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MARÍA JOSÉ NAVIA: ❝Las películas que nos han marcado dicen mucho de nosotros mismos❞

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María José Navia es una autora chilena de larga trayectoria. Magíster en Humanidades y Pensamiento Social por la universidad de Nueva York y doctora en Literatura y Estudios Culturales por la universidad de Georgetown, tiene en su haber novelas y cuentos, obras por las que ha recibido algún que otro premio. Su última publicación ha sido un volumen de relatos que lleva por título Todo lo que aprendimos de las películas(Páginas de Espuma), con la que quedó entre los cinco finalistas del Premio Internacional Ribera del Duero. 

María José visitó Sevilla la semana pasada, para hacer promoción de este volumen de cuentos, y con ella nos sentamos a conversar. Atentos a todo lo que dice sobre estos cuentos, la reiteración de un personaje (la escritora Constance Bergman), la influencia de los espacios (la casa en la que irán viviendo varios personajes), sus sugerencias a la hora de leer este libro, o los juegos que construye en cada cuento y entre cada uno de ellos. Y atención también a la anécdota familiar que cuenta, relacionada con El mago de Oz, que a mí me ha parecido alucinante. Si lo pienso, me impresiona haber podido hablar con alguien que es familiar lejano de otra(s) persona(s) a la(s) que yo admiro mucho. Os dejo nuestra conversación. 

Marisa G.- María José, un placer conocerte. Bienvenida a Sevilla. No sé si es tu primera vez en la ciudad.

Mª José N.- Mi primera vez. Estoy muy contenta. Estoy como mirando con los ojos muy grandes, por cada calle que paso. Estoy muy contenta. Muchas gracias por la entrevista.

M.G.- Encantada de conocerte. Estoy con tu libro. Solo me faltan dos cuentos por leer. Siempre le pregunto a los autores que escriben piezas breves si para ellos existe alguna diferencia entre el término cuento y el término relato.

M.J.N.- Para mí no, pero sé que hay escritores que hacen la distinción, según si uno es más largo que el otro. No, para mí. A veces, yo hablo de cuentos o de relatos, pero como sinónimos. En ambos, está esa brevedad y esa concisión. Para mí, no hay distinción.

M.G.- ¿Y por qué decidiste presentarte al Premio Ribera del Duero?

M.J.N.- Bueno, a mí lo que más me gusta es escribir cuentos. Es el género que más me gusta. Y el Premio Internacional Ribera del Duero era un referente muy grande para mí. Si escribes cuentos, ese es el premio al que uno aspira. Es el concurso al que uno quiere mandar algo. Siempre estaba pendiente cuando se fallaba, y veía quiénes habían sido los finalistas. Leía los libros. Es un concurso al que yo les prestaba siempre mucha atención. 

A finales de 2021, me decidí a armar la colección y enviarla al premio. Quedar entre los cinco finalistas fue un tremendo honor. Y después, que me ofrecieran la posibilidad de publicar en Páginas de Espuma, que además es la editorial que celebra el cuento en toda su gloria y majestad, fue un sueño, la verdad.

M.G.- Este es un volumen en el que el lector se va a encontrar con diez cuentos, algunos de mayor longitud que otros, casi una nouvelle, en algunos casos. Generalmente en una antología, los autores agrupan cuentos que han ido escribiendo a lo largo del tiempo, porque comparten temática común o por lo que sea. En este caso creo entender, por lo que yo he leído, que son cuentos escritos ex-profeso para este volumen. ¿Es así?

M.J.N.- Absolutamente. Trabajo pensando en el libro de relatos. Voy escribiendo cuentos, y voy poniendo unos junto a otros, trabajando el manuscrito completo.

Rodrigo Fresán hace siempre la distinción entre libros de cuentos y libros con cuentos.  Libros con cuentos son los que tú dices, en el que se mezclan cuentos más antiguos con otros más nuevos. Pero un libro de cuentos es un libro en el que, no solo pones distintos relatos en una colección, sino que además funcionan como un libro, como una unidad, o una estructura. Para mí era muy importante  hacer esta estructura, en la que además tenemos cuentos conectados. Hay personajes que se repiten. Tenemos la presencia de una casa, que también va uniendo a los distintos personajes. Por supuesto, también estará ese hilo conector de las películas que aparecen, no tanto como referencias muy cinéfilas, sino como la presencia cotidiana de las ficciones cinematográficas en nuestras vidas, como películas que son ya casi parte de nuestra familia y nuestras biografías.

