Autora
Nació en Segovia en 1992. Ha publicado los poemarios Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo (2013), Baluarte (2014), Ya nadie baila (2015), La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida (2016) y Adiós al frío (2020). Del mismo modo, es autora de dos libros que combinan la ilustración y la poesía: Tú la Acuarela/Yo la Lírica (2013) y Aquella orilla nuestra (2018), ilustrada por Emiliano Batista (EMBA). Compagina su carrera poética con la traducción. Ha traducido a poetas como Rupi Kaur, Lana del Rey o las letras de Vetusta Morla. En 2019 publicó su primera novela, Días sin ti, con la que consiguió el Premio Biblioteca Breve, que la consolidó dentro del panorama nacional e internacional como una de las escritoras más importantes de su generación. En 2021, la revista Forbes la incluyó en su lista de Los 100 españoles más creativos. Elvira llena con su poesía teatros y salas de conciertos en todo el mundo, desde espacios pequeños hasta grandes recintos como el Circo Price o el WiZink Center en Madrid. En la actualidad continúa presentando sus obras por España y por América Latina mientras sigue desarrollando su labor creativa y literaria. Las vulnerabilidades (2024) es su segunda novela.
Sinopsis
La narradora de esta historia, Elvira, recibe un mensaje en una red social: una joven llamada Sara afirma haber sido víctima de un abuso y se encuentra en una situación desesperada. Elvira no duda en ofrecerle su ayuda y le abre las puertas de su intimidad, aunque nada es suficiente para quien no halla consuelo. Poco a poco, Sara se convierte en una presencia asfixiante pero necesaria en la vida de una Elvira entregada a salvarla de sí misma.
Las vulnerabilidades es una historia de suspense psicológico que gira en torno a la relación de poder y dependencia que se establece entre dos mujeres heridas y que cuestiona las consecuencias de un acto tan aparentemente altruista como ayudar a los demás.
Tras ganar el Premio Biblioteca Breve en 2019 con Días sin ti, su primera novela, Elvira Sastre regresa a la ficción más descarnada con una historia inspirada en un episodio real vivido por la autora. En sus propias palabras: «Trato de entender a través de la escritura dónde nacen nuestras heridas. He escrito esta historia para demostrar que la vulnerabilidad es la luz que ilumina la grieta».
[Información tomada directamente del ejemplar]
Elvira es una joven publicista, de veintiocho años, a la que le encargan una campaña para la Agencia de Protección de Datos, con la intención de concienciar a la ciudadanía sobre la importancia que tiene proteger nuestros datos, nuestra intimidad y nuestro derecho a la imagen, cuestiones que vuelan por lo alto cuando alguien filtra en internet, y sin nuestro consentimiento, un vídeo de contenido sexual. Con la idea de llegar a un mayor número de personas y causar un efecto más impactante, a Elvira se le ocurre fingir que ella ha sido víctima de una filtración de este tipo, denunciando los hechos a través de una confesión por redes sociales. Las reacciones no se hacen esperar.
«Y pronto se hizo viral. No calculé los riesgos personales y el teléfono se llenó de llamadas de familiares y amigos preocupados». [pág. 17]
Familiares y amigos se ponen en contacto con ella pero también lo harán personas desconocidas. Entre esas personas habrá chicas que le muestran su apoyo, y otras que resultan ser igualmente víctimas. Una de esas chicas será Sara, una joven adolescente, con la que establecerá una relación de amistad.
«Sara fue una de aquellas mujeres. Abrí mi carpeta de mensajes y vi su nombre. Esas cuatro letras brillaban entre la oscuridad de las docenas de mensajes sin leer, titilaba como un bichito de luz a medio gas». [pág. 19]
A Sara le han robado su intimidad. La joven accedió a grabar un vídeo en el que se la ve manteniendo relaciones sexuales con Rodrigo, su novio, y este lo ha difundido entre sus contactos. Raro es el compañero de instituto que no haya visto esas imágenes. A partir de ese momento, la joven pierde su capacidad de reacción. Se queda totalmente bloqueada, sin ser capaz de tomar decisiones de ningún tipo. Optará por encerrarse en casa y en sí misma, y tratar de mantenerse alejada del foco de atención, apartándose de todo, porque inevitablemente cree que todo el mundo la va a señalar por la calle. Bueno, en realidad, no es una paranoia suya sino que la gente la señala. La insultarán y sus amigas le darán la espalda. Sara prefiere recluirse a la espera de que pase el aluvión y de que la gente olvide el vídeo. Ni siquiera se ha planteado denunciar porque, en sus propias palabras, «no me compensa». ¿Para qué remover más la mierda? Pero Elvira no cree que deba dejarlo estar.
«Coge las armas que existen y defiéndete como puedas, Sara. Tú no tienes culpa de nada. Tienes derecho a vivir tu vida y a tienes derecho a protegerla». [pág. 23]
Así que ella decidirá no dejar sola a Sara en ese triste naufragio. No sin temor a cometer algún error y a orientar a la joven por un camino equivocado, determinará acompañarla en el proceso, escuchando a la joven cuando sienta necesidad de hablar, alargando su mano para sacarla del pozo en el que se hunde, poniéndola en contacto con profesionales que le presten socorro, y aconsejando a la chica para que dé un paso al frente y denuncie. La relación entre Elvira y Sara será principalmente telemática, a través de correos electrónicos, whatsapp o mensajería instantánea, aunque también se verán en contadas ocasiones.
Elvira se vuelca con Sara y pasa a formar parte del paisaje de la joven. Junto con Laia, la hermana mayor de la chica, serán ellas las que sujeten el peso de esta historia, que conduce a un desenlace del que os hablo más abajo.
Qué me ha gustado de la novela
Hay lectores que evitan enfrentarse a novelas-tsunami. Sí, a esas historias que, nada más leas la primera línea, te llevan por delante. Admito que leer esta novela me ha removido. Es como si me hubiera pasado una apisonadora por encima, pero lamentablemente lo que cuenta la novela es una realidad que está ahí, que no podemos obviar y que, además, es necesaria visualizarla. En este sentido, Las vulnerabilidades me ha gustado mucho. Por suerte, y hasta la fecha, no me ha ocurrido lo que le ocurre a Sara. Ni tampoco tengo a nadie cercano a la que le haya pasado lo que a ella. No por ello no he sentido la historia como propia. Me ha gustado muchísimo el retrato que Elvira Sastre hace de esa atmósfera pesada y angustiante que rodea a una víctima de la vulneración de su imagen. Como también me ha parecido brillante el dibujo social y familiar que plantea. ¿Cómo reacciona la familia ante una situación así? Y la sociedad, ¿arropa o abandona a la víctima? ¿Con qué recursos cuenta Sara para enfrentarse a la humillación a la que ha sido expuesta? Pero sobre todo, me ha impactado muchísimo el retrato psicológico que la autora hace de la joven. Me he echado las manos a la cabeza al ver el tipo de relación que Sara tiene con Rodrigo, de qué modo la joven está totalmente atrapada en una relación tóxica, seducida por un hombre algo mayor que ella, al que ve como su salvador. Nos contó la autora que para escribir esta novela tuvo que investigar y el proceso fue complicado. «Todos sabemos lo que implica la violencia de género, el terror que supone, pero cuando ahondas más allá, descubres las consecuencias psicológicas que deja en las víctimas».
Las vulnerabilidades parte de un hecho real. Quiero decir queel punto de partida, esa confesión en redes sociales, es algo que la propia Elvira Sastre llevó a cabo (puedes leer algunos artículos periodísticos sobre el tema aquí), con el mismo propósito que la Elvira de la novela. En el año 2020 publicó en su cuenta que andaba rulando por Internet un vídeo suyo en el que se la veía manteniendo relaciones sexuales. Y como ocurre en la novela, las reacciones no se hicieron esperar.
Lo que no comprendo es por qué algunos lectores catalogan esta novela como un thriller psicológico. Es cierto que todo lo psicológico tiene presencia importante y que también hay cierto suspense y misterio flotando, pero en lo que a mi experiencia lectora respecta, no puedo elevar esta novela a la altura de un thriller. Me parece más una novela de carácter intimista y social. Al preguntarle a Elvira Sastre, ella responde que no son más que etiquetas, «aunque sí hay un misterio en la novela, para lo que ha ido dejando pistas a lo largo del relato». Admito que esas pistas no las advertí.
Sara
Qué difícil debe ser para una persona enfrentarse a lo que se enfrenta esta chica. Más siendo una adolescente, en ese momento en el que estás como a medio cocer, como si fueses una pieza de barro en proceso de endurecimiento. Cualquier contacto o presión ejercida sobre la misma, dejará una huella para siempre. A eso se añade que a la joven le falta uno de sus puntos de apoyo. Su madre falleció tiempo atrás, así que lo más cercano que tiene a una figura materna es su hermana mayor, Laia. Porque ni siquiera con su padre se entiende, un hombre que estará sin estar en todo eso que le va a ocurrir a su hija. Bueno, ahora también estará Elvira, la periodista que no la deja sola ni un momento, que la acompañará en sus miedos, en sus pesadillas, en sus dudas, en sus incertidumbres. Y el ámbito familiar se verá totalmente trastocado por los acontecimientos porque, como decía antes, la novela también aborda la reacción de nuestro entorno más cercano. Y puede ocurrir que hasta aquellos que han convivido contigo toda la vida, te abandonen.
A Sara la ves tan débil, tan delicada, que es inevitable no sentirse con la necesidad de posicionarte a su lado y sujetarla. Porque eso es lo que he sentido al conocer la situación de esta chica, un deseo irrefrenable de acogerla y protegerla. Es el mismo sentimiento que abordará a Elvira.
«Es quebradiza, frágil, tremendamente infantil». [pág. 40]
Y es que, aunque tenga diecisiete años, si la escuchamos con los ojos cerrados, tendremos la impresión de estar ante una niña pequeña. Como Elvira piensa, Sara es una voz infantil que le habla de cosas espantosas. No hay nada adulto en ella, como si no hubiera pasado el tiempo. Toda la estructura que vamos construyendo a medida que vamos creciendo, en el caso de Sara se ha venido abajo, como si alguien, de un manotazo, hubiera derribado todo ese crecimiento personal e iniciación hacia la edad adulta.
Para colmo, la joven tiene que soportar también las burlas y el escarnio público. ¿Cómo es posible que la sociedad la culpabilice? Quise preguntarle al respecto a Elvira Sastre porque a mí me parece un horror que a una mujer que sufre este tipo de violencia, también se la señale con el dedo. Ella me respondió que, por suerte, no todo el mundo reacciona igual. Que es verdad que se suele dudar de la víctima pero también hay mucha gente que hace cosas muy buenas, que las víctimas cuentan con asociaciones donde trabajan profesionales y voluntarios. Sin embargo «cada vez que una mujer muere por violencia de género siempre se pregunta si había denunciado previamente. Eso es poner la responsabilidad en la víctima», mientras que a las víctimas de otro tipo de violencia se les ampara de otra manera, sin preguntarle si ha denunciado los hechos antes o no. ¿Es que acaso, al no denunciar, es más culpable por lo que le ha ocurrido?
Si Sara es culpable de algo es de amar y de querer sentirse amada, de elegir mal, de poner su atención en un maltratador, como Laia califica a Rodrigo, que conoce los puntos débiles de la joven, que la manipula, y le hace sentir que sin él, ella no es nada. Pero no es culpable de haber mantenido relaciones sexuales, ni de permitir la grabación de ese momento. Ella no es la culpable. El culpable es Rodrigo. El verdadero monstruo es él. Y yo siempre me he preguntado cómo es posible que las jóvenes de hoy consientan tener relaciones con personas así. ¿Por qué no huyen? Y así se lo pregunté a la autora: «Pero ellas no se meten en esas relaciones de forma voluntaria. Son ellos los manipuladores. Ninguna nos libramos de algo así, ni la más feminista, porque no depende de nosotras. Es que hay otra persona ejerciendo un maltrato psicológico y la manipulación es tan sutil que cuando te quieres dar cuenta estás dentro. A todas nos ha pasado. A mí, también».
Sara es un títere al que su novio maneja a su antojo. Tanto es así que ella se presta a otras circunstancias terribles, sobre las que ponemos la palabra secreto.
«Fue en el momento en el que leí la palabra secreto cuando todo se oscureció: pero no solo lo que rodeaba a Sara, sino también lo que vivía dentro de mí. Entendí que detrás del vídeo había algo mucho más terrible, que Sara estaba envuelta en una nube tan gris que era imposible ver nada». [pág. 56]
Habrá algo más que el lector descubrirá con el avance de la lectura. E incluso así, con todo lo que Rodrigo le ha hecho, conviviendo con la sensación de que su novio no la deja ni comer, ni dormir, ni respirar, ella sufre porque no quiere hacerle daño. Le preocupa lo que le vaya a ocurrir si lo denuncia y van a juicio. Está tan metida de lleno en una relación tóxica y tiene una dependencia emocional tan apabullante, que incluso le da miedo ir a la consulta de la psicóloga porque sabe que tendrá que hablar de lo que ha ocurrido y de lo que Rodrigo ha hecho, y eso lo dejará en una situación comprometida.
Elvira Sastre construye un personaje intenso y complejo pero, a la vez, con un vacío enorme. En ese retrato que la autora perfila, me llamó poderosamente la atención dos cuestiones. Por un lado, la insistencia de Sara al pedir perdón por todo. Cada palabra suya, cada acción, viene precedida de una disculpa: «Elvira, perdona si te molesto»; «Elvira, es que no sé cómo hacer esto, perdona». Sara ha perdido cualquier atisbo de identidad, cualquier derecho a ocupar un espacio en el mundo, a ser alguien en la vida. Está tan anulada que por su mente flotan pensamientos suicidas y combate su dolor con la autolesión. Y por otra parte, me pareció significativo que constantemente se refiera a su interlocutora empleando su nombre propio, cuando habla con ella. Si contáramos las veces que Sara pronuncia la palabra Elvira (como también la palabra perdón) advertiríamos que es un número elevadísimo. Quise preguntarle a la autora sobre este asunto y esto es lo que me contestó: «Es un rasgo que contribuye a construir su personalidad dañada y manipuladora porque, cuando alguien te nombra, te interpela. Que te nombre tanto es como si te eligiera a ti de entre todo el mundo. Forma parte de un discurso manipulador muy sutil». Quizá no entendáis esta respuesta. ¿Sara, manipuladora también? Bueno, no ahondo más en esta cuestión.
Elvira
La narradora de esta historia se ve envuelta en una situación complicada, sin buscarlo. Su papel es llevar a Sara a un lugar emocional seguro, donde la joven pueda recuperar la autoestima y la confianza en el otro. Podríamos pensar que a Elvira le toca la parte fácil en esta historia. Al fin y al cabo, la invasión de su intimidad no ha sido más que una farsa, una estrategia para concienciar a través de redes sociales. Elvira no es víctima de ningún tipo. A ella le toca simplemente (y lo subrayo) servir de apoyo, aunque eso implique que toda su vida gire alrededor de otra persona.
«Mi vida al margen de Sara ya no existía, pero tampoco se había parado, a pesar de mis intentos. No hablaba de otra cosa que no fuera ella y no me daba cuenta de mis fallos en el trabajo, de la ausencia con mi familia, de la escasa energía que me quedaba para hacer otra cosa que no fuera estar ahí, a su lado». [pág. 155]
Pero la labor de Elvira no es tan sencilla. Ella es periodista, no tiene experiencia como psicóloga ni como personal de apoyo a las víctimas de violencia. Elvira hará lo que pueda no sin temor a equivocarse porque no puede desentenderse de Sara ahora que ella ha llegado así a su vida, con ese ímpetu, colonizándolo todo, su tiempo y su espacio. Elvira siente que ayudar a Sara es ayudar a todas las mujeres, através de la joven, es tender una mano amiga a todas aquellas chicas que estén pasando por una situación así, o que hayan pasado por algo similar. Así que la novela respira un aire de sororidad tremendo porque además, si te fijas bien, y más allá de las referencias al padre y al novio de Sara, toda la historia gira alrededor de mujeres, con Elvira y Sara a la cabeza, con Laia, y con Inés y Ana, psicóloga y abogada de la joven. La presencia femenina en esta novela no tiene competidor. Todas estas mujeres se unen para ayudar a otra mujer.
«Debemos creernos. Antes de nada, debemos hacerlo, aunque haya dudas, malestar o posiciones incómodas: la primera respuesta debe ser "yo te creo"». [pág. 103]
Y adoptando esa responsabilidad, ¿cómo se ayuda a una persona que ha pasado por esto? Elvira se lo pregunta en la novela, qué abrazo hay que dar, qué palabra tienes que pronunciar, qué gesto haz de hacer para aliviar a la víctima, qué decirle a alguien que te confiesa que te quieres morir mientras el hombre al que amas te insulta, te pega y te viola. Ante eso, ¿qué? Porque no hay nada que valga. No existen abrazos, ni palabras, ni gestos para algo así. Decir «lo siento mucho», queda hasta ridículo.
Pero estamos hablando constantemente de la ayuda que Elvira presta a Sara, pensando que la periodista es un mero punto de apoyo. Sin embargo, y a medida que vayamos avanzando en la lectura, veremos cómo Elvira es una mujer que también tiene sus rincones oscuros. Nadie está libre de traumas y manipulaciones. Entonces, ¿quién ayuda a quién? La línea es tan difusa... Elvira y Sara se convierten en vasos comunicantes.
Desenlace
Nunca hago un aparte para hablar del desenlace de una novela leída. A lo sumo, dejo caer lo que me ha parecido, sin entrar en profundidades. Pero en este caso, siento que es necesario, porque el final de esta novela me cogió tan de sorpresa que me quedé unos segundos sin capacidad de reacción. Pero no me refiero a ese tipo de sorpresa que el lector sabe que le espera en según qué tipo de novela, sino a un quiebro que me dejó sin entender muy bien por qué. Y es que Elvira Sastre opta por dar un giro brutal a los acontecimientos, cuando apenas quedan unas treinta páginas para el punto final, y saca a la luz un tema que, hasta ese momento, ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Yo andaba tan imbuida en la historia de Sara, en la viralización de su vídeo, en su pérdida de intimidad, en su hundimiento, echándome las manos a la cabeza con esta sociedad que culpabiliza a la víctima, que no vi venir lo otro, el otro foco de atención sobre el que Sastre quiere poner su mirada. Y es que, en Las vulnerabilidades, es muy importante la violencia de género y las víctimas, pero también la entrega incondicional de la que luce Elvira. Con tal de ayudar a Sara, ella se olvida hasta de sí misma como hemos leído en un pasaje anterior. No quiero profundizar más en lo que le ocurrirá a Elvira para no destripar la trama pero sí quiero comentar que a mí me descolocó tanto ese final, que no puede evitar preguntarle abiertamente a la autora y me contestó que ella no ha escrito únicamente una novela sobre violencia de género.«La violencia ha sido el contexto de la historia pero, casi como tema principal, he querido ir más allá, huyendo de la revictimización, para evidenciar, a través de un caso, que no todo es blanco o negro, sino que hay grises, que podemos estar totalmente equivocados con respecto a lo que pensamos de alguien». A Sastre no le extrañó que no me esperara ese final ni que pensara que los hechos iban a seguir el mismo sendero que yo había tomado desde el principio. La autora cree que Las vulnerabilidades es una novela que casi requeriría una segunda lectura. «Es un libro que, si no te esperas el final, cuando lo lees una segunda vez, es otro libro distinto porque ya sabes lo que pasa y ves otras cosas, para lo que he ido dejando pistas», afirmó.
Estructura y estilo
Escrito en primera persona, Las vulnerabilidades cuenta con una estructura muy definida. Aunque la voz narrativa siempre será la misma, la de Elvira, el lector se encontrará que a lo largo de la narración de los hechos se intercalan capítulos en cursiva. Si debo ser sincera, esos pasajes me abrumaron un poco. No sé si será percepción mía pero yo sentía que la voz de la narradora en esos capítulos era mucho más densa, más pesada. Le pregunté a la autora y me contestó que «la parte en cursiva son capítulos más poéticos que me permiten volcar esa parte poética que tengo; además a la hora del desarrollo de la historia ayudan mucho porque están en presente, porque son pasajes muy gráficos que te ayudan a construir los personajes».
Voy llegando al final de esta reseña-entrevista. Las vulnerabilidades te pone un nudo en la garganta. Cada palabra de esta novela ejerce presión a la altura del esternón. Capítulo a capítulo Sastre te aprieta el corazón. Esta novela está plagada de interesantes e importantísimas reflexiones, un buen puñado de pensamientos, emociones,... que he hecho mías. Es una novela que te hace preguntas y te invita a pensar, rompiendo tus esquemas.
Cierro esta novela con un párrafo que resume perfectamente el horror al que una víctima se enfrenta:
«Sara seguía siendo una víctima de un hombre que continuaba agrediéndola y de un sistema que no tenía respuestas para ella. Nadie curó su daño. Nadie supo ver a tiempo que era una adolescente en peligro y que necesitaba ayuda: su familia, sus amigos, las instituciones y la sociedad la habían abandonado. Le hicieron sentir culpable, como si fuera responsable de su abuso. No hicieron un seguimiento de su salud mental ni le dieron herramientas para continuar con su vida una vez hubo terminado el juicio. Dieron por hecho que la cárcel es suficiente y cura el daño de la víctima». [pág. 341]
Y no. No es suficiente.
Booktrailer:
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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