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ME LLAMO LUCAS Y NO SOY PERRO de Fernando Delgado.

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Autor

Fernando Delgado es autor de nueve novelas: Tachero, premio Benito Pérez Armas 1973; Exterminio en Lastenia, premio Pérez Galdós 1979; Ciertas Personas (1989); Háblame de ti (1993); La mirada del otro (Premio Planeta 1995, llevada al cine por Vicente Aranda); No estabas en el cielo (1996), Escrito por Luzbel (1998), para cuya escritura contó con una beca de creación literaria de la Fundación Juan March; Isla sin mar (2002), De una vida a otra (2009) y También la verdad se inventa (2012). Su poesía se contiene en Proceso de adivinaciones (1981), Autobiografía del hijo (1995), Presencias de ceniza (2001) y El pájaro escondido en un museo (2010).

Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense y periodista en prensa, radio y televisión, publicó también libros de artículos y ensayos como Cambio de tiempo (1994), Parece mentira (2005) y un conjunto de recuerdos de juventud en la isla de Tenerife, donde nació en 1947: Paisajes de la memoria (2010).

Obtuvo el premio Europa en Salerno en 1986, el Ondas Nacional de Televisión en 1995 por su tarea de difusión cultural en los telediarios de fin de semana de TVE, la Antena de Oro de la Asociación de profesionales de radio y televisión ese mismo año y el premio Villa de Madrid de periodismos «Mesonero Romanos» en 2006 por sus artículos en El País. El gremio de bibliotecarios de la Comunidad Valenciana lo distinguió en 2010 como bibliotecario de honor.

Sinopsis

«Si mamá repetía que todo perro quiere ser persona, por algo sería, y no sólo porque yo pretendiera dejar de ser perro».

Lucas es un perro difícil de olvidar. Tiene un sueño: convertirse en niño. Pero en la peculiar familiar con la que vive hay a la vez un niño que quiere ser perro.

Original, sorprendente y repleta de humor, Me llamo Lucas y no soy perro nos regala una curiosa historia a través de la ingenua y certera mirada de un perro.

Sin conseguir explicárselo, naturalmente, la vida de perro de Lucas le permite experimentar el amor y el desamor, la compañía y la soledad, el buen trato y el malo, el confort y la pobreza. Y no sólo en su vida,llena de contrastes, sino en la de los hombres y mujeres que le rodean como silencioso observador de sus comportamientos en una historia llena de peripecias.

Toda una vida en los ojos de un perro. 

[Información facilitada por la editorial]


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Los que seguís este espacio desde hace un tiempo recordaréis que hace unos cuantos meses publiqué una entrada en la que os hablaba de la muerte de nuestra labradora Nuba. Fue el pasado 10 de agosto cuando ella nos dejó. No os miento si os digo que no hay día que no piense en ella y esos recuerdos me dejen una sonrisa en los labios que se entremezcla con la tristeza de mis ojos. Durante mucho tiempo no pude mirar a ningún otro perro por la calle y menos si era un labrador. Hoy el dolor sigue estando ahí pero menos punzante.  

Tenía muchas ganas de leer el libro que os traigo hoy. Lo habían leído en casa y me lo habían recomendado. La verdad es que es una lectura preciosa aunque, para no faltar a la verdad, me he encontrado un tono muy distinto al que esperaba. Creí que Fernando Delgado narraba una historia divertida y alegre desde la perspectiva de Lucas, el labrador protagonista del libro, pero me he topado con un relato enternecedor, duro, dramático y emotivo. Aún no siendo lo que yo había imaginado, tengo que decir que Lucas, Luquitas como lo llama su dueña, me ha ganado el corazón.

Nada más abrir el libro, observamos una dedicatoria extensa, larga, sentida,... pero muy apropiada para este libro y muy original. El autor quiere dedicar su novela a Tonet, Deva, Bout, Ruco, Zaco, Lula,... y a otros tantos perros de amigos y conocidos. Con esta entrada ya me tiene medio ganada. A la extensa relación perruna le siguen dos citas más, una de Anatole France («Hasta que no hayas amado a un animal una parte de tu alma permanecerá dormida») y otra de Fernando Vallejo («La humanidad entera no vale un solo momento de dolor de un perro»). No puedo estar más de acuerdo.

Lucas es un labrador que no quiere ser perro sino niño y su empeño es tal que reitera su deseo una y otra vez, como si por mucho insistir se terminara por cumplir su sueño. Pero, querido Lucas no te equivoques. Ser niño está muy bien, carecen por regla general de malicia, son bondadosos, inocentes, muy ocurrentes y tremendamente observadores, pero los niños crecen y se convierten en hombres y es entonces cuando dejamos mucho que desear. Adiós a la falta de malicia, a la bondad y sobre todo a la inocencia. Claro que hay hombres y hombres pero créeme cuando te digo que ser adulto no es ninguna bicoca.  Los años y la experiencia me han enseñado que un perro al que se cuida y se le da amor, siempre corresponderá al hombre. Si llegamos a casa, vendrá hasta la puerta a saludarnos, saltando de alegría y moviendo el rabo. Si nos marchamos, se quedará triste. Si le damos de comer, girará sobre sí mismo loco de contento,.... Los hombres no hacen eso Lucas. A veces llegamos a casa malhumorados, cansados, fatigados,... y apenas saludamos a los que conviven con nosotros y viceversa. ¿Agradecer porque nos preparen la comida? Rara vez lo verás. No Luquitas. Si pudieras quedarte siendo niño para siempre, tendría un pase, pero no es así. 

A Lucas se le coge cariño desde las primeras páginas. Resulta inevitable sonreír con ternura cuando nos cuenta que, nada más nacer, su madre apenas le prestaba atención por ser el más pequeño de la camada. Entre sus cinco hermanos mayores, Luquitas se siente el patito feo y yo siempre tiendo a ponerme del lado del más débil. 

Por suerte, o quizá no tanta, lo adopta una familia con posibles pero no será aceptado por todos de igual manera. Sus hermanos humanos, Duli y Luci, no son muy cariñosos con él como cabría esperar en unos niños, su padre no lo puede ni ver, el abuelo Veremundo no hace más que comentar que en China se comen a los perros y Lucas ya se imagina al anciano con el cuchillo y el tenedor en las manos. ¿Y qué decir del servicio? Ni siquiera la sirvienta dominicana que trabaja en la casa lo soportará. Pero menos mal que su madre, mamá con él la llama, lo adora. Lucas siente que su mamá lo quiere a él más que a sus propios hijos pero que es incapaz de reconocerlo públicamente por el qué dirán. La relación entre ambos es tan intensa y bonita que a veces llega a emocionar. Hay una buena comunicación entre ambos y eso que Lucas se queja de que nadie lo entiende, cuando resulta que él comprende absolutamente todo lo que los humanos hablan mientras que estos no se enteran de nada. ¡Pero si él habla castellano perfectamente! Y no solo eso, sino que habiendo nacido en Cataluña, también domina el catalán y ni por esas.

Ni que decir tiene que de todos los personajes de este libro me quedo con Luquitas y con su madre. Uno y otro son la parte más noble de la narración. En cuanto a los demás, ¡a la hoguera con ellos! Especialmente con el padre, Eliseo, Pico para los amigos, ese individuo que maltrata al perro, que le llama cabrón e hijo de puta, que le da patadas,... ¡Patadas te daba yo! El pobre Lucas vive con miedo pensando que tarde o temprano lo va a envenenar para librarse de él y eso provocará un desánimo tan absoluto que apenas probará bocado. En mi vida he odiado tanto a un personaje como al tipejo este. Os prometo que era verlo en escena y revolverme en el sillón cual posesa. Maniqueísmo puro.

A pesar de que el pobre perro vive con ciertos temores, el lector pensará que no tiene motivos para quejarse. Sin embargo, Lucas experimentará lo que se llama vulgarmente «tener una vida de perros». Sus buenos días terminarán por desembocar en un cataclismo, en una aventura incierta, llena de sinsabores. Conocerá lo que es sentirse desgraciado, solo y abandonado, azotado por terribles pesadillas. El hambre y la sed serán constantes y harán de él un saco de huesos llenos de pulgas y chinches. ¡Qué mal lo he pasado leyendo estas páginas! Esto es lo que se llama sufrir con la lectura. No os voy a contar más. Sabed que la historia es dura.


Me llamo Lucas y no soy perro es un libro lleno de humor y ternura, con pesadas reflexiones sobre los humanos, propias de aquel que mira desde la distancia, con la certeza que otorga la objetividad. Entre sus páginas también te encuentras simpáticos comentarios. ¿Sabéis quién es César Millán? Es un adiestrador de perros que conduce un programa en Cuatro. De él, o de alguien similar, dice Lucas que no tiene ni la más remota idea sobre cómo educar un perro. Hay pasajes que te harán reír, como este, y otros que, si amas a los perros, te podrán hacer llorar. 


Me llamo Lucas y no soy perro consta de diversos capítulos sin numerar distribuidos en en tres partes (Lucas en casa, La aventura de Lucas y El regreso de Lucas) que vienen introducidos por una cita literaria. Los capítulos son de extensión corta, con un estilo ameno y ágil. Al llegar al final, desapacible y no sé si esperanzador, encontramos con el epitafio que Lord Byron dedicó a su perro Boatswain. 

Imagino que este libro no causará el mismo efecto en personas que no hayan tenido perro nunca. En casa nunca fuimos pro-perros. De hecho, mi hermana ha despotricado lo que no está en los escritos contra aquellas personas que se volcaban en sus animales y los trataban como a un miembro más de la familia. Era así de obtusa hasta que la vida puso en su camino a Nuba. Desde siempre se desvivió por ella. A pesar de tantos cuidados, Nubita contrajo leshmaniasis y aunque su veterinario dijo que no había nada que hacer, quiso pedir opinión a dos profesionales más. Durante 4 meses estuvo en tratamiento. Pastillas de todos los colores, inyecciones, jarabes,... Un dineral en consultas y medicamentos pero valía la pena intentarlo. 

Nuba nos dejó y meses más tarde llegó a casa otro labrador. Un cachorro de apenas 12 días al que sus dueños no querían y lo iban a sacrificar. ¿Cómo permitir algo así? Este era y es Rocco.

Con 22 días
Con 4 meses


Mientras leía este libro me encontré un mensaje de Meg del blog Cazando Estrellas en facebook en el que nos avisaba del inminente fin de la veda y las terribles consecuencias que esto supone para los galgos. Me dejó intrigada y le pregunté a qué se refería. Me comentó que los cazadores, una vez que termina la temporada de caza, se deshacen de los animales más viejos de una manera monstruosa. ¡Los ahorcan! Para corroborar sus palabras me dejó el enlace a un vídeo que ni me atreví a mirar. No me cabe en la cabeza semejante crueldad. Por comportamientos similares desciende de mi escala de valores el ser racional en favor de aquellos otros seres que supuestamente no gozan de raciocinio. 



«No me explicaba, sin embargo, lo de mi padre; no podía entender por qué me odiaba. Era inexplicable que un dios como él pudiera hacer esto con un ser tan desvalido como un perro». [pág. 92]

En definitiva, Me llamo Lucas y no soy perro es una preciosa novela, triste, emotiva, tierna, en la que aprenderemos a mirarnos a través de los ojos de un perro, con sus sentimientos y su corazón. Creo que gustará a todas aquellas personas que sienten amor por los animales y comparten su vida con ellos 
o lo hayan hecho. Eso sí, os garantizo que la que suscribe lo ha pasado mal leyendo según qué momento de la narración, pero así es la vida, incluida la de los perros, con penas y alegrías. Yo he disfrutado de esta lectura a lágrima viva.

Si Fernando Delgado ha dedicado esta novela a los perros de sus conocidos yo quiero dedicar esta reseña a Nuba, a la que tanto lloramos cuando se fue y a la que tanto echamos de menos cada día. ¡Va por ti, preciosa!






Retos:

 
 

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