M.G.- Te tengo que confesar algo, porque me he dado cuenta leyendo el libro y porque, además te lo he escuchado en una entrevista. Sé que te pone muy nerviosa la anarquía del lector. Es decir, que leamos los cuentos de manera desordenada. Yo lo he hecho y creo que me he equivocado.

M.J.N.- No, no. No te has equivocado. Pasa siempre con los libros de cuentos, como con los libros de poemas, que no se leen desde el comienzo. Existe esa sensación de libertad. Lo que pasa es que, cuando yo pienso en mi libro, pienso en cierta organización, en cierto orden, y en cierta progresión. A mí me interesa que el lector llegue a Fan, por decir un ejemplo, y que luego se encuentre con Guardar el aire, y que luego se encuentre con Escenas borradas. Me interesa que quien me lee, se haga esa primera impresión de Constance, que es la figura de la escritora, desde los ojos de su hija, un ojo bastante amargo, con esa sensación de venganza que hay ahí. Que quien lea, se haga la idea de Constance como madre, pero luego vaya haciendo ajustes sobre esa visión. Es como quien se ajusta las gafas para ver mejor. Y de este modo, conozcamos a Constance de otra manera. Por eso, como escritora, lo que yo le sugeriría a alguien que me lee, es que lea estos cuentos en orden porque están pensados así. Hay una razón para esa organización. Pero, por supuesto, el lector puede hacer después lo que quiera. Puedo llegar al nivel del consejo o la sugerencia, pero finalmente, quién lea puede hacer lo que prefiera.

M.G.- También puede ser un ejercicio curioso cuando uno va leyendo de manera desordenada, como yo he ido haciendo, y darse cuenta de que este personaje es el que aparece en este otro cuento o en esta otra situación. Me parece interesante también ese juego de desmontar.

M.J.N.- Sí. Pasa también con la figura de la casa, que aparece en el segundo cuento. Es una casa que está embrujada o se embruja por una pareja que está desesperada por tener un hijo. Después será la casa en la que llegue a vivir Constance. Y más tarde será la casa embrujada por la tecnología. Me interesaba que la figura de la casa siguiera esos pasos. Pero, si alguien lo leyó en desorden, y leyó primero la casa tecnológica, no sé muy bien cómo funciona la lectura leyendo primero ese cuento y luego volver a la casa anterior. Tal vez funciona así también. Yo siempre lo leí en orden, lo escribí y lo fui editando en orden. No tengo idea de cómo es leer este libro en desorden. Insisto, mi sugerencia es leer mis libros en orden, porque tiene sentido la frase con la que empieza el libro y la frase con la que termina, o cómo termina un cuento y cómo empieza el siguiente. 

El último cuento de este libro se llama Calima. En este cuento, una chica está en Lanzarote y, en ese momento, hay calima muy fuerte. Pero este cuento es un poco distópico, con una calima con la que no se puede salir, no se puede respirar, un poco más tóxica. Y es un cuento que termina con un ambiente en sepia, con una mujer con su perro que, para mí, es una referencia a El mago de Oz. Esta será una referencia constante en el libro. Yo siempre escribo varios libros al mismo tiempo. Cuando escribí este cuento, estaba también escribiendo mi novela sobre El mago de Oz. Para mí era importante terminar Calima con esa escena, como en la película, en la que vemos un mundo en sepia hasta que llega el tornado y la casa sale volando, y luego llegamos al mundo en color de Oz. Me interesaba mucho ese guiño. Pero si uno lee Calima como primer cuento, no sé muy bien cómo funciona. Pero bueno, el lector que lee es el que tiene la libertad.

M.G.- Pues hablemos de algunos cuentos en concreto. Estás mencionando algunos de ellos,... Por ejemplo, Sacar la lengua. En este cuento hay como una atmósfera un poco tétrica, ¿no? Bueno, en todos hay algo pero, en este concretamente, te confieso que he sentido como una especie de incomodidad. El lector sabe que en ese cuento se esconde algo más.

M.J.N.- Sí, hay varias cosas con las que he estado jugando en el libro. Están las películas pero también las experiencias de las mujeres, de las mujeres de distintas edades. En este cuento, conviven varias mujeres en una casa en la playa. Hay una chica, y su madre está un poco frustrada y temerosa de envejecer. Hace dieta con sus amigas, se pone bótox y está desesperada por disimular el paso de los años. Y luego está la chica, la hija que es un poco gordita. La madre sufre por eso, pero la hija no quiere que eso sea un tema en su vida. 

Por otra parte, quería jugar con la figura de la sirena, que también se repetirá en el libro. Ahí hay algo perverso y tétrico, como lo que tú dices, esa mirada a los cuentos de hadas. A veces, uno piensa en los cuentos de hadas, en la versión colores pastel de Disney, que a mí me gustan, pero los cuentos de hadas son bien brutales, ¿no? O sea, el cuento de hadas de la Sirenita, cuando a esa chica le dividen la cola en dos piernas, eso debe de haberle dolió mucho, ¿no? Me interesaba todo eso en este cuento, esas chicas cubiertas de escamas de peces, el roce, la incomodidad, el olor. Y jugar con eso de las expectativas y de la realidad, algo que también tiene que ver con todo lo que aprendimos de las películas. De alguna manera, uno aprende mucho de las películas. Uno ve cosas de la vida que no te han sucedido aún, o son como una ventanita al futuro media rara. O sea, si nunca te has enamorado, lo ves primero en una película; si nunca te han dado un beso, lo ves primero una película cuando eres niña. Todo esto te trae un montón de expectativas que no necesariamente se cumplen luego en la realidad. 

En este cuento, hay también una pérdida de inocencia, como en ese momento en el que la chica ve que sus amigas lo están pasando mal, pero ella se va la playa y se le olvida todo lo que ha visto. Si me puedo olvidar de algo terrible que está pasando, ¿es eso hacerse grande? No sé, este es el juego de este cuento, en particular.

M.G.- Perdona que te comente una anécdota. Me has hecho recordar algo sobre los cuentos infantiles. Hace unos años me regalaron un volumen de Hans Christian Andersen. Yo recordaba aquellos cuentos como historias maravillosas y me puse a leerlos pero no eran lo que yo recordaba.

M.J.N.- La versión original es...

M.G.- Se han idealizado muchísimo. Se han dulcificado.

M.J.N.- Claro, muchas veces, el final es terrible.

M.G.- De hecho, creo que no terminé de leerlo porque me sobrecogían.

M.J.N.- Son muy perturbadores los cuentos de hadas oficiales, reales. Como tú dices, se han dulcificado pero son brutales. 

M.G.- Sí. Hablemos ahora de Gretelque también es un cuento que me ha gustado mucho porque me ha parecido muy inquietante. Además, en este cuento aparece la pandemia. Sutilmente, pero aparece.

M.J.N.- Sí, sí. O sea, en mi cabeza no es esta pandemia que nos tocó, sino que pasa más adelante hacia el futuro. Pero también porque yo creo que, después de esta pandemia, quedamos todos con la impresión de que en cualquier momento viene una nueva. Antes de esta pandemia del Covid, si bien han habido pandemias en la historia de la humanidad, creo que no lo teníamos tan presente, ni pensábamos que en cualquier momento puede desatarse un virus o qué se yo. Ahora, creo que sí. Ya hemos salido o vamos saliendo, porque no sé cómo se puede conjugar el verbo todavía, pero creo que igual existe ese ruidito, esa idea de que, en cualquier momento, se da la gripe aviar o empiezan a aparecer, no sé, otras fiebres. Capaz que se paraliza el mundo otra vez. He querido jugar con eso, con otra experiencia pandémica, y también con la casa que ahora está embrujada por la tecnología. Es una casa inteligente, que cuida de dos niñas. En la pandemia muere el padre que, a su vez, era el niño que pintaba en el primer cuento. Y además, la mamá es la que trabaja en el hospital. Es lo que pasó en pandemia, con el personal de la salud muy dedicado a eso. Y la casa inteligente es la que cuida de las niñas, pero se empieza a volver en una suerte de planta carnívora. No sabemos si va a dejar salir a las niñas.

He jugado con las conexiones porque las niñas encuentran un libro como de bebé en la casa y piensan que puede ser de la escritora. Pero nosotros, como lectores, sabemos que el libro es de esa primera mujer que vivió en la misma casa, que quería tener un hijo y nunca lo tuvo. 

En este cuento dejo caer también un miedo que está en el libro y que aparece mencionado en la nota final. Durante la pandemia, yo tenía mucho susto de que se acabara el cine. Parte de mi cotidianidad es ir al cine todas las semanas. Es como tomar agua, como parte de mí, de mi vida. Y de pronto ya no se puede ir al cine. Me suscribí a cuanta plataforma pude y vi todas las películas que pude en pandemia y en confinamiento. Pero me daba miedo que se acabara la experiencia del cine, ¿no? Esto de ir a un espacio con un montón de extraños, a ver una película juntos; de pronto, estamos todos llorando, gente que no se conoce. Compartir esa oscuridad, esa vulnerabilidad, me gustaba mucho. Y pensé que todo eso se iba a acabar. Y en ese universo pandémico de Gretel, el cine se acabó. El padre de las niñas había actuado en una película. Las niñas lo recuerdan y hablan con Gretel, que es como el sistema operativo de la casa, la Siri o Alexa. Ellas hablan con Gretel y le piden que les proyecte escenas del cine, porque no saben lo que era. Y Gretel les muestra lo que eran las butacas, las salas,... Esto demuestra el miedo que yo sentía. 

Pero la experiencia del cine también aparece en otros cuentos como un refugio, como un momento de conexión y vulnerabilidad entre los personajes, como pasa en Bond o en Dependencia. Hay menciones a películas, pero también muestro la experiencia de ir al cine, como experiencia comunitaria, la experiencia de presenciar una historia.


[Si prefieres oír nuestra conversación, dale al play]

M.G.- Y te gusta tanto el cine que el volumen se llama Todo lo que aprendimos de las películas. Los has comentado, no todo lo que aprendemos en el cine es correcto, es real, es positivo, es bueno.

M.J.N.- Sí, es lo que mencioné un poco antes. Está esa educación sentimental y ese vistazo al futuro. Nos vamos haciendo una idea de lo que va a ser envejecer, o lo que va a ser tener una relación de pareja, o lo que va a ser la maternidad, o lo que van a ser ciertas cosas, en base a las películas que uno ve, ¿no? Por ejemplo, soy profesora de universidad. ¿Cuántas películas hay de profesores de universidad? La sociedad de los poetas muertos, por ejemplo, donde vemos a profesores idealizados o genios. Cuando uno va creciendo, se imagina ciertas cosas. Pensaba que en mis clases, los alumnos se iban a subir encima de las mesas e iban a gritar "Captain, ¡oh!, my captain". Una se hace una idea de ser una profesora que sea así de mágica. Y no es tan fácil. No a todos nos resulta, o no nos resulta todos los días ser una profesora que tenga ese impacto en los estudiantes. Pero esas imágenes de las películas te van creando una ilusión de lo que uno puede llegar a ser. Lo que aprendimos de las películas no necesariamente son las lecciones más valiosas. Y muchas veces aprendemos cosas que no vamos a usar nunca en la vida. Y también aprendes cosas que te van a causar problemas, porque, como tú dices, te generan expectativas. No sé, por ejemplo, el amor romántico, que no se adecua a la realidad. Y, volviendo a esa idea del ajuste de las gafas, hay que hacer de nuevo un ajuste para mirar la realidad.

Y también las películas como parte del vocabulario, del lenguaje. Cuando uno quiere decir que es tan feliz como, da una imagen de una película para poder graficar. O alguien te está pidiendo consejo, y uno usa una película como ejemplo. Forman parte de todo, de nuestros cuerpos, de nuestro vocabulario, de nuestras memorias. Las películas que nos han marcado dicen mucho de nosotros mismos.

M.G.- En todos los cuentos, más o menos, se van tratando los mismos temas: las relaciones personales, las relaciones con los espacios en nuestro desarrollo, la maternidad, la inteligencia artificial. Incluso, en una parte, se habla del culto al cuerpo. Vas tratando estos temas casi de forma global.

M.J.N.- Sí, sí. Y también, lo he remarcado en algunas entrevistas, las relaciones del «casi». Me interesan mucho las relaciones del casi padre, la casi madre, los casi amigos o la casi pareja. Todos estos vínculos que pueden ser efímeros, transitorios, son también importantes. Es un poco como el guiño que hago a Lost in Translation, que es mi película favorita, donde tenemos ese vínculo de dos personajes que por azar se encuentran en Tokio, los dos extranjeros. Se genera una cierta amistad, una cierta relación, y luego cada uno sigue por su camino, ¿no? Y en mi cabeza, si yo continúo esa película, creo que ellos no se vuelven a encontrar nunca más. Ni siquiera se mandan un correo electrónico, digamos, pero, me imagino que ambos siguen sus vidas y se acuerdan el uno del otro de vez en cuando. Me interesa eso, esos vínculos de cuidado, vínculos de amistad, vínculos que se desvanecen pero que son importantes en un momento dado, como ocurre en Mal de ojo.

En este cuento, una mujer va a una consulta porque tiene un problema en la vista. Va sola a la que le hagan los procedimientos y se encariña con un padre y su hijo, que también van a lo mismo porque el hijo tiene un problema en la vista. No es que ella quiera verlo fuera del horario del hospital o convertirse en la pareja de este padre o la madrastra de este niño. Solo quiere tener esa familiaridad en esos momentos, compartir esos momentos juntos. Y cuando se encuentran en la sala de espera, esperan juntos, toman un café, conversan brevemente, él la va a dejar a su casa. Me gustaba eso. Salirse de los cuentos de hadas. No pensar en el para siempre, sino pensar en lo de ahora y en lo que está y es importante.

M.G.- E importante es también la presencia femenina en estos cuentos. No solo en las voces narradoras, sino también en los personajes. Hay mucho rol femenino.

M.J.N.- Son los mundos que más me interesan a mí, la verdad. Como lectora, leo de todo. Pero como escritora me interesa mucho meterme en las experiencias de las mujeres. Creo que hay mucho que no se ha contado tanto. Por ejemplo, todas esas experiencias de la casi maternidad. Creo que hay muchos relatos sobre madres, cada vez más, y sobre la experiencia del embarazo. Y me parece muy bien que eso exista, porque es un fenómeno muy complejo. Pero, lo que yo veía menos y lo que traté de escribir eran esos «casi», el antes. O sea, ese personaje que está intentando por un buen tiempo tratar de concebir y no resulta. Muchas veces uno conoce esas historias porque después esa persona tiene hijos. Lo intentó durante un tiempo, y por fin, resultó. ¿Pero qué pasa con este personaje que intentó un tiempo, no resultó y no resultó? Después, la gente que conozca en la vida, le preguntarán si tiene hijos. Pues no, pero detrás de ese no se esconde un universo. Es distinto ese «no» que el «no» de alguien que perdió un embarazo y no lo siguió intentando, o que estuvo en tratamiento durante años,...

M.G.- O el no de alguien que no quiere tenerlos.

M.J.N.- Eso, que nunca lo intentó y nunca fue su tema. Pero es el mismo «no» el que se dice. Me he metido a mirar esas experiencias, que aparecen en Dependencias o en Escenas borradas. Vamos a ver a Constance embarazada. Es un embarazo de riesgo. Se va a cuidar mucho porque tuvo unas pérdidas y ya perdió un embarazo bien avanzado, un niño que alcanzó a tener un nombre que se menciona. Son revelaciones que Constance le hace a una amiga que la acompaña, cosas que su hija no sabe. Y esa mujer será muy importante para esta hija porque ella será la que se encargue de la niña cuando nace, en esos primeros años tan vulnerables. Está esa figura de cuidadora, esa casi madre que después va a desaparecer como una escena borrada. Pero, sin embargo, hay una marca. Hay algo que queda ahí. Quería jugar con esas presencias, esos vínculos de cuidado, esos antes de la maternidad o esos casi de la maternidad, que también son parte importante de la experiencia de la maternidad o de la experiencia de esa mujer. Iluminar esos rincones dentro de lo que puedo.

M.G.- Y al hilo de lo que estás comentando, ahora que mencionas Escenas borradas, en este cuento propones un curioso juego porque hay un baile de narrador. Es un instante.

M.J.N.- Nadie me ha preguntado esto y yo tenía mucho miedo cuando lo hice porque pensé que el lector creería que me había equivocado. Pero no, no me equivoqué de narrador. Quería hacer ese juego. Es un libro en el que se juega mucho con el ir mirando distinto y con las certezas que se va armando el lector, para desarmarlas a lo largo del camino. El lector se hace una idea de Constance después de leer Fan pero, ¿qué pasa cuando lee Guardar el aire? ¿Qué pasa cuando lee Sirenas? Y en Escenas borradas, lo mismo. Vamos siguiendo la historia contada por un narrador o narradora en tercera persona y, de repente, ella agarra la voz y cuenta un pedazo. Quería hacer ese juego, hacer creer que alguien te está contando la historia pero, en verdad, soy yo disfrazada de tercera persona la que te está contando. Me quise dar ese gusto con los lectores.

M.G.- Te reconozco que volví las páginas atrás para comprobar quién me estaba contando la historia. Y entendí el juego. Como el truco de un mago.

M.J.N.- Exacto. Y te saco una moneda detrás de la oreja.

M.G.- Bueno, hablamos un poquito de los escenarios. Hay referencias a Santiago de Chile. Luego, en Calima, Lanzarote tiene mucha presencia. Háblame de cómo afectan los espacios a los personajes.

M.J.N.- Bueno, no uso tantas marcas espaciales. Muchas de las historias, efectivamente, pasan en Santiago, si bien no siempre se menciona que es en Santiago. En Calima, sí se menciona que la acción transcurre en Lanzarote. También hay un par de cuentos que suceden en Estados Unidos. Me interesaban las ciudades idealizadas, o los espacios cerrados, como el de la casa embrujada o esas casas de las que no se puede salir por la calima tan fuerte y la chica se queda allí encerrada con el perro. Me gustaban esas experiencias de encierro, que a veces pueden ser encierros reveladores y, otras, encierros terribles.

En Gretel, el lector termina de leer el cuento y creo que puede llegar a pensar que las niñas no van a salir de la casa jamás porque la casa no las va a soltar. La casa se convierte en una madre sobreprotectora que, después de una pandemia, no deja salir a las niñas. Yo las sigo alimentando, pero no quiero que se enfrenten al peligro ahí afuera. 

Por otra parte, parte de nuestras relaciones afectivas pasan también por los espacios. Los espacios marcan. En Dependencias, la pareja se muda de un apartamento chiquito metros a una casa porque quieren formar una familia, pero la casa no acompaña con ese deseo. Quería pensar en lo familiar, y no solo desde los vínculos afectivos tradicionales, sino también desde esos otros que a veces orbitan los tradicionales: los espacios, los objetos, e incluso los animales. Por ejemplo, en Calima, el perro se vuelve una presencia fundamental para la protagonista, quién sabe si no se vuelve loca. Pero tiene a este perro que la acompaña en su duelo, que dice que le apoya una patita, y ella se empieza al final a relacionar solamente con este perro.

M.G.- Abrimos el libro y encontramos muchas citas, muchas citas, muchas citas. Pensaba yo, aparte del trabajo de escribir todos estos cuentos, también hay un trabajo a la hora de elegir todas estas citas. ¿En qué te basas para esta elección?

M.J.N.- Bueno, varias cosas. Primero, soy una escritora que es una profesora de literatura. Soy una escritora que se considera una lectora que escribe. Me hace muy feliz escribir y leo muchísimo. Para mí, escribir es la continuación de la lectura. Me hace inmensamente feliz leer y me hace inmensamente feliz escribir. La felicidad de leer algo que te entusiasma, que te gusta, es como la ola que te lleva y te deja al frente de la computadora para escribir. Escribir, echar un libro al mundo, es poder seguir esa conversación con los libros que uno ha leído, y que han sido importantes para el libro que has escrito. Por eso, traer todas esas citas que son afines, que dialogan con los cuentos, dialogan en distintas maneras por lo que dice la cita. También porque la gran mayoría está en inglés y, de alguna manera, te pone en ese lugar del extranjero que no maneja tal vez del todo el idioma. Me interesaba esa incomodidad.

Y también, no sé, hay algunas citas epígrafes que tienen que ver con Emily Dickinson, que fue una poeta que pasó gran parte de su vida encerrada en su casa. Así, he querido hacer esos vínculos, esos nexos, que eran importantes para mí. Es como una forma de continuar con la conversación. Yo pongo un libro y lo pongo en conversación con otros. Es algo que admiro mucho de los escritores que lo hacen. Por ejemplo, Rodrigo Fresán, que es mi gran referente, lo hace mucho. Él ocupa muchas páginas de epígrafe. Para mí, es algo muy bonito que sus epígrafes te empujen a buscar una conexión. De alguna manera, te dejan tarea para casa. Si lees esos epígrafes, tal vez alguno te genera curiosidad, y te entran ganas de seguir leyendo, de buscar otro libro. Me gusta pensar en un libro que abre ventanitas a otros textos, que deja que el lector, no solo disfrute de la historia que tú creaste como autor o como autora, sino que también le dejas abiertas todas esas puertas por si quiere cruzarlas, y acercarse también a otros textos. Es una conversación que continúa.

