Hace poco más de un año, cuando este blog no era más que una sombra, publiqué una entrada en homenaje a un ser muy querido para mí. En aquel post hablaba de Lord Byron, el poeta inglés que debió de ser una gran persona a juzgar por los hechos descritos. Lord Byron amaba a su perro Boatswain, de raza Terranova, por encima de todas las cosas. No dudó en lanzarse por la borda de un barco durante una travesía para salvar a su fiel amigo tras caer accidentalmente y tampoco se amilanó cuando su perro contrajo la rabia y se encargó de cuidarlo hasta los últimos días a pesar del peligro que dicha enfermedad suponía para el ser humano. Al morir le erigió un monumento funerario en los jardines de su mansión y le escribió un epitafio que comienza así:
"Aquí yacen los restos de alguien que poseyó Belleza sin Vanidad, Fuerza sin Insolencia, Coraje sin Ferocidad y todas las virtudes del hombre sin Vicios. Este elogio, que sería Adulación inmerecida inscrito sobre las cenizas humanas, es un justo tributo en memoria de BOATSWAIN, un PERRO, que nació en mayo de 1803 en Terranova y murió el 18 de noviembre de 1808 en Newstead".
Las vacaciones se tiñeron de negro y se cumplieron los más oscuros presagios cuando el 10 de agosto a las 16.30 me llamaron para decirme que Nuba, la labradora de mi hermana, nuestra labradora, un miembro más de la familia, había fallecido. Murió en los brazos de quienes la amaban y rodeada de las personas que la cuidaron y la mimaron. Decir que he llorado su pérdida es poco. Sé que muchas personas no entenderán que se pueda sufrir tanto por la muerte de un animal pero sabed que el amor es universal y no distingue entre bípedos y cuadrúpedos. Sólo los que han tenido un animal a su lado durante años, que nos han hecho compañía y a quien hemos cuidado y mimado pueden llegar a entender que el amor a un animal puede equipararse o incluso superar el que se siente por una persona.
Nuba era pura nobleza y bondad. Le encantaba jugar aunque nunca llegó a entender que tras recoger la pelota tenía que traerla de vuelta para que se la volviéramos a tirar. Era tremendamente glotona y mostraba una alegría inusitada por los suyos. El amor que recibió lo devolvió multiplicado por mil y llenó nuestras vidas de alegrías y juegos.
Con mucho pesar sé que ya no podré llamarte, ni darte besos en la cabeza, ni pasarme las horas acariciando tu barrigota o tu pecho peludo. Ni sentiré más tu aliento caliente sobre mis piernas a la hora de comer, implorándome con los ojos que compartiera contigo aquello que estuviera comiendo. No volveré a ver la alegría en tu rostro al vernos llegar, ni podré comprarte aquellas galletas que tanto te gustaban. La última vez que te las llevé acabamos las dos en el suelo porque tu impaciencia no me dejaba abrir el paquete, ¿recuerdas? Pero, aunque no pueda tocarte, he descubierto que si cierro los ojos puedo verte correr hacia mí con tus orejotas al viento. Si cierro los ojos veo los tuyos color canela adornados con tus pestañas rubias. Si cierro los ojos y me concentro mucho puedo llegar a sentir el tacto de tu pelaje suave y esponjoso. Al marcharte te llevaste un pedazo de mi corazón y en su lugar dejaste un agujero inmenso que poco a poco intento ir llenando con tus recuerdos.
Si el 23 de julio de 2012 escribía sobre ti para homenajearte, hoy lo hago para decirte Hasta luego. Tus restos descansan en casa, en tu casa, en el lugar al que llegaste siendo un cachorro y donde has crecido y vivido. Así estarás siempre con nosotros y ese el único consuelo que me queda. Siempre te recordaré y sin temblarme la voz puedo confesarte que te he querido tanto como al ser humano más querido de mi vida. Te llevo siempre en mi corazón. Descansa en paz preciosa Nuba.