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LOS PERROS NEGROS de Ian McEwan.

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Editorial: Anagrama.
Fecha edición: 1993.
Nº Páginas: 216.
Precio: 7,90 €
Género: Novela. 
Edición: Tapa blanda.
ISBN: 978-84-339-7733-5

Autor

Ian McEwan, nacido en 1948, hizo un espectacular debut en las letras inglesas con su libro de relatos Primer amor, últimos ritos (1975), que fue galardonado en 1976 con el Premio Somerset Maugham, al que siguió otro libro de relatos, Entre las sábanas, y su primera novela, Jardín de cemento. Sus novelas posteriores, publicadas en España por Anagrama, son: El placer del viajero, Niños en el tiempo (Premio Whitbread y Premio Fémina), El inocente, Los perros negros, Amor perdurable, En las nubes, Sábado, Amsterdam (Premio Booker), Expiación (Premio WH Smith LIterary Award, Premio People's Booker y Premio Commonwealth Eurasia) y Chesil Beach (Galaxy Book of the Year y el Reader's Digest Author of the Year).

Sinopsis

A Jeremy, huérfano desde los ocho años, siempre le han fascinado los padres de sus amigos. En la adolescencia, cuando ellos se rebelaban contra sus padres, él era el buen chico que les acompañaba y satisfacía sus deseos. Ahora, a los cuarenta años, su último amor filiar son sus suegros, June y Bernard Tremaine, personas de ciertas notoriedad, cuya biografía Jeremy ha decidido escribir. Y así, con la reconstrucción de la vida e ideas de los Tremaine, Ian McEwan ha escrito una novela clave, un inquietante cuadro bajo cuyos colores se transparenta la textura ideológica del siglo XX desde la Segunda Guerra Mundial. June y Bernard Tremaine, fervientes militantes del partido comunista, en 1946 emprendieron un tardío y largo viaje de bodas que les llevó a Francia, y tras el cual vivieron toda su vida separados, aunque nunca se divorciaron. En la familia se menciona a veces, pero de manera oblicua y esquiva, a los «perros negros» (Churchill hablaba del perro negro de la depresión), y su historia constituirá el núcleo que dará sentido a toda la novela. 


[Información facilitada por la editorial]


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Es domingo y días como hoy es raro que asome una reseña literaria por el blog, pero el tiempo apremia y, antes de que acabe el año, tengo que cumplir con algún reto que está a punto de caramelo. Así pues, aprovechemos esta jornada dominical para dar un paseo con los perros.

Los perros negros de Ian McEwan es otra de las propuestas literarias que hemos abordado en el club de lectura. Hasta la fecha no había leído ningún libro del autor inglés, si siquiera su obra Expiación que fue llevada al cine en el año 2007 y de la que cuentan que está bastante mejor que esta. Yo solo vi la adaptación cinematográfica pero fue hace tanto tiempo que tan solo tengo vagos recuerdos de lo que me pareció.

Narrado en primera persona y con un prefacio absolutamente cautivador, el protagonista, Jeremy, inaugura las primeras páginas de esta novela contándonos su infancia. Han pasado veinticinco años desde que él, a la edad de ocho años perdió a sus padres en un accidente, circunstancia que marcó tanto su vida y le dejó tantas secuelas que en la adolescencia solo buscaba la amistad de los jóvenes de su edad para acercarse a los padres de sus amigos. Mientras los adolescentes renegaban de sus progenitores e intentaban encauzar su vida lejos de las garras paternales, Jeremy aprovechaba ese rechazo que sufrían los padres por parte de sus hijos para acercarse a ellos, para ocupar su lugar y recibir todo el cariño que sus amigos desdeñaban.

Hasta la universidad, se vio obligado a vivir con su hermana mayor, su marido Harper y la hija de estos, Sally. No era un entorno familiar lleno de armonía y amor. Las palizas, las broncas, los golpes y los gritos vivían instalados en aquella casa en la que Jeremy intentaba aislarse, compartiendo su tiempo con la pequeña Sally, intentando protegerla de un ambiente tan dañino.

