Editorial: Triskel.
Fecha publicación: mayo, 2019.
Precio: 15,00 €
Género: Relatos.
Nº Páginas: 132
Encuadernación: Tapa blanda con solapa.
ISBN: 97884120337-0-0
Autor
Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) tiene una dilatada carrera como escritor, reconocida con numerosos premios entre los que destacan el Ateneo de Sevilla, el Luis Berenguer de novela o el Max Aub de cuentos. Entre otros libros, es autor de Los dioses cansados (2016), Los perros siempre ladran al anochecer (2015), El silencio de tu nombre (2012), El violinista de Mauthausen (2009), El síndrome Mowgli (2008), El factor Einstein (2008) y La clave Pinner (2004); las colecciones de cuentos El centro de la Tierra (2009) y Estado provisional (2001). También ha sido colaborador de varios medios de comunicación con El Correo de Andalucía, Onda Cero y Punto Radio.
Sinopsis
¿Qué tienen en común una mujer a punto de abandonar a su marido adúltero y la discusión de una pareja durante una escapada romántica? ¿Y un hombre ansioso por que su mujer vuelva con él y dos desconocidos atrapados en un montacargas? Lo mismo que el marido que lleva a cenar a su esposa al restaurante donde quince años atrás le pidió matrimonio o los dos amigos que asisten a la presentación de una novela. Ni más ni menos que el tipo que se ha quedado por su afición al buen comer y el enamoradizo empleado de una floristería. O el abogado cuya vida se derrumba por la llegada al bufete de un inquietante novato y el hombre que emprende un viaje para buscar a su mejor amigo y a su exnovia.
Todos saben que en la vida, como en los contratos, anida una incómoda y a menudo cruel letra pequeña. Aunque lo hayan descubierto demasiado tarde.
[Información tomada directamente del ejemplar]
El otro día, me decía Elvira Navarro, reconocida y prestigiosa voz literaria, que cada libro es como comenzar de nuevo, volver a caminar por el alambre sin red. Debe ser cierto porque, con cada publicación, un escritor no solo debe demostrar que mantiene el tipo(ardua tarea) sino que, además, resulta recomendable algún atisbo de superación. En cualquier caso, considero que un largo camino andado aporta unas tablas que se transforman en cierta seguridad, que la publicación de un libro tras otro es ya una prueba irrefutable de la valía de unas letras y en esas estamos con Andrés Pérez Domínguez. Basta echar un vistazo a las críticas de sus escritos, una balanza en la que el platillo positivo derrota con creces al negativo, a pesar de alguna resta leída y que me resulta del todo incomprensible. En lo que a mí respecta, no hay quejas. De su pluma he tenido el placer de leer La clave Pinner, de la que espero ver una segunda entrega muy pronto, Los perros siempre ladran al anochecer, con un final no muy al gusto de todos pero que a mí me pareció acertado y Los dioses cansados con la que me permitió moverme por las oscuridades de Sevilla. Encabeza mi lista de pendientes ese violinista de Mauthausen que me hace ojitos desde la estantería hace tiempo.
La letra pequeña es un volumen de cuentos, el tercero que publica el autor. Es la primera vez que me acerco al escritor sevillano como cuentista aunque gracias a Los perros... conocí su estilo a corta-media distancia. Nos presenta ahora Pérez Domínguez un total de diez relatos en los que existe un hilo conductor. No suele ser habitual que un puñado de cuentos tenga un denominador común. Por regla general, suelen ser historias dispares, de temáticas distintas, escritos en diferentes épocas y cada uno con sus propios personajes protagonistas. No es el caso de La letra pequeña. En ellos abundan el adulterio, las discusiones, las decepciones, las rupturas, los abandonos, los silencios, los intentos de reconciliación,... todo un universo que gira alrededor de las relaciones de pareja, del día a día de una convivencia en el que existe, agazapada y camuflada, esa letra pequeña que va anexa en todo momento a nuestra vida. Y así encontraremos entre estas páginas a mujeres cansadas de sus maridos adúlteros o que quieren pillar in fraganti al infiel, parejas que intentan recomponer lo que está roto hace tiempo con una segunda luna de miel o una cena que debe funcionar como sortilegio u hombres que sueñan con el regreso del ser amado mientras una madre errónea solicita su atención o que intentan conquistar el corazón de una mujer que otros pisotean.
