Primera entrevista de la temporada y le toca el turno a una paisana. No conocía a Irene Reyes-Noguerol, pero nunca es tarde si la dicha es buena. Profesora de lengua y literatura en secundaria, el nombre de esta sevillana apareció en la lista que la revista Granta publicó en la que figuraban los veinticinco mejores narradores jóvenes en español. Recientemente, y de la mano de Páginas de Espuma salió a la luz Alcaravea, un volumen de cuentos en el que la escritora mezcla historias familiares con otras protagonizadas por nombres tan conocidos como Lope de Vega o Van Gogh.
Hace un par de semanas tuve el placer de conversar con Irene. Ahí va nuestro encuentro.
Marisa G.- Irene, un placer conocerte. No te conocía y eso que somos de la misma ciudad.
Irene R.- Es verdad. No habíamos coincidido antes.
M.G.- Y tampoco te había leído nunca. Pero, por iniciar esta entrevista, y corrígeme si me equivoco, ¿Alcaravea sería tu tercer volumen de cuentos?
I.R.- Exacto, es el tercero.
M.G.- Caleidoscopio salió en 2016, De Homero y otros dioses, en 2018. Fíjate que, hablando un día con Eloy Tizón, sobre los muchos años que habían transcurrido entre su último libro de cuentos y el anterior, él me contó sus motivaciones. En tu caso, han transcurrido seis años hasta que hemos podido ver Alcaravea. ¿Por qué tanto tiempo?
I.R.- Pues primero, por motivos prácticos. Estaba estudiando una oposición, y ya sabemos lo que es una oposición, así que estuve totalmente centrada ese año, hasta que conseguí la plaza. Y luego, porque también me lo he querido tomar con bastante calma. Siempre he querido ver la literatura como una pasión, como algo que me gusta realmente hacer. Si se convierte en una obligación, o si siento que le debo rendir cuentas a alguien, escribir ya no me resulta tan cómodo, ni me resulta tan placentero.
Necesito ciertos momentos o ciertos estados de ánimo para poder sentarme y para poder echarle horas a un texto tranquilamente, dedicarme a investigar todo lo que es la psicología de los personajes, y luego hacer la corrección. Claro, todo eso es complicado de hacer porque estamos hablando de una oposición. Luego, también empecé a trabajar. Todo era difícil. Pero bueno, cuando llegó el reconocimiento de Granta y empecé a tener un poco más de exposición pública, se me juntó todo. Con esa mezcla de circunstancias, todas positivas, gracias a Dios, me resultó bastante difícil escribir. Y en los años posteriores me lo he querido tomar con calma porque quería un libro con el que me sintiera lo más satisfecha posible. Quería publicar solamente aquello con lo que estuviera contenta. Por eso, tampoco he querido apresurarme demasiado, porque quería escribir cuentos necesarios para este libro, que estuvieran bien estructurados, construir un libro sólido, y no escribir por escribir. Tampoco quería publicar relatos que tuviera escritos de antes, como una especie de conjunto sin motivación.
M.G.- Alcaravea es una palabra que no había oído jamás. Leyendo la sinopsis entiendo que es una planta. Me gusta mucho ese juego que se establece con las propiedades de esta planta para explicar qué vamos a encontrar en estos cuentos. Me parece una sinopsis muy original y muy ilustrativa.
I.R.- Muchas gracias. La alcaravea, efectivamente, es una palabra bastante rara. Yo la conozco simplemente, no porque la haya escuchado muchas veces en mi vida, sino por una nana que me cantaba mi madre y que, a su vez, cantaba mi abuela y mi bisabuela. En esa nana aparece la palabra alcarevea. Mi intención con este libro es reivindicar la importancia de la tradición oral, que no solemos valorar como se merece. Siempre nos centramos en la relevancia que tiene la palabra escrita, por su capacidad de perdurar en el tiempo, por la permanencia, y dejamos muy de lado todo aquello que está más relacionado con la tradición oral, con aquello que nos ha contado nuestra familia, desde que somos pequeños, con aquello que viene de nuestros antepasados, y así hasta el inicio de los tiempos. Creo que es necesario darle importancia a toda esa tradición que siempre se ha quedado en segundo plano y destacar la figura de esos antepasados, de esos ancestros, que fueron los encargados de transmitirnos esta tradición oral y, bueno, resaltarlos no solamente en este sentido, sino también como personajes, como los que aparecen en el libro.
M.G.- A mí es una palabra que me hace pensar en ambientes rurales, en remedios naturales, en antepasados. Y hay mucho de relaciones familiares en estos cuentos. Hablas de tu esfera personal en algunos de ellos.
I.R.- Sí, sí, exactamente. Este libro se podría estructurar en dos partes. Una de ellas está dedicada a los personajes de relevancia histórica, y otra está centrada en aquellos personajes que son parte de mi tradición familiar, que forman parte de toda esta memoria íntima que todos nosotros tenemos, cada uno con nuestra familia. Son historias que yo había escuchado desde que era niña, como también hubiera podido escuchar las historias de los otros personajes, más reconocidos. Aparecen, por ejemplo, Lope de Vega, Van Gogh,...
Cuando me paré a reflexionar sobre cómo podía estructurar este libro, pensé que, en realidad, todas estas historias, tanto las de los personajes familiares como la de los históricos, me han llegado de la misma manera. Yo no he conocido a estos personajes familiares, pero sus historias me han llegado a través de lo que se ha ido contando en mi familia, al igual que en el caso de los personajes con relevancia histórica, cuyas historias me han llegado cuando los he estudiado. Así que me pareció curioso plantear un libro donde existieran estos personajes que están a caballo entre la realidad y la ficción. Porque claro, las historias que cuento de mi bisabuela o de mis tíos-abuelos son relatos que yo he escuchado, pero que de ninguna manera he podido presenciar, porque no hemos coincidido en el tiempo. Pensé que podría ser interesante equiparar las vidas de esos personajes más relegados al ámbito íntimo, al ámbito familiar, con las vidas de esos otros personajes que todos hemos conocido y que todos hemos estudiado.
M.G.- Alcaravea es un volumen de doce cuentos. Hablemos de algunos de ellos. Por ejemplo, el primero, Carta a Theo. En este primer cuento es Van Gogh quien nos va a hablar. Creo que, enfrentarse a ese primer cuento, es como un puñetazo para el lector. Lo digo por la forma en la que está escrito. Como se dice en el propio texto, las líneas se atropellan y el lenguaje rebosa,... Esa forma de escribir dice mucho de la temática que se aborda. Es como un delirio.
I.R.- Sí, exactamente. En ese texto se trata el miedo absoluto que siente Van Gogh, al pensar que, en algún momento indeterminado, va a dejar de ser él mismo, que va a perder la identidad, que, de repente, ya no va a sentir su cuerpo como suyo, sino que va a ser desterrado completamente de su propia mente. Un pánico absoluto.
Este texto es el único que tiene esa especie de escritura, sin ningún tipo de punto. Pensé que era bastante acorde a lo que se estaba contando. Es decir, es como dices tú, un delirio porque el personaje está totalmente sobrepasado y abrumado por esta situación que no puede controlar de ninguna manera. Sentía que la expresión tenía que ser así, atropellada, acumulativa, donde no hubiera ningún tipo de pausa importante, de manera que las oraciones fueran sucediéndose una tras otra, sin que hubiera ningún tipo de descanso. Sentía que, en este delirio en el que se encuentra inmerso el personaje, el único tipo de expresión debía ser una más directa, sin el filtro de la conciencia, y donde sólo hay un único punto final, que es cuando ya termina la carta para su hermano.
M.G.- De todas maneras, te he escuchado decir en una entrevista que esta es tu forma habitual de escribir, ¿no? Sin ningún tipo de puntos.
I.R.- Sí, esta es mi forma natural de escribir. Por eso, también me hacía especial ilusión que este cuento fuera el que abriera el libro, porque es mi forma natural de escribir desde hace ya varios años. Escribo todavía con bolígrafo y papel, con una letra horrorosa, horrible, sin dejar márgenes, y escribo sin usar puntos. Claro, todo se va acumulando. Además tengo un estilo bastante retórico, barroco, en algunas ocasiones. Pero es que, si incluyo alguna pausa importante en el texto, se me pierde el ritmo. Para mí, el ritmo y la musicalidad es algo fundamental a la hora de escribir. De manera que, también por este motivo, necesito escribir de esta forma tan particular, sin ningún tipo de puntos. Luego los pongo, cuando los paso a ordenador.
M.G.- Leyendo ese cuento, y todos los demás, Irene, entiendo que el lector tiene que poner de su parte. Es decir, tiene que entrar en ese juego casi de adivinanzas porque no recurres a lo explícito, a lo simple, sino que dejas en el aire ciertas cosas y somos los lectores los que tenemos que ir uniendo puntos.
I.R.- Sí, nunca he sido muy partidaria de lo explícito. Siempre me ha resultado mucho más atractiva la sugerencia. Aquello que queda implícito, que queda sin decir, se mantiene en el aire, como en suspensión. Por ejemplo, es lo que ocurre en el segundo cuento, en el de esta pequeña bailarina de la Ópera de París. No sabemos qué es lo que le pasa a la niña, en que tremenda situación está, a qué está sometida. Sólo lo sabremos al final, cuando se dice directamente. Pero a lo largo de todo el texto vemos la presencia de las ratas, e intuimos algún elemento más que nos hace pensar que algo no va bien, que hay algo con lo que la niña no está cómoda, algo que impide que ella sea plenamente feliz como, por ejemplo, otra niña cualquiera. Es algo que ella envidia. La niña siente el deseo de ser otra, de tener otras cosas con las que no puede contar porque el mundo adulto se le ha echado encima demasiado rápido.
M.G.- Ese cuento incomoda mucho, incluso al lector. Vas leyendo y sabes que hay algo oscuro.
I.R.- Sí. Quería mantener la incertidumbre a lo largo de todo el texto hasta el final, donde ya aparece el motivo real.
M.G.- En otro de los cuentos vamos a escuchar la voz de una mujer, de Ana Ruiz. ¿Cómo ha sido meterse en la piel de la madre de Antonio Machado?
