Dar voz. Es lo mínimo que se merecen todas las personas que son víctima de la violencia. Sea del tipo que sea. Darles voz, escucharlas, permitir que se desahoguen y nos cuenten sus experiencias, poniéndonos en su piel. Es una forma de apoyarlas, de arroparlas, de hacerlas sentir que no están solas. Si encima podemos ayudarlas de alguna forma, para que salgan en esa espiral de destrucción, probablemente habremos salvado una vida. Por eso creo que es tan importante hablar de ciertos temas, darles visibilidad, poner sobre la mesa situaciones delicadas que pueden estar ocurriendo pared con pared, que pueden estar sufriendo familiares y amigos cercanos, sin que nosotros advirtamos ningún peligro. Violencia en general. Y de esta generalidad a una particularidad, a la violencia de género, a la que reciben las mujeres por parte de hombres (en un porcentaje altísimo) y también, por qué no decirlo, la que reciben los hombres por parte de las mujeres, en un porcentaje infinitamente menor.
Y sobre violencia de género ha aprendido mucho Miguel Ángel Carmona del Barco, un extremeño, oriundo de Monesterio que, por su lugar de trabajo ha visto desfilar a muchas mujeres, sometidas, humilladas, vejadas durante quién sabe cuánto tiempo, para llamar a las puertas de las instituciones en busca de ayuda. Alegría es la tercera novela del autor, una historia de violencia, protagonizada por Alegría y Mario, dos jóvenes procedentes de familias difíciles, que unen sus vidas para adoptar patrones ya aprendidos.
Hoy hablo con Miguel Ángel Carmona.
Miguel A. C.- Encantado de hablar contigo, Marisa. Sí, bueno, con la novela anterior, Kuebiko, recibí el XXXV Premio de Narrativa Vicente Blasco Ibáñez - Ciudad de Valencia y se publicó con Pretexto en 2018. Y antes de ese, quedé finalista en el premio Setenil con Manual de autoayuda. Y aquí estoy ahora con Alegría, con la editorial Alrevés, y con este premio, que es el premio de mi ciudad.
M.G.- ¿Y cómo se te ocurre presentarte a este premio? Imagino que por ser de tu ciudad y tenerlo tan cercano, era un objetivo de futuro.
M.A.C.- Ha sido la primera vez que me presentaba. Y básicamente fue porque coincidieron los plazos. Tenía terminada y corregida la novela, y coincidió en el tiempo con una nueva convocatoria de este premio. Decidí presentarme.
M.G.- Alegría es una novela que trata sobre violencia de género. Está claro que es una problemática a la que hay que dar mucha visibilidad y, sobre todo, tratar de erradicarla definitivamente. Miguel Ángel, esta novela, ¿es como un grano de arena que tú has querido aportar en esta lucha?
M.A.C.- Es mi manera de tratar de entender este asunto. Para mí, la escritura es el medio a través del cual intento comprender el mundo y el tiempo en el que me ha tocado vivir. Ya me pasó con Kuebiko, que trataba el tema de los desplazados forzosos por la guerra, y me ha pasado ahora con Alegría.
Para mí, los procesos de documentación son muy importantes. En este caso, me he estado documentando durante dos años. Primero con una fase bibliográfica en la que leí todo lo que estaba a mi alcance sobre ciertos temas. Luego emprendí otra fase en la que entrevisté a profesionales que componen la red de asistencia a víctimas -matronas, psicólogos infantiles, orientadoras escolares, trabajadores sociales, abogados del turno de violencia, fiscales, jueces de violencia de género, policías de protección,...-. Por último, entré en una fase de inmersión con testimonios de once mujeres víctimas de violencia de género, seis de ellas con órdenes de protección en vigor, que compartieron conmigo de forma muy generosa sus experiencias de vida. Eso me sirvió para crear una especie de sustrato de emociones y de vivencias, desde el que construir el personaje de Alegría y su historia. Personaje e historia que son completamente ficticios.