Como suele ser normal en el género, de las diez piezas algunas me han gustado más que otras. Por poneros algunos ejemplos, os hablaría de El tiempo detenido, con un tercero en discordia que tendrá que abordar la complicada tarea impuesta por su amante aunque termine saliendo airoso del trance por pura cuestión de azar. O La curva de la felicidad, con un protagonista masculino que se machaca en el gimnasio para no perder lozanía y estar en perfecto estado de revista aunque la metrosexualidad no siempre es una garantía de un amor duradero. O Duarte, el cuento más largo de todos y cuya longitud permite una escena introductoria, en el que veremos a un personaje enigmático sometido a una transformación y a un protagonista masculino, estereotipo de esa clase de individuo que se comporta como un cerdo y que encima se jacta de ello. O por último, Flores para Amanda, una historia que bebe de varias fuentes, con tintes de amor platónico y un giro sorprendente como final que te deja de piedra. Pero ya que menciono los desenlaces, me remito a aquel que os comentaba antes, el de Los perros... Y lo hago porque, si leíste aquella novela corta, te puedes hacer una idea del tipo de finales que tendrán algunos de estos cuentos. Los hay que dejan un amplio margen a la imaginación del lector, otros en los que, sin que se resuelva la situación principal, cierran la más secundaria con un toque de ternura y otros más en los que, por suerte, existe justicia poética. A grandes rasgos podemos decir que son cuentos con finales abiertos pero quiero ir un poco más allá al respecto porque, tras pensar un poco en la cuestión, me atrevería a decir que estos cuentos funcionan como fogonazos, una expresión que yo suelo usar frecuentemente al hablar de este género. Son historias en las que realmente no importa el después, sino el presente, el momento narrado, el punto temporal preciso y si me apuras, el pasado que provoca ese presente. En los cuentos, en los relatos, y sobre todo en los microrrelatos, lo fundamental es el instante, la tensión de una situación concreta. Lo demás queda difuminado o en manos del lector que, a su criterio, alarga o no la vida de los personajes.
Con una importante carga intimista, un monólogo interior generoso y algún toque de suspense, cabría señalar que estos cuentos tienen un carácter muy visual. Quizá sea por lo que acabo de comentar, por esos fogonazos de instante que permiten recrear la escena en nuestra cabeza con absoluta nitidez. Es una cualidad que me gusta encontrar en mis lecturas porque me permite adentrarme en la historia con mayor facilidad.
En cuanto a los personajes, prácticamente son ellos los narradores, los que sirven de nexo entre el lector y la historia. Hombres de toda condición, que no saben cómo lidiar una situación, que mantienen la esperanza, cobardes que deben buscar la valentía que les falta o desalmados que reciben su merecido. En todo caso, todos ellos, hombres y mujeres, están bien perfilados y resultan cercanos al lector. No podré quitarme de la cabeza esa mujer que, con las maletas en la puerta y dispuesta a comenzar una nueva vida lejos del hogar conyugal, no puede evitar seguir los dictámenes de su rol de ama de casa y dejar su pasado en perfecto orden y armonía. Me resulta tristemente tan real...
Y por último, para los que son tan superficiales como yo, ¿acaso no es bonita la cubierta? En realidad, la ilustración no puede ser mejor reflejo de lo que encontramos en el interior de este libro, hombres y mujeres que, a pesar de estar a un palmo de distancia, se encuentran en distintas galaxias, cabizbajos, cada uno encerrado en sus pensamientos mientras están acompañados por una vela casi consumida como la relación que mantienen, un cenicero lleno de colillas fruto del nerviosismo o la desesperación, el vino agotado o derramado, las flores mustias, el pan mohoso y una manzana en estado de descomposición. Porque eso es La letra pequeña, distancia, desesperación, moho y descomposición, un compendio de cuentos en los que no es difícil verse reflejado. ¿Quién no ha sufrido un desengaño alguna vez? ¿Quién no ha deseado hacer las maletas y largarse a otra parte? ¿Quién no ha sufrido por el regreso del amor? ¿Quién no ha sido víctima de una infidelidad? Yo sí y seguro que tú también.
