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LOS INCOMPRENDIDOS de Pedro Simón

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Editorial: Espasa
Fecha publicación: noviembre, 2022
Precio: 19,90 €
Género: narrativa
Nº Páginas: 304
Encuadernación: Tapa dura con sobrecubierta
ISBN: 978-84--670-6437-7
[Disponible en eBook;
puedes empezar a leer aquí]


Autor

Pedro Simón (Madrid, 1971) es escritor y periodista. Actualmente trabaja en el diario El Mundo. Por su faceta de reportero, ha obtenido galardones como el Premio Ortega y Gasset 2015, el Premio al Mejor Periodista del Año de la APM en 2016 o el Rey de España de Periodismo en 2021. Entre sus antologías de reportajes, destaca Crónicas bárbaras.  En 2015, se inició en la ficción con Peligro de derrumbe. En 2021 recibió el Premio Primavera de Novela por Los ingratos.

Sinopsis

Javier y Celia son un matrimonio de clase media con un hijo pequeño y una hija preadolescente. Él trabaja en una editorial y ella en un hospital; él arregla vidas de mentira y ella arregla vidas de verdad. Tratan de prosperar, se mudan a un barrio mejor, la cotidianidad. Podría ser la historia de muchos. Hasta que tiene lugar una excursión a Pirineos que lo cambia absolutamente todo.

Esta es la historia de un viaje al abismo que habla de otros muchos viajes. El viaje de la infancia a la convulsa adolescencia. El que va de la algarabía infantil al silencio más sepulcral. El de los padres que caminan detrás con su culpa y llegan tarde. El de los abuelos que fueron delante y a los que nadie escucha. El que hace alguien para salvar una vida. También es la historia de ese otro viaje al que todos tenemos miedo: el que habla de nuestro pasado más oscuro y secreto.

Los incomprendidos es una novela sobre la soledad familiar, la incomunicación entre padres e hijos, el horror de decir, pero también, y desde la primera página, sobre la esperanza.

[Información tomada directamente del ejemplar]

¿Y por dónde empiezo? De entrada, para ponerte en situación, te diré que no soy madre. Quédate con ese dato. Y ahora déjame mostrarte la primera línea de esta novela.


«Esa niña de la foto me quiere muerto». [pág. 13]


Lo dice Javier, un padre, mientras sostiene en la mano una foto en la que se ve a su hija Inés, con trece años, vistiendo su trenca verde, de rostro sofocado por los juegos con su hermano Roberto. La familia completa estaba en los Pirineos, de vacaciones. Eran felices.

Efectivamente Inés ha pensado más de una vez en la muerte de su padre. No solo lo ha pensado. Lo ha deseado. Alguna vez ha imaginado que el avión en el que viaja su padre se estrella contra las montañas, o cae en picado al mar. Que un día está y al siguiente es ausencia. Fantasea con esa idea. ¿Por qué? Con estos puntos de partida, os cuento un poco más sobre Los incomprendidos.

Javier y Celia son un matrimonio que tienen dos hijos. Inés es una preadolescente, con todo lo que eso conlleva. Roberto es más pequeño. Javier es editor. Su trabajo le obliga a viajar ocasionalmente. Celia trabaja en un hospital. Forman una familia que empezó en un barrio humilde y de extrarradio, en un piso pequeño en el que apenas había espacio para los cuatro. Pero el matrimonio ha prosperado y ahora viven en una zona residencial, de casas adosadas y jardines. Javier y Celia hicieron lo que vieron en sus amigos, lo que se esperaba de ellos. Dieron un paso adelante. 


«Puedes tirarte un fin de semana entero sin saber muy bien dónde está el otro, apenas coincidiendo para cenar en silencio o ni eso. Una pantalla en cada cuarto. Dos equipos de música en ambientes distintos. Metros y cerrojos y escaleras y mucho wifi de por medio. Dónde se ha metido ahora Inés, por qué se ha enfadado esta vez, qué le hemos hecho hoy». [pág. 21]


A Javier y Celia la vida les sonreía pero un buen día deciden hacer una excursión a los Pirineos. Lo que prometía ser unos días de desconexión, risas y alegría en familia se tornó en una pesadilla. Algo ocurrió en ese viaje, algo oscuro y tenebroso, un episodio del que ninguno quiere hablar, pero que llevan clavado dentro. Todo cambió aquel día y desde entonces una sombra flota sobre las cabezas de esta familia. Impronunciable.

