Hace unos cuantos días publicaba en las redes mis primeras impresiones sobre La tierra desnuda, la primera novela de Rafael Navarro de Castro, una historia sumamente bella, escrita con un cariño desmesurado por el espacio, por la gente, por el tipo de vida que describe. No sé si será porque me he pasado los veranos de mi infancia en el campo y eso marca mucho, lo cierto es que mi conexión con esta novela ha sido fulminante y me he visto rodeada por un mundo duro, complicado pero lleno de encanto y de personas en peligro de extinción.
Con Rafael Navarro estuvimos hablando hace poco. Se le notaba el entusiasmo que sentía, le desbordaba, parecía un niño con zapatos nuevos. Pletórico, sonriente, feliz,... había abandonado el valle en el vive para regresar a las ciudades, a las urbes donde todo es egoísmo y precipitación, un sacrificio que su primera novela bien merece.
No sé qué le deparará el destino a Rafael como escritor. Espero que esta sea la primera de muchas novelas pero, si lamentablemente esto quedara aquí, puede sentirse bien orgulloso de lo que ha hecho, del homenaje a los campesinos que supone su novela y de la forma tan dulce con que cuenta la historia de estos hombres.
Marisa G.- Rafael, lo primero que tengo que hacer es felicitarte. Hay novelas que vibran de una manera especial y 'La tierra desnuda' es una de ellas. Es preciosa.
Rafael N.- Muchas gracias. Estoy muy contento. La novela salió publicada el día 17 de enero y desde entonces solo he recibido agradecimientos. Para mí, todo esto es una gran sorpresa. Soy un campesino de Monachil y hace tan solo tres días estaba podando mis olivos. Y ahora esto, entrevistas, radio, televisión. Una promoción muy intensa. Me monté en el avión el otro día y no sabía lo que me esperaba pero estoy muy feliz.
M.G.- El cambio debe ser brutal. Pero es que la novela merece que llegue a todos los lectores. Tengo una duda, ¿realmente esta es tu primera novela?
R.N.- Como novela es la primera, sí. Antes de retirarme a las montañas, trabajé en Madrid durante quince años en el mundo del audiovisual. Hice de todo. Era técnico de luces, hice producción, dirigí mi cortometraje y en aquella época escribía guiones porque quería ser director de cine, como todo el mundo en Madrid. De hecho escribí algún guion de manera profesional, por encargo pero me di cuenta que es un mundo muy complicado. Y luego tenía lo que yo llamaba mis cuadernos donde volcaba mis reflexiones pero nunca con la pretensión de publicar.
Sin embargo, llegué a Sierra Nevada en 2001, dejando atrás toda mi vida de Madrid. Allí conozco a unos campesinos que me fascinan, que me cuentan sus vidas y con los que entablo amistad. Sentí la necesidad de contar ese mundo. Así que, viniendo del mundo del cine, se me ocurrió hacer un documental sobre sus vidas. Ellos, encantados. Escribí el guion, con una estructura bastante lineal y simple, pero al final el documental no llegó a salir. Éramos unos cuantos amigos, yo estaba en Granada, ellos en Madrid, cada uno con su trabajo y nada, aquello quedó aparcado. A mí se me quedó la espinita clavada porque además veía que los campesinos que por entonces ya tenían setenta años, cada vez estaban más viejecitos, se iban muriendo, yo los iba perdiendo,...Una pena. Pero, por casualidades de la vida, trabajando en la sierra, me rompo el hombro, y me quedo cuatro meses en mi casa, de baja, sin poder trabajar, aburrido. Fue entones cuando retomé el guion y todas mis notas. Aproveché para pasarlas a ordenador y escribiendo, escribiendo, llega un momento en que se me ocurre hacer pequeñas historias con todas aquellas anotaciones. Empecé escribiendo pequeñas secciones como la historia de los topos o la historia de los pinos, que aparecen en la novela. Se las daba a leer a mis amigos y ellos me respondían emocionados. Así que, seguí escribiendo fragmentos y, cuando tuve bastante material, pensé que no me quedaba tanto para componer una novela. Si había escrito breves fragmentos en los que narraba vivencias de aquellos hombres y mujeres a diferentes edades, cosas de la infancia, de la adolescencia, de la vejez,... ¿por qué no ponerle un principio y un final? Y eso hice, cree un personaje que nacía encima de un mulo y moría a los ochenta años. De todos modos, hubo un importante trabajo de conexión porque había escrito cosas sueltas y tenía que unirlas. Eso fue complejo. Pero nunca lo hice con la intención de escribir una novela, de contar la vida de Blas, el protagonista, desde que nace hasta que muere. Si lo hubiera pensado seguro que ni me lo planteo.
M.G.- O no te hubiera salido de este modo tan brillante.