M.G.- Ficción sustentada en esos testimonios pero que, perfectamente, podría ser reflejo de la realidad.
M.A.C.- Claro. Una de las funciones principales de la literatura es ayudar a entender la realidad. Y esta ficción lo intenta, por eso es tan importante que hunda sus raíces en la realidad, no para ser real, sino para ser verosímil, para ser veraz. Las cosas ocurren o pueden ocurrir tal y como se cuenta en la novela. Cada relación de maltrato se origina y se desarrolla de una manera única pero es cierto que hay determinados hitos comunes. Alegría sirve para que muchas mujeres se sientan identificadas, algo que ya estoy comprobando con los mensajes de las lectoras, y también algunos hombres. Algo que siempre digo es que tenemos que ser valientes, que el hombre que abra el libro y se sienta identificado con Mario, la pareja de Alegría, no eche a correr, que aguante hasta el final. La literatura sirve para que nos hagamos preguntas sobre nosotros mismos, aparte de entretener y disfrutar, aunque esta está también pensaba para mantener la tensión desde el principio hasta el final.
M.G.- Alegría es la protagonista, una joven con dieciséis años, a la que el lector acompaña a lo largo de unas décadas hasta convertirse en mujer. Sufre violencia de género pero, ¿en qué condiciones y contexto se va a ver inmersa?
M.A.C.- Como dices, Alegría tiene dieciséis años cuando conoce a Mario, un chico unos años mayor que ella. Ambos proceden de familias desestructuradas por la violencia de género. Al principio, eso los une pero luego empiezan a torcerse las cosas. Alegría tiene las cosas muy claras. No quiere ser como su madre, está muy orgullosa de su trabajo como camarera en un bar, de cómo va sacando los estudios adelante, a pesar de las muchas dificultades, y valora muchísimo su amistad con su amiga Selene. Pero Mario tiene otros planes para ella. De todos modos, en su interior se librará una lucha porque él tampoco quiere seguir los pasos de su padre. Sin embargo, el peso de la educación, su falta de autoestima e incluso su cobardía para enfrentarse a los patrones adquiridos, consiguen que elija la posesión y la violencia como forma de construir su relación con Alegría.
La violencia atraviesa toda la novela porque crecer en un entorno violento dificulta que uno pueda discriminar en qué entornos sufre violencia y en qué entornos no. La violencia se convierte en el aire que uno respira. Una de las preguntas que plantea la novela es hasta qué punto la violencia que sufren los niños y niñas, les complica la vida a la hora de construir vínculos afectivos sanos y relaciones sanas cuando llegan a la adultez.
M.G.- Es muy llamativo que hayas elegido un nombre como Alegría para un personaje como este, cuando no vive una situación precisamente alegre.
M.A.C.- No es muy excepcional que mujeres maltratadas, como es el caso de la madre de Alegría, llamen a sus hijas con nombres que traigan algo de luz, como por ejemplo Esperanza, Luz, Libertad, Alegría,... Como si depositaran sus esperanzas en esa hija que nace, con la que todo será distinto y mejor.
M.G.- Has comentado que has conversado con esas once mujeres. Creo que esos encuentros se propiciaron a través de tu entorno laboral.
M.A.C.- Los encuentros tuvieron lugar fuera del trabajo. Lo que ocurre es que yo trabajo en la Administración, no con víctimas directamente, pero sí comparto espacio con recursos que están al servicio de las víctimas. He podido verlas trasegar los diferentes despachos de las Administraciones durante mucho tiempo. Las he visto llegar aterradas y desesperadas. Las he visto batallar, tratando de conseguir cualquier oportunidad para seguir adelante. Eso me ha servido de ayuda para poder contactar con mujeres que estuvieran dispuestas a compartir conmigo su testimonio.
M.G.- ¿Y te has encontrado algún tipo de reticencia? No sé si alguna mujer no ha querido contarte su historia.
