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FRANCISCO GALLARDO: ❝La medicina que no es humanista, no es medicina❞

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Arthur Conan Doyle, Antón P. Chéjov, Luis Martín-Santos o Pío Baroja son algunos de los nombres que se recogen en Letras de médicos, el nuevo libro de Francisco Gallardo, que firma conjuntamente con Ismael Yebra. Letras de médicos es un volumen que ahonda en la trayectoria de diversos médicos que fueron escritores o escritores que también estudiaron medicina. Y es que habría que lanzar una pregunta al aire: ¿por qué escriben los médicos? Gallardo, traumatólogo, y Yebra, dermatólogo, se hicieron esa misma pregunta en una de esas mañanas de sábado, en las que coincidían en una librería de Sevilla. Ambos saben del arte de la sanación, pero también del arte de la escritura, no en balde, ambos han publicado libros. Así que, de aquella pregunta nace Letras de médicos, un libro especialmente emotivo para Francisco Gallardo, que perdió a su compañero de oficio en 2021. Ismael Yebra ya no está con nosotros, pero no está en cuerpo porque sigue aquí, en el recuerdo y a través de sus obras. Os dejo con la entrevista.


Autoría: Luis Delgado

Marisa G.- Paco, un placer conversar contigo, otra vez. 

Paco G.- Igualmente.

M.G.- Vamos a hablar de Letras de médicos, aunque hace muy poco publicaste otro libro, sobre baloncesto, que firmabas junto a Juan Antonio Corbalán. Ambos libros son, digamos, divulgativos. Ha pasado mucho tiempo desde aquella novela tan bonita, Áspera seda de la muerte, ¿has abandonado la narrativa?

P.G.- No, no. Precisamente Letras de médicos salió en el hueco que había para otra novela que quiero publicar. Lo que pasa es que este es un libro muy especial para mí, por el fallecimiento de mi amigo Ismael Yebra, y también autor de este libro. Decidí entonces dar prioridad a la publicación de Letras de médicos, en vez de a la novela. Este es un libro que planificamos los dos y que desgraciadamente, al fallecer Ismael, lo he acabado yo solo.

M.G.- Ismael era médico, como tú. Como dices, él ya no está con nosotros pero ¿cómo surge el proyecto de este libro? En el prólogo se cuenta una historia curiosa sobre cómo surgió.

P.G.- Sí. Fue en la Plaza de la Alfalfa [se refiere a una plaza en Sevilla]. Ismael y yo no nos conocíamos personalmente pero fue el quiosquero de la plaza, al que yo llamo el editor del libro entre comillas (ríe), el que nos presenta. A partir de ese momento, empezamos a vernos y a conocernos. Ismael era, bueno es, porque me gusta hablar en presente, un enamorado de la literatura, un apasionado de los libros. Nos veíamos mucho en Librería Beta de la calle Cerrajería, los sábados por la mañana. Hablando de medicina y literatura, nos preguntábamos a veces por qué escriben los médicos. Para nosotros, era una pregunta muy interesante. Llegamos a la conclusión de que hay dos tipos de médicos escritores. Por un lado, los que escriben pero son médicos hasta el final de sus días, como Chéjov. Y por otro lado, los que son médicos pero abandonan el ejercicio de la medicina para convertirse en escritores. Es lo que le pasó a Pio Baroja. Él estudió medicina, ejerció unos meses en Cestona y luego lo dejó para dedicarse a escribir. Así surgió la idea del libro, y empezamos a escribirlo. Él se lo tomó a rajatabla, pero yo me demoraba un poquito más. Iba más lento. Los capítulos se los llevábamos a Ricardo, el quiosquero, y él me reñía porque no iba al mismo ritmo que Ismael. 

M.G.- ¿Pero os conocíais desde hace mucho o fue una amistad reciente?

P.G.- Nos conocemos desde el año 2008. Sabía que él había escrito y, de hecho, me había leído Viaje a Sanabria, un libro fantástico, un libro de viaje, muy al estilo de Viaje a la Alcarria de Cela. Pero no lo conocía personalmente. Cuando nos presentaron, surgió entre nosotros una complicidad muy grande. Él decía que no, pero Ismael ha sido un maestro para mí. Era un hombre muy sabio, trascendente, pero sencillo, a la vez. Sí, fue mi maestro, aunque él se negaba a que lo llamara así. Ismael fue un maestro de medicina, un maestro de escritura y un maestro de vida.