R.N.- Seguro. Creo que lo que le da frescura a esta novela es mi ingenuidad y mi ignorancia, porque no tenía un plan ni una pretensión. Si ni siquiera me había hecho esquemas, ni cosas así, como sí hacen otros escritores,.... Todo surgió de un modo natural. Iba con un abuelo por el camino de la Solana y de repente me decía, 'Aquí, aquí, justo en este punto nací yo'. '¿Pero en mitad del camino?''Sí, sí, en lo alto de un mulo. Mi madre me parió aquí,...' Así tuve el nacimiento de Blas. ¿Cómo me iba yo a imaginar que alguien pudiera nacer en lo alto de un mulo? Es impensable. Creo que todo eso le ha dado mucha espontaneidad y naturalidad al texto. Aunque escriba mil libros, esto no me sale otra vez en la vida.
M.G.- ¿Y tú crees que esta novela anuncia el alumbramiento de un nuevo escritor o, por el contrario, te sentías escritor antes, con esos cuadernos de reflexiones que has mencionado?
R.N.- No, yo me he sentido escritor con esta novela, cuando me he pasado ocho horas diarias escribiendo, incluido los sábados, domingos y festivos. Me ha llevado tres años. El primero lo considero de tanteo, cuando estaba probando. El segundo fue cuando pensé que el texto tenía fuerza, y empiezo a trabajar más en serio, a documentarme, a salirme de lo que me cuenta los paisanos y lo miro en los libros. Cotejar lo que ellos me contaban con lo que realmente pasó. El tercero pude relajarme y no trabajar tanto, y me encerré hasta acabarlo. Escribía entre ocho y quince horas, si estaba solo. Ahí fue cuando me sentí escritor. Para mí ser escritor no es publicar una novela sino que te pongas todos los días delante de la hoja en blanco
M.G.- La novela se puede ver desde dos puntos de vistas. Por un lado haces un retrato de la vida rural y por otro lado, paralelamente, haces un repaso de todos los acontecimientos históricos que ha vivido España a lo largo de ochenta años.
R.N.- Sí, Blas nace en 1932, en plena República, muere en 2012 y se repasa toda la historia. ¿Qué es lo que me interesa? No soy historiador ni tengo pretensiones. He querido centrarme en contar la historia tal y como se vivió en esas montañas y en ese valle, tal y como ellos la recuerdan y la cuentan. Es una historia un poco distorsionada, porque es muy distinta a cómo se vivió en las ciudades o en pueblos más grandes. Ellos estaban perdidos en las montañas y la historia les llegaba un poco difuminada y además filtrada por su carácter, tan escéptico, tan descreído,... Ellos vivían un poco al margen pero sí les llevaban ecos u olas de la civilización.
M.G.- Es un homenaje.
R.N.- Totalmente. Esta novela es un homenaje a ese tipo de vida, a esos campesinos autosuficientes, y también es una crónica de su extinción porque considero que la historia relata los últimos ochenta años de una forma de vida. En mi pueblo campesinos como tal quedan dos o tres. Luego están los agricultores y los ganaderos que sobreviven como pueden pero no trabajan para ellos mismos sino para un mercado. No son esos campesinos que han conseguido un trozo de tierra, no muy grande, y con eso se apañan, que además tienen sus quince gallinas, sus diez cabras, siembran sus cereales para dar de comer a sus animales, los sacrifican, hacen su propio vino y aceite. A mí me maravilla esa autosuficiencia total.
En los años 50, los jornales eran tan miserables que no daban ni para vivir y lo curioso es que había trabajo porque había grandes olivares pero pertenecían a los ricos, a los terratenientes. Mucha gente se marchó y los únicos que se quedaron allí fueron los que pudieron conseguir ese trozo de tierra que te digo. Me parece increíble que hayan estado viviendo así hasta hace bien poco, hasta el 2015 más o menos. No tenían teléfonos móviles, no tenían coche, iban y venían con su mulo,...
M.G.- Ni televisor ni nada de eso, ¿no?
R.N.- Sí, algunos sí tenían televisor. Ya lo verás al final de la novela. Instalan una placa solar, un cable, una batería de coche,... todo muy rústico para que la mujer vea la telenovela. Pero no me quiero quedar en el pintoresco. Son cosas graciosas, sí, pero a mí me interesaba otro tipo de cosas, como la autosuficiencia, los valores como el amor a la tierra, cómo la respetan y la cuidan mientras que nosotros, la civilización siguiente, supuestamente tan avanzada, tan desarrollada, con todas las tecnologías, los estudios del mundo, hablando idiomas, pues resulta que no somos capaces de conservar la tierra sino que la esquilmamos, la saqueamos, la envenenamos, la contaminamos, la exprimimos hasta la última gota y la dejamos inservible.
