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LA MUJER QUE VIVIÓ UN AÑO EN LA CAMA de Sue Townsend.

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Editorial: Espasa.
Fecha publicación: abril, 2013.
Nº Páginas: 424.
Precio: 19,90 €
Género: Novela.
Edición: Tapa blanda con solapas.
ISBN: 978-84-670-2547-7

Autora

Sue Townsend (Leiscester, 1946) ha dedicado su vida a escribir novelas y obras de teatro. Desde la publicación de El diario secreto de Adrian Mole hace treinta años, todo un clásico de la literatura juvenil inglesa, ha hecho reír y pensar a toda Inglaterra. Ha escrito siete volúmenes de los diarios de Adrian Mole y otras cinco novelas muy populares, así como numerosas obras de teatro, que han tenido una gran acogida entre el público. Reside en Leicester y está considerada una de las mejores escritoras de Gran Bretaña.

Sinopsis

El día en que sus hijos, unos mellizos superdotados, se marchan a la universidad, Eva cruza la puerta de su casa y se mete en la cama en pleno día. No está enferma. No está cansada. Y, desde luego, no tiene una aventura. Simplemente, ha llegado el momento de decir basta. 

Una historia delirante y profunda sobre lo que sucede cuando alguien deja de ser lo que los demás desean que sean.

Una novela perfecta para los tiempos que vivimos: hace reír, hace pensar. 



[Información facilitada por la editorial]



–—˜™–—˜™–—˜™–—˜™–—˜™–—˜™–—



Decir que tenía muchas ganas de leer este libro sería quedarme muy corta. Desde que La mujer que vivió un año en la cama apareció por los distintos blogs sentí muchos deseos de hacerme con él, especialmente porque parecía ser una novela de humor y divertida. Por suerte llegó a casa y desde entonces la he estado mirando con ojos golositos. Lamentablemente, el resultado no ha sido el esperado. Los que nos movemos por estos lares sabemos que un mismo libro puede despertar un sin fin de sensaciones dispares en lectores distintos y por eso, no es de extrañar que lo que a ti te ha parecido la lectura del año, a mí resulte sosa e insípida. Las expectativas es lo que tienen. No hay que fiarse de ellas. Pero con experiencia en la materia me adentré en esta novela relamiéndome de gusto.

Y me encontré a Eva Beaver, una ama de casa de cincuenta años de edad, de rostro encantador, madre de dos mellizos (Brian junior y Brianne) y esposa de Brian, un astrónomo, con el que lleva casada muchos años. Eva decide un buen día meterse en la cama, a plena luz, con ropa y zapatos incluidos y no levantarse en un año. Desconocemos los motivos por los que Eva reacciona así, pues lo hace de manera imprevista, sin reflexión de por medio, aunque se intuye que es un acto de rebeldía, un aquí-me-planto y que salga el sol por donde quiera, especialmente cuando la vamos conociendo un poco más y descubrimos que ha sido una esposa y madre entregada, siempre pendiente de los suyos sin pararse a pensar en sí misma. «Ya está bien», habrá pensado Eva. Ha llegado su momento de liberación y para ello, suelta amarras y deja el barco de su hogar a la deriva. Ella no moverá un músculo más a no ser que sea para ella misma, necesita liberarse, no solamente de lo emocional sino incluso de lo material, y así se deshace de un montón de cremas y potingues, de botes de gel, champú y suavizante porque sabe que no es necesario acumular sin ton ni son, y que con un solo producto de cada tipo basta. Ella mira a su alrededor y se desprende de todo lo tangible e innecesario como un símbolo del inicio de una nueva vida. Renovarse o morir.




¿Cómo se lo toma su entorno? Brian no entiende absolutamente nada. Hasta ahora ha vivido en un hogar feliz donde todo estaba perfectamente dispuesto y organizado. No parece que Brian haya sido consciente de la suerte que tenía con Eva, a la que no ha valorado convenientemente y a la que ha desautorizado en público con frecuencia sin que ella dijera esta boca es mía. El desconcierto de Brian, un marido que no merece demasiado, es absoluto. No así el de Ruby e Ivonne, madre y suegra respectivamente, que no se sorprenden ni lo más mínimo. La una porque sabe que su hija es un poco especial y la otra porque, desde que su hijo la conoció, siempre la catalogó de rara, desaconsejando su unión con ella.

En cuanto a los hijos, a esos habría que echarle de comer aparte. Ambos se acaban de marchar a la universidad y viven en una residencia de estudiantes en Leeds. Son muy inteligentes pero demasiado introvertidos. Parece que les cuesta mucho sociabilizar, que viven en su propio mundo y son excesivamente responsables, estrictos y serios para ser jóvenes de su edad. Jamás han tenido un gesto de cariño con su madre y se bastan el uno al otro. El perfil que Townsend dibuja de estos dos personajes nos obliga a pensar que son autistas pero solo es una impresión.

Visto desde este punto de vista el lector puede pensar que Eva sufre el síndrome del nido vacío pero ella nos deja muy claro que no es así, pues lleva soñando con que sus hijos abandonen el hogar casi desde que nacieron. Quizás la maternidad le vino demasiado grande. Quizás ella no quiso ser madre pero es lo que se esperaba de ella. Y es que creo que la sociedad impone al papel de la mujer otros muchos que no siempre calzan. A estas alturas deberíamos de desprendernos de un montón de etiquetas que nos han colocado a la fuerza sin preguntarnos. Ser esposa y madre son dos de los múltiples caminos que una mujer puede elegir sin que sean las únicas alternativas.

Pero si Eva no siente una absoluta soledad y abandono cuando sus hijos dejan el nido, ¿qué le ocurre?¿Por qué actúa así entonces? Como decía anteriormente, es un acto de rebeldía y siendo así me quito el sombrero. Me gusta que Eva haya tomado esa decisión, que por fin haya adoptado una actitud valiente y sin importarle nadie más que ella misma, se meta en la cama y le diga al mundo, con todos sus inquilinos dentro, que siga su camino porque ella se planta. Me pareció un ejemplo magnífico a seguir aunque un poco extremista en algunos casos porque no penséis que Eva se tumba a contemplar la vida pasar sin más. No. Todo conlleva un sacrificio y la cosa no será tan sencilla. 

En cualquier caso, el mensaje que Eva nos quiere transmitir es estupendo. Ella se alza en representación de todas esas amas de casa, madres y esposas que solo viven para los suyos, que desempeñan una labor fundamental que no está pagada con nada ni tampoco reconocida. Y digo, amas de casa cuando realmente debería decir am@s de casa, porque cada vez conozco a más hombres que cuidan de la casa y los hijos mientras la mujer es la que trabaja fuera. Los tiempos han cambiado pero la concepción que tenemos de esas tareas no remuneradas no y, sin embargo, son esenciales para el bienestar y el buen funcionamiento de la familia.


«Entonces recordó que no tenía que levantarse a prepararle el desayuno a nadie, gritarle que se levantara, vaciar el lavavajillas ni poner la lavadora, planchar un montón de ropa, arrastrar la aspiradora escaleras arriba ni ordenar armarios y cajones, limpiar el horno ni pasar un trapo pro las diferentes superficies, incluidos los cuellos de los botes de salsa marrón y roja, pulir los muebles de madera, limpiar las ventanas ni fregar los suelos, poner derechas las alfombras y los cojines, meter la escobilla en váteres llenos de mierda ni recoger ropa sucia y meterla en la cesta de la colada, cambiar bombillas y rollos de papel higiénico, recoger cosas de la planta de abajo que estaban arriba y bajarlas ni recoger cosas de la planta de arriba que estaban abajo, ir a la tintorería, quitar las malas hierbas de los arriates, ir a centros de jardinería para comprar bulbos y plantas anuales, sacar brillo a zapatos ni llevarlos al zapatero, devolver libros a la biblioteca, organizar los desechos para el reciclaje, pagar facturas, visitar a su madre ni preocuparse por no visitar a su suegra, dar de comer a los peces y limpiar el filtro, responder a llamadas de teléfono para dos adolescentes ni pasarles mensajes, afeitarse las piernas ni depilarse las cejas, hacerse la manicura, cambiar las sábanas y las fundas de almohadas de tres camas -si fuera sábado-, lavar a mano jerséis de lana y secarlos en horizontal sobre una toalla de baño, ir a comprar comida que no se iba a comer, llevarla en el carro hasta el coche, meterla en el maletero, ir hasta casa, guardar la comida en el frigorífico y en los armarios, de puntillas, ni colocar las latas y los productos deshidratados en un estante al que no podía llegar pero que era perfectamente cómodo para Brian».[Pág. 36-37].

