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DICEN LOS SÍNTOMAS de Bárbara Blasco

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Editorial: Tusquets
XVI Premio Tusquets Editores de Novela
Fecha publicación:  Octubre, 2020
Precio: 18,00 €
Género: Narrativa
Nº Páginas: 272
Encuadernación:  Rústica con solapas
ISBN: 9788490668702
[Disponible en eBook;
puedes empezar a leer aquí]


Autora

Bárbara Blasco (Valencia, 1972) trabajó como dependienta, teleoperadora, camarera, ayudante de mago, bailarina de cabaret, empleada de gasolinera, actriz secundaria y vendedora de enciclopedias antes de licenciarse en Periodismo. Ha estudiado dirección cinematográfica en el Centre d’Estudis Cinematogràfics de Catalunya, y guion de cine en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba. Es autora de las novelas Suerte (2013) y La memoria del alambre (2018), y en la actualidad colabora habitualmente en Valencia Plaza e imparte clases en el Taller de Escritura Creativa de Fuentetaja. Con Dicen los síntomas logra, con una escritura sin contemplaciones y muy original, un excelente retrato de una mujer en crisis.

Sinopsis

Aunque Virginia nunca ha mantenido una buena relación con su padre, se siente obligada a visitarlo a diario y a hacerle compañía cuando este es ingresado gravemente enfermo en una clínica de Valencia. Para ella, obsesionada con las dolencias, los síntomas se revelan más sinceros que las palabras. En esa habitación de hospital se ponen a prueba los vínculos con su madre y con su hermana, precisamente en un momento crítico en la vida de Virginia, para quien la maternidad empieza a ser una urgencia. Un nuevo paciente, un hombre enigmático y no carente de atractivo, ocupa entonces la cama vecina. Al principio Virginia apenas cruza con él algunas palabras de cortesía, pero, poco a poco, los dos traban una complicidad ajena a la asepsia del hospital, y acaban creando un pequeño espacio compartido, un lugar en el que cobijarse. Y en el que tal vez, cuando todo esté perdido, surja algo inesperado y auténtico.

[Información tomada directamente del ejemplar]



Dicen los síntomas de Bárbara Blasco es el último Premio Tusquets Editores de Novela, una novela que me ha conducido al descubrimiento de esta autora valenciana, de la que sorprende la cantidad de oficios variopintos que ha tenido en su vida. Basta con echar una ojeada a la biografía que aporta la editorial, y a la entrevista que pudimos hacerle a la autora (puedes leerla aquí), para entender que estamos ante una mujer que no se amilana ante nada, y que siempre ha estado a la búsqueda de su espacio. Ya lo encontró. 

Dicen los síntomas empieza con potencia.Una hija (Virginia) acompaña a su padre en el hospital. El hombre, de 78 años, está muy enfermo, en coma. No sabemos cuánto tiempo lleva así, ni tampoco qué enfermedad le aqueja. No nos importa. Lo único que nos interesa es que está en el hospital, en ese estado que produce una situación comatosa, sin movimiento, sin reacción, como muerto. ¿Acaso puede oír? Eso nadie lo sabe pero estar así, sin opción a réplica, es un aliciente para que Virginia se desahogue. De este hombre, su hija dice que es un egoísta patológico. Lo llama cabrón, quiere que sufra y lo describe como alguien que se burlaba de la ignorancia de los demás. ¿Por qué? De entrada, no lo vamos a saber. 

En el cuidado de este hombre postrado, al que la muerte acecha sin que Virginia muestre la más mínima angustia y desolación, se turnan Esther -hermana de la narradora-, y la madre de ambas. Esther siempre fue la hija predilecta. De niña sufrió meningitis y eso la colocó en una situación privilegiada, de amparo y consentimiento. A Esther se le perdona todo.  Ayuda mucho que sea una mujer centrada, recta, formal. La narradora, ¿no? Las hermanas no se llevan bien entre ellas. Arrastran desde la infancia ese tira y afloja irreconciliable que, a veces, se produce siempre entre hermanos, y que dura una eternidad. 

En cuanto a la madre, se trata de una mujer sumisa, fiel compañera del hombre enfermo que siempre ostentó el poder. Es una sombra. Lo sabe ella y lo saben sus hijas, pero ese ha sido siempre su papel. La madre siente que su lugar está junto al marido, vigilando cualquier atisbo de vida que ese cuerpo inmóvil pueda mostrar. Le puede el cansancio, la preocupación, la pesadumbre pero ahí está ella, al pie del cañón. Necesita esa dosis diaria de sufrimiento tan propia de las madres de cierta generación. Pero, cuando ya no aguanta ni una hora más, es Virginia quien la suple, a la que pide solícita que no deje solo al padre. Virginia tampoco se lleva bien con la madre. ¿Es el garbanzo negro de la familia? Podría ser. Lo que sabemos de Virginia es que tiene una vida algo más disoluta. A su edad, rondando los cuarenta, y con una licenciatura en Filología a cuestas, trabaja poniendo copas en los bares y no se le conoce pareja estable. ¿Algún problema? No, porque para cubrir esa parcela de su vida, recurre a ligues ocasionales o a aplicaciones de contactos. Sin embargo, Virginia ha sentido el mordisco de la maternidad. Algo llama a su puerta, reclamando un clavo al que agarrarse, pero para cumplir su deseo tendrá que fingir.