M.G.- ¿Y cómo os organizasteis el trabajo? ¿Cada uno eligió a un grupo de médicos?

P.G.- Cada uno eligió a sus preferidos. No queríamos firmar el libro, sino que fuera un todo. Pero ya hay muchos amigos que lo han leído y saben lo que ha escrito cada uno. Por el estilo y por los médicos que cada uno eligió.

M.G.- Ismael fallece en 2021. Este libro ve la luz en 2023. Cuando él fallece, ¿en qué punto del proceso estaba el libro?

P.G.- Cuando él fallece, su parte estaba ya completa. En teoría, a mí me quedaban tres autores. Pero también me quedaba un reto difícil, buscar a mujeres médicos escritoras. Porque existir han existido pero el problema está en que no han salido a la luz. En el libro aparecen Rita Levi-Montalcini y Nawal El Saadawi, dos mujeres fascinantes. Me llevó mi tiempo porque me puse a leer la obra de las dos. Y como tercer escritor me quedaba Arthur Schnitzler, otro personaje fascinante y autor de Juventud en Viena.

M.G.- Precisamente te quería preguntar eso. El libro tiene catorce capítulos, con catorce escritores y médicos, y solamente dos mujeres. Me llegué a preguntar por qué no había más mujeres.

P.G.- Ojalá hubiera habido más. Hoy las hay, pero el libro se centra en autores y autoras fallecidos. Seguro que en la actualidad, hay muchas mujeres médicos escritoras y también tuvo que haberlas en la residencia de estudiantes de Madrid. Bueno, quizá sea un trabajo para el futuro. Si algunas vez abordamos un segundo libro. De todos modos, y como símbolo de la esperanza, en el epílogo nombro a otra mujer médico que escribe.

M.G.- A Nuria Mendoza, sí.

P.G.- Exacto. ¿Las conoces?

M.G.- No, pero sí he leído lo que mencionas de ella y estuve también investigando.

P.G.- Yo no la conocía. La conocí estas navidades, cuando vino a Sevilla. Es un médico humanista. Tiene 50 años, joven, y es una mujer que refleja la esperanza del humanismo y de la mujer humanista médico. Como símbolo de futuro, quise incluirla en el epílogo porque creo que a Ismael le hubiera encantado.

M.G.- Al hilo de lo comentas, tú destacas la gran humanidad de esta mujer. Muchas veces pienso que, antes de ser buen médico, hay que ser muy humano. Solemos encontrar que las dos cualidades no siempre van de la mano.

P.G.- Exactamente. Nuria estudió en la Facultad de Medicina de Sevilla. Se hizo pediatra y estuvo trabajando aquí, con una plaza del SAS [se refiere al Servicio Andaluz de Salud]. Pero en 2012 hizo un curso de escritura creativa en Nueva York. Supongo que, por circunstancias personales, se queda allí y empieza a trabajar en un doble ámbito muy interesante. Por un lado, como traductora de la población hispana en los hospitales de Nueva York. En su libro, Un pájaro debajo de la cama, cuenta cómo atiende a una pareja de habla hispana. Tenían que operar del corazón a su hijo recién nacido. Los padres del  niño no saben inglés y Nuria se presta como traductora.  A partir de ahí empieza a dar clases de humanismo médico en una universidad de Nueva York. El libro me fascinó. Lo vi claro. Tenía que hablar de ella en el epílogo porque quería que el libro acabara con esperanza.

M.G.- Entre los médicos que encontramos en el libro figuran Arthur Conan Doyle o Pío Baroja. Te confieso que algunos otros nombres no me sonaban de nada. En la elección de tus médicos, ¿qué criterios seguiste? ¿Por qué elegiste esos médicos especialmente?

P.G.- Ismael y yo compartimos dos criterios. Por un lado, tenían que tener calidad literaria. Son escritores que han pasado a la historia de la Literatura. Por otro lado, en la obra de todos ellos hay importantes rasgos médicos. Por ejemplo, Arthur Schnitzler, que ejerció poco, estudió medicina de forma obligada porque su padre le aconsejó que para escribir tenía que ser médico. Somerset Maughan, que vino mucho por Sevilla y conoció muy bien la ciudad, quería que todo el mundo estudiara medicina y después se pusiera a escribir. Él no ejerció porque su primera novela ya tuvo mucho éxito. Y Pio Baroja, si no hubiera estudiado medicina, hubiera sido otro tipo de escritor. O Luis Martín Santos, igual.

