Editorial: Plaza & Janés.
Fecha publicación: Noviembre, 2013
Precio. 18,90 €
Nº Páginas: 255
Fecha publicación: Noviembre, 2013
Precio. 18,90 €
Nº Páginas: 255
Formato: Tapa dura.
Género: Humor; Nostalgia /Añoranza.
ISBN: 9788401346712
ISBN: 9788401346712
Autores
Javier Ikaz nació siendo aún muy pequeño, concretamente un abril de 1978, pero con la total convicción de que no le gustaría ir a clase. Cuando llegó el momento de ponerse la bata y acarrear una pesada mochila descubrió que aquello tampoco estaba tan mal, a pesar de las matemáticas. Hizo muchos amigos de los que se alejaba cuando se ponían a jugar al fútbol, ocasión que aprovechaba para leer y escribir. De hecho la afición la mantiene y le ha permitido publicar varios libros y gracias a su cinefilia ha dirigido numerosos cortometrajes y un documental. No era mal estudiante y mucho menos bueno, pero finalmente acabó con el libro de escolaridad en un cajón del mueble del salón, junto a un montón de cartas del banco sin abrir y un título de informático sin ejercer.
Desde bien joven desarrolló un oído musical nefasto, a pesar de tener la casa llena de cassettes de todo tipo. Una vez se encontró una moneda de cien pesetas en la calle y descubrió que la vida merece la pena. Desde entonces lee y escribe como si no hubiese mañana. A veces hasta de manera profesional.
Jorge Díaz nació en Bilbao en abril de 1971 y hubiera pasado totalmente desapercibido durante los ocho años de su EGB de no ser por aquellos cuadernos de matemáticas en los que utilizaba la regla hasta para hacer el símbolo «más» y aquella dichosa canción que un profe les mandó inventar y que a punto estuvo de convertirse en el himno del colegio. Siempre suspendía gimnasia, calcaba los dibujos y se ponía rojo como un tomate cuando tenía que hablar en público. ¡Imaginaos el día que tuvo que pasar por todas las clases cantando su canción!
Se aficionó a llegar tarde por las mañanas y enseguida descubrió que el pasillo no eran ningún castigo. No ganó ni una sola medalla, pero sí un montón de amigos que todavía conserva y a los que sigue llamando por su mote del cole.
De la Universidad salió con el título en Ciencias de la Información (Publicidad) que le permitió trabajar como creativo en varias agencias de publicidad hasta que hace un par de años decidió montar la suya propia, Pentsaleku, ese lugar al que mandan a los niños a pensar cuando se portan mal. Además de diseñar, bloguea y, durante los últimos ocho años, ha escrito en un montón de publicaciones hasta hacer de los blogs su profesión y conseguir hablar de música sin necesidad de tener que cantar. Hace muy poco descubrió que ya no se pone colorado.
Sinopsis
Si te aprendiste los ríos y las cordilleras mientras mordisqueabas una goma Milán, si comiste empanadillas en Móstoles, si estabas entre dos tierras y no encontrabas el sitio de tu recreo, si para ti el tiempo era oro y jugabas al Precio Justo, seguro que fuiste a EGB. Si llevabas hombreras o te echabas laca Nelly, si lo primero que leíste fue El libro gordo de Petete, si tu primera lágrima fue porque Marco no encontraba a su madre, si el primer pollo que te comiste fue un Frigodedo, no hay duda de que tú también fuiste a EGB. Los pitufos, Naranjito, Parchís, ET, las chapas, el Seiscientos, Orzowei, los minerales, los gusanos de seda, los Rotring, la Teleindiscreta, la abeja Maya, los lagartos de V, la Botilde, The Final Countdown.
Todos los que fuimos a EGB sabemos que hay mil historias que contar, y estamos deseando retroceder en el tiempo para recordarlas todas en un libro totalmente ilustrado y escrito por los autores del exitoso blog Yo fui a EGB.
Este es el libro que celebra el fenómeno de internet Yo fui a EGB, seguido por más de medio millón de personas y ganador del Mejor Blog Personal y Mejor Blog del Público en los Premios Bitácoras, y Mejor Blog Personal y Mejor Blog del Año en los Premios 20Blogs.
Ficha del libro: www.megustaleer.com
Hace unos días os traje la entrevista que realicé a los autores del mágico libro Yo fui a EGB, Javier Ikaz y Jorge Díaz (puedes leerla aquí), culpables ambos de haber conseguido que me retrotrajera en el tiempo para vestir mi horrible uniforme del colegio, ponerme los calcetines hasta las rodillas, cargar con una mochila de unos 20 kilos, y verme ahogada por múltiples deberes sin fin. Ahora eso sí, los días previos al inicio del colegio eran una fiesta y más aún ese primer día en el que estrenaba cuadernos y bolis, llevaba mis libros inmaculados, recién forrados y olían tan bien... Desde entonces, lo primero que hago cuando me compro un libro es abrirlo y olerlo. Manías que tiene una.
Desde la publicación de Yo fui a EGB, son muchas las opiniones que han ido surgiendo estas semanas atrás y todas coinciden en lo mismo. Yo fui a EGB es un libro ameno y entretenido, pero sobre todo muy divertido con el que regresamos a nuestra más tierna infancia para rememorar detalles de la niñez que tanto nos marcaron.
Con este libro he vuelto a masticar los famosos chicles Cheiw de fresa ácida, que se ponían duros como una piedra y me dejaban un espantoso dolor de mandíbula. También me ha permitido volver a saborear los cortes de helado aunque esos los sigo degustando porque me encantan junto con los flag, que no eran más que agua coloreada y congelada. ¿Os acordáis? El kioskero de mi barrio se parecía a Fofó el de los payasos y mi hermana pequeña Isabel llegaba con una moneda (ni me acuerdo de qué valor) y le decía: Fofóooooooooo, dame un flá. Aquí os dejo el anuncio televisivo de aquel producto:
Levantarse de la cama en los meses de invierno sigue siendo una crueldad pero cuando era pequeña mi madre sabía cómo mantener mi cuerpo calentito sin sufrir el calvario de desvestirme para colocarme el uniforme. Solución: me dejaba el pantalón de pijama bajo el chándal o bien la camiseta si tenía que ponerme la falda del uniforme. Si hoy analizo fríamente aquellas prácticas me parecen espantosas e incluso un tanto antihigiénicas pero como dice el refrán: Ande yo caliente... La lucha contra el frío se remataba con el uso de unos pasamontañas que tan solo te dejaban al aire los ojos... Cuando llegaba al colegio y empezaba a quitarme cosas de encima me sentía liberada y volvía a respirar.
En cuestión de juegos, los recortables y los cromos eran mi mayor tesoro. Aún tengo mis cromos guardados en una caja de madera. Podía pasarme las horas vistiendo a aquellas muñecas de papel de ojos grandes y vestiditos de cuello bebé o bien intentando ganarle a mis amigas algún que otro cromo con purpurina. Luego vinieron el elástico, el tejo,... y la lima. Mira que éramos burros. Pocas desgracias ocurrieron para las horas y horas que nos tirábamos en la calle jugando Al cielo voy. No me extrañaría que la escoliosis que sufro hoy se debiera a ese juego, en el que tenías que soportar los kilos de tus amigos sobre los riñones y la espalda. Bueno, seguro que el maletón lleno de libros hasta arriba también tuvo que ver con mi desviación de columna.
Hace un par de años me dio por comprarme una Nancy, pero yo no quería las que venden hoy en las tiendas, cuya cara es sustancialmente distinta a la que yo tenía de pequeña. Yo quería la Nancy original cuya cara recuerdo. Tenía tanta fijación por la muñeca en cuestión que estuve buscando por internet y sí, en Ebay la encuentras pero su precio astronómico rompió mi ilusión. La de los años 70 ronda los 150 euros. No estoy tan nostálgica como para gastarme esa pasta, la verdad.
De los programas de la tele, guardo un cariño especial por La bola de cristal y su bruja Avería. Allí fue donde conocimos a Alaska, a Kiko Veneno, a Santiago Auserón,... Las mañanas de los sábados tenían un sabor muy distinto.
Y en cuanto a las series de animación mis preferidas eran La Abeja Maya y El bosque de Tallac con los ositos Jackie y Nuca. Hace unos años, en otro de mis arranques nostálgicos, me hice con la colección completa de la simpática abeja y sus amigos. La vi enterita, dvd tras dvd y me lo pasé pipa.
¿Quién no se ha pintado alguna vez un reloj en la muñeca? Estabas deseando que alguien te preguntara la hora para responder: Las carne menos hueso. De esta expresión no me he vuelto a acordar hasta que no he leído el libro y es que nuestra mente está llena de recuerdos que solo salen a flote si alguien te habla de ellos.
También recuerdo con nostalgia aquellos días en la playa. Cuando mis padres me llevaban a Matalascañas en Huelva, había que salir casi de madrugada para transitar durante horas por carreteras estrechas y en mal estado. No había amanecido aún y ya estábamos con el zafarrancho de bolsas para arriba y para abajo. La sombrilla que no se olvide, ni los flotadores de patito que tenían unos rebordes de plástico duro que menudas rozaduras te hacían en los costados.
Importantísimo los tuppers con los filetes empanados y la tortilla de patatas. La sandia y el melón para el postre y las meriendas para los niños. Seguro que entonces el día tenía más de 24 horas porque nos daba tiempo a hacer mil cosas. Yo creo que nos han ido robando minutos poco a poco y con el paso de los años, porque si no, no me explico cómo ahora no tengo tiempo de nada y los días se pasan volando.
El libro Yo fui a EGB toca todos estos temas y muchos más desde los productos de alimentación típicos de aquellos años, pasando por las chuches más variopintas, las tendencias en ropa y calzados (uso de las hombreras y calentadores,...), los juegos de mesa en los que invertíamos horas (Tragabolas, Cluedo,...), los famosos dos rombos que nos amargaban las noches televisivas, los primeros reproductores de vídeo y películas que alquilábamos en los videoclubs, los trabajos de manualidades que teníamos que hacer para el colegio (confieso que mi padre hacía el 80% de la manualidad y aún así me suspendían alguna vez; con lo «apañao» que es mi padre y que lo suspendieran...), las revistas que leíamos (Superpop, Vale,...), y las horas que nos pasábamos escuchando la radio e intentando grabar una cinta con nuestras canciones preferidas sin que se oyera la voz del locutor.
Mi primer poema:
Con un seis y un cuatro
esta es la cara de tu retrato.
Yo fui a EGB es terapéutico para el espíritu. Es inevitable reírte con este libro. Allá donde mires surge repentinamente un recuerdo sobre algún amigo, algún profesor, algún juguete,... Experiencias de vida que nos han ido conformando en lo que somos hoy.
Uno de los elementos de este libro que primeramente salta a la vista es el cuidado y el mimo con el que se ha editado. La cubierta muestra aquel papel milimetrado que a veces usábamos y que a mí me provocaba una letra minúscula y casi inelegible, pero era una chulada pasar del cuaderno de una raya, de dos rayas o el de «a cuadritos» a este papel pautado.
Las gualdas enseñan la típica foto en grupo que se hacían en muchos colegios a mediados de curso.
A ver los de 5ºA que se estén quietos que van a estropear la foto.
Alguna que otra vez, cuando me ha entrado algún ataque de nostalgitis aguda, me he visto rebuscando entre los cajones de los muebles de casa de mis padres para recuperar aquella foto desde la que me miraban los ojos inocentes y pueriles de mis compañeros de clase.
En cuanto a su estructura, Yo fui a EGB consta de diez capítulos, cada uno dedicado a una parcela de nuestra vida (alimentación, moda, juguetes, televisión, revistas,...). 255 páginas a todo color, llenas de fotografías y textos que nos ayudan a repasar nuestra infancia. También incluye algunos test con sus soluciones, como por ejemplo preguntas sobre uno de los concursos de televisión más famoso, Un, dos, tres. ¿Hasta dónde eres capaz de recordar?
En definitiva, si naciste en los años 70 - 80, este libro te ayudará a ser un poco más feliz. Se lee en un suspiro pero no es un libro para abandonar tras la lectura sino que más bien, es un libro para guardar con el mismo cariño que le tenemos a aquellos años y para volver a él cuando deseemos recuperar lo que entonces fuimos. Es muy recomendable porque te hace pasar unas horas de pura diversión y entretenimiento, dejándote una sonrisa en los labios para el resto del día.