 

En una habitación de hospital, de tan escasos metros cuadrados, no hay escapatoria posible. Los encuentros de Virginia con su madre y su hermana son inevitables. Se siente incómoda ante una hermana perfecta, ante una madre afligida. Ella prefiere quedarse sola ante el padre moribundo, con tal de no compartir ni un minuto con otros miembros de su familia. Porque, además, ante ellos y ante el resto del personal sanitario, tiene que fingir, comportarse como el mundo espera de ella, como una hija atribulada por la esperada e inevitable muerte de un padre. Otra vez el fingimiento, un concepto que navega solo por esta novela.

Entre realidad y artificio se pasa las horas metida en aquel hospital. Piensa, reflexiona, medita, conversa con el médico que atiende a su padre, por el que siente una cierta atracción. Pero eso se diluye cuando lleva un nuevo compañero de cama. Se trata de un hombre de sesenta y tantos años, al que conoceremos con el sobrenombre de «el extraño», un individuo que, a priori, se esconde en su propia burbuja, al que nadie visita ni acompaña.


Pero claro, tantas horas allí metidos, a la fuerza ahorcan. Virginia y el extraño comenzarán a hablar, cuando la intimidad, la soledad hospitalaria, la enfermedad, y la incertidumbre los empuje a acercar posturas hasta un extremo que sorprenderá al lector por lo inusual y lo inesperado. Y no os cuento más.

Decía el jurado de este premio, formado por Almudena Grandes, Antonio Orejudo, Eva Cosculluela, o Elisa Ferrer, ganadora de la anterior convocatoria con Temporada de avispas, y Juan Cerezo, que estamos ante un retrato generacional. Sin renegar de las palabras del jurado, a mí no me lo ha parecido. Bajo mi punto de vista, Virginia no es el exponente de una generación concreta. Más bien me parece la representación de un tipo de persona, en crisis, independientemente de su fecha de nacimiento, que no termina de encontrar su espacio. Ella es para mí ese miembro de una familia que no encaja con el resto, y al que todos miran de soslayo. Se siente distinta al resto o quizá sea el resto el que la hace sentir distinta. Es un personaje con el que no siempre va a resultar fácil empatizar. En algún momento de la lectura, anoté en mi libreta la siguiente pregunta: ¿Me cae mal esta tía? Y creo que cae mal, al principio, cuando todavía no conocemos bien al personaje, cuando desconocemos qué se esconde tras ese rencor que ella siente por el padre. Estamos educados para que los padres cuiden de los hijos, y los hijos de los padres, cuando estos se hacen mayores o caen enfermos. Por eso, quizá el lector sienta un poco de repulsa hacia un personaje, hacia una hija que contempla a su padre en las últimas, con tanta malquerencia. Luego, con el avance en la lectura, Virginia irá soltando algún detalle aquí, alguna pista allá, sin ahondar demasiado. Y ahí radicará parte del problema de esta hija.

De Dicen los síntomas me han interesado varias cuestiones. La más inmediata es la trama en sí. La novela arrastra al lector a ese lugar en el que nadie quiere estar. Los hospitales no son espacios agradables, ni siquiera para los que van de visita. Uno llega, asoma la cabeza por la puerta de la habitación del enfermo, saluda y se interesa por el estado de salud del yaciente. Pasados los diez minutos de rigor, esos que marcan el protocolo del buen ciudadano, la incomodidad se instala en nuestro cuerpo y comenzamos a sentir un deseo irrefrenable de huir de allí. Blasco recrea con absoluta nitidez ese microcosmos que supone la vida dentro de un hospital. Para uno de los bandos, compuesto por enfermos y familiares, el tiempo se ralentiza, se estira, se vuelve gomoso y apenas avanza. Sin embargo, el otro, conformado por médicos y enfermeros, anda siempre ajetreado, con prisas, dando instrucciones, solicitando pruebas, emitiendo diagnósticos. Por tanto, hay dos tiempos diferentes porque el mundo gira a una velocidad u otra, según te encuentres dentro de una habitación hospitalaria o fuera. Y de igual modo, hay dos actitudes. La inquietud del familiar o enfermo que recibe la noticia funesta y la del médico que habla de la misma noticia, de las enfermedades, síntomas y secuelas, como si comentara los resultados futbolísticos de la semana. Una palmadita en el hombro y se va, dejando en aquel espacio una carga emotiva de difícil digestión.

También me ha intrigado en todo momento esa relación que existe entre Virginia y su padre.¿Qué ha sucedido entre ellos como para que la hija ni se inmute al ver cómo su padre abandona este mundo segundo a segundo? Lo comentaba hace un párrafo. No hay referencias explícitas. Virginia no cuenta con detalles aquello que ocurrió, sino que, repasando unos recuerdos difuminados, que conecta con la llegada de un ramo de flores a la habitación de su padre, dejará ver al lector algo del pasado, un hecho, una sospecha que se torna certeza.

Narrada en primera persona, única voz que nos permite pegarnos a la piel del personaje, Dicen los síntomas está impregnada de olor a éter. Estamos ante una novela en la que se habla de la enfermedad, y por tanto de la muerte. Pero más allá de ello, también habrá espacio para reflexionar sobre la familia y el amor. Blasco construye un relato intimista, reflexivo, lleno de referencias literarias y cinematográficas, y de frases rotundas, de esas que todo buen lector va subrayando.

Para no dejarla pasar.

Algunos libros y películas mencionados en Dicen los síntomas:

- Canción de tumba de Julián Herbert
- La hora violeta de Sergio del Molino
- Diario del hombre pálido de Gracia Armendáriz
Ebrio de enfermedad  de Anatole Broyard

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- Langosta (Yorgos Lanthimos, 2015)

[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

Puedes adquirirlo aquí: 




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