Editorial: Algaida.
Fecha publicación: noviembre, 2019.
Precio: 20,00 €
Género: Narrativa.
Nº Páginas: 392
Encuadernación: Tapa dura con sobrecubierta.
ISBN: 9788491891390
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Autor
José Ángel Mañas (Madrid, 1971) es un escritor perteneciente a la generación de novelistas españoles de la década de 1990, junto a autores como Ray Loriga y Lucía Etxebarria. Ha publicado las novelas: Historias del Kronen; Mensaka; Soy un escritor frustrado; Ciudad rayada; Mundo burbuja; Caso Karen; El secreto del Oráculo; La pella; Sospecha; Caso Ordallaba; Todos iremos al paraíso; Conquistadores de lo imposible; Extraños en el paraíso, la verdadera historia de la Movida madrileña (audiolibro) y junto a Antonio Domínguez Leiva la serie de novelas cortas El hombre de los 21 dedos y la novela El Quatuor de Matadero. También es autor de los ensayos: Un alma en incadescencia. Pensando en torno a Franciam Charlot (aforismos sobre pintura); El legado de los Ramones; La literatura explicada a los asnos y Un escritor en la era de Internet.
Acaba de ganar el Premio Ateneo de Sevilla con La última juerga, secuela de aquella gran primera novela Historias del Kronen. Sus libros han sido traducidos a varios idiomas.
Sinopsis
Entonces tenían poco más de veinte años: un grupo de amigos que se citaban en el bar Kronen y consumían la juventud a base de sexo, alcohol y drogas. En algunas ocasiones coqueteaban con la muerte e incluso hubo quien salió mal parado de aquel coqueteo.
Ha pasado mucho tiempo. Han pasado exactamente veinticinco años. Ahora trabajan y no se ganan mal la vida; algunos se han casado y tienen hijos. Casi ninguno de ellos consume drogas y las borracheras se han convertido en enología.
Cuando Carlos recibe una noticia que sacude completamente su vida, siente la necesidad de volver a reunirse con su amigo Pedro, a quien no ve desde hace muchos años. Tal vez no sea más que un reencuentro para rememorar algunos momentos del pasado... o tal vez se convierta en el principio de La última juerga.
[Información tomada directamente del ejemplar]
Hay escenas imborrables en nuestra memoria. Por razones obvias, suele ocurrir mucho más frecuentemente con una película que con una novela, de ahí que yo no haya olvidado ciertas secuencias de Historias del Kronen, el largometraje dirigido por Montxo Armendáriz, basado en la novela homónima que José Ángel Mañas publicara en 1994. Aún soy capaz de ver con nitidez a un fanfarrón Carlos Aguilar colgado del puente sobre la M40, jugándose la vida por demostrar a otro tipo igual de camorrista, que era el más valiente. Cuando se es tan joven, se le tiene muy poca estima a la vida, y hay quien, en un alarde de imbecilidad, no deja de hacer el gilipollas para demostrar lo que no es.
Pero ¿qué ocurre cuando el tiempo pasa? ¿En qué nos convertimos? Mañas retoma aquel personaje icónico veinticinco años después. Carlos Aguilar se ha convertido en un hombre que sigue conservando el carisma que tuvo de joven. Intuyo que, con los años, ha ganado en atractivo. Atrás quedaron las camisetas y los vaqueros para dar paso a ropa de marca y a un cuerpo depilado. El Carlos actual se tiñe el pelo y cuida su aspecto pero aún conserva algunos hábitos de juventud. El alcohol, las drogas y las mujeres siguen formando parte de una vida bastante desordenada, pero no hay nada que el dinero no pueda remediar. Director de una agencia de derechos audiovisuales, se codea con actrices hermosas y acude a fiestas elegantes, donde suele haber un tráfico inusual en dirección a los baños. Carlos sigue siendo el mismo tipo frío y borde, un completo egoísta que solo piensa en sí mismo, desagradable en el trato, incluso con su propia familia, arrogante y engreído, juzgando a los demás sin mirarse a sí mismo. Pero parece que el destino le tiene una sorpresa guardada, un revés a modo de castigo divino por haber sido un mal bicho toda su vida. Nada más comenzar la novela, a Carlos le dan una noticia terrible. En sus mismas circunstancias, otra persona pondría los pies en la tierra e intentaría poner orden en su vida, pero él no, él no está dispuesto a dejarse arrastrar por el destino y seguirá siendo el mismo hasta las últimas consecuencias.
