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MALDITA ALEJANDRA. UNA METAMORFOSIS CON ALEJANDRA PIZARNIK de Ana Müshell

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Editorial: Lumen
Fecha publicación: noviembre, 2022
Precio: 21,90 €
Género: novela gráfica
Nº Páginas:192
Encuadernación: Tapa dura
ISBN: 9788426455598
[Disponible en eBook;
puedes empezar a leer aquí]

Autora

Ana Müshell (Jerez de la Frontera, 1989) es artista e ilustradora. Ha publicado su trabajo en medios como Vogue, GQ y Cinemanía y ha colaborado con numerosas marcas. Tras autoeditar los fanzines Pömelo (2013), Me parece sexy (2016), Vía de escape (2017), Aquí dentro (2018) y Sadness Motel (2018), publicó la novela gráfica Pink Mousse (2017) y la biografía Patti Smith. She has the power, e ilustró la novela gráfica de Henar Álvarez La mala leche (2021). Maldita Alejandra. Una metamorfosis con Alejandra Pizarnik es su último libro, publicado por Lumen.

Sinopsis

En pleno episodio de agorafobia y tras una ruptura amorosa, la protagonista de esta historia decide sumergirse en la enigmática vida de Alejandra Pizarnik, en cuyos diarios y poemas encuentra las palabras exactas para describir sus temores. Hasta que la poeta irrumpe en su apartamento sin previo aviso, con su abrigo negro e inundándolo todo de versos, papelitos llenos de palabras y humo de cigarrillos. Con ella también llegan las flores, los discos de jazz y una multitud de escritores que se mezclan con los platos sin fregar, las cajas de ansiolíticos y antidepresivos, y las copas de vino. ¿Podrá ayudarla la historia de la poeta mítica a comprender sus propios miedos y reconducir su vida?

[Información tomada directamente de la web de la editorial]

En 2022 se conmemoró el 50 aniversario de la muerte de Alejandra Pizarnik. El fatídico hecho ocurrió un lunes, el 25 de septiembre de 1972. Por entonces, yo solo tenía dos años. Ella había cumplido treinta y seis hacía unos meses. Tras trece obras publicadas (más un buen puñado póstumas), definitivamente la depresión pudo con ella. Falleció tras una sobredosis de barbitúricos. Se tomó cincuenta pastillas.

Hoy, el nombre de Pizarnik sigue sonando fuerte. Las letras de la poeta argentina no se han apagado. Ha sido referente para muchos otros escritores y en la literatura, su nombre y su obra, se escribe con letras de imprenta. De Alejandra Pizarnik se ha escrito mucho. Nunca lo suficiente. A aquellos que han puesto su granito de arena para el no olvido, se une ahora Ana Müshell con su libro Maldita Alejandra, aunque el propósito de esta ilustradora jerezana va más allá de rendir un homenaje a la poeta. No busca únicamente Müshell hablar de la poeta, de la mujer y de su obra. El objetivo de la ilustradora tiene también que ver con la necesidad de salir de un lugar que Pizarnik conoció bien. Te cuento.

Maldita Alejandra. Una metamorfosis con Alejandra Pizarnik.

Abre la obra un prólogo rubricado por Luna Miguel, en el que se hace un esbozo de la personalidad de la poeta. Miguel destacará las cualidades que la definían como persona, haciendo referencia a sus virtudes y defectos, y señalando, también que sus escritos funcionan como pócimas sanadoras, a las que personas aquejadas del mal de estos tiempos acuden como si los versos de la argentina fueran esa píldora milagrosa que acaba con cualquier mal. Porque, en palabras de Miguel, este libro ofrece una doble vertiente.


«En este manual de teoría pizarnikiana, que es a su vez el diario personal de una mujer millennial preocupada por el retrato de la salud mental, y que es al mismo tiempo un demasiado-demasiadísimo bello-bellísimo álbum de ilustraciones, cualquier lector o lectora encontrará la literatura necesaria para curar sus heridas». [pág. 11]

 

Miguel apunta con acierto que es complicado hablar hoy de literatura sin que salga a relucir el nombre de Alejandra Pizarnik. Aunque ella pensara que sus poemas no significaban nada, hoy se han convertidos en lema, en santo y seña, en claves personales en forma de tatuaje o letra de canción. Lo que en su día escribió Alejandra Pizarnik sigue resonando en los oídos del mundo, en mil formatos distintos. Que su nombre y su obra no se olvide. 