M.G.- Claro, son lecturas que no acaban nunca.

M.J.N.- Exactamente.

M.G.- Mira, como penúltima pregunta apuntada, quería saber qué importancia tiene Rodrigo Fresán en tu literatura y me la acabas de responder. Sale mucho en tu discurso.

M.J.N.- Desde los dieciocho años, cuando empecé a leer sus libros, se convirtió en mi escritor favorito. Me parece que es el escritor más importante de Latinoamérica y de los más grandes del mundo. Tiene una literatura muy rica. Es un gran escritor. Escribe muy bien pero, además, me gusta la manera que tiene de traer a la página una cantidad de referencias a películas, a canciones, como en ebullición. Yo menciono cosas por aquí y por allá, pero si uno lee a Fresán, encuentra una saturación de referentes. Es como una explosión gozosa de todo lo bueno del mundo, de todas las películas, de todas las canciones,... Sus libros son libros para leer y para seguir leyendo. Para mí, fue una gran influencia. Y luego, por suerte, la vida hizo que pudiera conocerlo y hemos seguido en contacto. Ha sido siempre un escritor muy generoso y es un privilegio que te recomiende libros. Le debo mucho como lectora y como escritora a Rodrigo Fresán.

M.G.- Ahora sí, como última pregunta, cuéntame esa anécdota familiar que te une a El mago de Oz.

M.J.N.- Mi abuela materna se llama Edith Mankiewicz. Su padre tenía unos primos que eran directores de Hollywood muy famosos, los hermanos Mankiewicz (Herman y Joseph). Yo conocía ese dato pero nunca investigué mucho más. 

El Mago de Oz siempre me gustó. Para mi novela me puse a investigar. En ella aparecen personajes ficticios, pero también sale la película, la vida de Frank Baum, que es el autor, todo el tema de la producción de la película, la biografía de Judy Garland,... En el camino, descubrí que El mago de Oz es un guion que tuvo muchos guionistas. Pasó de mano en mano, y también tuvo distintos directores. Al primer guionista al que le pasaron el guion fue a Herman Mankiewicz. El hizo una primera versión en la que luego la trabajaron muchos otros. Dicen que fue a Herman al que se le ocurre que, aprovechando la tecnología, se pasara del sepia al technicolor. Algo fundamental y maravilloso en esta película. Cuando descubrí este dato me explotó el corazón. Fue mucha emoción descubrir que mi atracción por el mundo de Oz podía ser porque había algo familiar y descubro que tengo una conexión distante. No es mi papá el que escribe el guion, pero sí hay una conexión familiar. Aunque yo estaba ya escribiendo la novela, aquel hecho me hizo tomar el proyecto aún con más pasión y energía. Pensaba que me estaba evadiendo de muchas cosas, yéndome a Oz pero, de alguna manera, estaba volviendo a algunas cosas de mi familia o de mi vida. Fue un bonito gesto que me pareció una señal y que me indicaba que iba por el buen camino. La mitad de esta persona está en Oz, mientras habla contigo. En cuanto llegue a Chile, vuelvo a sentarme para terminar la obra pronto.

M.G.- Pues, María José, no tengo más preguntas que hacerte. Te agradezco que me hayas desplazado hasta aquí, tan lejos.

M.J.N.- No, por favor, si estoy encantada de estar aquí, y feliz de conversar contigo. Muchas gracias.

M.G.- A ti. Lo dejamos a aquí. Gracias. 

Sinopsis: «Padres y madres y parejas y amigas y ecografías, habitaciones peligrosas, visiones alteradas y la inminente posibilidad del fin de todas las cosas son proyectadas en la pantalla de Todo lo que aprendimos de las películas por la linterna mágica de María José Navia. Diez tramas que acaban conformando un mismo largometraje mental y que se leen/ven no como cuentos de hadas pero sí como cuentos de embrujadas a la espera de la llegada de ese gran tornado que las lleve muy lejos o que las devuelva a ese sitio que jamás quisieron abandonar. En el más technicolor black & white, Navia enseña todo lo mucho y muy bueno que sus lectores tienen para aprender de ella leyéndola –desde los créditos de apertura hasta el The End, por favor, shhh, sin hacer ruido– en el más elocuente y conmovido y agradecido de los silencios por toda su luminosa oscuridad», Rodrigo Fresán.

 

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