Búsqueda en Google: ¿Cuántas personas sufren de problemas de salud mental?
Confederación de Salud Mental en España:
- 1 de cada 4 personas tiene o tendrá un trastorno mental a lo largo de su vida.
- Entre el 35% y el 50% no reciben ningún tratamiento o no es el de adecuado
Con estos datos, la salud mental sigue siendo una asignatura pendiente en España. En este país, si vas a tu médico de cabecera porque te sientes hundido, con claros síntomas de depresión, cuadros de ansiedad, o cualquier otro tipo de trastorno mental, probablemente salgas de la consulta con cuatro consejos y una caja de Lexatín. Que te deriven a Salud Mental por el sistema de sanidad pública es casi más difícil que te toque la lotería. Y cuando consigues acceder a esa especialidad médica, las citas son tan tardías que el seguimiento del paciente se vuelve inviable. No tenemos un buen servicio público de salud mental en este país. No hay recursos y la gestión es mala. Por eso, la mayoría de la gente que acude a terapia lo hace por lo privado. Pero ¿qué pasa con las familias que no se pueden permitir una consulta privada? Pues que la gente sufre y vive acarreando sus problemas sin saber cómo gestionarlos.
Si a todo esto se le suma el factor adolescencia, el problema se recrudece. En una etapa de tantos cambios y vaivenes como es la adolescencia, hay jóvenes que sucumben, que no llevan bien la presión social, que se enfrentan a situaciones complejas en el seno familiar, que viven en una constante comparativa, agravada por las redes sociales. De todo ello, Lola Álvarez sabe mucho. Pedagoga y psicoterapeuta experta en infanto-juvenil, ejerciendo en Reino Unido desde hace treinta años, Álvarez acaba de publicar ¿Qué me he perdido? (Planeta), en el que se centra en los problemas de salud mental en los jóvenes.
La semana pasada, Lola Álvarez pasó por Sevilla y pudimos conversar con ella. Ahí va la entrevista.
Marisa G.- Lola, tienes una trayectoria profesional increíble. Como primera pregunta, me voy a remontar a ese momento en el que una persona con edad universitaria decide lo que quiere estudiar. ¿Qué es lo que te empujó a estudiar pedagogía y luego a convertirte en psicoterapeuta?
Lola A.- Fue una de esas cosas de la vida. Tenía un tío que vivía muy cerca de casa. Nos prestó un libro sobre una escuela inglesa que se llamaba Summer Hill. Era una escuela muy progre, de niños libres, y cosas así, pero se regía según el psicoanálisis. A mí eso me interesó mucho. Por entonces, yo tendría catorce o quince años y pensé que aquello era lo que yo quería hacer de mayor. Hice pedagogía pero el psicoanálisis se daba en una o dos lecciones en toda la carrera. Me interesaba mucho poder transformar la vida de un niño a través de la educación. Tener una buena educación es una cosa determinante en la vida.
Luego me fui a vivir a Inglaterra. Allí hay mucha escuela. De hecho, cuando Freud huyó de Austria con la llegada de los nazis, se fue a vivir al norte de Londres, donde murió. Por eso se creó allí mucha escuela alrededor de la psicoterapia, el psicoanálisis, y la psicoterapia aplicada al mundo infanto-juvenil. De esta forma nació la clínica Tavistock, una clínica, digamos, de renombre internacional. Al llegar a Londres, busqué un postgrado y entré Tavistock. Hablé con una profesora que luego sería mi tutora años después. A ella le expliqué lo que quería hacer y me orientó sobre qué curso hacer. Y así empecé.
M.G.- Este es tu segundo libro. El primero que publicaste se llamaba ¿Pero qué te pasa? y te centrabas en hacer un repaso de los problemas que los padres se pueden encontrar con los hijos en edad adolescente. En este otro, como que restringes más el tema. Es decir, te centras en una cuestión más concreta.
L.A.- Sí. En el otro, el tema era la adolescencia en general, lo que ocurre en la adolescencia, la transformación del adolescente, el desarrollo psicológico, sexual, de identidad, las redes sociales,... Todo lo que está relacionado con la adolescencia actual. Sin embargo, en este hablo de la salud mental de manera más específica.
Me formé en el sistema de sanidad pública de Reino Unido y trabajé durante quince años en la sanidad pública. Pero antes, en la parte pre-clínica, había trabajado en escuelas primarias y secundarias en el centro de Londres porque tenía que reunir los requisitos de formación, que son bastante rigurosos. Te exigen haber trabajado con niños de todas las edades. Y ese primer libro lo que recoge de forma general es lo que he visto con mayor frecuencia en la clínica. Pero este profundiza más en los problemas de salud mental que vemos continuamente.
M.G.- En este libro, describes las señales de alarma a las que los padres tienen que estar atentos para descubrir a tiempo qué les ocurre a sus hijos, pero ¿cuáles podrían ser esas señales que a lo mejor nos pasan desapercibidas?
L.A.- En general, siempre hay que vigilar los cambios de conducta y averiguar a qué se deben. Puede que sólo sea un cambio de conducta temporal o, en cambio, puede ser que se trate de una progresión. Por ejemplo, hay que vigilar si el joven abandona su círculo social, si deja sus aficiones, si está desanimado, con desesperanza hacia las cosas, si baja el rendimiento escolar, si tiene mal humor, tristeza, irritabilidad, apatía,... Sé que todo esto forma parte de la adolescencia pero son cosas que van y vienen. Puedes tener a un adolescente que un día te dice que pases de él pero, al siguiente, está entusiasta y la mar de bien. Pero no me refiero a eso. Me refiero a estados de ánimo más crónicos, que duran semanas, y del que parece que no pueden salir.
M.G.- Que están como estancados.
L.A.- Sí. A veces, lo que les ocurre es poca cosa pero pasa que, como tienen acceso a tanta información vía Internet, esa poca cosa se puede agravar y puede empeorar bastante rápido sin que te des cuenta.
M.G.- Y cuando unos padres encuentran ese tipo de señales que estás comentando, entiendo que lo primero que deben hacer es interesarse y preguntarles qué les ocurre. Lo que pasa es que las relaciones padres-adolescentes son difíciles. No quieren que invadas su terreno.
L.A.- Exacto, sí, sí.
M.G.- Es muy complicado para los padres.
L.A.- Sí, y delicado. Siempre digo que hay que elegir bien el momento. No hablar estos temas cuando les están riñendo porque han llegado tarde, o porque la habitación está desordenada, o porque le han puesto un cate, sino elegir el momento más propicio para la conversación.
Algo que recomiendo es decir las cosas de forma que le allanes un poquito el terreno, para cuando sean ellos los que quieran hablar. En vez de preguntar o interrogar, decirles: «Oye, he notado que estás un poco raro, que no sales hace un mes con tus amigos, cuando antes salías todos los sábados. ¿Te pasa algo?». De este modo le dejas entender que estás alerta y que sabes que algo está pasando. Y esto mismo se puede aplicar a muchas otras situaciones.
M.G.- Como dejarles la puerta entreabierta.
L.A.- Sí, dejarles la puerta entreabierta. En realidad, en terapia hacemos mucho eso. Que interpretes un poco cómo lo ves. Comentarles que cada vez que habláis sobre un tema, se cierra, y cambia de tema. Cosas así que son una señal de que algo no va bien.