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ALEJANDRO PALOMAS: ❝Me encanta empujar a los personajes para que se perdonen cosas❞

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Tiene algo especial. Lo demuestra en cada publicación que comparte por redes sociales, en cada presentación, en cada entrevista, en cada libro. Las novelas de Alejandro Palomas consiguen conquistar al lector por la ternura, la emotividad y la delicadeza de las historias que contienen. De su mano hemos conocido familias, madres, hijos, amigas,... Sus personajes son especialmente humanos, con sus virtudes, sus miedos, sus defectos, sus sueños. Y precisamente de sueños trata la última publicación del autor, que ha titulado Un país con tu nombre (Ediciones Destino).  En esta nueva novela el lector se perderá por una aldea apartada de la civilización, derruida y vencida por el paso del tiempo, donde recalarán Edith, una mujer peculiar de más de setenta años, que arrastra la pérdida del gran amor de su vida. Jon también habitará esas calles abandonadas. Ambos tienen mucho en común, ambos se necesitan, ambos protagonizarán una historia de aceptación y perdón. 

Marisa G.- Alejandro, ¿contento con esta nueva novela?

Alejandro P.- Sí, porque hace tres años desde la última novela de adultos, Un amor. Ya  tocaba.

M.G.- Pues antes de entrar de lleno en la novela, tengo una curiosidad. Sé que obras tuyas se han llevado al teatro pero desconocía que se habían comprado los derechos para una película. ¿En qué situación está ese proyecto?

A.P.- En realidad, se han comprado los derechos para dos películas, para Una madre y para Un hijo. Ambos proyectos están en el mismo punto, con todo preparado para pedir las ayudas al ICAA y la financiación.

M.G.- Siguen adelante.

A.P.- Sí, sí. Lo que ocurre es que la pandemia lo ha cortado todo. Lo que estaba a punto de arrancar quedó cercenado. Ha ocurrido como con las fichas de dominó. Si se te cae una, se te caen todas. Se te cae el director, la actriz, el actor,... Tienes que volver a montar el puzle.

M.G.- Ya. Bueno, pues centrándonos en este país con tu nombre. Es la novela para adultos que sigue a Un amor, con la que ganaste el Nadal. Me he parado a pensar en lo que ha ocurrido en tu vida en estos tres años y medio. Como a todo el mundo, te han ocurrido muchas cosas que te han marcado a ti, pero también a tus lectores.

A.P.- Sí, porque tengo una relación muy estrecha con los lectores. Muchas de las cosas que me pasan las comparto por redes sociales. Comparto lo que creo que más me moldea, lo más común, lo que suele ocurrirnos a todos porque son las experiencias más humanas. La muerte de mi madre ha sido lo más heavy para mí. Luego he vivido una pandemia muy atípica. Vivo en el campo, muy retirado, así que la mascarilla ha sido algo muy ajeno. Incluso en el confinamiento más terrible, salía todos los días al bosque, sin mascarilla, porque no había nadie. Aun así, todo ha sido muy difícil. Este año y medio me ha cambiado la vida por completo. Entré en esta pandemia con madre y ahora estoy huérfano. Realmente no sé cómo voy a seguir. Estamos saliendo de esta pandemia, de este túnel, pero yo he salido cojo.

M.G.- Nos ha pasado a muchos, y luego te preguntaré algo al respecto, pero volviendo al libro, te diré que, para mí, es una novela-universo. Me gusta catalogar así tus libros.

A.P.- Yo las considero así también.

M.G.- Me gustaría saber qué te empuja a escribir esta historia. ¿Qué dirías que va a encontrar el lector en estas páginas?