Si algo me ha fascinado de estas primeras páginas es la manera en la que McEwan describe el desarraigo que sufre Jeremy, un personaje al que le persigue la sensación de no formar parte de ningún sitio, no ser parte de un grupo, vivir una vida ajena a la felicidad como consecuencia de su destino. Y seguirá pensando así hasta que se cruza Jenny Tremaine en su vida.

Cuando pensé que el argumento de esta novela nos llevaría a recorrer la vida de Jeremy desde su infancia hasta su madurez sintiéndose un apátrida en cualquier lugar, arrastrando el pesado lastre de su pasado, me encontré que el autor giraba inesperadamente a la izquierda sin poner el intermitente. La aparición de Jenny en la vida del protagonista supone un cambio importante en su vida. Junto a esta mujer, Jeremy consigue lo que siempre soñó, una familia, una estabilidad, una unión... porque para Jeremy, que ha nunca ha tenido un verdadero hogar, la unión familiar es el eje del mundo. Sin embargo, no todo es perfecto. Nuestro protagonista ha unido su vida a la de una familia donde también existe distanciamiento. Los padres de Jenny, June y Bernard, viven separados

Justo en este momento es donde empieza realmente la novela, cuando Jeremy, en las líneas finales del prefacio nos indica que se dispone a escribir las memorias de sus suegros, dos militantes del Partido Comunista, llenos de ideales, deseoso de construir un nuevo mundo, más justo. Así pues, lo que para mí iba a ser la novela, ese prefacio del que os hablaba antes, se torna en algo distinto, quizás no tan atractivo como pensaba pero al menos, sí reflexivo e intrigante. 

La narración de las vidas de June y Bernard por parte de Jeremy nos conduce a un punto concreto en la vida de ambos, un episodio en los que los canes que dan título a esta novela, Los perros negros, juegan un papel principal. Bernard y June, marido y mujer, una joven pareja llena de vitalidad, en plena luna de miel disfrutan de unos días paseando por Francia. Son felices, creen en un futuro prometedor que vivirán cogidos de la mano hasta que un episodio terrible provoca que June se replantee toda su vida. Un paisaje aislado, un camino rural, una joven muchacha que pasea contemplando la naturaleza... De repente, sin posibilidad de escape, surgen de la nada dos perros negros, enormes, desafiantes, de fauces abiertas y babeantes. La reacción de June quedará para aquellos lectores que se acerquen a esta novela. Lo que sí os diré es que la aparición de esos perros negros supone un punto de inflexión en la vida de June, un antes y un después. Atrás quedó el comunismo en pos de un pensamiento más filosófico y espiritual pero ¿por qué ese cambio que no solo la aleja de un pensamiento arraigado durante años sino también de su marido para irse a vivir a una granja lejos del mundo?


Desde las primeras páginas de la novela, Ian McEwan hace numerosas referencias al episodio de los perros negros pero no nos desvelará nada hasta el final. Esa experiencia flota en el ambiente de toda la novela dejando tras de sí un reguero de curiosidad e intriga que animará al lector a seguir leyendo. En un principio pensé que sería una figura metafórica, que tras la imagen de esos perros negros que tanto marcaron a June había algo más pero no. Realmente el episodio es real. Ahora bien, una vez que terminé de leer la novela seguí creyendo que aquellos dos perros de aspecto infernal tenían un significado más global. Me dio por pensar que todos podemos tener un par de perros negros en nuestras vidas, que todos podemos encontrarnos en algún momento con esos fieros animales, representantes de algún episodio dramático en nuestra vida, que nos hacen replantear nuestra forma de vivir, nuestro pensamiento. No sería tan descabellado pensar que el hombre se aleja o se acerca de su lado más espiritual como consecuencia de una circunstancia trágica y ahí es donde incide McEwan.

