Editorial: Anagrama.
Fecha edición: 2005.
Nº Páginas: 150.
Precio: 12,50 €
Género: Novela gráfica.
Edición: Tapa blanda con solapas.
ISBN: 978-84-3397-083-1
Autor
Paul Auster nació en 1947 en Nueva Jersey y estudió en la Universidad de Columbia. Tras un breve periodo como marino en un petrolero, vivió tres años en Francia, donde trabajó como traductor, «negro» literario y cuidador de una finca; desde 1974 reside en Nueva York. Es el autor de las siguientes obras, todas ellas publicadas por Anagrama: La trilogía de Nueva York (Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada), El país de las últimas cosas, La invención de la soledad, El Palacio de la Luna, La música del azar, Leviatán, El cuaderno rojo, Mr. Vértigo, A salto de mata, Pista de despegue (Poemas y ensayos 1970-1979), Tombuctú, Experimentos con la verdad, Creía que mi padre era Dios, La historia de mi máquina de escribir, El libro de las ilusiones y La noche del oráculo, la novela gráfica Ciudad de cristal y los libros de guiones de cine Smoke & Blue in the face y Lulu on the Bridge. El Palacio de la Luna le valió la consagración internacional. Así, en la revista Lire, fue elegido como el mejor libro editado en Francia en 1990, calificándose a su autor de «mitad Chandler, mitad Beckett». La crítica española la saludó también de forma entusiasta: «Una de las novelas más complejas, elegantes, refinadas e inteligentes de los últimos años» (Sergio Vila-Sanjuán, La Vanguardia); «Tiene la magia exacta de los mitos que nos valen para vivir... Pertenece al club de las novelas que desearíamos no terminar de leer nunca» (Justo Navarro). Sus obras posteriores han confirmado la gran calidad literaria del autor.
Sinopsis
Quinn, que en otros tiempos fuera poeta y cuya mujer e hijo han muerto, vive en la más absoluta soledad, escribiendo novelas policíacas, despojado de toda ambición literaria y lejos de los fastos del mundo. Alguien lo llama varias veces por teléfono en medio de la noche, tomándolo por un detective llamado Paul Auster, y solicitando con desesperación su ayuda. Quinn, entre curioso y conmovido, decide al fin personalizar al desconocido Paul Auster y concierta una cita. Conoce entonces a otro pálido poeta, que cuenta una historia aterradora: cuando nació, su padre, una combinación de místico y lingüista demente, lo encerró y aisló del mundo durante años para que pudiera hablar «la verdadera lengua de los hombres», aquella que olvidaron tras la construcción de la torre de Babel. Pero el niño fue rescatado y el padre recluido en una institución -un manicomio, o quizás una cárcel-, de la que ahora está a punto de salir. Y el hijo, que teme por su vida, desea que el detective Paul Auster -o Quinn- lo proteja.
Con Ciudad de cristal se inició La trilogía de Nueva York, un deslumbrante conjunto de thrillers posmodernos que, según los críticos, marca un nuevo punto de partida para la novela norteamericana y que consagró a Paul Auster como un clásico contemporáneo. Ahora nos llega en forma de novela gráfica de la mano de los grandes dibujantes David Mazzucchelli (Batman: Year One, de Frank Miller) y Paul Karasik, quienes consiguen crear un «un extraño doble, un Doppelganger del libro original», como dice Art Spielgeman, creador de Maus e instigador de la adaptación, que en la introducción nos relata cómo surgió la idea de «traducir» visualmente la obra y los tropiezos con los que sus autores se encontraron. El resultado es, sin embargo «una de las demostraciones más ricas que se hayan dado hasta la fecha», de la adaptación visual de una novela.
Paul Auster es uno de esos autores que me rondan con frecuencia. Brooklyn Follies anda por casa desde hace un tiempo y, en principio, me había propuesto leerlo durante este año que está a punto de expirar pero qué os voy a contar a vosotros sobre intenciones lectoras que no podemos llegar a culminar. En cualquier caso, ya no podré decir que no he leído al autor durante este año pues el otro día, en uno de esos habituales paseos por la biblioteca, encontré este curioso libro en la sección de cómics y se vino conmigo.