 

«Luego ocurrió aquello.

Sí. Fue como si abriese una pequeña grieta en una esclusa que creíamos inquebrantable y todo se fuera inundando poco a poco. Gota a gota. Con la rutina y el transcurso del tiempo. Hasta ahogarnos en pena y silencio». [pág. 15]


Eso, de lo que cuesta tanto hablar, de lo que duele tanto que mejor no pronunciarlo, será una de las incógnitas que sobrevuele en la novela. Y luego habrá otra cuestión más, algo que atañe a Inés, a su naturaleza, a su identidad, a su verdadero yo, pero que tampoco será desvelado en los inicios del relato sino que requerirá cierto tiempo. 

Los incomprendidos habla de lo que ocurre en el interior. En el interior de esa casa a la que la familia se ha mudado, donde, al existir más espacio, las distancias entre sus habitantes también se agrandan. Y también de lo que ocurre en el interior de cada uno de los miembros de esa familia, más concretamente, dentro de Javier y de Inés. ¿Cómo eran antes? ¿Cómo son ahora? Los incomprendidos es un relato que habla de generaciones. De aquella a la que pertenecían nuestros padres, de la nuestra, y de la de nuestros hijos. Una novela en la que, analizando el hoy, podemos llegar a comprender el ayer. Y quién sabe si también el mañana. Todo ello haciendo caminar al lector por un sendero, a veces más oscuro que otras, pero siempre con la luz de la esperanza al final del trayecto. 

¿Qué me ha gustado de esta novela?

Acabaría antes si dijera lo que no me ha gustado porque de Los incomprendidos me ha cautivado absolutamente todo. No puedo decir otra cosa. Para empezar, la temática es tan compleja que permitiría escribir tratados y tratados. ¿Cuánto se puede decir de las relaciones entre padres e hijos? Me gusta la forma en la que Pedro Simón aborda el tema. Me gusta esa comparativa que va deshilachando progresivamente sobre el antes y el después. ¿Cómo eran las relaciones de Javier y Celia cuando sus hijos eran pequeños? ¿Cómo es ahora que Inés tiene dieciséis años? 


«De aquellos días ingenuos de los treinta en que Celia y yo todavía pensábamos que no seríamos como los otros padres. De los juegos de mesa entre los cuatro al principio, acalorados y felices»". [pág. 16]

 «Hablo de hoy. De las interminables horas con la puerta cerrada de su dormitorio, de los mutismos, de los malentendidos, de la mecha de la rabia siempre ahí, de sus frustración y también de la nuestra, del brillo de sus ojos y también de su silencio». [pág. 16]


El ayer y el hoy en las relaciones paterno-filiales son dos mundos distintos. Lo curioso es que Javier analiza la relación que tiene con su hija Inés y llega a una conclusión terrible. Porque, no es que él tenga una mala relación con su hija, es que siente que ni tiene relación, y descubrir eso para un padre debe ser como si te cayera encima una tonelada de peso, que te aplasta y te hace sentir un fracasado. Esta novela me ha hecho pensar mucho en los padres.

A mi juicio, Los incomprendidos es una novela que reconcilia. El que se acerque a estas páginas reflexionará inevitablemente sobre sí mismo. Echará la vista atrás y pensará en cómo fueron sus relaciones con sus padres, o cómo son las que mantiene hoy con sus hijos. Me gusta que Simón nos haya ofrecido diferentes puntos de vista, el de Javier - como hijo en el pasado y padre en el presente-, y el de Inés, que vive ahora, en esta preadolescencia, en un caos absoluto. Por eso creo que el lector puede llegar a sentirse doblemente identificado en esta novela, como padre/madre y como hijo/hija. No hay posicionamiento predefinido. Ambos están equivocados y ambos tienen razón. 

Por otro lado, el autor hace un brillante retrato de la adolescencia que, a mis casi cincuenta y tres años, me ha hecho comprender lo que me pasaba cuando tenía quince. Los incomprendidos te aproxima al adolescente que fuiste y a los adolescentes de hoy. Te hace entender lo difícil que resulta esta etapa de transición entre una edad y otra, lo caótico que se vuelve el mundo, en el que todo parece estar patas arriba y en tu contra. Debo decir que me ha dolido profundamente lo que Javier siente, esa sensación de estar haciéndolo todo mal, pero me ha dolido aún más lo que sufre Inés. 

