Federico García Lorca. Granada, Madrid, Nueva York, Buenos Aires,... Estas son algunas de las ciudades que el poeta granadino visitó durante su vida. Estas y otras más. Entre ellas, Cuba. A la isla que Cristóbal Colón bautizó como Juana, llegó Lorca tras una estancia en Nueva York. Su intención era dar tres conferencias allí pero quedó maravillado con la alegría, el colorido y el bullicio cubano. Las tres conferencias se convirtieron en nueve. Un puñado de días se convirtió en algo más de tres meses. Mientras, su madre se preguntaba por qué no regresaba su hijo a España, a su Granada, a su lado. Pero es que Federico García Lorca encontró en Cuba lo que no tenía en España. Allí conoció a personas cultas, interesadas en su poesía, que lo admiraban. Allí declamó versos pero también bebió ron, bailó, cantó y se liberó de sus ataduras. Cuba era como su bella Granada, pero más libre. ¿Cómo fue la estancia del poeta en aquel lugar? De aquellos noventa y ochos días que Lorca pasó en la isla escribe Víctor Amela en Si yo me pierdo. Tras un viaje en plena pandemia, donde pudo visitar los lugares que el poeta vio, y donde pudo hablar con todo aquel que pudiera darle información veraz sobre la estancia de Federico en Cuba, Amela compone una novela claramente estructurada en dos partes. Por un lado, retrata cómo fueron los días del poeta en aquel paraíso terrenal. Por otro, el periodista y escritor describe sus vivencias en Cuba, siguiendo la pista de Lorca. De todo ello hablamos hace unas semanas.
Víctor A.- Cuando escribí aquel era como un tributo a mi abuelo, por esa pena que él tuvo toda la vida, por no haber podido salvar a Lorca. Quise contarme a mí mismo la historia porque, al final, tirando de los hilos entendí lo que había pasado. Me conté su historia a mí mismo, en una especie de reconciliación con la historia de mi familia y con la de España. Yo creí que, con aquel libro, ya había terminado mi vínculo con Lorca, a través de ese nexo familiar, pero con la promoción, hablando y hablando de Lorca, me entero de que él fue una especie de leyenda en Cuba. Yo no sabía que había estado en Cuba. Sabía que había estado en Nueva York, en Argentina, pero no se ha hablado mucho de la estancia de Lorca en Cuba. Busqué en los libros de Gibson, donde se trata muy de pasada. Incluso cuenta en Lorca y el mundo gay, un libro increíblemente maravilloso, cómo él fue a Cuba para saber más de esa estancia de Lorca pero no encontró a nadie que le contara lo que él andaba buscando. Habló con Dulce María Loynaz, que también sale en esta novela, pero ella no le contó nada. Creo que no le dijo nada porque entre Dulce María y Lorca había como un pique. Ella era una mujer muy academicista, muy recta y estirada, y Federico era un loquito maravilloso que allí se desmadró más. Si tú juntas todos los testimonios, todas las cositas escritas que se dijeron sobre Lorca, te sale una postal maravillosa en la que lo ves disfrutando, bailando, tomando ron, yéndose de juerga en ese coche descapotable de Flor Loynaz. Me dije que era una pena que nadie hubiera contado todo esto. Ahí tenía el aliciente pero me faltaba una cosa, viajar a Cuba. Y me costó porque fue en 2020. En verano, la isla estaba cerrada por el covid. La abrieron en diciembre y fue cuando decidí ir allí, aunque la gente de mi entorno me pedía que no fuera porque me iba a enfermar. Además, cuando me fui todavía no había vacunas. Fue llegar, me hicieron una PCR y me confinaron en el hotel durante tres días hasta tener los resultados.
M.G.- Eso es lo que cuentas en los primeros capítulos, esa espera de los resultados dentro de la habitación del hotel, en esa planta 23 del hotel Habana Libre, que tiene una vista increíble de la isla. Son muy divertidos esos pasajes.
V.A.- Sí. Cuando me puse a escribir me planteé por qué no contar cómo yo persigo a Lorca y lo que me pasa a mí, mientras estoy persiguiendo a un fantasma. Fui a una Cuba fantasmagórica, comparada con la de los años 30, pero también comparada con la de un año antes. Estaba todo cerrado. Me dio mucha pena pero, en el fondo, me fue bien porque me focalicé. Me dediqué a visitar los lugares y a hablar con las personas. Fue un contraste interesante para darle aún más vida a los capítulos de los años 30, donde todo era diversión, alegría y juerga continua.
