Editorial: Periferica.
Fecha publicación: 2012.
Nº Páginas: 88.
Precio: 14,75 €
Género: Narrativa.
Género: Narrativa.
Edición: Tapa blanda con solapas .
ISBN: 978-84-92865-59-8
Autora
Mary Ann Clark Bremer nació en Nueva York en 1928 y murió en Ginebra en 1996. Hija de una familia cosmopolita, pasó parte de su infancia viajando por Norteamérica, Inglaterra y varios países del Mediterráneo. Sus padres murieron al final de la Segunda Guerra Mundial en un ataque al buque donde viajaban, y en el que también fue herida la propia Mary Ann.
Posteriormente vivió en Israel (que abandonó contrariada por su política), Alemania, Francia (donde frecuentó el círculo de André Malraux) y Suiza. Ya en los años 70 comenzó a escribir sus memorias alentada por el escritor Friedrich Dürrenmatt: lo hizo en forma de breves novelas de un alto lirismo y una sobriedad excepcional. La dispersión de su obra, escrita en varias lenguas y publicada siempre bajo seudónimo, hasta fecha reciente, la ha convertido en una escritora secreta que ahora, finalmente, comienza a alcanzar el reconocimiento que merece.
Sinopsis
Corre el año 1946. La guerra ha terminado y la joven norteamericana narradora de esta novela ha perdido en ella a sus padres. También, de muerte natural, ha perdido a su tío Marcel, un extraordinario personaje que la educó en el amor a los libros.
En el pequeño pueblo francés donde pasó los veranos de su infancia, la protagonista deberá ocuparse de poner en marcha una nueva biblioteca tras salir del hospital, ya que las tropas alemanas han destruido la anterior. Tendrá así oportunidad de pensar en el valor de la lectura y en la compañía que le han proporcionado los libros en los peores momentos, e incluso a la hora de tomar una u otra decisión (mientras el esplendor del verano invade la naturaleza de los alrededores y el jardín de la vieja casona que ha heredado de su tío). Sus recomendaciones a los vecinos del pueblo la harán formar parte fundamental de esa comunidad.
Los escritores Marcel Proust, Daniel Defoe, Paul Valéry... y sus obras son tan importantes en esta novela como los personajes de carne y hueso con los que se relaciona cada día la joven protagonista, muchos de ellos convocados bajo la sombra protectora del tío Marcel.
Pero no es ésta una estampa más o menos evocadora y llena de encanto de una época y de unos autores atemporales: la verdadera vida se cuela en cada página y asistimos así a una hermosísima y cruda búsqueda de la felicidad, del amor y de, por qué no decirlo, la supervivencia. A una historia en primera persona que es también la historia de una época: de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación alemana de Francia al conflictivo nacimiento del estado de Israel.
[Biografía y sinopsis tomadas directamente del ejemplar]
Desde que vi esta pequeña novela reseñada en algunos blogs sentí ganas de leerla. Su título, como le habrá ocurrido a muchos, me incitaba a ello y aprovechando que su longitud no llega ni a cien páginas, busqué un par de horas libres para sentarme a saborearla.
En un principio me había hecho una idea distinta. Lo que me he encontrado entre las páginas de Una biblioteca de verano es una historia con mayor profundidad de la que esperaba y por eso requiere de una lectura más pausada y dilatada en el tiempo. Por otra parte, y más allá de esa profundidad, creí también que me esperaba un argumento más risueño pero el ambiente que flota en esta novela roza más la pesadumbre y la nostalgia, sensaciones que comencé a sentir especialmente en las primeras líneas. Tampoco es de extrañar pues los hechos se sitúan al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Europa está destrozada y muchas personas, entre las que se encuentra la protagonista, han perdido a familiares y seres queridos.
Creo que la sinopsis que aporta la editorial es lo suficientemente explícita como para que os podáis hacer una idea clara del argumento. A grandes pinceladas, la narradora, de la que jamás sabremos su nombre, llega a un pequeño pueblo francés de nombre D. (no habrá más pistas) para hacerse cargo de la biblioteca de la localidad, el lugar en el que ella pasó los veranos de su infancia y donde vivió su tío Marcel, recientemente fallecido. Es verano, una época que siempre invita a la alegría y en realidad, serán los meses más felices de la protagonista, como ella misma indica. Mientras intenta reconstruir la biblioteca, diversos aldeanos entran y salen en busca de tal o cual libro, se hace un repaso a grandes escritores y su obra, con lo que podremos ir tomando nota de algunas referencias interesantes. Y aparecerá Saúl...
No todo será literatura. Se podría decir que también hay su dosis de intriga, pequeña, sin llegar a un suspense profundo pues la narradora se sentirá atraída por un nombre Anne Howard B, que aparecerá escrito en las primeras páginas de un libro, en la esquina de un lienzo, en el reverso de una fotografía. ¿Quién es Anne Howard B? Un enigma que la narradora intentará desvelar y que solo podréis averiguar si leéis el libro.