Y luego está la erosión que provocan los hijos en la pareja. Porque Javier y Celia son un matrimonio que se quiere pero ya no son los que eran. La ilusión que sintieron cuando querían y pudieron tener hijos se ha convertido en otra cosa mucho menos luminosa.¿Se arrepienten de haber tenido hijos? ¿Les ha merecido la pena lo mucho que los hijos le han cambiado la vida? No te voy a desvelar nada, pero sí te diré que a veces estos padres pronuncian frases llenas de rabia e impotencia. Y eso me ha gustado, porque estoy convencida que hay padres y madres que no se atreven a decir lo que verdaderamente sienten. Pero Celia y Javier sucumben cuando ya no pueden más, y verbalizan lo que explota en su interior.

Otro aspecto que me ha gustado mucho de Los incomprendidos es que, en cierto sentido, vamos a encontrar una novela dentro de otra. Javier es editor y en algún momento la novela que está editando se cuela en el relato familiar. Esa historia sobre la que Javier trabaja también habla de familias y de relaciones entre sus miembros y, funciona como un contrapeso.  

Personajes

Javier. Cuando los hijos nacen deberían traer un manual bajo el brazo, pero llegan sin una simple hoja de ruta que te permita saber lo que tienes que hacer. En el momento del alumbramiento, la vida cambia para siempre. Javier sabe que se ha equivocado alguna vez. Es normal, a todo el mundo le pasa. Pero hay cosas que le han ocurrido a Javier que no le ha pasado a todo el mundo.¿Cómo vivir con eso? Javier respira cada día con el peso de la culpa sobre su espalda. Sabremos que arrastra un lastre desde el inicio de la historia. Lo veremos hacerse preguntas que, en un juicio ante la sociedad, sería sentenciado irremediablemente a cadena perpetua. Javier echa de menos aquel padre que fue para Inés. El que ya no es hoy. ¿No le dicen los padres a los hijos que no se acerquen a los desconocidos? Pues eso.


«Hasta que tienen cierta edad, para ellos eres dios. Y luego no digo que seas el diablo, pero sí un padre mortal más, uno que acumula defectos y traiciones, que también miente y hace cómplices a los hijos de sus mentiras, vaya, que dice cosas indebidas, un padre que cruza un semáforo en rojo si no vienen coches, uno que gritando les pide que o griten, que le pregunta a Inés que si ha estado de botellón cuando él se lo ha montado en casa». [pág. 88]


Celia. Llora porque no entiende a su hija y está desesperada. Siente una impotencia tan devastadora que no sabe cómo manejarla y se hunde, y se enerva, y dice cosas que no siente. O sí, pero que otros le reprocharían. Y mira que ella está acostumbrada a lidiar con situaciones difíciles en el hospital, a tratar con delicadeza ciertos asuntos, a tener mano izquierda. Pero en el hogar, ahí siente que pierde una batalla tras otra. Celia tendrá un protagonismo más colateral en esta historia porque el grueso del relato se centra en Javier e Inés.

Inés. Como os dije antes me ha dolido profundamente este personaje. Qué triste me ha resultado meterme dentro de ella para ver lo perdida y confusa que está. Ella sabe perfectamente cuáles son sus defectos, de qué manera tan fría y distante se comporta con sus padres, pero es que está tan desubicada, que no sabe cómo cambiar las tornas. Ese es el precio que Inés, que cada adolescente, tiene que pagar, para poner un pie en la edad adulta.


«Supongo que no me costaría demasiado ser algo más cariñosas, como me pide Diana, esforzarme por hablar, mostrar los sentimientos, controlar la rabia, preguntarle a mi madre por cómo le ha ido el día en el hospital o a mi padre por sus cosas, dejar el móvil un rato, que  ya me vale.

Hago el esfuerzo, lo juro. [...] 