Ficha del libro: www.megustaleer.com
Hace unos días os traje la entrevista que realicé a los autores del mágico libro Yo fui a EGB, Javier Ikaz y Jorge Díaz (puedes leerla aquí), culpables ambos de haber conseguido que me retrotrajera en el tiempo para vestir mi horrible uniforme del colegio, ponerme los calcetines hasta las rodillas, cargar con una mochila de unos 20 kilos, y verme ahogada por múltiples deberes sin fin. Ahora eso sí, los días previos al inicio del colegio eran una fiesta y más aún ese primer día en el que estrenaba cuadernos y bolis, llevaba mis libros inmaculados, recién forrados y olían tan bien... Desde entonces, lo primero que hago cuando me compro un libro es abrirlo y olerlo. Manías que tiene una.
Desde la publicación de Yo fui a EGB, son muchas las opiniones que han ido surgiendo estas semanas atrás y todas coinciden en lo mismo. Yo fui a EGB es un libro ameno y entretenido, pero sobre todo muy divertido con el que regresamos a nuestra más tierna infancia para rememorar detalles de la niñez que tanto nos marcaron.
Con este libro he vuelto a masticar los famosos chicles Cheiw de fresa ácida, que se ponían duros como una piedra y me dejaban un espantoso dolor de mandíbula. También me ha permitido volver a saborear los cortes de helado aunque esos los sigo degustando porque me encantan junto con los flag, que no eran más que agua coloreada y congelada. ¿Os acordáis? El kioskero de mi barrio se parecía a Fofó el de los payasos y mi hermana pequeña Isabel llegaba con una moneda (ni me acuerdo de qué valor) y le decía: Fofóooooooooo, dame un flá. Aquí os dejo el anuncio televisivo de aquel producto:
Levantarse de la cama en los meses de invierno sigue siendo una crueldad pero cuando era pequeña mi madre sabía cómo mantener mi cuerpo calentito sin sufrir el calvario de desvestirme para colocarme el uniforme. Solución: me dejaba el pantalón de pijama bajo el chándal o bien la camiseta si tenía que ponerme la falda del uniforme. Si hoy analizo fríamente aquellas prácticas me parecen espantosas e incluso un tanto antihigiénicas pero como dice el refrán: Ande yo caliente... La lucha contra el frío se remataba con el uso de unos pasamontañas que tan solo te dejaban al aire los ojos... Cuando llegaba al colegio y empezaba a quitarme cosas de encima me sentía liberada y volvía a respirar.
En cuestión de juegos, los recortables y los cromos eran mi mayor tesoro. Aún tengo mis cromos guardados en una caja de madera. Podía pasarme las horas vistiendo a aquellas muñecas de papel de ojos grandes y vestiditos de cuello bebé o bien intentando ganarle a mis amigas algún que otro cromo con purpurina. Luego vinieron el elástico, el tejo,... y la lima. Mira que éramos burros. Pocas desgracias ocurrieron para las horas y horas que nos tirábamos en la calle jugando Al cielo voy. No me extrañaría que la escoliosis que sufro hoy se debiera a ese juego, en el que tenías que soportar los kilos de tus amigos sobre los riñones y la espalda. Bueno, seguro que el maletón lleno de libros hasta arriba también tuvo que ver con mi desviación de columna.
Hace un par de años me dio por comprarme una Nancy, pero yo no quería las que venden hoy en las tiendas, cuya cara es sustancialmente distinta a la que yo tenía de pequeña. Yo quería la Nancy original cuya cara recuerdo. Tenía tanta fijación por la muñeca en cuestión que estuve buscando por internet y sí, en Ebay la encuentras pero su precio astronómico rompió mi ilusión. La de los años 70 ronda los 150 euros. No estoy tan nostálgica como para gastarme esa pasta, la verdad.
De los programas de la tele, guardo un cariño especial por La bola de cristal y su bruja Avería. Allí fue donde conocimos a Alaska, a Kiko Veneno, a Santiago Auserón,... Las mañanas de los sábados tenían un sabor muy distinto.
Y en cuanto a las series de animación mis preferidas eran La Abeja Maya y El bosque de Tallac con los ositos Jackie y Nuca. Hace unos años, en otro de mis arranques nostálgicos, me hice con la colección completa de la simpática abeja y sus amigos. La vi enterita, dvd tras dvd y me lo pasé pipa.