Una de las preguntas que me mueve a escribir la novela es precisamente ese contraste. Supuestamente esta gente analfabeta, ignorante, atrasada, paletos y catetos como les llaman en la ciudad, resulta que tienen un montón de cosas que enseñarnos. Y resulta que se van y aquí nadie mueve ni un meñique. ¿Quién se interesa por continuar sus enseñanzas? Ni siquiera sus hijos han heredado esos principios y esos valores. Sus hijos no quieren saber nada del campo.
M.G.- Lo mismo es porque saben que el trabajo en el campo es muy duro.
R.N.- Claro, es razonable. No los condeno, por supuesto. Es tan durísimo que no puedes pretender que nadie se quede a cultivar tomates si te van a pagar veinte céntimos el kilo. Eso es esclavitud. Entiendo a los hijos pero eso no quita que no tengamos que acordarnos de cómo vivió esta gente, de los valores que tenían. Por ejemplo, una cosa que a mí me maravillaba era la costumbre de juntarse para hacer cosas, incluso cuando ya tenían sus buenos ochenta años. Eran una sociedad cooperativa en vez de competitiva como somos nosotros. Se juntaban para la aceituna, para la siega, para la vendimia. Se unían todas las familias y hoy cogemos tus uvas y mañana cogemos las del vecino y luego juntamos todas la uvas para hacer el vino. Yo venía de todo lo contrario, de una ciudad en la que si te partes la pierna en la escalera de tu piso, tu vecino no te echa una mano y te quedas ahí sentado. Creo que por eso abandoné la ciudad y me vine al campo.
M.G.- Tienes toda la razón. Aquí se han perdido los valores totalmente. Pero hablemos ahora de Blas, el protagonista de la novela. Es un personaje de ficción e imagino que él engloba todas esas personas con las que tú has ido hablando.
R.N.- Sí, es un compendio con el que se empatiza. A ver, yo quería romper un poco un esquema que se repite mucho en la literatura rural. El campo es duro, cruel, terrible, tiene muchas miserias, hambre, explotación, injusticia, abuso, analfabetismo, maltrato. Y el resultado de todo eso es 'Pascual Duarte', la novela de Cela, en la que crece un asesino. En 'Cañas y barros', lo mismo. Un mundo durísimo, muy bien retratado por Vicente Blasco Ibáñez, los protagonistas matan al hijo, el padre se suicida. En Delibes, ocurre también en algunas novelas como en 'Los santos inocentes', que matan al señorito,... Son novelas que muestran un resultado brutal de una situación durísima. Novelas en las que todo termina muy mal. Bien, ese retrato no lo puedes eludir porque el campo ha sido durísimo y lo sigue siendo, es un retrato que también aparece en mi novela, pero yo quería contar que el fruto de esa dureza también puede ser distinto, puede ser gente maja, gente solidaria, gente que coopera, que se ayuda, que respeta a sus vecinos, que respeta su tierra. Ese es Blas. Por eso Blas es un personaje humilde, sencillo, escéptico, descreído, muy libre,... en vez de ser un asesino. Para mí este planteamiento era una novedad.
Al lado de mi casa vivía un vecino que era Pascual Duarte, murió en la cárcel hace dos años, había apuñalado a su mujer, había disparado a su sobrino, no mató a nadie de milagro, pero robó todo lo que pudo, causó no sé cuántos incendios. Me sabía su historia entera, podía haberlo elegido de protagonista y habría sido una novela rural más, contando cómo en ese entorno tan cruel, nace un tipo que debido a esa crueldad pues se vuelve brutal y se vuelve violento.
M.G.- Pero hay otra cara de la moneda.
R.N.- Claro, quería contar cómo hay gente que acogen a los foráneos, los ayudan, son generosos, amables,... No toda la gente de la montaña es huraña y no todos recelan del foráneo.
M.G.- Has mencionado a Cela, Delibes, Blasco Ibáñez. He notado que en los últimos años, están naciendo más novelas que, desde una perspectiva u otra, retratan el mundo rural. ¿Hay una tendencia a volver a las raíces?
R.N.- A los escritores como Sergio del Molino con 'La España vacía', a Paco Cerdá con 'Los últimos', o María Sánchez con 'Cuaderno de campo'... les está interesando todo esto. Parece que en la literatura hay un movimiento, que está funcionado, y creo que es por lo que tú dices. Pienso que las personas en la ciudad están ya hartas aunque tampoco se puede idealizar el campo, no se puede pensar que es algo bucólico... En el campo hay que sobrevivir.
M.G.- Claro, en la novela se ve lo duro que es el campo pero, por ejemplo, se me acaba de venir a la mente ahora todos estos pueblos que estaban abandonados y ahora se están repoblando, donde se ofrecen viviendas gratuitas o a precios muy asequibles, precisamente para aumentar la población y no mueran.