Pero luego entro y los veo allí a los dos y me da pereza todo». [pág. 51-52]


Cuánto desánimo y cuánta desgana, sin que ella sepa muy bien por qué. Los capítulos que corresponden a Inés se te quedan atragantados a la altura de la nuez. Cuesta trabajo verla decir «Lo que me pasa es que no sé muy bien quién soy», y ahí entra en juego lo que os decía al principio, que otra cuestión que no se aborda desde el inicio en la novela, sino de la que se va dejando miguitas de pan a lo largo de todo el relato, afectará a Inés.

Adolescente con cosas de adolescente. Ella habla de sus sentimientos pero también de cómo es su vida, de lo que le atrae, de lo que hace cuando está fuera de casa, de lo que habla con sus amigas. Cuando Inés dice «Si mi padre y mi madre supieran lo que hace alguien de dieciséis años», y a continuación desgrana una enumeración de hechos, pienso en los padres, en lo que deben sentir cuando sus hijos salen de casa, fuera de su control, en la manera en la que escudriñan a sus amistades, entrecerrando lo ojos, tratando de penetrar con la mirada en la verdaderas intenciones de esos amigos que para los hijos se convierten en auténtica familia. Pero como me dijo Pedro Simón en la entrevista que publiqué antes de navidades (puedes leerla aquí): «...todos hemos hecho cosas que a nuestros padres les daba un miedo feroz. Para crecer hay que romper el cascarón». Y tiene razón. Miro hacia atrás y pienso en aquellas fiestas a las que acudía sin que mis padres lo supieran. Eran años en los que el alcohol y especialmente el tabaco me parecía lo más atractivo del mundo. Fumar en la adolescencia te daba ese aire de superioridad, de persona adulta que se comía el mundo. Hoy hay otros alicientes, y los jóvenes se sienten tan atraídos por ellos como nosotros nos sentíamos en nuestra época. Inés siente tanto miedo que busca refugio allá donde cree que hay una mano amiga, sin llegar a ver que sus padres pueden ser el mejor punto de apoyo. 

La tía Clara. Es el personaje más luminoso y eso que no está pasando tampoco por su mejor momento. Clara es un referente para Inés, la persona a la que puede contar todo y con la que puede hablar de cualquier cosa. Lo más bonito es que Clara no trata a Inés con condescendencia. Su papel no es el de sobreprotegerla sino todo lo contrario, abrirle los ojos y enfrentarla al mundo. No importa que la tía Clara utilice el término «ascolescente» para referirse a los jóvenes en esa edad tan tonta y despiadada. No lo dice con desprecio sino haciendo alusión a que es una época complicada, en la que todo es un asco. La tía Clara es un personaje maravilloso con el que me he sentido muy identificada. Ya sabéis, no soy madre pero sí soy tía. Y al ver a Clara hablando con Inés, me he visto a mí hablando con Ana, mi sobrina mayor. La tía Clara es la mujer en la que la joven se querría convertir de mayor.

Roberto. Prefiero no hacer un solo comentario sobre este personaje. Es un niño pequeño que quiero que vosotros descubráis. 

Temas

La culpa. Lo he comentado antes. Javier vive bajo el peso de la culpa pero no es el único personaje que tiene ese sentimiento. De un modo u otro, todos se sienten culpables por lo que pasó, por el giro tan terrible que dio la vida de esta familia, por lo que viven hoy en día. La gestión de la culpa es una de las cuestiones que veremos a lo largo de la novela, una gestión para la que necesitan ayuda. Terapia. 

Y luego está el silencio que, poco a poco, ha ido ganando terreno en esta familia. Y en cualquier familia hoy día. Llegas a casa cansado de todo el día, del trabajo, de las responsabilidades, del trajín diario, y cuando cruzas el umbral de la puerta, ¿todavía te queda otra batalla que lidiar? Y no tienes ganas de nada. Ni los padres ni los hijos. Cada uno ocupa un espacio, un rincón de la casa, y unos y otros se hunden en el mutismo, clavan la mirada en el móvil, o en la pantalla del televisor. No hay ánimo para conversaciones sobre facturas, sobre cuestiones domésticas o colegiales, no quedan fuerzas. Y el silencio se va engullendo a cada uno de los miembros de esta familia. Ya no se dicen lo malo, ¿quién quiere provocar una discusión? Pero es que tampoco se dicen lo bueno. Ya no se dicen nada. Y como apunta Pedro Simón en la entrevista (ver enlace más arriba), eso ocurre en una sociedad hiperconectada, donde no hacemos otra cosa más que comunicar y comunicar, lo que hacemos, lo que vemos, lo que leemos, lo que comemos, a dónde viajamos,...  La comunicación digital frente al silencio analógico.

