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TRES MUERTOS de Manuel Machuca.

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Resultado de imagen de tres muertos manuel machuca

Editorial: La isla de Siltolá.
Fecha publicación: 2019
Precio: 20,00 €
Género: Narrativa.
Nº Páginas: 344 
Encuadernación: Tapa blanda con solapa.
ISBN: 978-84-17352-42-4



Autor

Manuel Machuca debutó como novelista con Aquel viernes de julio, a la que siguieron El guacamayo rojo y Tres mil viajes al sur, con la que fue finalista del Premio de Novela Ateneo de Sevilla. Ha coordinado dos libros de relatos de escritores farmacéuticos, Relatos de farmacéuticos e Hidra verde, y otro sobre la rivalidad del fútbol sevillano, El derbi final. Ha colaborado en diversas revistas, culturales como la argentina Motor de ideas; de información general, como Cambio 16, Cuadernos para el Diálogo; periódicos como los diarios del Grupo Joly, Andalucía Información; y diversas revistas científicas y deportivas, obteniendo el Premio periodístico de la Fundación Avenzoar. Tres muertos en su cuarta novela. 

Sinopsis

Un deportista tardío, entrenador prematuro, profesional precoz y científico frustrado, convertido en su madurez en novelista de segunda o tercera fila, según sus propias palabras,  escribe la historia de su familia con el objetivo de encontrar respuestas a su propia vida. Una vida de búsqueda constante en la que alcanzó sus metas, unas veces demasiado pronto y otras demasiado tarde. Hijo de una familia de clase media alta, universitaria, a la que los años de la transición española desestructuró por completo, relata sus recuerdos y su historia, a través de las voces de su abuela, de su madre y de él mismo los días en los que fallece alguien importante para cada uno de ellos.

Tres muertos es una novela que recorre junto a sus protagonistas la historia de España desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, pero que sobre todo, trata sobre el perdón como camino de salvación personal; escrita en una época actual, en la que la venganza y la destrucción de las víctimas ha sustituido a la reinserción social y a la capacidad de perdonar, socavando de esta forma los cimientos éticos de nuestra sociedad.

[Información tomada directamente del ejemplar]


Suelo ir tomando notas cuando leo un libro. Algún dato de la trama, alguna cualidad del protagonista y todas mis emociones. Aunque es algo engorroso porque me obliga a frenar la lectura cada poco tiempo, no conozco otra manera de hacerlo para redactar con posterioridad una reseña medio decente. Pero de esta práctica, y con el paso de los años, he aprendido que  la cantidad de anotaciones tomadas es inversamente proporcional al nivel de disfrute de la novela, o lo que es lo mismo, a menos notas, más implicación por mi parte. Un dato de lo más revelador, signo inequívoco de mi conexión con el texto. Y es que hay novelas con las que un lector no puede parar de leer, ni para bajarse de un transporte público, ni para preparar la cena, ni mucho menos para tomar notas. Andas tan metido entre las líneas que, puedes estar en una playa bulliciosa bajo un maravilloso día soleado y disfrutando de la brisa marina en tu piel, que tú te sientes en otro punto del planeta, encerrada en una habitación que huele a decrepitud y amargura, mientras cae una lluvia torrencial tras las ventanas. Ese es, ni más ni menos, el poder de la Literatura, el efecto que produce un texto escrito con pasión, amor, dolor,... un maremágnum de sentimientos que traspasa las páginas, como así ocurre en Tres muertos, donde uno se sumerge en un mar tormentoso de emociones.

Manuel Machuca se abre en canal en esta nueva novela. Entre estas páginas encontramos al hombre desnudo de todo artificio, al hijo que nos habló un día de gitanas del arrabal trianero, de guacamayos rojos que volaban sobre recuerdos lejanos y de mujeres rotas y deshechas, pero valientes. Y sin embargo, era Manuel el que necesitaba enmendar su alma, curar sus heridas, encontrar la calma, perdonar y pedir perdón. Y como Manuel, cada uno de nosotros. Sí, todos nosotros. Porque la Literatura tiene más de un don. Es indudable que nos hace viajar pero también es capaz de acercarnos a otros, de convertir lo particular en universal, de ayudarnos a despojarnos de lo amargo. Por eso, entre esas notas de las que hablaba al principio, figura la siguiente: 'Manuel y yo no somos tan distintos'No lo somos. Ni mucho menos.

Tres muertos se compone de tres historias engarzadas y tejidas por los hilos familiares del propio autor. En ellas, el lector tiene el privilegio de asomarse al pasado de Machuca, a su presente y quién sabe si a su futuro. Lo hacemos a través de su abuela(La mujer del capitán Esmeralda), una mujer de las de antes, con una vida tan novelesca que bien merecería un protagonismo en solitario. Su relato se inicia en junio de 1981, justo tras el fallecimiento de su segundo marido -el primer muerto-, apodado el Cabal. Ante Dolores, una asistenta que no abre la boca, y aguardando la llegada de una hija, que se afana en los preparativos de un velatorio y sepelio, la narradora irá desgranando toda una vida de vicisitudes, una existencia llena de episodios insólitos. 

Seis años después, tomará el relevo aquella hija que orquestaba el entierro de su padre, la madre de Manuel. Agotada y sumida en la amargura, La hija del Cabal también hará balance ante un marido que es ya una sombra de lo que fue pero no será este hombre, vencido y que ya no se vale por sí mismo, el que despierte los fantasmas del pasado, sino Gregorio, el segundo muerto de esta historia, un amor de juventud que se truncó porque el pasado nunca deja de perseguirnos. Por eso ella no quiere invocarlo, lo ha rehuido toda su vida y reniega incluso de sus orígenes, dentro de ese círculo social en el que se mueve y en el que, a la larga, solo encuentra 'avaros que viven sólo para amasar fortunas' y que vuelven la espalda cuando las desgracias entran por la puerta.  