A.P.- Eso es algo que uno nunca sabe hasta que no termina de escribir. Como con los anteriores, creo este universo sin saber por qué lo creo. A posteriori es cuando uno empieza a entender y a comprender por qué ha escrito esta historia. Aquí no hay un universo familiar, como ocurrió con Amalia, con Guille, con Mencía. Este universo está conformado por planetas pequeñitos que han estado circundándose en el tiempo y, de repente, se encuentran. No hay familia de sangre sino que son pequeños planetas huérfanos que por una cuestión de gravedad van sumándose. Durante un periodo muy corto de tiempo, le van ocurriendo cosas a una serie de personajes que terminan trenzándose y formando una familia. Eso es lo que yo siempre quiero hacer. Quería trabajar la familia desde otro punto. Quería que mis lectores y lectoras se encontraran familias y, sobre todo, en familia. Esa sensación, de estar en familia, es la que no quiero perder nunca cuando escribo. 

M.G.- Y cada uno de esos miembros tiene un sueño por cumplir. Tus novelas siempre transmiten un mensaje. Quizá, en este caso, ese mensaje sea luchar por lo que sueñas porque nunca es tarde.

A.P.- Exacto, nunca es tarde. Las edades de la novela era algo fundamental para mí. Quería trabajar con una mujer de setenta y seis años, y un hombre de cincuenta y nueve. Son edades invisibles. Porque una mujer de ochenta años es vieja pero si tiene sesenta o setenta es mayor, pero no vieja. Son lapsus de edad tan injustamente tratados... A los hombres les ocurre igual. Entre los cincuenta y cinco y los setenta se extiende un mar difuso, en el que se gana mucho como universo creativo porque está muy poco tratado. Las personas a esas edades parecen que tienen poco peso, pero son muy creativas. Te dan muchísimo y te enseñan que no hay edad para nada, no la hay para el sexo, para reinventarte, para soñar, para luchar por lo que quieres, para dejar de luchar por lo que quieres,... siempre que no estés buscando la mirada de los demás. A cierta edad, como eres invisible, ya no se busca la mirada de los otros. Sabes que no te van a mirar, con lo cual eso te da libertad para luchar por lo que realmente sueñas.

M.G.- Esa mujer de setenta y seis años que mencionas se llama Edith. Es muy peculiar. Fuma cigarrillos de hierba, ve vídeos en YouTube para preparar recetas, es lesbiana, aunque es más viuda que lesbiana, y tiene una hija de cuarenta y seis años, Violeta, con la que mantiene un tira y afloja.


[Si prefieres oír la conversación - clic al vídeo]

A.P.- La relación que tiene Edith con Violeta es una relación muy habitual entre madre e hija. Se adoran pero chocan constantemente porque hay cosas que no se han dicho. Siempre van a chocar con la misma pared que las impide avanzar. Todos los días terminan peleadas pero, al día siguiente, se vuelven a llamar porque se quieren mucho y se sienten culpables. Llaman con la voluntad de portarse bien pero a los cinco minutos vuelven a estallar. Y es que necesitan verse, contarse, perdonarse cosas. Me encanta empujar a los personajes para que se perdonen cosas.

M.G.- Jon es el hombre de cincuenta y nueve años, que también se tiene que perdonar.

A.P.- Sí, también. Y tiene no solo que perdonarse sino aceptar muchas cosas de sí mismo.

Jon es un tipo de personaje nuevo para mí, con el que nunca había trabajado, porque hasta ahora había tocado muy poco a los hombres y menos a un hombre heterosexual, solo, motero,... Tiene unas características que nos pueden hacer pensar en un personaje X y luego resulta que es un personaje Y. Esto es algo que también me gusta mucho, construir personajes que nos tocan los prejuicios. Nos dibujamos un arquetipo y, poco a poco, vamos descubriendo que no es lo que pensábamos. Eso es algo que nos ocurre mucho en la vida. Jon tiene muchos porqués en su biografía, en su infancia. Él sabe explicar esos porqués pero para ello necesita a Edith porque ella es la perfecta escuchadora. Ella es el perfecto oído maternal. Edith es muy madre, lo es con sus gatos, con su hija, con Jon. Es esa madre que sabe esperar, que sabe decidir por el vulnerable. 