M.G.- Dices en el libro que aquellos noventa y ocho días que él pasó en Cuba fueron los más felices de su vida. Lorca llegó a ser él mismo cuando en España no podía.
V.A.- Me impresiona mucho que, cuando él zarpa, después de esos noventa y ocho días, se da la vuelta en la cubierta del barco, mira a los amigos que se han ido a despedir de él, -Flor Loynaz, Juan Marinello, Antonio Quevedo-, y les dice que allí había vivido los mejores y los más felices días de su vida. Por entonces, tenía treinta y dos años recién cumplidos y creo que, los cinco años siguientes que vivió en España, bueno también sería feliz, pero ese paréntesis en Cuba fue seguramente el más feliz de la vida de Lorca. Fue una felicidad que pasó por los sentidos corporales, como él decía, y también por el alma. Federico llega a Cuba y ve a los negros, a los que llamaba «negritos sin drama», que cantan, que bailan, que aceptan que son negros, y viven como negros felices, algo que contrasta con los negros de Nueva York, que querían vivir como los blancos. Aquello a él le apenó mucho el alma. Pero en Cuba vio que la gente era congruente con lo que eran. Eso a él lo movilizó por dentro y le hizo pensar: ¿y yo qué? Soy homosexual y no me acepto. Más allá de que la sociedad me acepte o no, estoy en una lucha interna. Creo que él se aceptó en ese momento y dijo, no literalmente, que el hombre que no se aceptaba a sí mismo sería desgraciado. En Cuba recibió una gran lección. Dejó de importarle lo que pensaban los demás, porque contra eso no podía hacer nada. Se perdonó su homosexualidad, la asumió y dejó de castigarse. Y allí, en Cuba, escribe El público, una obra de teatro. En una carta, Lorca le dijo a Rafael Martínez Nadal, íntimo amigo suyo, que aquella obra era de contenido altamente homosexual. Verbaliza su homosexualidad. Lorca vivió su propia catarsis en Cuba. Él le dijo a su madre que Cuba era como Andalucía, como Málaga, como Granada, pero más relajada.
M.G.- Incorporas una cita de la madre, al inicio del libro, en la que viene a decir que a Lorca parecía que le gustaba más Cuba que su propia Granada.
V.A.- Sí. La madre estaba preocupada. Se preguntaba por qué no volvía. Si ya llevaba allí mucho tiempo y encima ni escribía. Desde Nueva York mandó muchas cartas pero desde Cuba, solo dos. Una, al día siguiente de llegar. Otra, un mes después, el 5 de abril, donde dice que Cuba es un paraíso y si se perdía que lo buscaran en Andalucía o Cuba. Y se perdió.
M.G.- (Risas). ¿Y quiénes fueron los artífices de que Federico llegara a Cuba? Cuando llega a Nueva York, ¿tenía la idea de viajar a la isla?
V.A.- Eso no lo sé con seguridad. Pero sí sé dos cosas. Una, José María Chacón, un cubano que vivía en España entre los años 18 y 20, conoció a Lorca en Sevilla, durante una Semana Santa. Federico tenía por entonces veinte años, pero estaba ayudando a Falla a montar el primer concurso de cante jondo en Granada. Habían venido a Sevilla porque aquí había un cantaor que Falla quería llevar al concurso. En ese contubernio de la Semana Santa, Lorca y Chacón se conocen, y se prendan uno del otro. Sobre todo Chacón de Federico. Él lo contaría después. Decía que estar con Lorca era como estar con la poesía viva. Y todavía no había publicado nada. Era solo un chaval pero iba por todos lados declamando, recitando, improvisando versos. Chacón quedó maravillado. Y esa amistad se mantuvo en el tiempo. Cuando él se entera que Federico está en Nueva York, en el año 30, lo organizó todo con Fernando Ortiz, el presidente de la Asociación Hispano-Cubana de Cultura, para que Federico fuera a Cuba a dar tres conferencias. Lorca acepta. Le pagaron el pasaje, le adelantaron un dinero y se va a La Habana. Es la primera vez que a Lorca le pagan por sus cosas. Así que los responsables fueron Chacón, Ortiz, y Lydia Cabrera, una cubana que Federico ya había conocido en Madrid, en el año 27. A ella, Lorca le dio el manuscrito original del Romancero Gitano. Le pidió que lo leyera para dedicarle el poema que a ella más le gustara. Lidia Cabrera se prendó de La casada infiel. Y ese poema está dedicado a Cabrera y a su negrita, una amiguita de Lydia. Así que, Federico llegó a Cuba y se cubanizó.