M.A.C.- No. Hay un momento en el que las mujeres empiezan a contar su historia y son conscientes de que contarlo les sirve para repararse y sanar. De todos modos, ese momento no se puede forzar. Debe llegar de una manera natural.
M.G.- Miguel Ángel me asusta escuchar a alguna adolescente hacer algún tipo de comentario. Me refiero a esas chicas de catorce o quince años que se echan un novio, lo idealizan y llevan a misa todo lo que el novio dice. ¿Cómo es posible que hoy día haya chicas jóvenes que sigan aceptando comportamientos machistas?
M.A.C.- Tenemos que ser conscientes de que la sociedad no es un ente homogéneo, que evoluciona aceptando los mismos cánones. Todavía persisten mentes que creen que la mujer es propiedad del hombre. Sorprendentemente, esa idea no solo persiste en la mente de los hombres, sino que también persiste en la de ciertas mujeres. El sistema patriarcal en el que hemos crecido no solo afecta a las mentes masculinas. Y lo mismo ocurre con el racismo, la homofobia o la xenofobia. Es decir, todas esas taras del pensamiento humano, que llevan a no reconocer al otro como un igual, provienen de la incapacidad para amar al otro de forma sana. En esto tiene mucho que ver la educación. Siempre digo que si desterráramos la violencia de la educación de los niños y niñas, es decir, el cachete, el bofetón, el insulto, la vejación, se solucionarían muchos problemas del mundo. Lo que al final estamos enseñando a los niños, a los que tratamos de esa manera, es que cuando sean adultos van a poder faltarle el respeto a los demás. Cada uno se lo llevará a su terreno. La violencia de género es un tipo específico de violencia que, además, lleva a los niños y niñas a enfrentarse de una manera más obstaculizada en la construcción de esos vínculos afectivos y, en algunos casos, a repetir los patrones de agresor y víctima.
M.G.- Lo que también es llamativo es encontrarse casos de violencia de género en el que las víctimas son mujeres educadas en familias sanas, universitarias, con un trabajo estable. Porque, cuando pensamos en violencia de género, siempre imaginamos familias rotas, con carencias de estudios o medios económicos. No es así.
M.A.C.- El nivel cultural y el nivel económico no son factores determinantes. Alegría procede de una familia humilde pero sin problemas económicos. Ella tiene sus estudios, su trabajo. Hay entornos mucho peores, mucho más deprimidos, y desfavorables. Pero es verdad que hay mujeres de todos los estratos sociales que han pasado por situaciones de maltrato. De hecho, mientras me documentaba, me encontré con un curioso, aunque frecuente, binomio, formado por mujeres con estudios superiores y hombres sin estudios o con estudios básicos, en los que el hombre interpretaba esa superioridad intelectual o cultural de la mujer como una amenaza que tiene que aplastar de alguna manera.
Una relación de maltrato es siempre un proyecto a largo plazo. Estas relaciones son piezas de ingeniería que el maltratador va construyendo con un cuidado tremendo. Es digno de ser estudiado. Cada uno irá eligiendo, consciente o inconscientemente, a la mujer de la que piense que puede llegar a someter.
M.G.- Mario es la pareja de Alegría. Es un chico que se ha criado en un entorno que lo ha condicionado mucho. Por suerte, no toda persona que se educa en un ambiente de violencia termina convirtiéndose en un maltratador.
M.A.C.- Estoy de acuerdo. La suerte influye pero también el acceso que tengan esas personas a otros inputs dentro de su proceso educativo. Al igual que Mario lo intenta pero no es capaz de sustraerse al patrón, otros muchos hombres han crecido en entornos violentos y han sido capaces de construirse después como personas sanas y, a pesar de las dificultades, tener relaciones normales, poniendo fin a un patrón de violencia que en su familia se puede remontar a generaciones atrás.