Así que, si te gusta el género, aquí tienes una estupenda lectura a la que tendrás acceso en un par de días pues sale a la venta el próximo 15 de mayo.Siempre digo que las buenas historias, si están bien contadas son doblemente buenas y la prosa de Andrés Pérez Domínguez, llena de luz y sutileza, bien merece la pena.
Cierro con una cita del texto, un breve fragmento que me dejó suspendida en el aire por un momento y al que no le falta razón.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
Puedes adquirirlo aquí:
El otro día, me decía Elvira Navarro, reconocida y prestigiosa voz literaria, que cada libro es como comenzar de nuevo, volver a caminar por el alambre sin red. Debe ser cierto porque, con cada publicación, un escritor no solo debe demostrar que mantiene el tipo(ardua tarea) sino que, además, resulta recomendable algún atisbo de superación. En cualquier caso, considero que un largo camino andado aporta unas tablas que se transforman en cierta seguridad, que la publicación de un libro tras otro es ya una prueba irrefutable de la valía de unas letras y en esas estamos con Andrés Pérez Domínguez. Basta echar un vistazo a las críticas de sus escritos, una balanza en la que el platillo positivo derrota con creces al negativo, a pesar de alguna resta leída y que me resulta del todo incomprensible. En lo que a mí respecta, no hay quejas. De su pluma he tenido el placer de leer La clave Pinner, de la que espero ver una segunda entrega muy pronto, Los perros siempre ladran al anochecer, con un final no muy al gusto de todos pero que a mí me pareció acertado y Los dioses cansados con la que me permitió moverme por las oscuridades de Sevilla. Encabeza mi lista de pendientes ese violinista de Mauthausen que me hace ojitos desde la estantería hace tiempo.
La letra pequeña es un volumen de cuentos, el tercero que publica el autor. Es la primera vez que me acerco al escritor sevillano como cuentista aunque gracias a Los perros... conocí su estilo a corta-media distancia. Nos presenta ahora Pérez Domínguez un total de diez relatos en los que existe un hilo conductor. No suele ser habitual que un puñado de cuentos tenga un denominador común. Por regla general, suelen ser historias dispares, de temáticas distintas, escritos en diferentes épocas y cada uno con sus propios personajes protagonistas. No es el caso de La letra pequeña. En ellos abundan el adulterio, las discusiones, las decepciones, las rupturas, los abandonos, los silencios, los intentos de reconciliación,... todo un universo que gira alrededor de las relaciones de pareja, del día a día de una convivencia en el que existe, agazapada y camuflada, esa letra pequeña que va anexa en todo momento a nuestra vida. Y así encontraremos entre estas páginas a mujeres cansadas de sus maridos adúlteros o que quieren pillar in fraganti al infiel, parejas que intentan recomponer lo que está roto hace tiempo con una segunda luna de miel o una cena que debe funcionar como sortilegio u hombres que sueñan con el regreso del ser amado mientras una madre errónea solicita su atención o que intentan conquistar el corazón de una mujer que otros pisotean.