M.G.- Acabas de decir algo que creo que explica una sensación que he tenido. Es verdad que Jon arrastra cosas de su niñez y yo he sido incapaz de imaginármelo con la edad que tiene en la novela. Lo percibo mucho más joven. No sé si tendrá algo que ver con esa mochila que arrastra.

A.P.- Sí, creo que sí. Con Edith también pasa. Ella tiene una parte muy alocada porque muchas veces no es consciente de que tiene setenta y seis años. Se ve como si tuviera cuarenta o cincuenta. Pero eso pasa cuando vives solo y apartado. Tu edad deja de existir porque no tienes a nadie en el que mirarte. En esos casos, da igual la edad que tengas. Recuperas muchas cosas de quien eras, la voz del niño que eras.

M.G.- Y hablando de niños, hay un personaje que llega al alma. Suzume es una niña pequeña que, cuando habla, remueve el mundo. Ella no tiene filtro, tiene una mirada especial, capaz de ver la vida de forma diferente. Suzume sacude a Jon y sacude al lector.

A.P.- Sí, y Jon necesitaba ese espejo tan puro. Suzume aparece y desaparece, como si fuera un espíritu. Ella tiene la mirada tan limpia, la capacidad de decir las cosas de forma tan sencilla, tan pequeñas pero, a la vez, tan universales que te dejan totalmente sentado. Los niños y los animales tienen una energía muy pura y te tocan mucho más que el discurso elaborado de un adulto.

M.G.- Los animales tienen un papel fundamental en la historia. Hay mucho amor por los animales en la novela. Pero fíjate qué curioso que, siendo tú muy amante y defensor de los animales también, has elegido para Jon una profesión peculiar. Es veterinario de un zoo, con todo lo que eso conlleva.

A.P.- Con todo lo que eso conlleva, sí. Jon es veterinario y para él es la única oportunidad que tiene para trabajar con animales, de trabajar cara a cara con elefantes. Jon entra en el zoo sabiendo lo que hay y lo pasará mal. Tiene que decidir entre estar con una elefanta, porque ese es sueño, o no estar. Toma la decisión de estar aunque sea de esa manera.  Pero me costó muchísimo que Jon trabajara en un zoo. No fue nada fácil. Yo me veo mucho en Jon y para mí el zoo es la república independiente de la tristeza, del horror. Pero necesitaba a Jon para que nos mostrara lo que es el zoo desde dentro. Yo quería que alguien nos hiciera sentir lo que hay dentro de un zoo porque quiero que se acaben, que se terminen. 

M.G.- Jon es cuidador de elefantes, concretamente de una elefanta que se llama Susi. Con ella entabla una relación muy mágica. ¿Qué significa Susi para Jon?

A.P.- Susi es el vehículo del sueño de Jon. Aparece para demostrarle a Jon que, si apuesta, es todavía capaz de soñar en un momento de su vida en el que está bloqueado, y en el que para él es muy difícil pensar en soñar. Susi es su luz, la que enciende la luz del universo Jon. 

Además, Susi es también el único personaje real de la novela. Susi es una elefanta que está languideciendo en el zoo de Barcelona. Yo tengo que sacarla de ese zoo como sea. Es mi compromiso con el mundo. No me moriré sin ver a Susi, y a sus dos compañeras, fuera del zoo. Ella es ese otro espejo en el que Jon se mira y se reconoce. En cuanto ellos cruzan la mirada se crea un compromiso. Yo necesitaba que alguien sacara a Susi del zoo a través de mi mano, y ese es Jon.

M.G.- Alejandro, hay un pellizco de suspense a lo largo de toda la novela. Hay verdades que no se han contado y secretos que no se han dicho. Te demoras muchísimo a la hora de aclarar qué es lo que le ocurre realmente a los personajes. Te confieso que a veces me preguntaba cuándo me ibas a desvelar lo oculto. Pero luego estuve pensando que, en tus novelas, no importa la meta, sino el recorrido.