No ha sido hasta escribir la biografía de la autora, cuando me he dado cuenta de las similitudes que existen entre esta historia y la vida de la autora.¿Autobiográfica? Parece ser que sí, que la autora decidió escribir su vida en pequeñas porciones, en novelas cortas, siendo esta la primera entrega, y quizás por eso, la voz narradora sea la de una mujer, nacida en Brooklyn aunque su padre tenia procedencia judía y alemana. El contraste no es arbitrario. La cuestión nazi se siente aunque no se pueda tocar y habrá algún personaje que deje caer una acertadísima opinión al respecto, combinando el odio por la barbarie y el amor por la literatura. ¿Cuántos buenos autores alemanes ha dado la Historia de la Humanidad? ¿Cuántos músicos alemanes escribieron conocidísimas composiciones?
En el apartado de personajes, el lector podrá intuir que la narradora tiene un especial apego por su tío Marcel. A través de los libros que han perdurado en su biblioteca nos acercaremos a este hombre de «marcado carácter», más próximo a la libertad y a la tolerancia que a regímenes dictatoriales. Los últimas conexiones entre tío y sobrina se producen mediante vía postal, cuando la narradora se está recuperando en un hospital lejano de los bombardeos alemanes sobre Inglaterra, mientras que el tío Marcel yace en su lecho de muerte como consecuencia de un desgaste natural. Así «un hombre a punto de morir no puede escribir pero dicta sus cartas, que, más tarde, son leídas a su sobrina, quien no puede leerlas: tiene los ojos vendados debido a la metralla».Tío y sobrina, cada uno en su incapacidad, unido por las letras.
El amor a los libros que destilan estos dos personajes frente a la mente obtusa de un alcalde incapaz de abrirse a nuevos soplos aunque carezcan del aroma de los prados franceses:
«- ¿Ha leído usted a Dickens? - le pregunté.
- Para qué, habiendo tantos excelentes autores franceses - replicó él, cuadrándose casi».[Pág. 20]
Sin duda, una ignorancia que provoca la risa en el lector, aunque en su defensa hay que decir que este personaje tiene especial interés en fomentar la lectura entre los habitantes de la localidad.
Con capítulos muy, muy cortos, algunos incluso no alcanzan ni la longitud de una página, y sin números, Una biblioteca de verano está escrita con trazos evocadores que, en ocasiones, nos trasladan a aquellos momentos estivales vividos mucho tiempo atrás, de los que rescataremos recuerdos de días con brisas frescas y cielos azules.
No hay mucho más que decir al respecto. Reitero que me esperaba algo distinto con esta lectura, quizás más colorido pero, en cualquier caso, ha sido muy agradable pasear por esta biblioteca en la que transitan escritores de la talla de «Stephen Crane, Mark Twain, las hermanas Brontë, William Wordsworth», o George Eliot o Thomas Hardy. Una biblioteca de verano transmite además un mensaje que para mí es una certeza absoluta: la literatura como terapia.
En el apartado de personajes, el lector podrá intuir que la narradora tiene un especial apego por su tío Marcel. A través de los libros que han perdurado en su biblioteca nos acercaremos a este hombre de «marcado carácter», más próximo a la libertad y a la tolerancia que a regímenes dictatoriales. Los últimas conexiones entre tío y sobrina se producen mediante vía postal, cuando la narradora se está recuperando en un hospital lejano de los bombardeos alemanes sobre Inglaterra, mientras que el tío Marcel yace en su lecho de muerte como consecuencia de un desgaste natural. Así «un hombre a punto de morir no puede escribir pero dicta sus cartas, que, más tarde, son leídas a su sobrina, quien no puede leerlas: tiene los ojos vendados debido a la metralla».Tío y sobrina, cada uno en su incapacidad, unido por las letras.
El amor a los libros que destilan estos dos personajes frente a la mente obtusa de un alcalde incapaz de abrirse a nuevos soplos aunque carezcan del aroma de los prados franceses:
«- ¿Ha leído usted a Dickens? - le pregunté.
- Para qué, habiendo tantos excelentes autores franceses - replicó él, cuadrándose casi».[Pág. 20]
Sin duda, una ignorancia que provoca la risa en el lector, aunque en su defensa hay que decir que este personaje tiene especial interés en fomentar la lectura entre los habitantes de la localidad.
Con capítulos muy, muy cortos, algunos incluso no alcanzan ni la longitud de una página, y sin números, Una biblioteca de verano está escrita con trazos evocadores que, en ocasiones, nos trasladan a aquellos momentos estivales vividos mucho tiempo atrás, de los que rescataremos recuerdos de días con brisas frescas y cielos azules.
No hay mucho más que decir al respecto. Reitero que me esperaba algo distinto con esta lectura, quizás más colorido pero, en cualquier caso, ha sido muy agradable pasear por esta biblioteca en la que transitan escritores de la talla de «Stephen Crane, Mark Twain, las hermanas Brontë, William Wordsworth», o George Eliot o Thomas Hardy. Una biblioteca de verano transmite además un mensaje que para mí es una certeza absoluta: la literatura como terapia.