Como suele ser normal en el género, de las diez piezas algunas me han gustado más que otras. Por poneros algunos ejemplos, os hablaría de El tiempo detenido, con un tercero en discordia que tendrá que abordar la complicada tarea impuesta por su amante aunque termine saliendo airoso del trance por pura cuestión de azar. O La curva de la felicidad, con un protagonista masculino que se machaca en el gimnasio para no perder lozanía y estar en perfecto estado de revista aunque la metrosexualidad no siempre es una garantía de un amor duradero. O Duarte, el cuento más largo de todos y cuya longitud permite una escena introductoria, en el que veremos a un personaje enigmático sometido a una transformación y a un protagonista masculino, estereotipo de esa clase de individuo que se comporta como un cerdo y que encima se jacta de ello. O por último, Flores para Amanda, una historia que bebe de varias fuentes, con tintes de amor platónico y un giro sorprendente como final que te deja de piedra. Pero ya que menciono los desenlaces, me remito a aquel que os comentaba antes, el de Los perros... Y lo hago porque, si leíste aquella novela corta, te puedes hacer una idea del tipo de finales que tendrán algunos de estos cuentos. Los hay que dejan un amplio margen a la imaginación del lector, otros en los que, sin que se resuelva la situación principal, cierran la más secundaria con un toque de ternura y otros más en los que, por suerte, existe justicia poética. A grandes rasgos podemos decir que son cuentos con finales abiertos pero quiero ir un poco más allá al respecto porque, tras pensar un poco en la cuestión, me atrevería a decir que estos cuentos funcionan como fogonazos, una expresión que yo suelo usar frecuentemente al hablar de este género. Son historias en las que realmente no importa el después, sino el presente, el momento narrado, el punto temporal preciso y si me apuras, el pasado que provoca ese presente. En los cuentos, en los relatos, y sobre todo en los microrrelatos, lo fundamental es el instante, la tensión de una situación concreta. Lo demás queda difuminado o en manos del lector que, a su criterio, alarga o no la vida de los personajes.
Con una importante carga intimista, un monólogo interior generoso y algún toque de suspense, cabría señalar que estos cuentos tienen un carácter muy visual. Quizá sea por lo que acabo de comentar, por esos fogonazos de instante que permiten recrear la escena en nuestra cabeza con absoluta nitidez. Es una cualidad que me gusta encontrar en mis lecturas porque me permite adentrarme en la historia con mayor facilidad.
En cuanto a los personajes, prácticamente son ellos los narradores, los que sirven de nexo entre el lector y la historia. Hombres de toda condición, que no saben cómo lidiar una situación, que mantienen la esperanza, cobardes que deben buscar la valentía que les falta o desalmados que reciben su merecido. En todo caso, todos ellos, hombres y mujeres, están bien perfilados y resultan cercanos al lector. No podré quitarme de la cabeza esa mujer que, con las maletas en la puerta y dispuesta a comenzar una nueva vida lejos del hogar conyugal, no puede evitar seguir los dictámenes de su rol de ama de casa y dejar su pasado en perfecto orden y armonía. Me resulta tristemente tan real...
Y por último, para los que son tan superficiales como yo, ¿acaso no es bonita la cubierta? En realidad, la ilustración no puede ser mejor reflejo de lo que encontramos en el interior de este libro, hombres y mujeres que, a pesar de estar a un palmo de distancia, se encuentran en distintas galaxias, cabizbajos, cada uno encerrado en sus pensamientos mientras están acompañados por una vela casi consumida como la relación que mantienen, un cenicero lleno de colillas fruto del nerviosismo o la desesperación, el vino agotado o derramado, las flores mustias, el pan mohoso y una manzana en estado de descomposición. Porque eso es La letra pequeña, distancia, desesperación, moho y descomposición, un compendio de cuentos en los que no es difícil verse reflejado. ¿Quién no ha sufrido un desengaño alguna vez? ¿Quién no ha deseado hacer las maletas y largarse a otra parte? ¿Quién no ha sufrido por el regreso del amor? ¿Quién no ha sido víctima de una infidelidad? Yo sí y seguro que tú también.
Así que, si te gusta el género, aquí tienes una estupenda lectura a la que tendrás acceso en un par de días pues sale a la venta el próximo 15 de mayo.Siempre digo que las buenas historias, si están bien contadas son doblemente buenas y la prosa de Andrés Pérez Domínguez, llena de luz y sutileza, bien merece la pena.
Cierro con una cita del texto, un breve fragmento que me dejó suspendida en el aire por un momento y al que no le falta razón.
'...en el amor, como en la vida, tienes que dejarte engañar si no quieres estar todo el rato enfurruñado'[pág. 70]
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
Puedes adquirirlo aquí: