Llano, sencillo, cercano, divertido. Manuel Vilas reconoce que le cuesta mucho hablar en serio, por eso hay tanto humor en su literatura. Incluso en un género como es la poesía que, desde los clásicos, ha estado siempre envuelta por un halo de seriedad, de profundidad, de solemnidad, de introspección. Lo que Manuel Vilas nos propone en Una sola vida se aleja de la concepción clásica de poesía, rompe esquemas, se rebela, innova y apuesta por una poesía omnipresente, diaria, universal, accesible y, haciendo uso de sus propias palabras, para aquellos lectores que no leen poesía.
Hace unas semanas, Vilas visitó Sevilla para presentar esta antología poética que para él no es más que un testimonio vital. En estos poemas encontramos fragmentos de su vida. Y también de su muerte. Mi encuentro con él fue uno de los más divertidos que he tenido en los últimos meses. El texto que sigue no refleja el ambiente distendido, la charla informal, ni el ambiente alegre, así que, más que leer, te invito a escuchar nuestra conversación. Te garantizo que sus ocurrencias te arrancarán una sonrisa y que su carcajada te resultará contagiosa.
Hablamos de literatura. Hablamos de poesía. Hablamos de Una sola vida.
Manuel V.- Porque he elegido los poemas que a mí más me gustaban, aquellos que son más representativos de mi vida y del mundo que me ha tocado vivir. En este sentido, he hecho una ordenación muy personal. En este libro, todo es personal, como toda la poesía. Y testamento, porque ya he escrito mucho y me tocaba hacer un balance. Así que, este libro es como una especie de balance de lo que he vivido y esperemos que tenga mucho que vivir aún.
M.G.- Testamento es una palabra con mucho peso.
M.V.- Sí, pero acabo de cumplir sesenta años. Cuando yo era crío, recuerdo que sesenta años era una edad, yo que sé, terrible. Y ahora, de repente, me han caído a mí. Lo llevo muy mal. No lo acabo de entender.
Creo que he montado este libro a raíz de que aparezca el número seis en mi vida. Me parece muy duro. (Ríe)
M.G.- Bueno, hay camino todavía.
M.V.- No, no, si ya lo sé. Hay camino pero también está la idea de que ha pasado el tiempo, que hay muchas cosas que ya has vivido, y eso es lo que provoca la necesidad de hacer un balance.
M.G.- Me llama la atención algo que se dice en la nota de prensa. Se nos dice que este libro es una antología poética, pero siguiendo el modelo de los poetas renacentistas.
M.V.- Bueno, es una cosa que puso la editora para dar a entender que este libro es como un cancionero de la vida, que era algo que hacían los poetas del Renacimiento. Poemas que estaban fundados en su experiencia vital, lo que luego ha sido la autobiografía moderna.
M.G.- Y abrimos el libro y en esas primeras páginas cuentas la importancia que tiene la poesía para ti. Es verdad que has escrito novelas y relatos pero, de esas palabras iniciales, se desprende que tú, por encima de todo, te sientes poeta. Y luego, todo lo demás.
M.V.- Sí, me siento poeta. Tengo una idea de la poesía muy amplia. Poesía no es solo la que hay en un libro de poemas, sino que la poesía también está en la necesidad que tenemos los seres humanos de belleza, de plenitud, de amor, de emoción,... Todo aquello que es un plus. Todo aquello que no es solo comer y dormir. Todo aquello que te emocione y que te haga sentir que estás viviendo. A todo eso, yo lo llamo poesía.
Nicolás Parra, el poeta chileno, decía que todo es poesía menos la poesía. Muchas veces encuentras poesía en la música, en el cine, en la pintura, o en una charla con un amigo.
M.G.- Esas palabras de esas páginas iniciales las he entendido como una absoluta rendición a la poesía. Como si dijeras, estoy aquí, poesía, haz conmigo lo que quieras porque estoy a tu servicio.
M.V.- Sí, pero concebida así, de manera ampliada, involucrando a la vida.
M.G.- Lo que estás diciendo me interesa y quiero conectarlo con mi siguiente pregunta.
Piensa en un lector que llega a una librería, ve tu libro, lo toma, lo abre, mira el índice y encuentra poemas titulados como Balcones, MacDonald's, Iberia, Lavabo. Estos títulos vienen al hilo de lo que estás comentando, que tú encuentras poesía en cualquier cosa que nos rodea y no en el concepto clásico.
M.V.- En Iberia, encuentro poesía cuando suena esa música de cortesía que ponen antes de despegar. En un MacDonald's he encontrado también poesía. En un lavabo, también. La encuentro en todas partes.
En realidad, escribo poesía para aquellos lectores que no leen poesía. Esa ha sido mi cruz toda la vida, intentar ensanchar el género. El género está muy limitado. La poesía ha sido muy endogámica, muy de cuatro o cinco lectores, con un mesías o profeta que impartía doctrina.
Cualquier lector de novela puede leer este libro. Ahí está la clave. Muchos lectores me vienen y me dicen que leen mis novelas pero que no leen poesía porque no la entienden. Esto me lo dicen muchísimo. Pero esta poesía sí se entiende.
M.G.- Eso me pasa a mí. Te tengo que confesar que no soy lectora asidua de poesía porque no termino de conectar, o conecto únicamente con autores concretos, o con poemas concretos. Muchas veces se habla de lo que tiene que tener un autor para escribir poesía, -sensibilidad, capacidad de observación,...-, pero ¿qué tiene que tener el lector para leer y disfrutar de la poesía?
M.V.- Para la mía, saber leer y vivir en este mundo. Saber lo que es un MacDonald's, un coche, un país, y saber que estamos en el 2022. Tener también un poco de curiosidad.
Mi poesía es una poesía que está escrita con palabras y frases normales. No está fundada en una liturgia que solo conozcamos cuatro, como normalmente pasa con los libros de poesía. De ahí viene el rechazo del género para miles y miles de lectores, que deciden no leer poesía porque no les aporta nada.
M.G.- Hablas de ampliar el concepto de poesía. Es cierto que siempre ha sido un género muy encasillado. Cuando lo estudiábamos en clase, nos enseñaban los tipos de versos, nos hablaban de la métrica. Lo más trasgresor era el verso libre. Y claro, abrimos tu libro y vemos que rompes con patrones, con moldes, que la poesía se ha vuelto totalmente maleable y flexible.
M.V.- Totalmente. El verso medido no lo uso porque nadie habla en verso medido. Leo a los poetas clásicos que escriben con octosílabos y con endecasílabos pero porque antes eso daba placer. Pero hoy día, un poema escrito en endecasílabos va a tener lectores muy limitados. La mayoría de ellos rechazarán esa poesía porque no viven en endecasílabos. Imagínate que pones una película y los actores empiezan a hablar en endecasílabos. Apagas la tele a los tres minutos. (Ríe). La poesía se merece tener lectores. Los grandes poetas, al menos los que a mí me han interesado, han aunado lo popular con lo culto. Por ejemplo, Walt Whitman o Federico García Lorca han escrito una poesía popular pero, a la vez, profunda. Lo popular no está reñido con lo profundo, lo que pasa es que es muy difícil que una poesía popular sea también profunda, pero posible, lo es.
M.G.- Encuentras poesía en cualquier lugar, en cualquier sitio. También en los coches. En este libro, encontramos tres textos dedicados a tres coches -Seat 850, Audi 100 y a un Mazda 6-, e incluso a una matrícula. ¿Qué relación tienes con los coches?
M.V.- Mi padre era viajante de comercio. Para él, el coche era una herramienta de trabajo. Mi familia estaba formada por mi padre, mi madre, mi hermano, el coche y yo. De pequeño me di cuenta de la devoción de mi padre por el automóvil, algo que conté en Ordesa. Mi padre estaba obsesionado con dejar el coche a la sombra. Mi madre le proponía a mi padre ir a algún sitio los domingos pero mi padre a veces se negaba porque no había sombra para el coche. Y nos quedábamos en casa. He heredado de mi padre esta querencia por los coches que se convierten en un amigo. El coche que tengo ahora es muy viejo, tiene quince años, pero no lo quiero cambiar porque sería como una traición. A veces me lo quedo mirando y me pregunto quién lo heredará o si acabará en un desguace. Con todo lo que yo he vivido dentro de ese coche.
M.G.- ¡Un drama!
M.V.- Son esas cosas que están entre la chifladura y la literatura. Pero esto le pasa a más gente porque me lo cuentan. Los padres de mi generación estaban todos obsesionados con dejar el coche a la sombra.
Vivimos en la cultura del automóvil. Los coches salen en las películas, en la pintura moderna, en la música, en las novelas, ¿por qué no van a salir en la poesía? ¿En la poesía pueden salir criaturas mitológicas pero no coches? Pues yo me rebelo y saco coches. Es que tú sales por esa puerta, y lo primero que te encuentras es un coche.