I.R.-Bueno, estamos acostumbrados a escuchar historias sobre los dos hermanos Machado, Antonio y Manuel, pero yo había investigado también sobre su madre, sobre Ana Ruiz Hernández, y me pareció un personaje muy particular porque había sido la única mujer práctica que tenía la cabeza donde la tenía que tener, dentro de una casa de gente que se había dedicado al arte, a la abstracción, al mundo intelectual, del que, por supuesto, ella también formaba parte. Me gusta mucho que sea un personaje especialmente sensato. Cuenta con una sabiduría que muchas veces no tenían los que estaban a su alrededor.
En este texto se cuentan las vivencias que ella tiene en su ciudad, en Sevilla, cómo conoció a su marido, las pérdidas que vive a lo largo de los años, el exilio al que se ve forzada junto con su hijo Antonio. Escribir este cuento ha sido una experiencia bellísima porque era un personaje que siempre me ha resultado bastante interesante y llamativo, al que no se ha tratado lo suficiente. Tiene esa fuerza de ser una mujer práctica, que tenía la cabeza, como digo, donde tenía que tenerla, que vivió una situación durísima como es el exilio.
Además, en este texto, imaginé que ella tendría un arraigo bastante importante con la ciudad, ya que vivió aquí muchísimos años. Y claro, es el dolor de aquella persona que está abocada al destierro, al exilio por demanda externa, no voluntariamente. Me imaginé cómo serían las sensaciones de esta mujer después de haber vivido toda su vida por las calles de Sevilla, después de tener absolutamente todos sus recuerdos aquí, desde joven hasta adulta, e incluso anciana. Me pareció atractivo y llamativo intentar meterme en la piel de ese personaje, relatar un poco los eventos principales de su vida y, al mismo tiempo, mientras va al exilio, va perdiendo la cabeza, y su memoria vuelve a los recuerdos de Sevilla y piensa que regresan a la ciudad que la vio nacer.
M.G.- Me gustaría destacar que la atmósfera que se respira en estos cuentos tiene mucho de sensorial. Hay referencias a los colores, como en esa Carta a Theo. También encontramos sonidos como Petit Rat, como esas pisadas de las ratitas que la niña protagonista escucha, o ese tac tac en Esos días azules, que evoca ciertos sonidos. Es decir, recurres a los sentidos.
I.R.- Sí, efectivamente. Me gustaría que cuando el lector se enfrentara a estos relatos, le quedara una impresión, no solamente de texto escrito y plasmado sobre un papel, sino también que le quedaran en la memoria las imágenes. Normalmente juego bastante con los símbolos, con todo lo relacionado con los sentidos, como estás comentando. Creo que es una prosa que está muy relacionada con nuestra ciudad, muy barroca, donde lo sensorial, todo lo relacionado con la vista, el olfato o el oído es fundamental. Estamos acostumbrados a una cantidad de estímulos sensoriales que, en general, conforman un panorama de belleza absoluta en la mayoría de ocasiones. Y eso es algo que intento trasladar normalmente a los textos, es decir, que no se queden en la pura narratividad, sino que, gracias a esa sensorialidad, intenten acercarse, al menos un poco, a la parte más lírica, a la poesía.
M.G.- Y hablas mucho de duelo, pérdida, abusos, locura, dolor,... Escarbas en lo más oscuro del ser humano y, a veces, desde la mirada de la infancia, con lo cual el contraste es brutal.
I.R.- Sí. A mí, la figura de los niños siempre me ha parecido una figura bastante llamativa y muy productiva a nivel literario, porque la mirada del niño, por supuesto, nunca puede ser la de un adulto. Estamos acostumbrados a leer desde perspectivas semejantes a las nuestras. Creemos que poseemos la verdad absoluta, aunque eso sea algo que no puede existir de ninguna manera. Pensamos que podemos tener todo bajo control, que manejamos, tanto nuestro propio temperamento como nuestras relaciones con los demás, y nuestra manera de ver el mundo. Sin embargo, la visión de un niño me parece muy interesante porque es una visión, no diría distorsionada, pero sí es cierto que en ella se mezclan elementos que pertenecen a la realidad con otros elementos que pertenecen al ámbito de la ficción o de la imaginación. El niño siempre está jugando, descubre las cosas mediante el asombro, todo lo relacionado con lo lúdico. Y claro, cuando un niño se enfrenta a una situación de extrema dureza, como sucede en algunos de los textos de este libro, su perspectiva se ve todavía aún más radicalizada en este sentido.
Creo que el choque entre la infancia y el mundo adulto, que arrasa con toda la ingenuidad y la inocencia infantil, y que les llega demasiado pronto a estos niños, hace que la perspectiva del niño se vea todavía más enriquecida. El niño intenta digerir una realidad difícil que no puede entender por completo porque hay información que siempre le es ocultada, pero que, al mismo tiempo, sí es capaz de percibir determinadas cosas que hacen que él vaya completando su propia visión del mundo a partir de retazos o de retales de aquello que, de alguna manera, le están comunicando y al mismo tiempo, se le está dejando un poco velada.