Alejandra Pizarnik

Pero, ¿quién era realmente Alejandra? Con alusiones a sus textos y diversos fragmentos que se van encajando en este libro, Müshell nos contará a grandes rasgos la vida de Pizarnik. De sus orígenes, sabemos que nació de padres judíos, exiliados de la Europa del Este. En realidad, su verdadero apellido era Pozarnik, «del ruso pozhar, "fuego", algo que convertía a la futura poeta en llama, en una caliente brizna de luz». La poeta, bajita, rara, pero de gran inteligencia, era la menor de la familia y siempre sintió envidia de su hermana Myriam, con la que la comparaban constantemente. Nos cuenta Ana que la madre de Pizarnik era una mujer exigente y que la poeta siempre sintió que era poca cosa. Esa sensación la perseguirá siempre y quizá por eso, en la edad adulta, pensaba que su poesía no interesaba a nadie. Debió de ser una mujer muy insegura, y tanta vulnerabilidad le restaba confianza en sí misma a la hora de hablar. Pizarnik tartamudeaba. 

Nos hablará Müshell de la soledad que acompañó siempre a la poeta, de los padecimientos de sus antepasados, de su testarudez, de sus viajes a París y de lo que ello implicó en su vida. Pizarnik conoció a grandes nombres de la literatura, como Julio Cortázar, y la esposa de este, Octavio Paz o Simone de Beauvoir. Fueron hombres y mujeres que se convirtieron en familia, padres, madres, y hermanos, de cuyas manos ella entró en la literatura. 

Entre las páginas de este libro veremos también el lado más oscuro de la poeta, aquel que la llevó a la terrible decisión de suicidarse.

Ana Müshell

De larva a polilla. Así es la transformación que experimenta la autora a lo largo de las casi doscientas páginas de este libro tan especial. Se trata de una especie de diario, que se prolonga a lo largo de varios meses, con saltos temporales significativos. La primera entrada data del día 13 de enero, donde nos encontraremos a un mujer sin fuerzas para enfrentarse al mundo, sin ánimo para subirse a un nuevo día, en el que las personas nos convertimos en hormiguitas azarosas, que van de aquí a allá, sin parar de correr. Ana no puede.


«Ocho de la mañana. Imposible. Abro los ojos, pero me niego a levantarme.

Empiezo tarde, a las doce. Como si fuera capaz de empezar algo. Hay personas que son productivas, sea lo que sea eso, y luego estamos los insectos que despertamos extraños y que movemos las patitas asustados e incómodos con la realidad. Me refugio debajo del edredón blanco: si salgo tendré que vivir». [pág. 15]


¿Qué le pasa a Ana? Ella nos habla en estas primeras páginas de mudanzas y de amores que ya no están. Son líneas en las que percibimos tristeza, nostalgia, melancolía. Lo que aflige a la autora de la obra la paraliza, la invalida, la neutraliza. ¿Qué mejor manera de exorcizar nuestros demonios que a través de la escritura y la lectura?


«En la mesita de noche: libretas con algunos pensamientos tristes, una botella de cristal llena de agua, un jarrón con flores secas y los diarios de la poeta Alejandra Pizarnik para acompañarme. La niña Alejandra». [pág. 18]


Pero hay más porque, cuando Müshell nos habla de su kit de supervivencia para salir a la calle, compuesto por «pastillas calmantes, refresco con mucho azúcar, música para aislarme, libro que siempre disfruto y el móvil cargado por si tengo que pedir ayuda», sabemos que no es simple desánimo, que el problema que no se debe solo a una crisis amorosa, sino a algo más grave, ya sea provocado por la ruptura sentimental, o por el cúmulo de cosas que sobrellevamos a nuestra espalda cada día.

Ana Müshell sufre de agorafobia. Dícese: «Fobia a los espacios abiertos, como plazas, avenidas, campo, etc». Por eso, la ilustradora se refugia en su casa, con sus libros, sus discos, sus pensamientos. Por eso, rara vez sale a la calle, y si lo hace, viste de negro como si estuviera de luto porque motivos no le faltan, aunque también confiesa que le gusta ese color, y nunca deja atrás todos esos elementos antes descritos que funcionan como anclajes. No es fácil entender a una persona que sufre de algún tipo de fobia, pero todavía es más difícil para el que lo padece explicar lo que le ocurre. Solo las personas que sufren de ansiedad, de ataques de pánico, de depresión,... pueden entenderse las unas a las otras. Quizá por eso Múshell acude a Alejandra Pizarnik para encontrar a una igual, para refugiarse en sus poemas, y con ella, encontrar el camino de vuelta a casa. 