M.G.- En el libro se cuenta que si Arthur Conan Doyle no hubiera sido médico, no hubiera existido Sherlock Holmes. ¿Por qué?

P.G.- Porque el criterio que seguía Sherlock Holmes para resolver un caso se parece a la anamnesis que se hace para diagnosticar una enfermedad. No es algo que transcienda cuando se lee su obra, sino que el mismo Conan Doyle lo decía así. 

M.G.- Rogelio Buendía también se menciona en el libro. Yo no lo conocía. ¿Quién era?

P.G.- Este hombre fue un excelente escritor y muy desconocido, por eso mismo quisimos incluirlo en el libro. Es uno de esos casos de escritores excelentes que, por las circunstancias que sean, no transcienden como deberían. Rogelio Buendía es otro hombre que, si no hubiera sido médico, tampoco hubiera escrito. Te animo a que leas alguna de sus obras.

Lo bueno de este libro, y quizá por eso ha tardado un poquito más, porque en él no hay ni trampa ni cartón, es que, cuando se habla de un médico escritor, o hacemos habiendo leído antes su obra. Quizá no toda pero sí muchos de sus libros. ¿Y para qué? Pues para que tenga verosimilitud. No hablamos de oídas.

M.G.- Pero las obras que has leído sobre estos médicos escritores, ¿las leíste especialmente para el libro o ya las habías leído con anterioridad?

P.G.- No, no, para este libro. Y descubrí muchas cosas. Por ejemplo, Rogelio Buendía me pareció un autor con una reminiscencia de García Márquez que nos llamó mucho la atención. Pero hay muchos otros médicos escritores que se nos han quedado fuera, como Ramón y Cajal. Autores de primerísimo nivel, pero era imposible meterlos a todos en el libro.

M.G.- En el caso de Ramón y Cajal, sí, pero creo que no somos conscientes de la cantidad de escritores que eran médicos. Por ejemplo, yo no sabía que Conan Doyle lo fuera. Y sobre él te quiero preguntar de nuevo porque, en el capítulo que  se le dedica a él, se habla de la relación entre la literatura y la medicina. Y ya en el epílogo, tú mencionas que la medicina es como un drama literario, en el que intervienen tres protagonistas: el paciente, el médico y la enfermedad. Me pareció una comparación muy curiosa.

P.G.- Es que desde Aristóteles, ya se consideraba así. Por eso nos fascinó escribir este libro. Lo que ocurre es que, al final, me quedé solo para terminarlo. Es un libro muy hermoso pero muy doloroso también. Desde muy antiguo, el médico ha necesitado expresarse de forma artística. Del mismo modo que siempre ha habido médicos escritores, hay médicos pintores también. El médico siempre ha estado en contacto con el drama humano. Siempre ha habido una necesidad de ese tipo de humanismo médico. Es lo que nos atraía, sacar un poquito a la luz toda esa literatura médica que, en muchos casos, se convierte en una auténtica filosofía.

M.G.- Y Thomas Syndeman aconsejaba a sus discípulos leer el Quijote para aprender medicina.

P.G.- Así es. Thomas Syndeman fue un grandísimo médico y a sus discípulos les decía que leyera el Quijote. Y Miguel Delibes también aconsejaba que, para escribir bien, había que leer el Código Civil y el Código Penal, por aquello de la precisión. Las penas hay que redactarlas con mucha precisión y minuciosidad, y eso es lo que buscaba Delibes en sus novelas. Pues con la medicina ocurre igual. Toda historia clínica es un relato, el relato que la propia persona cuenta a su médico. Así que, para llegar a un buen diagnóstico, tienes que tener en cuenta todos los detalles.

Ismael y yo compartíamos la idea de que la medicina que no es humanista, no es medicina. Eso lo repetíamos mucho, y ahí radica el objeto de este libro, que puede llegar a un anestesista o a un cirujano cardio-vascular. 

M.G.- La verdad es que estaría muy bien que los médicos tuvieran esa parte humanista. Es algo que el paciente detecta fácilmente. Uno llega a consulta con un problema y, a veces, se encuentra mucha frialdad.

P.G.- Exactamente. No te miran a la cara. Solo miran al ordenador. A mí no me importa criticar esto de la medicina actual. Hay un nivel enorme, sí, pero necesitamos más humanismo. Hay que mirar a la cara del paciente y, si hace falta, acariciar su mano. Eso es fundamental para que la terapia funcione. Ismael Yebra era ese gran médico humanista, un gran ejemplo.