M.G.- Lorca se cubanizó y Cuba también se impregna de la esencia de Lorca porque fue a dar solo tres conferencias y dio bastantes más. Se metió a Cuba en el bolsillo.
V.A.- Dio nueve. Y sí, Cuba se rindió. Allí había llegado el Romancero Gitano, que se convirtió en un best-sellers en España. A los cubanos cultos les impactaba mucho recibir al poeta de moda, al autor del Romancero, de La casada infiel, que era un poema casi pornográfico, muy erótico y bonito. Pero Federico, en el escenario, era un showman. Por los testimonios que he recogido, creo que hipnotizaba a los que lo veían. Movía las manos, modulaba la voz, según lo que decía. Sí, se metió a Cuba en el bolsillo y él se sintió tan halagado, tan agasajado, tan cuidado que le dijo a su madre que un poeta en Cuba era mucho más que un príncipe en Europa. Hoy en día, todos los cubanos cultos saben lo feliz que fue Federico en Cuba y se sienten muy orgullosos. Durante muchos años, el gran teatro de La Habana se llamó Federico García Lorca. Ahora se llama Alicia Alonso, pero han dejado el nombre de Lorca para la sala principal.
M.G.- La novela se estructura en dos partes. De hecho, se puede leer como dos novelas en una. Por un lado, tú cuentas tu experiencia, en ese viaje que haces a Cuba, detrás de la voz de Federico García Lorca. Por otro lado, recreas esos noventa y ocho días que el poeta pasó en la isla. ¿Con qué inconvenientes te has encontrado a la hora de seguir los pasos de Lorca en Cuba?
V.A.- Yo soy muy positivo, así que primero te digo las ventajas. Los tres historiadores que más han escrito sobre Lorca en Cuba, -Ciro Bianchi, Urbano Martínez Carmenate y Luis Machado Ordetx-, me recibieron con los brazos abiertos. Me explicaron y me enseñaron todo lo que sabían. Les pregunté de todo y toda esa información me ha servido de mucho. Pero claro, cuando fui a los lugares donde él había estado me daban pena. Por ejemplo, el hotel La Unión en el año 30 era un hotel avanzadísimo. Tenía dos ascensores, teléfono en todas las habitaciones. Ahora es un edificio que está en pura ruina, que se está derrumbando y está apuntalado con maderos. Intenté entrar para respirar un poco el lugar en el que Federico había escrito y vivido, pero al tercer escalón me di la vuelta. No me atreví. Con esto te quiero decir que yo he visto un fantasma de la Cuba que vio Federico. No solo han pasado noventa años sino que la Cuba del 2020 estaba vacía, todo el mundo con mascarilla, buscándose las habichuelas, y sin ningún lugar abierto, ni la Floridita, ni la Bodeguita, ni los teatros, ni nada. Eso es lo que cuento.
M.G.- ¿Y la voz de Lorca? Intentaste hablar con un familiar de alguien que hizo un programa de radio y puede ser que grabara a Lorca pero...
V.A.- Cuando entrevisté a Pepín Bello, con 101 años, para La Vanguardia, me dijo que no había grabación de la voz de Lorca, aunque se rumoreaba que había una grabación en Argentina. Si era así, decía que se la trajeran porque él era la única persona viva que podría reconocer su voz. Me dijo que le dábamos mucha pena todos los que no habíamos escuchado nunca la voz de Federico porque él era capaz de declamar cualquier obra de teatro de Lope de Vega, cambiando la voz según el personaje. Hacía voces. Y cuando supe que en Caibarién, el español Manolín Álvarez, fundador de la radio en Cuba, radió una de las conferencias de Federico y que además le había hecho una entrevista, me pregunté si lo habría grabado. Y me fui a Cuba con la ilusión de ver los lugares pero también con el deseo de encontrar la voz de Federico. Fue un acicate importante para mí. Si llego a encontrar una grabación con la voz de Lorca, me hago el hombre más famoso del mundo durante unos días. Pero además hubiera sido una gran promoción de la novela. Y bueno, buscar esa voz me sirve para que el lector me siga en la aventura.