«Reconozco a los que cargan con el miedo dentro de sí: los distingo como iguales por su forma de andar y por la mirada esquiva. Nos gusta el silencio, y la calle es ruidosa y abierta y demasiado expuesta. Nos gusta poder desmayarnos o vomitar sin que nadie nos vea». [pág. 21]


Müshell describe maravillosamente bien el torbellino de emociones terribles y desagradables que azotan a una persona en situación de crisis. Esa necesidad de huir de una misma cuando la gente no para de hablar a tu alrededor, pero no eres capaz de oír ni una sola de sus palabras; cuando sudas como si estuvieras a cuarenta grados, y te sobra la bufanda, el abrigo, el jersey y hasta la piel del cuerpo; cuando sientes que vas a morir de un momento a otro y a nadie le va a importar; cuando las preguntas de la gente que te rodea -«¿pero qué te pasa?, ¿quieres que lleve al médico?, ¿te quieres sentar?»- solo consiguen aumentar aún más las pulsaciones de tu corazón, que está a punto de estallar. Estos pasajes, en los que la autora describe la sintomatología que padece en sus momentos más críticos, me angustiaron, porque sentí el mismo miedo que ella cuando los sufre. Los iguales nos reconocemos, nos entendemos, nos identificamos. 


«Estoy inválida de fuerzas, como si de verdad fuera un bicho pequeño y lento. ¿Qué puede hacer una larva excepto confiar en que no se la coman los cuervos? Espero poder trabajar. Tengo miedo de hundirme, de caer y de no levantarme. He caído ya algunas veces. Cuando el cerebro no va bien, una se siente irremediablemente enferma». [pág. 45]


Acude Ana a la literatura para encontrar refugio. Buceará en la obra y en la vida de Alejandra Pizarnik. ¿Quién mejor que ella para entenderla? La necesitará tanto en su vida que hasta conseguirá materializarla. La poeta deja de ser invisible y se convierte en un ente que se puede ver, que deambula por la casa de Müshell, que conversa con ella, como si fuera la voz de su conciencia, que convive con la ilustradora, compartiendo pensamientos. Ana también le ha ayudado enormemente la literatura, la escritura, la lectura. Me lo contó en la entrevista que puedes leer aquí y escuchar aquí


«Para ella, la escritura se convirtió en una madriguera. En un método de autoanálisis. Había más amistad y más vida en el papel que en las calles. La literatura lo recubría todo». [pág. 50]


Por suerte, con ayuda médica, con el apoyo de aquellos a los que verdaderamente importas, y con paciencia, se puede salir del pozo. Eso veremos en este libro, cómo esa larva que, en un principio, no quiere salir de la cama, se va transformando en algo más liviano, en algo que vuela, en una polilla. Esta es la historia de un camino difícil, de la ruptura con tu peor enemigo que no eres más que tú mismo, de un sendero hacia la luz. 


«La esperanza se refleja en mi copa como una nube blanca que sobrevuela un estanque del color del vino». [pág. 131]


Pero en este libro no solo hay palabras. También nos espera la música entre estas páginas, canciones que funcionan como tablas de salvación en los momentos más oscuros. Suena Billie Holiday, Patti Smith, Bessie Smith O Julia Jacklin. Melodías por y para descubrir. Y es que, nunca fue más cierto aquello de que la música amansa a la fiera, al monstruo que se nos instala dentro y nos asfixia. 

Ilustraciones

Maldita Alejandra es una obra ilustrada. A cada pocas páginas, Müshell nos regala una ilustración en la que predominan los colores oscuros. Aunque, a lo largo de la obra iremos percibiendo cómo el ánimo de la autora se va volviendo más luminoso, las ilustraciones se mantienen en una tonalidad tenebrosa, con tonos negros, ocres, marrones. No hay transición hacia la luz. Nos explica Ana que esa es la paleta cromática que corresponde actualmente con su interior y en la que se siente más cómoda.




Los dibujos están llenos de detalles, a veces ocupando páginas completas, otras solo una parte de la misma. Siempre me ha gustado escudriñar las ilustraciones de los libros, a la búsqueda de aquel objeto que ejemplarice lo que se recoge en el texto. El formato de este libro permite un acercamiento más visual a la problemática que se aborda en el volumen. Más cercano.