Y con esa actitud, una vez que su última novia lo ha puesto de patitas en la calle, irá en busca de Pedro, aquel amigo de hace veinticinco años al que no ha visto en muchísimo tiempo, y con el que quemaba la noche madrileña. A él acudirá para correrse esa última juerga que pone título a la novela y que convertirá la trama en una road movie literaria. Madrid, Huelva, Sevilla y Cádiz serán los escenarios a recorrer en una huida hacia delante, corriendo antes de que el mal agüero, por un lado, los alcance, y los malos, por otro, le den cazas. Pero pisar el acelerador es lo que tiene, que llega un momento en el que descontrolas tanto que todo se va al a mierda.
Admito que de La última juerga hay cosas que me han gustado y cosas que no. He disfrutado adentrándome en esa esfera que me es tan ajena, ese mundo corrompido que constituye el entorno de Carlos. Me ha resultado interesante conocer las motivaciones del protagonista.¿Por qué, pudiendo tener una buena vida, cómoda, fácil, gratificante, prefiere vaciarla de valores y envolverla en papel de celofán? He sentido curiosidad por ese mundillo que apesta a hipocresía, donde la droga corre libremente, donde la gente pudiente tiene que terminar por codearse con las bajas esferas para saciar su apetito.¿Qué impulsa a Carlos a seguir consumiendo heroína? ¿Qué es lo que siente cuando tiene el mono y qué alivio experimenta cuando se droga? Eso, que yo desconozco, porque nunca me he drogado, es lo que más me interesaba.
Sin embargo, entre Carlos y Pedro surgen conversaciones sobre la actualidad que me han sacado de la trama. La acción se desarrolla en pleno mundial de Rusia en 2018, y los personajes suelen dialogar sobre el resultado de los partidos y el avance de España en la competición. También tiene cabida la política, el nacionalismo y el procés. No son conversaciones esporádicas y ligeras. Reconozco que son un buen envoltorio para dar verosimilitud a la historia, pero me parece que en algunos momentos, estas conversaciones adquieren bastante profundidad y confieso que han llegado a aburrirme un poco.
Con alguna que otra referencia a los hechos narrados en Historias del Kronen, La última juerga es una novela llena de reflexiones. ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿He elegido el camino correcto? ¿Qué ocurre con esos sueños que un día tuve? Carlos no ha llegado a ese punto en el que se cuestiona si no debería haber cambiado de vida. Es cierto que jamás ha querido comprometerse con ninguna mujer y ha ido saltando de cama en cama todos estos años, sin pensar en formar una familia ni en tener hijos. Solamente ahora, parece que se ha enamorado de verdad, aunque ya es demasiado tarde para todo. En cambio, su amigo Pedro no deja de preguntarse si no se habrá traicionado a sí mismo. Si algún día tuvo un sueño lo dejó aparcado cuando heredó la empresa de pinturas de su padre, cuando se casó y tuvo hijos. Retomar el contacto con Carlos ha despertado la nostalgia por el tiempo pasado, cuando apenas había responsabilidades y se bebían la vida. Ese sopesar la propia existencia me ha parecido una reacción muy común y muy real. Pero esa verosimilitud del personaje se fue transformando en incredulidad, a medida que avanzaba en la lectura. Quizá sea por el peso de la nostalgia, por lo que comienza a tomar decisiones cada vez más rocambolescas e inauditas. Parece como, si en apenas unos días, quisiera cometer todas las locuras que no ha cometido en años, como si de esa forma pudiera recuperar el tiempo perdido, pero hasta tal punto que incluso el propio Carlos no da crédito. Dejé de creer en Pedro, decisión tras decisión.