A.P.- Claro, claro. Para leerme tienes siempre que pensar eso. Tienes que fijarte por dónde vas caminando, qué te rodea. La meta ya llegará porque llega siempre.  Sabiendo eso, lo que yo pretendo es que disfrutes del recorrido, que te pares cuando quieras, que mires, que respires, que pienses y me sientas muy cerca. En mis novelas estoy cerca de ti constantemente, preguntándote, mirándote, empujándote,... Soy muy mamá con mis lectores. Intento siempre que estéis muy cuidados porque es algo muy delicado. Sé que, como lector, a veces tienes que leer cosas complicadas, pararte un momento y releer una frase, porque tiene peso. 

M.G.- Hablamos antes de sueños, que es la palabra más importante de la novela. Leo en tu Facebook: «Mi sueño es pequeño. Ojalá cuando me vaya, todos los animales que han cruzado mi camino hayan sentido a mi lado una pizca del alivio y la paz que yo he sentido al acariciarlos». Ese es uno de tus sueños, otro es sacar a Susi del zoo de Barcelona. ¿Qué otros sueños tiene Alejandro Palomas?

A.P.- En realidad, mi gran sueño hubiera sido morir antes que mi madre, pero no lo he podido hacer realidad, desgraciadamente. Ya no va a poder ser. Es un sueño frustrado. No sé si tengo más sueños. Creo que no. Quizá mi sueño es dejar esta tierra un poco mejor de como la encontré al llegar y reencontrar a mi madre.

M.G.- Y al hilo de lo que comentas, y para todos los que hemos tenido pérdidas recientes, leemos en la novela: «Cuando una persona se muere, ¿ya no está nunca o puede estar igualmente aunque no la veas?» 

A.P.- Exactamente. Eso es lo que me da la vida. Es así porque me está pasando. Que no los veamos no quiere decir que no estén. Están. Mi madre está conmigo, todos los días, porque yo la noto y la siento. Pero lo que me falta es abrazarla. Es lo que llevo peor. No ver no quiere decir que no exista.

M.G.- Abrazarla y escuchar su voz, aunque yo tengo grabaciones de mis padres.

A.P.- Sí, yo también, pero me falta el olor. Sentir su olor cuando la abrazaba, esa cosa como de cachorro. Me falta.

M.G.- Entiendo. En fin, vamos a tener feria del libro en Sevilla. ¿Te veremos?

A.P.- Espero que sí. Voy a intentar que sí. 

M.G.- Gracias, Alejandro.

A.P.- A ti.


Sinopsis: Una emocionante y emotiva historia sobre la importancia de perseguir nuestros sueños

Jon, cuidador de elefantes en el zoo, y Edith, viuda que vive con sus once gatos, son los únicos habitantes de una aldea abandonada. Vecinos solitarios primero y ahora buenos amigos, no imaginan que la noche en que la veleta del viejo campanario gira sobre sí misma, el ojo del tiempo se posa sobre la aldea y la vida de ambos está a punto de girar con ella.

La llegada de la primavera trae consigo una inesperada decisión por parte de la dirección del zoo, a la que se suma un perturbador anuncio: el Ayuntamiento al que pertenece la aldea restaurará la casona en ruinas del lago para convertirla en hotel rural. La doble noticia cambiará de golpe las vidas de Jon y Edith, empujándolos a dar un paso hasta entonces tímidamente contemplado.

La amistad entre Jon y una callada elefanta llamada Susi, la relación entre Edith y su hija Violeta, desencontradas durante décadas, y una hora de la noche —«la hora trémula»— en la que pasa todo y todo queda conforman Un país con tu nombre: una historia sobre el amor en mayúsculas, la honestidad con los propios sueños y sobre la libertad llevada a su expresión más pura.


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