Autor
Antonio G. Iturbe (Zaragoza, 1967) lleva veinte años dedicado al periodismo cultural. Ha sido coordinador del suplemento de televisión de El Periódico, redactor de la revista de cine Fantastic Magazine y trabaja desde hace dieciseis años en la revista Qué Leer, de la que actualmente es director. Ha colaborado, entre otros medios, en las secciones de libros de "Protagonistas", Ona Catalana, ICat FM y la Cope, y en suplementos de cultura de diarios como La Vanguardia o Avui.
Ha publicado las novelas Rectos torcidos y Días de sal, y es autor de la serie de libros infantiles " Los casos del Inspector Cito", traducida a cinco lenguas.
Sinopsis
Sobre el fango negro de Auschwitz que todo lo engulle, Fredy Hirsch ha levantado en secreto una escuela. En un lugar donde los libros están prohibidos, la joven Dita esconde bajo su vestido los frágiles volúmenes de la biblioteca pública más pequeña, recóndita y clandestina que haya existido nunca.
En medio del horror, Dita nos da una maravillosa lección de coraje: no se rinde y nunca pierde las ganas de vivir ni de leer porque, incluso en ese terrible campo de exterminio, "abrir un libro es como subirte a un tren que te lleva de vacaciones".
Una emocionante novela basada en hechos reales que rescata del olvido una de las más conmovedoras historias de heroísmo cultural.
El nombre de Dita Kraus ha quedado enmarcado para siempre. Su historia personal tiene una valía incalculable, igual que la de muchos otros, y gracias a autores como Antonio G. Iturbe, que sacan a la luz testimonios tan espeluznantes de una época tan terrible, perdurará de manera palpable las experiencias que a esta mujer le tocó vivir durante su infancia.
«...sabe que un libro es una trampilla que conduce a un desván secreto: la abres y te metes dentro. Y tu mundo es otro». [pág. 235]
La palabra Auschwitz sabe a ceniza, a nieve grisácea y candente que cae de cielos plomizos a punto de llorar. Auschwitz fue testigo de inmensas barbaridades, terribles martirios e historias sangrantes, las de cada uno de los miles y miles de prisioneros que llegaron a aquel campo de concentración con ojos asustados recorriendo con la vista los barracones y las supuestas duchas. Allí la inmensa mayoría perdió la vida y los poco que sobrevivieron quedaron enlutados para siempre.
Dita Adlerova en la ficción y Dita Kraus en la realidad fue uno de aquellos supervivientes. Durante su estancia en Auschwitz ejerció la profesión que más admira la que firma. Fue bibliotecaria en el barracón infantil donde los alemanes encerraban a los niños mientras sus padres trabajaban, dejándolos a cargo de otros judíos adultos que intentaban fingir que todo era felicidad y juegos, a pesar de que los pequeños sentían un vacío en su estómago difícil de llenar con buenos propósitos Pero Dita no fue la guardiana de una gran colección de volúmenes sino simplemente de ocho ejemplares que ayudaban a los niños encerrados en aquel infierno a mantener la cabeza en otro lugar para alejarlos lo más posible del horror que los rodeaba.
Dita Adlerova en la ficción y Dita Kraus en la realidad fue uno de aquellos supervivientes. Durante su estancia en Auschwitz ejerció la profesión que más admira la que firma. Fue bibliotecaria en el barracón infantil donde los alemanes encerraban a los niños mientras sus padres trabajaban, dejándolos a cargo de otros judíos adultos que intentaban fingir que todo era felicidad y juegos, a pesar de que los pequeños sentían un vacío en su estómago difícil de llenar con buenos propósitos Pero Dita no fue la guardiana de una gran colección de volúmenes sino simplemente de ocho ejemplares que ayudaban a los niños encerrados en aquel infierno a mantener la cabeza en otro lugar para alejarlos lo más posible del horror que los rodeaba.
Ni los kapos ni los SS podían saber de la existencia de aquella pequeña biblioteca. Hubiera sido la perdición de Dita y de otros muchos pues los libros son peligrosos, hacen pensar y tener opinión propia, algo que los altos mandos del Tercer Reich, capitaneados por un bigotito diminuto, no deseaban. Y en Auschwitz había que sobrevivir pero nadie pensaba en semanas o meses. Sobrevivir aunque fuera tan sólo unas horas era todo un logro.
«...Dita tenía esa empatía que hace que ciertas personas conviertan un puñado de hojas en un mundo entero para ellas solas». [pág. 45]
Dita fue una chica realista y valiente, endurecida por las circunstancias. Su madurez no le llegó como a cualquier chica de su edad cuando su cuerpo le mostró un día que había dejado atrás la infancia para llegar a la pubertad, sino que maduró de golpe, en cuestión de minutos, cuando Praga, su ciudad natal, fue invadida. Amaba los libros que tenía a su cargo y aunque eso implicara un grave peligro los defendió con su propia vida. Prefirió tragarse su propio miedo y erigirse en la enfermera de aquellos ejemplares, destrozados por el paso del tiempo y el manoseo, reparando sus desperfectos, mimándolos, acunándolos,...
Al margen de la pequeña Dita, encontramos otros personajes dulces que entran en nuestro corazón para instalarse en él para siempre. El encantador Alfred Hirsch que comparte nacionalidad con sus verdugos pero no religión y que será el objeto de la parte de suspense y misterio con la que cuenta el libro. Sus enseñanzas son maravillosas y no nos defraudará porque además él es capaz de ver «las dificultades del mundo desde una confortable butaca».
Rudi Rosenberg desarrolla una labor nauseabunda. Es el registrador del campo que controla el número de prisioneros que llegan a Auschwitz y el número de ellos que fallecen. A pesar de pasarse las horas con una tarea tan ruin su corazón aún se siente capaz de amar porque entre tanta miseria, estos hombres y mujeres aún podían llegar a sentir amor. Alice Munk será su amada.
Y el amor también llega al otro bando. El soldado de la SS Víctor Pestek tiene consciencia propia. Lo que ven sus ojos no es lo que su moral acepta y su corazón no entiende de razas arias, ni de religiones, ni de seres inferiores.
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Rudi Rosenberg desarrolla una labor nauseabunda. Es el registrador del campo que controla el número de prisioneros que llegan a Auschwitz y el número de ellos que fallecen. A pesar de pasarse las horas con una tarea tan ruin su corazón aún se siente capaz de amar porque entre tanta miseria, estos hombres y mujeres aún podían llegar a sentir amor. Alice Munk será su amada.
Y el amor también llega al otro bando. El soldado de la SS Víctor Pestek tiene consciencia propia. Lo que ven sus ojos no es lo que su moral acepta y su corazón no entiende de razas arias, ni de religiones, ni de seres inferiores.