¿Quién no se ha pintado alguna vez un reloj en la muñeca? Estabas deseando que alguien te preguntara la hora para responder: Las carne menos hueso. De esta expresión no me he vuelto a acordar hasta que no he leído el libro y es que nuestra mente está llena de recuerdos que solo salen a flote si alguien te habla de ellos.
También recuerdo con nostalgia aquellos días en la playa. Cuando mis padres me llevaban a Matalascañas en Huelva, había que salir casi de madrugada para transitar durante horas por carreteras estrechas y en mal estado. No había amanecido aún y ya estábamos con el zafarrancho de bolsas para arriba y para abajo. La sombrilla que no se olvide, ni los flotadores de patito que tenían unos rebordes de plástico duro que menudas rozaduras te hacían en los costados.
Importantísimo los tuppers con los filetes empanados y la tortilla de patatas. La sandia y el melón para el postre y las meriendas para los niños. Seguro que entonces el día tenía más de 24 horas porque nos daba tiempo a hacer mil cosas. Yo creo que nos han ido robando minutos poco a poco y con el paso de los años, porque si no, no me explico cómo ahora no tengo tiempo de nada y los días se pasan volando.
El libro Yo fui a EGB toca todos estos temas y muchos más desde los productos de alimentación típicos de aquellos años, pasando por las chuches más variopintas, las tendencias en ropa y calzados (uso de las hombreras y calentadores,...), los juegos de mesa en los que invertíamos horas (Tragabolas, Cluedo,...), los famosos dos rombos que nos amargaban las noches televisivas, los primeros reproductores de vídeo y películas que alquilábamos en los videoclubs, los trabajos de manualidades que teníamos que hacer para el colegio (confieso que mi padre hacía el 80% de la manualidad y aún así me suspendían alguna vez; con lo «apañao» que es mi padre y que lo suspendieran...), las revistas que leíamos (Superpop, Vale,...), y las horas que nos pasábamos escuchando la radio e intentando grabar una cinta con nuestras canciones preferidas sin que se oyera la voz del locutor.
Mi primer poema:
Con un seis y un cuatro
esta es la cara de tu retrato.
Yo fui a EGB es terapéutico para el espíritu. Es inevitable reírte con este libro. Allá donde mires surge repentinamente un recuerdo sobre algún amigo, algún profesor, algún juguete,... Experiencias de vida que nos han ido conformando en lo que somos hoy.
Uno de los elementos de este libro que primeramente salta a la vista es el cuidado y el mimo con el que se ha editado. La cubierta muestra aquel papel milimetrado que a veces usábamos y que a mí me provocaba una letra minúscula y casi inelegible, pero era una chulada pasar del cuaderno de una raya, de dos rayas o el de «a cuadritos» a este papel pautado.
Las gualdas enseñan la típica foto en grupo que se hacían en muchos colegios a mediados de curso.
A ver los de 5ºA que se estén quietos que van a estropear la foto.
Alguna que otra vez, cuando me ha entrado algún ataque de nostalgitis aguda, me he visto rebuscando entre los cajones de los muebles de casa de mis padres para recuperar aquella foto desde la que me miraban los ojos inocentes y pueriles de mis compañeros de clase.
En cuanto a su estructura, Yo fui a EGB consta de diez capítulos, cada uno dedicado a una parcela de nuestra vida (alimentación, moda, juguetes, televisión, revistas,...). 255 páginas a todo color, llenas de fotografías y textos que nos ayudan a repasar nuestra infancia. También incluye algunos test con sus soluciones, como por ejemplo preguntas sobre uno de los concursos de televisión más famoso, Un, dos, tres. ¿Hasta dónde eres capaz de recordar?
En definitiva, si naciste en los años 70 - 80, este libro te ayudará a ser un poco más feliz. Se lee en un suspiro pero no es un libro para abandonar tras la lectura sino que más bien, es un libro para guardar con el mismo cariño que le tenemos a aquellos años y para volver a él cuando deseemos recuperar lo que entonces fuimos. Es muy recomendable porque te hace pasar unas horas de pura diversión y entretenimiento, dejándote una sonrisa en los labios para el resto del día.