Paul Auster nació en 1947 en Nueva Jersey y estudió en la Universidad de Columbia. Tras un breve periodo como marino en un petrolero, vivió tres años en Francia, donde trabajó como traductor, «negro» literario y cuidador de una finca; desde 1974 reside en Nueva York. Es el autor de las siguientes obras, todas ellas publicadas por Anagrama: La trilogía de Nueva York (Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada), El país de las últimas cosas, La invención de la soledad, El Palacio de la Luna, La música del azar, Leviatán, El cuaderno rojo, Mr. Vértigo, A salto de mata, Pista de despegue (Poemas y ensayos 1970-1979), Tombuctú, Experimentos con la verdad, Creía que mi padre era Dios, La historia de mi máquina de escribir, El libro de las ilusiones y La noche del oráculo, la novela gráfica Ciudad de cristal y los libros de guiones de cine Smoke & Blue in the face y Lulu on the Bridge. El Palacio de la Luna le valió la consagración internacional. Así, en la revista Lire, fue elegido como el mejor libro editado en Francia en 1990, calificándose a su autor de «mitad Chandler, mitad Beckett». La crítica española la saludó también de forma entusiasta: «Una de las novelas más complejas, elegantes, refinadas e inteligentes de los últimos años» (Sergio Vila-Sanjuán, La Vanguardia); «Tiene la magia exacta de los mitos que nos valen para vivir... Pertenece al club de las novelas que desearíamos no terminar de leer nunca» (Justo Navarro). Sus obras posteriores han confirmado la gran calidad literaria del autor.
Sinopsis
Quinn, que en otros tiempos fuera poeta y cuya mujer e hijo han muerto, vive en la más absoluta soledad, escribiendo novelas policíacas, despojado de toda ambición literaria y lejos de los fastos del mundo. Alguien lo llama varias veces por teléfono en medio de la noche, tomándolo por un detective llamado Paul Auster, y solicitando con desesperación su ayuda. Quinn, entre curioso y conmovido, decide al fin personalizar al desconocido Paul Auster y concierta una cita. Conoce entonces a otro pálido poeta, que cuenta una historia aterradora: cuando nació, su padre, una combinación de místico y lingüista demente, lo encerró y aisló del mundo durante años para que pudiera hablar «la verdadera lengua de los hombres», aquella que olvidaron tras la construcción de la torre de Babel. Pero el niño fue rescatado y el padre recluido en una institución -un manicomio, o quizás una cárcel-, de la que ahora está a punto de salir. Y el hijo, que teme por su vida, desea que el detective Paul Auster -o Quinn- lo proteja.
Con Ciudad de cristal se inició La trilogía de Nueva York, un deslumbrante conjunto de thrillers posmodernos que, según los críticos, marca un nuevo punto de partida para la novela norteamericana y que consagró a Paul Auster como un clásico contemporáneo. Ahora nos llega en forma de novela gráfica de la mano de los grandes dibujantes David Mazzucchelli (Batman: Year One, de Frank Miller) y Paul Karasik, quienes consiguen crear un «un extraño doble, un Doppelganger del libro original», como dice Art Spielgeman, creador de Maus e instigador de la adaptación, que en la introducción nos relata cómo surgió la idea de «traducir» visualmente la obra y los tropiezos con los que sus autores se encontraron. El resultado es, sin embargo «una de las demostraciones más ricas que se hayan dado hasta la fecha», de la adaptación visual de una novela.
