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CANCIÓN DE CUNA (DRAMA - 1994)

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Año: 1994

Nacionalidad: España

Director: José Luis Garci

Reparto: Fiorella Faltoyano, Amparo Larrañaga, María Massip, Carmelo Gómez, Maribel Verdú, Alfredo Landa, Virginia Mataix, Diana Peñalver, María Luisa Ponte.

Género: Drama

Sinopsis: Cuando a las puertas de un convento de clausura aparece un cesto con una niña dentro, las monjas sienten despertar su instinto maternal. La superiora y el médico del pueblo, que es el único hombre autorizado a entrar allí, llegan a un acuerdo: él adoptará a la niña, pero se la entregará a las monjas para que la eduquen.

[Fuente: Filmaffinity]


Ayer publicaba en redes sociales una fotografía, mostrando la última novela de Vanessa Montfort, La mujer sin nombre. Se trata de una historia que narra la vida de María de la O Lejárraga, una mujer a la que no se ha hecho la suficiente justicia. Su marido, Gregorio Martínez Sierra, fue un dramaturgo y escritor, al que se le atribuyen como un centenar de obras, como El amor brujo, pero ¿realmente todas eran de su única autoría? Bueno, en la novela de Montfort encontraréis la respuesta. Por mi parte, ya os hablaré con detalles de este libro, pero os adelanto que me parece una maravilla. 

Bien, en esa novela se menciona reiteradamente el título del que vengo a hablaros hoy. Canción de cuna fue escrita por el dramaturgo en 1911 y a él está atribuida, como se recoge en loscréditos de la película. Según la novela de Montfort, la idea para escribir el texto surge tras leer en un periódico la noticia de un bebé abandonado a las puertas de un convento de clausura.

De la obra se han hecho diversas adaptaciones, tanto de factura nacional como internacional. La primera que encuentro data del año 1933, una versión estadounidense, dirigida por Mitchell Leisen. En 1953, México lleva a cabo otra adaptación, dirigida por Fernando de Fuentes. Pero, la supuesta obra de Gregorio Martínez Sierra no llega a los cines de nuestro país hasta 1961, de la mano del cineasta José María Elorrieta y con interpretaciones de Lina Rosales, Jaime Avellán, Soledad Miranda, Antonio Garisa. Posteriormente, José Luis Garci vuelve a adaptarla para el cine, en 1994. Es esta versión, que consiguió cinco Goyas (Mejor Actriz Secundaria - María Luisa Ponte; Mejor Fotografía, Mejor Dirección Artística, Mejor Diseño de Vestuario, Mejor Maquillaje y Peluquería) de la que vengo a hablaros hoy. 

La acción se ubica a finales del siglo XIX, en algún lugar de Castilla. No se especifica más detalle. En un viejo convento castellano, donde la vida transcurre entre la quietud, la soledad, la semipenumbra y el silencio, roto esporádicamente por el tañido de la campana que llama al rezo, viven un grupo de monjas de clausura que ven la vida pasar entre sus labores conventuales. Los encajes de bolillo, la recolección de fruta en el huerto, la lectura, la devoción a Dios, las tareas de costura, o la elaboración de las comidas son parte de las actividades a las que las monjas dedican su tiempo. No tienen más contacto con el exterior que el que le procura don José (Alfredo Landa), el médico rural que atiende a las religiosas, único hombre al que se le permite poner un pie más allá de la verja de clausura, a pesar de su agnosticismo. Él será el nexo de unión con la vida que sigue su curso lejos de este lugar, donde la política marca la actualidad, como los esponsales entre miembros de la realeza.

El día que la reverenda madre (Fiorella Faltoyano) celebra su onomástica llega al convento un inesperado regalo. Cuando la monja tornera abre la puerta del santo lugar, haya a un bebé de mes y medio envuelta en mil encajes. La llegada de la niña causa un gran revuelo de tocas y mantillas, y las monjas quedan embelesadas, enamoradas de ese ser diminuto que despierta inmediatamente el instinto maternal de las religiosas. ¿Qué hacer con esa criatura? ¿Deben las monjas hacerse cargo de ella? Seguramente, es hija del pecado, pero se la ve tan inocente... No sin cierta oposición por parte de alguna monja de aparente carácter avinagrado, la solución la tendrá don José. En Canción de cuna conoceremos parte de la vida de ese bebé que, a través de una significativa elipsis, veremos convertida en una jovencita casadera, a la que llamarán Teresa. El inicio y el fin, como la vida; el principio y el final de la niña en el convento.

La trama no se extiende en mostrar la vida conventual. Tampoco se centra en narrar el paso de los años de la niña entre esos muros. No se afana en las rutinas y la rigidez de horarios vespertinos. Ni siquiera contempla las dificultades o alegrías que podrían acarrear la crianza de una niña para unas mujeres, cuyos vientres jamás albergaron vida. Sin embargo, sí incide en la dificultad de las novicias para adaptarse a la dureza de la clausura. Son ellas, las jóvenes novias vestidas de blanco, las que aún tienen ilusiones y ensoñaciones; las que, en algún momento, reciben una reprimenda por haber buscado un resquicio que les haga sentirse vivas. Y como la vida es cíclica, de igual modo será el sentir de estas monjas, que un día vistieron el hábito blanco y, con los años, lo cambiaron por la sobriedad del negro.

Canción de cuna ahonda principalmente en las relaciones entre los personajes, que quedan dibujadas al vuelo pero con suma delicadeza. Parece que don José, un hombre que ha permanecido en la soltería, siente un cariño especial por sus monjas, a las que llegará a sentir como sus hijas. Su afecto alcanza más profundidad en el caso de la reverenda madre Teresa, siempre preocupado por su delicado estado de salud, a la que habla con una dulzura y ternura que conmueve. También es el médico el que aporta algún toque de humor, en sus diálogos con la monja tornera (María Luisa Ponte). 

A su vez, la cinta explora el vínculo entre la joven Teresa con sor Juana de la Cruz, la que se encargó de educar a la niña de forma más directa. Para la muchacha, esta monja ha sido como su madre, su auténtica madre, a la que confiesa sus dudas existenciales. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? Qué importa todo eso cuando la niña encontró el amor de muchas madres dentro de ese mundo que es tan ajeno a los nuevos adelantos del siglo, o al cambio de modas en el vestir que proceden de París. ¿Qué hay en ese mundo al que Teresa tendrá que hacer frente el día de mañana? ¿Hay también amor? ¿Puede existir la felicidad más allá de los límites del suyo, que lindan con ese río, a cuya orilla la joven pasea?

Amor (el prohibido, el maternal, el carnal, el otorgado a Dios), pero también la amistad, la bondad, el agradecimiento, el sacrificio, son  algunos de los temas que surcan la historia, haciendo hincapié en los misterios del alma humana.

En cuanto al repartocuenta con nombres bien conocidos, desde Fiorella Faltoyano, Amparo Larrañaga, Alfredo Landa y María Luisa Ponte -todos ellos espléndidos en su papel, que interpretan con un cariño que traspasa la pantalla, y muy bien caracterizados para recrear el paso del tiempo- a Maribel Verdú y Carmelo Gómez que, por entonces, tenían veinticuatro y treinta y dos años, respectivamente. Son precisamente estos dos últimos los que menos me han gustado. Verdú porque me parece poco creíble en su papel de adolescente enamorada, y Gómez porque, a pesar de ser un actor que me encanta y cuyo trabajo siempre me gusta, Garci optó por doblarlo (no lo entiendo) y el resultado me ha parecido deplorable. 

Canción de cuna cuenta con una ambientación fabulosa, en la que la luz juega un papel fundamental para crear atmósfera. El convento es ese lugar donde prevalece la semioscuridad, tímidamente interrumpida porlos escasos haces de luz que se cuelan entre los muros del vetusto edificio. Y será la luz la gran protagonista en una escena final que conmueve y remueve por dentro.

Por otra parte, la banda sonora está llena de nostalgia y emoción. He leído que el tema central se reitera con frecuencia. Es cierto, pero a mí me parece una melodía tan bella que no me ha importado escucharla una y otra vez. 

Canción de cuna narra una historia sencilla pero con un hermoso toque melancólico, y ejecutada con una gran sensibilidad y una sublime delicadeza. Cuenta con escenas que se quedarán grabadas en tu retina. Es de esas películas para paladear, sin prisas, perdiendo la mirada en los recovecos de un convento en penumbras, como los del alma de sus personajes. Rodada en el Monasterio de Santa María de la Vid y en el Monasterio de Santo Domingo de Silos, en Burgos, es un largometraje lleno de quietud y recogimiento, de gestos, miradas y silencios que lo dicen todo, porque «saber mirar es saber amar».

En definitiva, y en contra los que opinan que es una película cursi, a mí me parece bonita, entrañable, tierna, conmovedora, hecha con amor y delicadeza, que nos transporta a otro mundo en el que la vida transita a otro ritmo.





 

Escena:                                                                                      Puedes adquirirla aquí:            

     

                                                                                     


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