En esta novela, Mario verá cómo su padre le pega a su madre y él, el más pequeño de todos los hermanos, intenta defenderla. Mario no soporta la situación, pero su padre le pega también al hijo, le rompe el fémur, y encima culpabiliza a la madre de lo que le ha ocurrido al niño. Mario recordará eso siempre y reconocerá que pensaba que todo lo malo que ocurría en su familia era por culpa de la madre. La capacidad de los niños para entender dónde está la culpa y las consecuencias naturales de los actos se rompe por completo y luego resulta muy difícil reconstruirse de una forma sana.
M.G.- La novela la construyes en forma de diario y abarca desde julio de 1995 a noviembre de 2003. ¿Por qué estas fechas concretas?
M.A.C.- Esa es una decisión que no tomé yo, sino los propios personajes. En realidad, yo no iba a contar la historia de Alegría, sino la de su hija Soledad. Pero durante la fase de entrevistas me di cuenta de que era imposible contar la historia de una mujer, sin conocer la historia de su madre. Entonces decidí que, para contar la historia de Soledad tenía que introducir un poco a la madre y hablar sobre la casa en la que se crió Soledad. Pensé en darle un par de capítulos a la madre y, al final, la madre es la que se ganó el derecho a contar su historia, a través de su voz y no a través de la voz de su hija. Así que, una historia que yo pensaba ubicar más o menos en el presente se remontó al año 95, cuando Alegría tenía dieciséis años. Los mismos años que yo tenía entonces porque a Alegría le he prestado mis referentes, mi calle, mi barrio, mi instituto para no tener que perderme al inventarme otros escenarios.
M.G.- Utilizar tu ciudad como escenario de la novela juega a favor porque conoces bien los lugares por los que se mueven los personajes.
M.A.C.- Sin embargo, es un recurso que no solemos utilizar. Por lo menos, los autores de periferia, como se nos denomina. En mi caso, hace mucho tiempo que decidí ubicar mis historias en mis calles pero reconozco que, cuando empecé a escribir, prefería Wisconsin a Badajoz como escenario (ríe). Pero cuando utilizas tus calles, tu entorno, tu habla, con propiedad, todo eso se convierte en algo universal. Ningún lector, de ninguna parte del mapa, me ha escrito para decirme que no ha entendido la historia porque transcurre en Badajoz.
M.G.- Miguel Ángel, para ir cerrando. ¿Qué falla en la justicia para que muchas mujeres, después de haber denunciado y haber conseguido una orden de alejamiento, acaben asesinadas?
M.A.C.- Esa pregunta me queda grande pero, intentando responderla desde la novela, la historia de Alegría se inicia en 1995, faltando todavía nueve años para la aprobación de la Ley orgánica 1/2004 de violencia de género. Con esa ley se empieza a activar un mecanismo muy lento, con recursos para apoyo a las víctimas, que todavía, a día de hoy tiene muchas carencias, y no porque falten profesionales, sino porque falta dinero. Hacen falta más casas para estas mujeres, más policías, que las pulseras que detectan algún quebrantamiento funcionen, y más cosas. Las instituciones deben garantizar el acceso a todos esos derechos que son necesarios en estos casos.
M.G.- ¿Hay esperanza para Alegría?
M.A.C.- Sí. Subscribí un compromiso conmigo mismo y con mis lectores desde hace unos libros. Mis historias no acaban mal. No tienen finales felices tipo Hollywood, porque no creo en esos finales, pero el autor tiene también la responsabilidad de mejorar la realidad. Cuando un autor tiene el destino de sus personajes en sus manos debe de dar algún tipo de esperanza, sobre todo si se lo ha hecho pasar mal a los lectores a lo largo de la novela. Así que para Alegría hay esperanza como la hay para las mujeres que pasan por este calvario. Para eso tenemos que estar todos, apoyando, la sociedad y las instituciones, para abrir un camino de esperanza.
M.G.- Ojalá consigamos erradicar esta lacra. Miguel Ángel, te agradezco que me hayas atendido.
M.A.C.- Un placer hablar contigo.