Estilo y estructura

Los incomprendidos se construye sobre una estructura que cuenta con un total de catorce capítulos, encabezados por un nombre -Javier o Inés-, porque cada uno de ellos está dedicado a un personaje, y será uno u otro el que se dirija al lector en primera persona. Simón crea espacios privados para que este padre y esta hija, de manera alterna, nos vayan contando lo que sienten o piensan. Esto será así a lo largo de todo el relato, salvo en el capítulo catorce, donde la voz cambia, y será Clara, la hermana de Javier, la que ponga el cierre a la novela. Pero dentro del mismo capítulo, hay subdivisiones, dependiendo del momento cronológico de la historia o del tema que se esté desarrollando.

Intercalándose en esos capítulos hay partes en cursiva. La persona que escribe esas letras se desnuda completamente, se abre el pecho, deja al aire su corazón, mete la mano en el cajón de los sentimientos y los expone sobre una mesas. Sin artificios, sin dobleces. Estas palabras son un ejercicio de sinceridad, a la vez que de acercamiento. Casi se podrían extraer esos fragmentos de la novela, agruparlos en un aparte, y constituirían la carta de amor más bella que he leído. Cuánta amargura y esperanza hay en esas líneas que a mí me han impresionado tanto. 

Debo mencionar también que me ha gustado mucho la prosa de Pedro Simón. La voz con la que ha vestido a sus personajes es delicada, dulce, tierna. Es una voz con la que se consigue que el lector conecte inmediatamente con todos ellos, con la sensación de fracaso de Javier y Celia, y con la desorientación de Inés. Es una voz que convierte a los personajes en seres cercanos, creíbles, con unas emociones universales, y una forma de expresar sus sentimientos que encajan perfectamente en nuestro mundo. Simón crea personajes de carne y hueso, y para cada uno de ellos construye una personalidad muy verosímil. Los hombres, las mujeres, los adolescentes de esta novela son un reflejo de los que habitan el mundo real.


No debo seguir hablando más de esta novela porque Los incomprendidos no es una novela para hablar de ella. Es una novela para leerla, para dejarte guiar por la mano de Pedro Simón al interior de esta familia, colocándote como un espectador privilegiado, que asiste a una representación privada. 

Como decía al principio de esta reseña, no soy madre pero sí fui hija y Los incomprendidos me ha hecho reflexionar sobre cómo fue mi relación con mis padres, en aquella etapa tan difícil en la que yo pensaba que ellos no me entendían, que no me conocían, y por tanto me sentía un elemento extraño que no encajaba en aquel hogar. Pero este libro también me ha ayudado a entender la adolescencia, lo difícil que es esa etapa y que ahora veo con nitidez desde mi posición de adulta, así como lo complicado que lo tienen los jóvenes  hoy, mucho más de lo que lo tuve yo en su día, porque hoy hay más exigencia, más perfección.

En definitiva, Los incomprendidos me ha parecido una novela fabulosa, que me ha hecho sentir muchas cosas, pero que creo que no he sido capaz de transmitiros. Me ha gustado tanto que sería de esos libros que no me importaría volver a leer, solo por volver a acercarme a Javier y a Inés, por volver a ver cómo Pedro Simón sale tan airoso de un relato tan completo como este. No me queda otro más que recomendarla, a padres, madres, hijos, hijas, tíos, tías, abuelos, abuelas. A todo hijo de vecino que quiera comprender a los que siempre fueron incomprendidos.

Me marcho con otro párrafo maravilloso:


«La adolescencia siempre será una edad de doloroso alumbramiento, una edad de abrir puertas que chirrían, de cerrarlas, de llamar con los nudillos y que no te abra nadie, de tirarlas abajo a patadas. Porque vas a tener que ser tú el que lo haga. Abrir, empujar, salir. Igual que un parto. Solo que en esa edad tú eres el que pares y también eres el parido. No hay otra: tienes que darte a luz a ti mismo».. [pág. 276]

 

[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

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