Y cierra el volumen El hijo del agobio, el propio Manuel que vela el cadáver de una madre, un día de febrero de 2018.  Sin posibilidad de réplica, el narrador va sacando de sus bolsillos todas las piedras que hay ido recogiendo por el camino, todos esos desencuentros con su madre, un discurso lleno de reproches amargos que, en el avance hacia el desenlace, se va suavizando hasta llegar al último punto posible, al perdón que se concede y al que se pide. Ahí radica la meta de este camino que ha dejado nulo espacio a todo aquello que no fuera dolor y amargura. La palabra 'perdón' es el pilar sobre el que se sustenta toda la narración.

Pero no queda todo ahí. Antes de adentrarnos en estos testimonios, encontramos una carta personal fechada el 28 de diciembre de 2016. El día de los inocentes. En esa carta, que no está dirigida a nosotros sino a su familia directa, Manuel nos habla con su voz y nos mira con sus ojos, mientras asiente en silencio. Sabe que lo que está a punto de hacer conlleva un riesgo, pero es que llegó el día, como esa canción de Triana que también es la banda sonora de este libro. Llegó el día de destapar la caja de los truenos. Y es que ya lo decía Ítalo Calvino.





Nada más enfrentarte a esta carta, el lector intuye que lo que se avecina no va a dejar indiferente. Si todo el texto tiene la fuerza, la potencia, la sinceridad que derraman estas líneas, estamos perdidos. La rendición es incuestionable. Sería deshonesto por mi parte no incidir en la conmoción absoluta que me ha provocado este volumen, una novela que casi se podría interpretar como un libro de relatos con nexos en común porque, para empezar, cada línea está escrita desde lo más profundo del alma, realizando el autor un severo ejercicio de introspección y aventurándose a usurpar la piel de su abuela y de su madre, para contarnos la historia de ambas. Todo ello, y por el evidente carácter testimonial que tienen los textos, escrito en primera persona.

Y al margen de una narración familiar, Tres muertos es también el relato de una época, desde lo social a lo político. La abuela es la encargada de hacernos llegar los ecos de una Exposición Iberoamericana, de una monarquía que cae en favor de la república, de una guerra civil que estalla, mientras que la hija, más cercana a nuestro tiempo, dibujará el paisaje de la alta sociedad sevillana. Todo ello conforma el sustento necesario de un diálogo disfrazado porque, en realidad, no es más que un monólogo interior en el que no cabe réplica alguna. Los tres narradores son personas que se desahogan, se vacían, sin recibir respuesta ya que, quienes los escuchan, o no pueden hacer nada por ellos o ya es demasiado tarde para cambiar las cosas.

Si tuviera que decantarme por una de las tres partes, no sabría muy bien cuál elegir. La abuela me ha cautivado por su vida azarosa, en la que hoy está arriba y al día siguiente abajo. La madre me ha conmovido por su capitulación final, por esa concesión ante un amor que ha estado siempre ahí, agazapado y oculto. Pero quizá sea el último texto, el del hijo, el que más me ha desgarrado. Para mí ha sido la parte más dura -durísima- y a la vez la más hermosa. Cuando alguien se entrega del modo en el que Manuel lo hace en esas páginas, es inevitable estremecerse, bajar la mirada e indagar en nuestro interior. Qué difíciles son las relaciones entre padres e hijos, qué papel más complejo le toca a las madres y qué complicado es ejecutarlo bien. No esperaba encontrarme lo que me he encontrado, madres que, en sus últimos momentos fueron las madres que debieron ser, despojadas de una coraza que ellas mismas se auto-impusieron, que nunca se permitieron ser felices, que nunca disfrutaron de lo que la vida les brindó. Lees y entiendes que hay más hijos del agobio y del dolor, que jamás recibieron un abrazo cálido y reconfortante. Pero para qué vivir en el rencor. Por las víctimas hay que sentir compasión, hay que perdonarlas y de paso, pedir perdón también. 

Abuela, hija y nieto son tres voces que anhelaban una vida que no les tocó en suerte. Los tres hubieran deseado tener una casa y una vida'como las de las demás familias' pero, ¿cómo son las familias de los demás? Dice una amiga que mi familia es rara, que no hablamos ni nos relacionamos, y yo me permito responder, alterando ese inicio de Ana Karenina, que todas las familias lo son y cada una a su manera. No cabe duda que las relaciones, con lazos de sangre o no, son complejas. Las familiares lo son especialmente por la imposición que acarrean pero, en todas cuecen habas y a todas las une más lo que las iguala que lo que las diferencia. 

Huelga decir que no todo lo narrado en Tres muertos corresponde a la realidad más absoluta. La ficción asoma lo justo para dar empaque al texto. Y lo que está claro es que, en lo emocional, no hay trampa ni cartón, que las palabras se han escrito sobre los renglones de la sinceridad. 

Tres muertos es una novela dura, lo reconozco. Probablemente sea hasta la fecha la novela más intensa de este autor, la mejor. Sin duda, la más personal, pero este grito de dolor solo busca hallar la paz de espíritu, aparcar en el camino la amargura que ha horadado los días, las semanas, los meses y los años para sentir, de una vez por todas, el sosiego de una vida en calma.

Sé que mis palabras pueden asustarte, lector, pero confía en mí. Tres muertos ha sido una lectura de la que no se sale indemne, que transforma y provoca en nuestro interior un terremoto de emociones. ¿Y no es eso maravilloso?






 

[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

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