amanda, Jacob, Kate y Carla, atando los cabos que quedaron sueltos en la primera parte y explicándonos el origen de una secta, germen de la historia y culpable de todas las desdichas de sus protagonistas.
El día que se perdió el amor tiene un inicio tan impactante como la anterior novela. Una chica de unos veinte años, desnuda y con mal aspecto, llega a las puertas del FBI en Nueva York. En su mano porta un montón de papelitos amarillos en los que figuran nombres y fechas. Asegura además que puede ver el futuro. El encargado de la investigación será el inspector Bowring, un hombre al que le persigue la sombra de un caso sin revolver, la desaparición de Katelyn Goldman hace siete años, y de la que no se ha vuelto a saber nada. La aparición de esta joven desconocida lo desconcierta durante el interrogatorio, así como el descubrimiento del cadáver de la joven Susan Atkins, ambos hitos serán el detonador de este hilo argumental, que zambullirán al inspector en la investigación más compleja de su carrera.
Por otra parte, Jacob Frost y Amanda están más felices que nunca aunque parecen estar en constante huída. La pareja de enamorados viven juntos y se están preparando para ir a visitar a Stevens, padre de Amanda, a la cárcel cuando la vida da un giro descomunal. Jacob recibe un mensaje de voz muy perturbador y al mismo tiempo advierte que hay una espiral pintada en la pared de una de las habitaciones de la casa. Intuye que el pasado les ha vuelto a dar caza y todo se complica aún más cuando un tipo encapuchado sale de la nada y ataca a Amanda, hiriéndola de muerte.
Además, sabremos que Carla lleva cinco años viviendo en un monasterio, integrada en una comunidad. Prácticamente la vida que ha conocido es la que ha tenido en el interior de aquellos muros, acompañada por el resto de los miembros de la secta y a cargo de Bella, la fundadora de la congregación. Allí llegó a los 7 años de edad, tras el accidente que sufrió su familia y que la dejó sola en el mundo. Carla parece feliz aunque en su interior algo parece inquietarla, presiente que su vida no es tal y como se la han contado. En una visita a la biblioteca descubre un papel dentro de un libro, en el que hay escrito 'Te quiero'. La curiosa nota la intriga y comienza a indagar por zonas del monasterio que están vetadas a los miembros más jóvenes.
Estos son los tres pilares sobre los que se sustenta el argumento de El día que se perdió el amor. Cada uno de ellos irá avanzando en una dirección, de manera individual, hasta el punto en el que coincidirán en el tiempo y en el espacio. Estamos ante un thriller con un ritmo frenético en muchos capítulos, siendo estos, por regla general, de corta extensión, una estructura que contribuye a dar vertiginosidad a la trama.La historia que se narra en El día que se perdió el amor es una carrera contra el reloj, en la que cada minuto cuenta. El paso de la vida a la muerte, tan presente en esta novela, pende de un hilo en muchos momentos, situaciones en las que los personajes tienen que actuar con rapidez para evitar las terribles consecuencias.
Uno de los puntos que más valoro cuando me enfrento a una secuela es la habilidad del autor para refrescar la memoria del lector. A menos que hayas leído cada entrega de una saga, una detrás de otra, lo habitual es que transcurran varios meses, incluso años, entre una lectura y otra. Así, puede ocurrir que algunos detalles importantes de la historia puedan llevar a evaporarse en nuestra memoria y resulta imprescindible que en las entregas sucesivas nos resuman lo que ha ocurrido en la anterior. En El día que se perdió el amor, la historia se inicia sin mucha información de refresco y eso puede dificultar un poco seguir el hilo al relato, pero Javier Castillo sabe que es importante y encuentra los momentos oportunos en la narración para ir intercalando pequeños resúmenes de lo que ha ocurrido en el pasado. He de reconocer que lo hace bien, que elige el punto exacto de la trama en la que se hace necesario el recordatorio y así, paso a paso, vamos construyendo en nuestra cabeza el argumento de la novela anterior que encaja perfectamente con el de esta nueva entrega.
Nos esperan giros sobresalientes y muy inesperados, tanto que en alguna ocasión me reído por lo bien que me la ha jugado el autor. Algunos pasajes están cargados de muchísima tensión que consiguen atraparnos con intensidad. Es cierto que no todo es impredecible en la novela. Al menos, en mi caso, tardé catorce capítulos de los cincuenta y siete, en intuir quién era la chica desnuda que se persona ante las puertas del FBI. Tampoco es extraño pues el autor deja caer algunos detalles que nos pueden ayudar a establecer alguna conexión. Y es justo añadir que hay partes del argumento muy bien pergeñados, donde los personajes reaccionan con habilidad, donde su comportamiento es muy creíble, donde las pequeñas triquiñuelas que se usan en este género no están metidas con calzador.
Por otra parte, los personajes están bien trazados.Concretamente me ha gustado mucho el inspector Bowring, un tipo con una vida anodina, entregado a su trabajo, hastiado y que ha perdido toda la ilusión. Se siente un fracasado y cree haberse fallado a sí mismo, pues el caso sin resolver de Katelyn Goldmann supone para él una tortura, algocon lo que le cuesta vivir. Su faceta profesional se mezcla con algún drama personal de su pasado, un lastre que va arrastrando y que le ha dejado huella. Todo esto lo hace un personaje muy humano, profundamente afectado por los hechos que dan pie a la investigación que dirige, temeroso de las consecuencias, desconfiado y desconcertado.