[Información facilitada por la editorial]
Ciudad de cristal es la primera entrega de La trilogía de Nueva York, compuesta además por Fantasmas y La habitación cerrada. La peculiaridad que tiene este libro es que se trata de una adaptación de la novela del autor de Nueva Jersey, una novela gráfica ilustrada por las manos de Paul Karasik y David Mazzucchelli. La idea de esta adaptación surge nada más y nada menos que de la cabeza de Art Spiegelman, autor de Maus, otra novela gráfica más que pude leer durante el pasado mes de julio. En su momento no la reseñé por cuestiones que ahora no vienen al caso pero sí os diré que es muy recomendable por el tratamiento que el autor hace del exterminio nazi, los campos de concentración, la supervivencia,... Una temática que a muchos nos gusta, expuesta ante nuestros ojos en formato cómic sin que la clave sea humorística.
Las palabras de Art Spiegelman abren las puertas de Ciudad de cristal en un prólogo que lleva por título Retrato de un detective privado de ojos cristalinos. En esta introducción nos explica la manera en la que surgió esta idea. Cansado del término «novela gráfica», acuñado en 1980, con el que él no está muy conforme y aburrido de ver Maus rodeado de libros de fantasía y juegos de rol, quiso avivar el género creado por editores y libreros encomendando a algunos novelistas serios la tarea de escribir buenos guiones para reputados artistas gráficos. Paul Auster, a quien Spiegelman conocía desde finales de los años ochenta, accedió en la colaboración pero, en vez de escribir un nuevo trabajo, proponía adaptar alguna de sus novelas ya publicadas. El proyecto, que en un principio parecía un duro escollo a superar, surgió posteriormente con toda naturalidad arropado por una suerte de coincidencias y casualidades de las que Spielgeman da debida cuenta.
La editorial nos ofrece una extensa y detallada sinopsis por lo yo simplemente me limitaré a dar otro tipo de detalles de tal manera que podáis tener una visión más global del argumento de esta novela.
Daniel Quinn es un escritor de 35 años que tras perder a su mujer y a su hijo renuncia a todo y se aparta del mundo. Cambió la poesía, el teatro y los ensayos por novelas policíacas protagonizadas por un detective privado llamado Max Work y que él firmaba con el pseudónimo de William Wilson. Aislado en su mundo, Quinn recibe una extraña llamada. Al otro lado de la línea alguien busca al detective Paul Auster pues necesita protección y Quinn asume la identidad de dicho detective. De este modo conoce a Peter Stillman, un hombre con un pasado espeluznante que le ha dejado profundas huellas psíquicas y emocionales. Durante doce años su padre, un hombre versado en cuestiones teológicas, brillante y con una magnífica carrera profesional, quiso poner en práctica algunas de sus descabelladas teorías y mantuvo cautivo a su hijo en una habitación sin ventanas. Vivía a oscuras, no se relacionaba con nadie, no hablaba con nadie, prácticamente se crió como un animal. Un incendio permitió que el muchacho fuera encontrado y que su padre fuera juzgado y condenado. Pero ha llegado el momento de la liberación y Peter Stillman teme que su padre vuelva a su vida para culminar el proyecto que quedó interrumpido tras aquel incendio. La labor del detective Paul Auster es seguir la pista al padre y evitar a toda costa que se acerque a Peter. Lo que ocurrirá a partir de ese momento estará lleno de misterios que Quinn-Auster tendrán que resolver pero el caso termina por obsesionarlo tanto que al final él mismo cae un pozo de oscuridad y soledad en el que la realidad pasa a un segundo plano, acabando en un fundido negro, el mismo con el que se inició el relato, que nos hace pensar en una tragedia.
Daniel Quinn es un escritor de 35 años que tras perder a su mujer y a su hijo renuncia a todo y se aparta del mundo. Cambió la poesía, el teatro y los ensayos por novelas policíacas protagonizadas por un detective privado llamado Max Work y que él firmaba con el pseudónimo de William Wilson. Aislado en su mundo, Quinn recibe una extraña llamada. Al otro lado de la línea alguien busca al detective Paul Auster pues necesita protección y Quinn asume la identidad de dicho detective. De este modo conoce a Peter Stillman, un hombre con un pasado espeluznante que le ha dejado profundas huellas psíquicas y emocionales. Durante doce años su padre, un hombre versado en cuestiones teológicas, brillante y con una magnífica carrera profesional, quiso poner en práctica algunas de sus descabelladas teorías y mantuvo cautivo a su hijo en una habitación sin ventanas. Vivía a oscuras, no se relacionaba con nadie, no hablaba con nadie, prácticamente se crió como un animal. Un incendio permitió que el muchacho fuera encontrado y que su padre fuera juzgado y condenado. Pero ha llegado el momento de la liberación y Peter Stillman teme que su padre vuelva a su vida para culminar el proyecto que quedó interrumpido tras aquel incendio. La labor del detective Paul Auster es seguir la pista al padre y evitar a toda costa que se acerque a Peter. Lo que ocurrirá a partir de ese momento estará lleno de misterios que Quinn-Auster tendrán que resolver pero el caso termina por obsesionarlo tanto que al final él mismo cae un pozo de oscuridad y soledad en el que la realidad pasa a un segundo plano, acabando en un fundido negro, el mismo con el que se inició el relato, que nos hace pensar en una tragedia.
La «traducción visual» de Ciudad de cristal ha sido una lectura cuanto menos curiosa. Reconozco que inicialmente me sentí un poco desorientada. La conversación entre Quinn, haciéndose pasar por el detective Paul Auster y Stillman me costó mucho entenderla, especialmente porque Stillman no controla todas sus funciones mentales y habla en términos muy confusos y solo pude sacar algunas conjeturas de lo que le había ocurrido. Por suerte, surge Virginia, la mujer de Peter, un personaje ligeramente misterioso que nos aclara todas las dudas surgidas.
Creo que esta Ciudad de cristal puede resultar idónea para aquellos lectores que ya se hayan acercado a la fuente original. Quizás puede resultar un bonito ejercicio comparativo. La novela de Auster cuenta con 168 páginas y traducirla a 150 en formato cómic no debe ser tarea simple. Imagino que la labor de comprensión ha requerido un exhaustivo estudio y análisis para determinar qué escenas del texto original debían ser incluidas en su versión gráfica y cuáles no. De hecho, casi llegando al final de esta novela gráfica encontramos la siguiente viñeta, bastante significativa de lo que acabo de exponer.
Sí me pareció muy simpático el guiño que Auster se hace a sí mismo pues el propio detective pasa de ser un mero nombre para convertirse en un personaje más, con su trabajo y su familia. Es divertido observar que su homólogo en tinta tiene bastante parecido con el escritor.
Las ilustraciones son muy peculiares y llamativas. Nuestro ojo asume el papel de objetivo de una cámara que, en ocasiones, se acerca y se aleja de los objetos dibujados o en otras, se desplaza por la escena de manera lateral o vertical. Objetos que se convierten en otros, y estos a su vez en otros distintos, en una espiral hipnótica que otorga mucho movimiento a las escenas. Resulta interesante pararse detenidamente en los dibujos porque no son simplemente meros soportes del texto.
La lectura de Ciudad de cristal en su versión gráfica ha sido un ligerísimo acercamiento a la obra de Paul Auster. Te aconsejo que si sientes curiosidad, leas la introducción antes y después, especialmente si no has leído la novela original. Lo que cuenta Spiegelman sobre el nacimiento de esta novela gráfica es muy interesante pero también se hace necesario leer la introducción tras haber alcanzado la página 150. Creo que de este modo, el significado de la obra se redondea.
Me ha gustado adentrarme en el universo Auster, conocer superficialmente a sus personajes y por eso no descarto leer el texto original pero eso sí, antes me dejaré caer por Brooklyn Follies. Creo que esa la puedo disfrutar más.
Me ha gustado adentrarme en el universo Auster, conocer superficialmente a sus personajes y por eso no descarto leer el texto original pero eso sí, antes me dejaré caer por Brooklyn Follies. Creo que esa la puedo disfrutar más.