M.G.- Forman parte de nuestra vida.
M.V.- Exacto. Los coches forman parte de nuestra vida y, por tanto, los saco.
M.G.- Un tema que también sale en este libro, que cierra el volumen pero que, además, es universal, es la muerte. Te imaginas muriendo con ochenta y nueve años, en un hospital. ¿Cómo se construye ese poema?
M.V.- Ese poema es muy irónico y muy divertido.
M.G.- Es que en este libro hay mucho humor.
M.V.- Sí, hay un montón de humor. La fantasía literaria es gratis. No tienes que pagarle a nadie. No la tienes que comprar en una tienda ni tampoco pagar IRPF. La imaginación literaria es revolucionaria. Te puedes montar la película que quieras y yo me monté la película de mi muerte, sin tener que pagarle a nadie, sin tener que ir a comprarla al Corte Inglés, ni declararla en el impuesto de la renta. Es maravilloso. Así que me propuse inventar mi muerte y puse que moría a los ochenta y nueve años. Creo que me he quedado corto. Tenía que haberme puesto noventa y uno o noventa y dos, porque ochenta y nueve son pocos. Fíjate, me quedan solo veintinueve años de vida. (Ríe)
M.G.- Quien sabe, tiremos para delante. Pero, ¿por qué te consideras un iluso, un entusiasta, y un demente?
M.V.- Por esto mismo, por todo esto que digo. Esto es de cretino puro y duro. Los escritores somos unos ilusos. Nos montamos unas películas tremendas y somos como niños. Incluso cabe la posibilidad de que, en realidad, no hayamos entendido nada. Que el mundo sea de los hombres de negocio, de las grandes corporaciones, de los presidentes del gobierno y de los reyes, o de los que tienen el dinero. Nosotros no somos más que unos pardillos, que nos dedicamos a escribir nuestras...., no sé,...
M.G.- ¿Chaladuras?
M.V.- Chaladuras, eso, pero que la realidad se construye con otros mimbres. Nosotros trabajamos con la libertad, con la ilusión, la fraternidad, el amor a la vida pero luego, lo que hace que funcione el mundo, que haya carreteras, autopistas, hospitales, ejércitos y estados es otra cosa.
M.G.- Manuel, este volumen contiene poemas, algunos son inéditos, y están los que más te gustan, lo que más te hechizan, los que te perturban,... Pero también hay poemas reescritos. Fue algo que me llamó la atención. Me gustaría saber qué te empuja a reescribir un poema y si ese acto de reescritura no es un poco como traicionar al yo del pasado.
M.V.- Lo que he reescrito son pequeños detalles. La poesía que escribía cuando tenía veintitantos años era muy pedante. A esa edad quieres demostrar que te has leído muchos libros, que conoces muy bien la lengua y el estilo literario, y acabas siendo un pedante. He corregido alguna pedantería de juventud. Tampoco he corregido mucho. Si ves los poemas originales, verás que le he quitado alguna cosa de época, pero no he traicionado lo fundamental. La fuerza del poema está intacta.
M.G.- Cuando presentaste el libro en la librería Alberti, María Fasce hizo la presentación y comentó que con Ordesa pasaste de ser un autor de culto a un fenómeno de masas. Me resultó una expresión curiosa porque, ¿qué prefiere un autor? La idea de autor de culto está muy vinculada a escritores de mucho prestigio.
M.V.- Yo prefiero ser autor de masas. Siendo autor de culto no pagas ni una puta factura. (Ríe). Siendo autor de culto tendrías que llamar a tus lectores para pedirle que pagaran sus diez euros mensuales por ser lectores de autores de culto, para mantener la leyenda. No, no, yo prefiero ser autor de masas, de masas masificadas.
Lo de autores de culto es una tontería que se inventa la gente para justificar que no te está leyendo nadie. Te leen cinco pero esos cinco, ¡ay que ver qué cinco! (Carcajea con ironía)
M.G.- Claro, los más inteligentes.(Risas)
M.V.- Sí, sí. Te leen cinco pero, ¡hostias!, ¡vaya cinco! Hay que ver lo bien vestidos que van. (Se ríe). No. Yo quiero que me lean cinco millones y me da igual cómo sean, si guapos, feos, bajos, altos,... Me da igual.
No, ahora fuera cachondeo. La literatura es comunicación. La literatura que yo escribo tiene vocación de lector. Si un libro tuyo lo lee poca gente, para mí es un motivo de tristeza. Vanagloriarse porque a uno lo leen pocas personas pero son selectos y eso te convierte en un autor de culto, pues bueno... Si a ti ese autoengaño te sirve... A mí, no.
M.G.- No, a ti no te sirve.
Bueno, el libro se estructura en siete bloques, que corresponden a los siete días de la semana. Dices que esto es como invitar al lector a pasar tiempo contigo. Por ejemplo, hoy es jueves, pues leemos un poema de la sección Jueves.
M.V.- Es una manera de acercarme al lector, confraternizar con él. Es lo que tú acabas de decir, una invitación a jugar. Si hoy es jueves, pues a ver qué dice Vilas del jueves, a ver qué chorrada se le ha ocurrido a este tío para el jueves. (Ríe).
Soy muy desmitificador de la literatura. Me cuesta mucho hablar en serio. Esa idea del escritor como alguien elegido por los dioses no me gusta. Es más, me resulta patética. Un escritor es un observador, una persona que maneja el lenguaje, y que sabe decir cosas interesantes a los demás. Y ya está. Punto.
M.G.- ¿Y qué criterio has seguido para encuadrar cada grupo de poemas en cada una de las secciones?
M.V.- Pues, por ejemplo, los que aparecen dentro de Miércoles son los que están dedicados a la familia. La familia de cualquier ser humano, de alguna manera, es el centro de su vida y por eso los agrupé en el centro de la semana. Hice una distribución temática, en función de las obsesiones que tengo. Una de mis obsesiones es la alegría, pues la puse en el Jueves. El paso del tiempo aparece en Martes y Sábado. Otra obsesión mía es la historia, pues la coloqué en Viernes.
Es una división chula. Me parece divertida. A mí como lector, si me cae en las manos un libro en el que cada día de la semana se trata un tema, me haría sonreír. También es algo muy inocente. Fíjate que ser más candoroso que ha dividido su producción poética en los días de la semana. Alguien así, a mí me caería bien.
M.G.- Para terminar, voy a hacerte una pregunta muy superficial pero importante, porque lo primero que nos entra por los ojos, cuando vemos un libro, es la cubierta. Y esta, la de tu libro, es muy austera. Recuerda a la que usaban aquellas pequeñas editoriales, ya desaparecidas, que publicaban colecciones como Grandes clásicos de la Literatura Española.
M.V.- La poesía es tan pobre que no da ni para ponerle colorines en la cubierta. (Carcajea). Es verdad. Un libro de poesía no es como una novela. La producción de un libro de poesía, frente a la novela, es mínima. Es por la austeridad del género. Es un género pobretón, donde se pasa mucha hambre, y por eso todo es austeridad.
En mi pueblo, cuando se dice que alguien no ha visto hoja verde en su vida, se refiere a que no ha visto mucha prosperidad en su vida. Pues los poetas no han visto hoja verde en su vida.
M.G.- En cualquier caso, tú no cambias la poesía por nada, ¿no?
M.V.- ¡La cambio por un Mercedes ahora mismo! ¿Cómo no la iba a cambiar? No, no... Me quedo con la poesía porque probablemente no me den el Mercedes. (Ríe).
M.G.- Quedémonos con la poesía. Manuel, lo dejamos aquí si te parece. Muchas gracias por la charla.
M.V.- Gracias.
Sinopsis: «Iluso, entusiasta, clemente, conmigo siempre está ella, la poesía, en todas partes. Una forma inmarchitable de fervor, eso es la poesía. Por ese fervor, para honrarlo y acrecentarlo, he querido reunir en el presente libro los poemas que más me gustan, o los que más me emocionan, o me seducen, o me perturban, o me hechizan. También se publican por vez primera un montón de poemas inéditos. Y he reescrito unos cuantos. Les he dado otro aspecto. Ropa nueva para todos. Día de fiesta para todos. Yo creo que el libro que tiene en sus manos el lector es completamente original. Que es un libro nuevo. No es una antología, sino un testamento personal.
Es una invitación a ti, lector, a pasar una semana conmigo. Son siete días de vacaciones al lado de mi alma, esperando que mi alma sea la tuya».
Siguiendo el modelo de los poetas renacentistas, Manuel Vilas ha compuesto una suerte de autobiografía poética. Un aliento a verdad y a intimidad recorre este libro en el que cuenta su historia sin tapujos al tiempo que, en cierto sentido, también está contando la de todos nosotros.