Quizás puedas pensar que el argumento de Los perros negros es excesivamente simple. Tan solo los primeros años de casados de una pareja más que, a raíz de un encuentro desafortunado, se trunca para siempre. Pero esta novela va más allá y profundiza en otros aspectos. Para empezar el autor retrata la Europa de la caída del muro de Berlin, el comunismo, el capitalismo,... Son momentos convulsos en los que el mundo mira en otra dirección para darse otra oportunidad. Y más allá de todo el entorno político que rodea a los personajes, el autor nos habla de la espiritualidad, del raciocinio y del amor, el que sienten June y Bernard, un amor mutuo y duradero pero imposible de coexistir en el mismo espacio. Yo prefiero quedarme con la parte más íntima, más personal de esta novela. June vive los últimos años de su vida aquejada por una terrible enfermedad que permite al autor reflexionar sobre la vida y la muerte:

«Con cuarenta, yo acababa de llegar a la edad en la que uno empieza a diferencias entre las distintas etapas de la segunda mitad de la vida. Hubo un tiempo en el que yo hubiese considerado que no tenía nada de trágico estar enfermo o muriéndose a los sesenta y muchos años, que no valía la pena luchar contra ello ni quejarse. Eres viejo y te mueres. Ahora estaba empezando a ver que uno se resiste en todas las etapas -a los cuarenta, a los sesenta, a los ochenta- hasta que es derrotado». [pág. 37] 

June se apaga y las visitas que le hace Jeremy para recabar todos sus recuerdos y escribir sus memorias, nos permiten ver ese desgaste del ser humano, esa llama que poco a poco se va apagando. Me ha parecido precioso la manera que McEwan tiene de narrar esos momentos, con qué ternura trata un tema tan duro y tan delicado para todos, para el autor, para los lectores. 

Y es que June es el personaje que más me ha gustado de la novela. Creo que, en contraposición a su marido, es una persona con más amplitud de miras, más objetiva, capaz de dar la vuelta a la moneda si llega a la conclusión de que hasta ahora estaba equivocada. Me ha parecido un personaje muy creíble que experimenta una situación tensa que la hace recapacitar. Me he sentido muy cercana a June e incluso identificada, quizás por eso es por lo que me ha gustado tanto. 

En cuanto a Jeremy, también me ha parecido un personaje muy real con un vida dura y moldeado por una infancia con grandes carencias. Él busca una tabla de salvación. Desde pequeño perdió la fe en el ser humano, en su lado bondadoso, pues solo ha conocido la distancia y la ausencia. De ahí sus inclinaciones a estrechar lazos con los padres de sus amigos, para rellenar lagunas, para buscar unos sustitutos a los suyos propios a los que perdió muy joven. Anclado a una familia desestructurada, corta amarras y vuela dejando a su sobrina Sally sola, abandonándola a su suerte, algo que terminará por causarle arrepentimiento pues sin duda el abandono le ha pasado factura. 

Del trío, el que menos me ha gustado es Bernard. McEwan retrata a un hombre demasiado racional para mi gusto. Es frío, arrogante, incapaz de mostrar sus emociones y aunque ama a June y se preocupa por ella, piensa que su mujer ha cometido un error apartándose del único camino posible. Creo que es obstinado y terco, incapaz de comprender que los demás puedan tener razón. 

Ian McEwan escribe una novela en la que la dualidad está presente en la forma de un hombre y una mujer. Dos maneras de mirar el mundo, dos formas de entender la vida y, como si de un juez se tratara, Jeremy justo en medio, escuchando a uno y a otro para plasmar la vida de estas dos personas. Sin llegar a fascinarme, Los perros negros ha supuesto una interesante lectura con unos personajes dispares que encaran la existencia desde dos perspectivas distintas. Es inevitable sentir empatía por un lado u otro en función de nuestras propias creencias políticas o religiosas pero más allá de conjeturas no podemos olvidar que todos, en algún momento u otro, podemos encontrar en nuestro camino un par de perros negros que nos marquen para siempre. 





Retos:



     

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