Y continúa la enumeración de tareas.


Brian no tiene más remedio que tomar el mando de su casa, hacer las tareas domésticas, y cuidar a Eva como ella ha cuidado de él todos estos años. ¿Lo hará? ¿Cómo será a partir de ahora la relación entre marido y mujer? ¿Y entre madre e hija?¿Se atreverá Eva a decir lo que piensa después de tantos años callada?

Girando en torno a estos personajes irán surgiendo otros. Alexander y sus hijos, Julie, Titania, Poppy, la enfermera Spears,... La relación que une a unos y otros no quiero destaparla para no arruinaros el argumento. Algunos serán desquiciantes, otros se llevarán su merecido pero también habrá quien conecte perfectamente con Eva, cuya actitud transcenderá más allá de las paredes de su casa y esto le acarreará ciertas incomodidades, hasta que todo llega a límites demasiado extremistas. La rebeldía se le puede ir de las manos.

La autora narra esta historia con ligeros toques de ironía y sarcasmo. El humor, francamente, no lo he apreciado. Es cierto que algunas escenas pueden sacarte alguna ligera sonrisa pero no una carcajada. Creo que el tema es más serio de lo que parece y, por lo tanto, no hay lugar a la risa. 

La mujer que vivió un año en la cama se construye sobre sesenta y nueve capítulos escritos en tercera persona. Son de extensión corta y eso hace pensar que el avance en la lectura será ágil, como suele ocurrir en estos casos, pero a mí me ha ocurrido justo lo contrario. Me ha costado mucho avanzar y eso que ocurren muy pocas cosas en cada uno de los capítulos.

Por otra parte, he advertido que la autora ofrece muchísima información sobre detalles que no tengo muy claro que aporten nada al argumento. Por ejemplo, se extiende muchísimo en el precio que el matrimonio tuvo que pagar al comprar la casa en la que residen, una casa de estilo eduardiano en Leicester.  Se demora en descripciones de este tipo que realmente no me conducían a ningún sitio ni tampoco que servían para entender mejor la situación. Además existen numerosas referencias a programas y series de televisión británica que son debidamente explicadas por las Notas del Traductor. 

A pesar de creer entender el mensaje que se desprende de esta novela y que me parece importantísimo, no tengo nada claro si el libro me ha gustado o no. Hay partes en las que he disfrutado y otras que me han dejando totalmente indiferente, así que tengo sentimientos encontrados que se inclinan más hacia el lado negativo si pienso que me ha resultado lento y me ha costado mucho acabarlo, llegando a un final abierto y deslucido. La verdad es que me ha dado mucha rabia porque era una lectura en la que tenía muchas esperanzas y en la que deposité mucha ilusión, pero es como dice mi madre: «El melón no se sabe si es dulce hasta que no se cata». Tened en cuenta que mi opinión es una más de este universo. A poco que indaguéis en internet encontraréis otras mucho más positivas que la mía. Así que, si teníais intención de leer esta novela, probad. No la dejéis pasar, porque a ti te puede resultar maravillosa.

No quiero cerrar esta reseña sin comentaros algo que muchos sabréis pero yo me acabo de enterar. Sue Townsend falleció el pasado mes de abril, siendo esta novela su último trabajo publicado. Ahora me pesa más que nunca no haber conectado con esta novela, aunque muchas de las frases que encontramos entre sus más de cuatrocientas páginas tienen un peso específico: 

Se había impuesto ella misma la tarea de enfrentarse a toda la infelicidad y las decepciones de su vida. [Pág. 417]
Agradezco a Espasa el envío del ejemplar.







Retos:



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