Y en el otro extremo está Jacob. No se puede obviar que este thriller cuenta con una importante carga de romanticismo, no en baldela palabra 'amor' figura en el título. Su pasión por Amanda es tan intensa que se convierte casi en desquiciada y eso nos conduce a momentos excesivamente almibarados para mi gusto. Amanda es la razón de vivir para Jacob, es su todo, la ama por encima de todas las cosas y está dispuesto a dar su vida por no perderla como ya le ocurrió en el pasado. Toda esta pasión es admirable pero en la novela se desborda sin remedio y convierte a Jacob en un personaje demasiado intenso.
Pero el personaje que más intriga y suspense genera en la novela es la desconocida chica del primer capítulo. Prácticamente será una importante incógnita a largo del grueso de la novela, lo que fomenta el juego de las adivinanzas en el lector. ¿Quién es esa joven? ¿De dónde sale? Bueno, eso es algo que tendrás que averiguar con la lectura. Solo te diré, que los hechos casan unos con otros y que, al final, lo que es realmente importante en la novela termina por encajar.
El día que se perdió el amor vuelve a desarrollarse en Estados Unidos, más concretamente en Nueva York, Salt Lake y Quebec. Dos de las tres subtramas tienen lugar entre el 14 y el 15 de diciembre mientras que la tercera ocurrirá nueve año antes. De este modo, los hilos temporales se van alternando, y los capítulos, de corta longitud como ya he comentado, suelen finalizar con el suspense por las nubes. La tensión narrativa no lleva al punto del cliffhanger pero sí cuentan con intriga suficiente como animar al lector a seguir leyendo, avanzando un capítulos más, uno más, uno más,...
De igual modo se alternan también las voces narrativas. Jacob será el único que nos cuenta la historia en primera persona con lo que tendremos su visión más personal de los hechos. El resto de las subtramas será narrado por un narrador en tercera persona. De este modo, la historia adquiere una dimensión muy global.
Con la prevalencia del diálogo sobre la narración, varios hilos argumentales y temporales, personajes bien perfilados, mucha acción y mucha intriga, El día que se perdió el amor es una digna continuación a la anterior novela del autor malagueño, que cierra con éxito una historia que comenzó con un sueño y empezó a nacer en los trayectos de un tren.
Nos esperan giros sobresalientes y muy inesperados, tanto que en alguna ocasión me reído por lo bien que me la ha jugado el autor. Algunos pasajes están cargados de muchísima tensión que consiguen atraparnos con intensidad. Es cierto que no todo es impredecible en la novela. Al menos, en mi caso, tardé catorce capítulos de los cincuenta y siete, en intuir quién era la chica desnuda que se persona ante las puertas del FBI. Tampoco es extraño pues el autor deja caer algunos detalles que nos pueden ayudar a establecer alguna conexión. Y es justo añadir que hay partes del argumento muy bien pergeñados, donde los personajes reaccionan con habilidad, donde su comportamiento es muy creíble, donde las pequeñas triquiñuelas que se usan en este género no están metidas con calzador.
Por otra parte, los personajes están bien trazados.Concretamente me ha gustado mucho el inspector Bowring, un tipo con una vida anodina, entregado a su trabajo, hastiado y que ha perdido toda la ilusión. Se siente un fracasado y cree haberse fallado a sí mismo, pues el caso sin resolver de Katelyn Goldmann supone para él una tortura, algocon lo que le cuesta vivir. Su faceta profesional se mezcla con algún drama personal de su pasado, un lastre que va arrastrando y que le ha dejado huella. Todo esto lo hace un personaje muy humano, profundamente afectado por los hechos que dan pie a la investigación que dirige, temeroso de las consecuencias, desconfiado y desconcertado.
Y en el otro extremo está Jacob. No se puede obviar que este thriller cuenta con una importante carga de romanticismo, no en baldela palabra 'amor' figura en el título. Su pasión por Amanda es tan intensa que se convierte casi en desquiciada y eso nos conduce a momentos excesivamente almibarados para mi gusto. Amanda es la razón de vivir para Jacob, es su todo, la ama por encima de todas las cosas y está dispuesto a dar su vida por no perderla como ya le ocurrió en el pasado. Toda esta pasión es admirable pero en la novela se desborda sin remedio y convierte a Jacob en un personaje demasiado intenso.
Pero el personaje que más intriga y suspense genera en la novela es la desconocida chica del primer capítulo. Prácticamente será una importante incógnita a largo del grueso de la novela, lo que fomenta el juego de las adivinanzas en el lector. ¿Quién es esa joven? ¿De dónde sale? Bueno, eso es algo que tendrás que averiguar con la lectura. Solo te diré, que los hechos casan unos con otros y que, al final, lo que es realmente importante en la novela termina por encajar.
El día que se perdió el amor vuelve a desarrollarse en Estados Unidos, más concretamente en Nueva York, Salt Lake y Quebec. Dos de las tres subtramas tienen lugar entre el 14 y el 15 de diciembre mientras que la tercera ocurrirá nueve año antes. De este modo, los hilos temporales se van alternando, y los capítulos, de corta longitud como ya he comentado, suelen finalizar con el suspense por las nubes. La tensión narrativa no lleva al punto del cliffhanger pero sí cuentan con intriga suficiente como animar al lector a seguir leyendo, avanzando un capítulos más, uno más, uno más,...
De igual modo se alternan también las voces narrativas. Jacob será el único que nos cuenta la historia en primera persona con lo que tendremos su visión más personal de los hechos. El resto de las subtramas será narrado por un narrador en tercera persona. De este modo, la historia adquiere una dimensión muy global.
Con la prevalencia del diálogo sobre la narración, varios hilos argumentales y temporales, personajes bien perfilados, mucha acción y mucha intriga, El día que se perdió el amor es una digna continuación a la anterior novela del autor malagueño, que cierra con éxito una historia que comenzó con un sueño y empezó a nacer en los trayectos de un tren.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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