Pude hablar con la hija de Manolín Álvarez, que tenía 92 años. Ella me contó cosas maravillosas de su padre. En su casa había un cuarto lleno de cachivaches de Manolín y a su bisnieta le pedí que buscara entre esas cosas, a ver si aparecía una grabación con la voz de Lorca. Por ahora sigue buscando.
M.G.- (Risas) Ojalá aparezca.
V.A.- A mí me sirve de metáfora. Voy a Cuba a buscar la voz de Lorca pero, de algún modo, lo que encuentro es su voz más íntima y auténtica. En un capítulo del libro cuento que desaparece, que se va solo a Santiago de Cuba. Él era muy sociable pero de vez en cuando necesitaba soledad, para estar consigo mismo. Creo que, en ese viaje en tren, hace dos cosas. Una, escribe Son de negros, poema en el que homenajea a Cuba. Y dos, creo que debió de preguntarse a sí mismo qué hacer, si quedarse en Cuba y ser feliz para siempre, o volver a España. ¿Y qué hace? Pues, vuelve de Santiago de Cuba y lo primero que dice a Marinello y a Flor es que hace falta en España. Reflexionó y decidió que tenía una misión. De hecho, cuando vuelve a España, enseguida se proclama la República, pide subvención para montar la Barraca, se pone el mono de trabajo, y se va a los pueblos a entregar cultura a la gente que no tiene recursos.
M.G.- Precisamente con ese mono de trabajo lo veremos en una foto que se incorpora en el libro, donde aparece con su sobrina Tica, cuando era una niña. Con la que tú pudiste hablar, pero claro ella ya tenía 90 años. En ambas fotos tienen la mismísima expresión.
V.A.- La misma cara, exacto. Y entre una foto y otra han pasado 85 años. Ella me contó que, antes de nacer, cuando estaba en la barriga de Concha, la hermana de Federico, Lorca estaba en Cuba y, por una carta, supo que iba a ser tío. Tica nacería en diciembre pero Federico, en junio, porque él era un poco visionario, ya había decidido que lo que esperaba su hermana iba a ser una niña, que él sería el padrino y que la niña se llamaría Tica. Ella me dijo que su tío era un poco mandón, pero lo decía con mucho cariño y ternura.
Federico le compró una muñeca negra que guardó hasta el nacimiento de Tica. Me contó que ella se recordaba a sí misma, con diez años, en la cubierta del barco, rumbo a Nueva York porque se iban exiliados. La muñeca debió de perderse en alguna mudanza.
M.G.- Tica te cuenta las canciones infantiles que le cantaba Federico. El libro se compone también de poemas, de habaneras, de canciones infantiles. Casi podrías haber creado una lista de Spotify.
V.A.- Estoy haciéndola. Voy a meter en una lista de Spotify todas las canciones que menciono en la novela, -Suavecito, Lágrimas negras,...-, que empezaban a sonar en esa época, y que hoy en día siguen sonando porque se han convertido en clásicos. De este modo, la gente puede ir escuchando las canciones mientras lee la novela.
M.G.- ¿Y qué hay de verdad en esa parte en la que tú cuentas tus vivencias en Cuba, con ese taxista clandestino, tan divertidísimo, que lo que quería era que tú templaras con cubana?
V.A.- Esa parte me gustó mucho. Siempre estuve solo pero cuando decidí ir a Matanzas, Sagua la Grande y Cienfuegos necesitaba que alguien me llevara. Un amigo de un amigo me habló de este chico habanero que explotaba clandestinamente un coche. En la novela lo llamo Ariel Yoendri, pero realmente se llamaba de otro modo. Al poco de conocernos, empezamos a intimar y a hablarme de su novia, su mujer, su exmujer, de una española que se lo quería llevar a España, de la hermana de la prima de la novia. No hacía más que preguntarme si había templado con cubana y quería presentarme a alguna. Pero yo le decía que había ido a Cuba por Lorca y él no sabía quién fue Lorca. Fue un ten con ten. Aprendí mucho de los hombres cubanos, de cómo eran sus relaciones con las mujeres, y él aprendió mucho de Lorca porque yo le iba explicando todo. Ahora hay un taxista habanero culto sobre Lorca. Yo recojo todo lo que él me fue contando pero añadiendo un poquito de literatura. Todo eso me sirve para decirle que cuide a las mujeres, que las mime porque su método de pingues y disgustos no sé muy bien hasta cuándo le iba a funcionar. Hay que tratar bien a las personas.