Pero, en cuestión de reflexiones, no podía faltar la huella que el paso del tiempo deja en nuestro cuerpo. Mirarse al espejo y comprobar que te cuesta reconocer al que un día fuiste es el pan de cada día. Y eso mismo les pasa a Carlos y a Pedro. En La última juerga se hace un apunte que me ha parecido interesante. El autor, con acierto, reconoce que en la juventud todos somos diferentes pero, a medida que nos vamos haciendo mayores, se van limando las diferencias y cada uno termina siendo un clon de otro. Piénsalo bien. Probablemente hoy tu vida se reduzca al trabajo, el hogar, la familia, las vacaciones de verano, los fines de semana domésticos,... Y tu vecino, tu amigo y tu compañero de trabajo tendrán el mismo tipo de vida que tú. Lo dicho, somos clones.
En cuanto a los personajes, mira que Carlos es un completo gilipollas pero a mí me ha gustado mucho. Es el típico tío del que todo el mundo huye porque es dañino por naturaleza, porque ensucia todo lo que toca, porque se comporta como si le perdonara la vida a todo el mundo. Me ha gustado porque hay más gente así de la que pensamos, gente que camina por la vida socavando el suelo en cada pisada. Carlos es un imbécil y un descerebrado, y no podía acabar de otro modo que como acaba. A mí me da pena, porque lo veo desde mi punto de vista, pero creo que él no se arrepiente de nada y se mantendrá fiel a sus principios hasta el final, un final muy acorde a como es Carlos. Lo mejor del personaje, es que, en ese desenlace, vamos a conocer lo que realmente piensan los demás de él. Probablemente, lo mismo que piensas tú como lector.
Al margen de Carlos y Pedro, en la novela vamos a encontrar otros personajes, ficticios y reales. Entre estos últimos, hacen un cameo, Lola Dueñas, Daniel Écija y el propio José Ángel Mañas, en un guiño simpático al propio autor y al mundillo del cine.
Con un prólogo que me parece lo mejor de la novela, por original y novedoso, donde ficción y realidad se solapan,La última juerga está estructurada en tres bloques más un epílogo. Un total de quince capítulos, con subdivisiones, constituirán el armazón de esta historia que se desarrolla desde el mes de junio al mes de septiembre. Como dije antes, y por las referencias al mundial de fútbol y a algunos otros acontecimientos, se data la trama en el año 2018. Cuenta la novela con un lenguaje muy actual, un estilo muy fresco, muy callejero y pendenciero, con un sinfín de términos coloquiales anclados en el pasado, denominaciones que los personajes usaban en su tiempo de juventud.
Narrado en sentido lineal, con un par de saltos en el tiempo, La última juerga ha supuesto una lectura que no ha cubierto todas mis expectativas. Reconozco que esta novela tiene muchísima acción, es un constante ir y venir de un lado a otro, en esa huida hacia delante que antes comentaba, pero el personaje de Pedro y esos diálogos sobre fútbol y política, no han terminado de convencerme. No obstante, insisto en que Carlos es un gran personaje, y que la novela nos ofrece tremendas reflexiones que a mí me han venido genial en estos días.
Hoy cumplo 50 años, y mis juergas ya no son las que eran. Todavía recuerdo aquellos fines de semana que comenzaban los jueves y acababan el domingo al amanecer. Aunque las drogas nunca las probé y jamás me hicieron falta para pasármelo bien, fueron noches de alcohol y desmadre. Y estos días me he sentido como Pedro, planteándome si mi vida actual corresponde a la que un día soñé. Me miro en el espejo y ya no veo a la veinteañera que era, la que podía aguantar despierta toda una noche e ir a trabajar al día siguiente. Hoy soy la mujer que a las once de la noche, ya sea martes o sábado, se cae de sueño.
Dicho todo esto, La última juerga es una lectura para reflexionar mientras nos reencontramos con un Carlos Aguilar que sigue siendo el que fue. Creo que para sacar el máximo partido a esta novela, se hace recomendable leer la obra anterior o, al menos, ver la película. Y ya me dirás si te sientes más Carlos, o más Pedro.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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