Normalizar los problemas mentales


«Al hablar de la salud mental de escritoras como Sylvia Path, Virginia Woolf o Anne Sexton, aún hay quien lo hace con un tono despectivo». [pág. 170]

 

Esta es mi historia. Durante muchos años sufrí ataques de pánico. No es algo que haya desaparecido. El monstruo vive dentro de mí, solo que está en estado latente. Me da miedo verbalizar este pensamiento por si, solo con mentarlo, provoco que se despierte y vuelva a morderme. Fueron años complicados en los que me sentí una inválida. Mi casa era mi refugio. Fuera de ella me sentía demasiado vulnerable. Caminar por la calle se convirtió en una ardua tarea. Me mareaba, me sentía inestable, creía que me iba a caer redonda, así que, siguiendo el consejo de mi hermana mayor, que también conocía los síntomas, andaba muy pegada a la pared y siempre a la sombra. Esa es otra. No soportaba el calor ni el sol directo. Aún hoy, a veces, me angustia sentir mucho calor y que me dé el sol directo en la cara. Eso, en Sevilla, es una gran hándicap. 

Salir con mis amigos también se volvió un problema. Aquí se acostumbra a tapear en la calle, y de pie, alrededor de una mesa alta, y taburetes acordes a la altura de la mesa. No sé comer ni beber de pie. Me agobia. Así que me las apaño para sentarme en cuanto veo la oportunidad. Muchas horas de pie, aumentan mi ansiedad.

Y luego llegó la lluvia. Un día descubrí que el sonido de la lluvia me daba miedo. Si tenía que salir a la calle y estaba lloviendo, entraba en pánico. No me veía capaz de andar bajo un aguacero. Pensaba que me iba a marear y que no podría sentarme en ningún lugar. Yo que, en los momentos más complicados, necesitaba sentarme donde fuera, en un escalón, en el poyete de una puerta, en la acera misma. ¿Pero dónde sentarse si todo estaba mojado? Eso me agobiaba aún más. Aquel miedo duró un año. Un año en el que, cada vez que me levantaba para ir al trabajo y escuchaba que estaba lloviendo, le pedía a mi marido que llevara en coche. A mi trabajo. A un trabajo que andando está a tan solo quince minutos de reloj. Sé que suena descabellado, pero no podía hacer otra cosa.

Nunca pedí ayuda médica. Probablemente fue un error que sufriera todo eso a lo bruto. Pero si no me entendía ni mi marido, ¿cómo le iba a contar todo esto a una persona desconocida, a mis amigos, a un médico? Si no lo entendía ni yo. El único remedio que encontré fue el agua. Siempre llevo una botella de agua conmigo. Siempre. Para mí es como esa mantita que necesitan los niños pequeños para dormir. Beber agua, a pequeños sorbos, me tranquiliza. Al menos, ha sido así hasta ahora. 

Os confieso que escribir estas líneas ha acelerado mi corazón. Siento una mezcla entre vergüenza y miedo, pero es hora de normalizar estos padecimientos. Si Ana Müshell ha contado lo que le pasa, yo también he querido contar lo que me corresponde. Estoy cansada de sentirme y de que me vean como a un bicho raro. Era así como me sentía entonces. Hoy sé que nunca estuve sola, aunque nadie me cogió la mano para decirme que vivía lo mismo que yo. Hoy soy yo la que trato de coger la mano a esas amigas que me dicen que, a veces, no pueden respirar.


Poco más os pudo o debo contar de este libro. Maldita Alejandra es una lectura preciosa, cercana, instructiva y luminosa. Bajo mi punto de vista, existen cuatro motivos por los que leer este libro:

1.- Porque te gusta la novela gráfica

2.-  Porque quieres saber más sobre Alejandra Pizarnik, de forma amena.

3.- Porque padeces depresión, agorafobia, ansiedad, ataques de pánico, miedos varios, y necesitas verte reflejado en algún espejo.

4.-  Por una mezcla de los otros tres.

Maldita Alejandra, obra dedicada a la madre de Müshell -figura tan importante en su vida como lo fue la madre de Pizarnik-, es de esos libros que te abren puertas hacia otros espacios. Te anima a acercarte a la obra de la poeta argentina, si aún no la conoces, a indagar más en su vida. Y en esa búsqueda me encuentro este documental. Memoria iluminada me parece otro interesante acercamiento a la vida de Pizarnik. Estoy convencida que Ana Müshell ha visto este documental, así que aquí os lo dejo, para poner un un cierre estupendo a la lectura de este libro.





Y para los que padecéis de fobias, os dejo una cita fabulosa y muy esclarecedora que Müshell recoge en el libro. Citando a Christophe André, y a su obra Psicología del miedo, dice:


Las personas fóbicas tienen la tendencia a localizar su atención en ellas mismas debido especialmente a la intensidad de sus emociones negativas. Muy a su pesar, están más atentas a su enfermedad interior que a la situación exterior.


[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

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