M.G.-. Hay que añadir que la novela contiene un anexo con fotografías. ¿De dónde las sacas?
V.A.- Busqué por Internet. En una carambola extraña di con la foto de la habitación del hotel La Unión, en la que se alojó Lorca. Así, con todo. Al finalizar el libro pensé que la gente se podía pensar que me lo estaba inventando todo, por lo que decidí poner fotos, para que vieran que no me inventaba nada.
M.G.- Víctor, no he leído mucho de la obra de Lorca, tampoco he leído mucho sobre su vida. Algo sí y, con lo que he leído y lo que me ha llegado, Lorca siempre me pareció un hombre serio, taciturno, introspectivo. Sin embargo, en tu novela descubro a un Lorca alegre, divertido, coqueto. Es una imagen que me ha sorprendido.
V.A.- Pues eso, precisamente, es lo que quería, que te sorprendiera, que la gente descubriera que hay un Lorca luminoso, gozoso, alegre, cachondo, rumbero. Los amigos cubanos decían que era muy rumbero, y que se apuntaba a la primera fiesta que viera. No me preguntes dónde lo leí pero inventó un cóctel, mezclando ron y champán, y le puso de nombre Bomba española. Igual lo bebieron un día y no repitieron más. Con esto quiero reivindicar esa faceta gozosa y disfrutona de Federico, un vitalista absoluto, aunque también tenía dramones. Creo que él disfrutaba muchísimo y cuando estaba en el punto alto de la fiesta, le venía la certeza de que iba a morir, como todos. Él lo pensaba todo el tiempo. Le venía como una micro-depresión, aunque luego volvía a remontar. Pero no nos olvidemos de esa faceta de vividor que, para mí, es un ejemplo. Le gustaban los helados, le gustaban los cócteles, le gustaba la música, le gustaba el teatro, y lo disfrutaba todo muchísimo.
M.G.- Me ha encantado encontrarme a ese Federico.
Para terminar, tú escuchaste a tu abuelo hablar de Lorca, él lo conoció, coincidió con él, te quedaste con muchas ganas de preguntarle cosas a tu abuelo. ¿Cuándo empezó Víctor Amela a leer a Lorca, después de escuchar de niño que su abuelo lo conoció?
V.A.- Tenía diez años cuando escuché a mi abuelo decir que pudo salvar a Lorca, pero creo que en ese momento ni siquiera sabía de quién hablaba mi abuelo. O sí, quizá en algún libro de texto había leído su nombre. Luego, con dieciséis o diecisiete años, te explican bien la generación del 27 y lees algún verso. Pero, en realidad, el penetrar en la poesía de Lorca ha sido de mayor. Cualquier cosa que leas de Lorca tiene encanto y tiene algunas cosas muy poco leídas porque las escribió de más joven, pero están llenas de belleza. Él era un amante de la belleza. Para mí, Lorca es bondad y belleza. No hizo nunca nada malo ni mal a nadie. Todo fue amistad y con todo el mundo se llevaba bien. A todo el mundo daba algo. Siempre divertía a la gente que estaba alrededor. Cualquier cosa que leas de Federico te enseña algo.
M.G.- Víctor, lo dejamos aquí. Un placer hablar contigo sobre Lorca.
V.A.- Gracias a ti.
Sinopsis: La novela sobre los 98 días más felices y desconocidos de la vida de Federico García Lorca en la Cuba dorada de 1930.
Federico García Lorca desembarcó en Cuba procedente de Nueva York en marzo de 1930, invitado por una semana. Pero discurrieron más de tres meses hasta que el poeta andaluz decidió volver a España, embriagado de música y belleza caribeñas, soneros y santeros, terrazas y palmeras, ron blanco, sensualidad negra y noches de Malecón.
¿Qué hizo el poeta en «los días más felices de mi vida», como definió sus días cubanos? ¿Cómo Cuba tiñó la obra, la persona y el destino de Federico? «Si yo me pierdo —advirtió por carta a sus padres— que me busquen en Cuba.» Y se perdió. ¿Para encontrarse? Esta novela lo cuenta.