R.N.- Sí, y hay muchas ayudas y muchos incentivos. El problema es que la gente tiene que vivir de algo en el campo. Es diferente si se trata de personas que tienen trabajos a distancia, o artistas que luego envían sus obras a otro lado. En mi valle hay un traductor, como todo lo hace por Internet y trabaja para Madrid o Barcelona, lo mismo le da estar aquí que en Sudáfrica. Esa gente sí, pero como esa gente hay poca.
Y luego está el turismo rural que tampoco es la salvación. España es muy grande, hay muchos pueblos y todos nos pueden ser destinos turísticos, ni hay turistas suficientes ni todos los pueblos tienen interés. Además el turismo rural no conserva el territorio porque ese es otro problema. No solo se abandonan los pueblos, también se abandonan los bosques, con lo cual hay un riesgo altísimo de incendios. Si los frutales se secan el aire no se limpia. El campo abandonado no puede estar, no se puede convertir en un desierto, hay que cuidarlo y los artistas o la gente que trabaja por Internet no te sostienen el territorio. Porque, otro problema grave en mi valle son el mantenimiento de las acequias. Los paisanos ya tienen ochenta años, no se pueden dedicar a arreglarlas cuando se rompe una porque hay que andar horas, monte arriba y cargando herramientas. ¿Quién las arregla? Los hijos no aparecen, la gente nueva como yo, bueno algunos echamos una mano y otros no. Es una pena porque la acequia de los Habises donde nace el protagonista de la novela tiene mil años. ¿Tú sabes lo que es eso? El día que se seque se muere todo.
M.G.- Qué pena... Y hablando de otra cosa, me ha gustado mucho la capacidad que tienes para transmitir sensaciones climatológicas. El frío de los duros inviernos o el calor de los veranos. El lector siente frío o calor como si estuviera dentro de la novela.
R.N.- Me interesaba como escritor meter al lector en situación. Por otra parte, allí la climatología es clave. Toda su vida depende del tiempo. Cuando llevaba viviendo en el valle unos años me acordaba mucho de mi abuelo. Era un hombre que solo sabía hablar de tiempo, de la lluvia, del frío,... A mí me parecía muy aburrido pero claro, él había vivido en el campo y el tiempo era su vida. Del tiempo dependía que pudieras comer o no.
A la vez, aprovecho para mostrar cómo ha cambiado la meteorología. Para ellos el cambio climático es un hecho incontrastable. Ellos saben que dentro de diez o veinte años hay lugares en los que no se podrá vivir. O te dicen que ahora no hace nada de frío, que frío el que hacía hace cuarenta o cincuenta años.
M.G.- El cambio climático es un gran problema, sí. Pero Rafael, no se menciona la novela el lugar exacto donde transcurre la historia y, sin embargo, se intuye.
R.N.- Sí, se intuye pero he querido universalizar la historia, hacer ver que esta historia puede ocurrir en cualquier pueblo de la sierra.
M.G.- Sí, pero hay referencias que nos remiten a Granada.
R.N.- Claro y el camino de las Solanas y la acequia de los Habises son referencias claves para la gente de la zona.
M.G.- No quiero robarte más tiempo pero me gustaría hacerte una última pregunta. ¿Por qué utilizar una cita en cada capítulo?
R.N.- Era un juego. Al ir escribiendo me acordaba de cosas que había leído, cosas que había anotado en mis cuadernos, textos que reflejaban el espíritu de lo que quería contar. A la editora le gustó mucho y decidimos dejarlo.
M.G.- Entiendo. Pues Rafael, no te entretengo más. Sólo reiterarte que la novela me está gustando mucho. A priori, no me imaginé que me fuera a gustar tanto, la verdad, y ahora la estoy disfrutando muchísimo. Gracias por este encuentro.
R.N.- Me alegro mucho. Y gracias a ti.
Y hasta aquí la entrevista con Rafael Navarro de Castro. Desde ya os recomiendo la lectura de La tierra desnuda. Os va a gustar mucho.
Editorial: Alfaguara.
Encuadernación: Tapa blanda con solapas.
Nº Páginas: 528
Publicación: Enero, 2019
Precio: 18,90€
ISBN: 978-84-3479-7
Disponible en e-Book
Puedes empezar a leer aquí.
Ficha completa aquí.
Y hasta aquí la entrevista con Rafael Navarro de Castro. Desde ya os recomiendo la lectura de La tierra desnuda. Os va a gustar mucho.
Ficha novela
Editorial: Alfaguara.
Encuadernación: Tapa blanda con solapas.
Nº Páginas: 528
Publicación: Enero, 2019
Precio: 18,90€
ISBN: 978-84-3479-7
Disponible en e-Book
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