M.G.- ¿Qué especialidad tenía?

P.G.- Dermatología. La piel es el órgano más profundo del cuerpo humano. La piel refleja los vaivenes del alma, y manifiesta en enfermedad cosas que ocurren muy profundamente en el espíritu, en el alma y en el cerebro.

Ismael fue un hombre sabio y sencillo, que tuvo una vida muy difícil. Sobre todo, su infancia. Se quedó huérfano de madre con cinco meses, y de padre cuando tenía trece o catorce años. Sufrió mucho y todo ese sufrimiento lo reconvirtió en un servicio a los demás. Por cierto, su biografía saldrá con el tiempo. 

M.G.- ¿La has escrito tú?

P.G.- Sí, pero quiero completarla. Quiero irme al monasterio donde él iba para acabarla allí, a San Pedro de Cardeña, para estar un poco con su espíritu. Tardará un poco en salir porque como además se acaba de publicar otro libro de artículos suyos, vamos a esperar. A través de su biografía he aprendido el valor que tenía Ismael. Nació absolutamente con la desgracia encima pero se convirtió en un hombre muy divertido y alegre. ¿Cómo lo hacía? Pues a través de sus dos grandes pasiones: la literatura y la medicina.

M.G.- Paco, habláis de médicos escritores y de escritores médicos. Tú serías del primer grupo, ¿no? Sería como decía Chéjov, que la medicina era su esposa y la literatura su amante.

P.G.- Sí, totalmente. Yo necesito la consulta para escribir pero también necesito ser médico. Me puedo jubilar ya, pero no me voy a jubilar todavía. Estoy cómodo en mi consulta, con mi equipo, con mi gente. Somos diez personas y formamos un equipo muy integrado. Necesito sentirme médico. 

M.G.- Pero algún día te tendrás que jubilar, aunque el que es médico, lo es toda la vida.

P.G.- Sí, toda la vida, hasta el final. Ismael fue médico hasta el final, incluso estando bastante mal. Hacía telediagnóstico en dermatología hasta poco tiempo antes de morir. Una de sus penas era no poder volver a la consulta, y lo entiendo perfectamente.

M.G.- Por el trato con los pacientes.

P.G.- Sí, y por el servicio que daba.

M.G.- Ya. Y Paco, ya como última pregunta, ¿escribir este libro qué te ha aportado personalmente y profesionalmente?

P.G.- A nivel personal, es el libro más hermoso que he escrito. Victoria, la mujer de Ismael me dijo que, si yo no hubiera cogido este testigo, el libro se hubiera quedado en un montón de folios metidos en un cajón. Este libro me ha hecho muy feliz.

Profesionalmente, como médico, me ha afianzado en lo que yo ya sabía. A mí siempre me ha interesado la historia y el pensamiento médico. Siempre pensé que podía ser muy útil en ese ámbito, para orientar hacia el humanismo. Pero bueno, luego me dediqué a la medicina deportiva y no me quejo. Si me hubiera dedicado a la historia de la medicina, hubieran aparecido muchos más libros de este tipo.

M.G.- De momento, tenemos este y es para disfrutarlo.

P.G.- Sí.

M.G.- Paco, gracias por atenderme. Y nos vemos con la próxima novela que publiques.

P.G.- Eso es. Gracias a ti.

Sinopsis: Escritores médicos y médicos escritores: dos términos que a menudo se han utilizado, respectivamente, para definir a quienes abandonaban el ejercicio de la Medicina para convertirse en escritores o desarrollaban su obra sin apartarse de la práctica médica. Un prototipo del escritor médico sería Pío Baroja, como lo era Antón Chéjov del médico escritor. Pero sin duda esta clasificación peca de simplismo. Los doctores Francisco Gallardo e Ismael Yebra intentan profundizar en el dilema a través de la vida y obra de reconocidos escritores y médicos: Gottfried Benn, Arthur Conan Doyle, Gregorio Marañón, Arthur Schnitzler, W. Somerset Maugham, Miguel Torga y otros muchos, sin olvidar a ilustres doctoras como Rita Levi-Montalcini o Nawal El Saadawi. «La literatura ha interesado siempre mucho a los médicos -concluyen los autores-, hasta el punto de escribirla, probablemente porque su práctica diaria está llena de narraciones. Toda historia clínica de paciente es un relato».



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