Editorial: Bibliotex, S.L.
Colección: Las mejores novelas en
castellano del siglo XX.
Colección: Las mejores novelas en
castellano del siglo XX.
Fecha publicación: 2001.
Nº Páginas:126
Precio: -- €
Género: Narrativa.
Edición: Tapa dura con sobrecubierta.
ISBN: 84-8130-259-7
Autor
Miguel de Unamuno (1864 - 1936) es una de las figuras más destacadas de la generación del 98. Vasco enamorado de Castilla, fue, como el resto de sus compañeros de promoción, inconformista y heterodoxo; pero, a diferencia de ellos, no se limitó a un género literario. Unamuno cultivó con igual fortuna la narrativa, la poesía, el ensayo y el teatro, y en todos ellos sigue vigente, como lo prueban títulos constantemente reeditados como las novelas de Amor y pedagogía, Niebla, Abel Sánchez o San Manuel Bueno, martir, los ensayos Del sentimiento trágico de la vida, La agonía del cristianismo o Vida de Don Quijote y Sancho, y las obras teatrales Fedra o El otro. Si en lo religioso vivió siempre angustiado por el misterio del más allá y por la necesidad de conciliar razón y fe, en lo político pasó de la cercanía al Partido Socialista y la oposición a la dictadura de Primo de Rivera al apoyo a los militares sublevados en el 36 y a la ruptura con estos en vísperas de su muerte.
Sinopsis
La tía Tula, novela de plena madurez que ha convertido a su protagonista en un clásico de la literatura española, muestra algunas de las características más acusadas de Unamuno y de su generación. Esa mujer unamuniana aparece dominada por una educación tradicional en la que la religión tiene un peso decisivo, pero es, a la vez, dominante en el terreno de la familia, imponiendo férreamente sus criterios. Lo hará con su cuñado Ramiro, viudo de la hermana de Tula, y con los hijos de éste, a cuyo cuidado entregará su vida, rechazando las proposiciones de matrimonio que se le hacen. Al final, queda la sensación de fracaso de unos seres atrapados en sus prejuicios o su educación. Destaca en la novela un ritmo rápido que va constantemente a los hechos esenciales y a mostrar la psicología de los personajes sin entretenerse en nada accesorio. La tía Tula fue lleva al cine en 1964 por Miguel Picazo, haciendo Aurora Bautista una de sus mejores interpretaciones.
Sé que he visto la película más de una vez. Tengo grabada en la memoria alguna escena en blanco y negro con Aurora Bautista en el papel de tía Tula, pero el libro no recuerdo haberlo leído nunca.¿Quizás en mi época estudiantil? No lo sé. De todos modos conocía la historia por la adaptación cinematográfica y por eso no me ha cogido por sorpresa los hechos que Unamuno narra en esta novela, consagrada ya como una de las joyas de la literatura. No obstante, pensaba que el desenlace sería de otra manera.
La cuestión es que este librito, que no llega ni a doscientas páginas, andaba dando tumbos por casa. Bueno, lo de dar tumbos es una manera de hablar porque siempre ha tenido un lugar estático y preferente en las estanterías. Más de una vez lo miraba, pasando casi desapercibido entre el resto de volúmenes, solo por la delgadez de su lomo que se perdía entre los restantes, hasta que hace unos días decidí lanzarme a ese universo unamuniano.
Rosa y Gertrudis son dos hermanas. La una, florida, hermosa, risueña, alegre. La otra, seria, recta, formal, mesurada,....¿No es bella? No se podría decir eso, lo que ocurre es que la belleza de Rosa salta a la vista y de la Gertrudis hay que ir a buscarla pero una vez que la encuentras es más intensa que la de su hermana. Rosa y Gertrudis son huérfanas y viven con su tío materno don Primitivo, un cura de pueblo que no se ha metido nunca en la educación de sus sobrinas. ¿Para qué? ¿Qué podría enseñarle sobre la vida y sobre las cosas de mujeres un viejo cura de pueblo? ¿Qué sabe él más que de sermones y misales? Además, ambas parecen saber encarrilar muy bien su vida, y en caso de que la más pequeña se extravíe, ya está Gertrudis para tirar de las riendas, que esa es más papista que el Papa.
La vida de las hermanas transcurre dentro de los límites de la rectitud y lo correcto pero llega una edad, esa que asoma a los ojos de Rosa, en la que todo se enciende y toca lo que toca. Y surgirá Ramiro, un hombre prudente y comedido que pondrá los ojos en las hermanas, que pondrá los ojos en Rosa. Gertrudis, sin haber oído palabra, sabe qué bulle en el corazón de los jóvenes y cuando la pequeña le comenta sus cuitas, la mayor disolverá sus dudas, casi con sequedad, casi con prisas, sin participar en las ilusiones de su hermana por ser objeto de galanteo y con la mente en otro lugar.
Y vendrá el noviazgo y posterior casorio de Ramiro y Rosa y llegarán los hijos, uno, dos, tres, y a ellos la debilidad tras los partos, una vida que se escapa, y un Ramiro muerto de miedo, y tantas, tantas cosas ocurrirán en esa familia, como las que pueden ocurrir en cualquier otra, pero ahí estará Gertrudis, ahí queda a cargo de los niños, para ser madre en vez de tía. Madre pero no madastra. Eso no. Eso nunca.
La tía Tula narra toda una vida con su principio, su final y sus intermedios en los que surgirán vidas que apagarán la muerte. Y en ese transcurrir del tiempo, podremos contemplar el maravilloso tránsito de los sentimientos de Gertrudis. Ante las adversidades, ella se alza fuerte, poderosa, enérgica,.... pero también tendrá momentos de debilidad que se inician tras la boda de Rosa y Ramiro, cuando cae sobre ella la soledad de una casa que ya no disfruta de las alegrías de su hermana. Y es que el casado, casa quiere, y en esa ecuación Gertrudis está invitada pero sus principios no le permitirán estorbar al sagrado matrimonio. Además, ¿qué más da? Si «las mujeres vivimos siempre solas». [pág. 26]
El personaje de Gertrudis es todo fulgor en la novela. Resulta delicioso asistir a sus elucubraciones, a sus reflexiones sobre su misión en el mundo, sobre la mujer y el hombre, sobre la carne, el deseo y especialmente sobre la maternidad. ¿Pero cabe maternidad sin cópula? Para Gertrudis sí. Eso es lo que ella quiere, ser madre sin yacer con varón, sin manchar su cuerpo con ningún hombre porque ante todo, ella es símbolo de la pureza y la castidad. ¡Ay, el hombre!, una palabra que en su boca siempre viene acompañada de un suspiro o una exclamación, porque no hay que fiarse de ellos, su palabra solo es papel mojado y por lo tanto, la mujer, siempre más inteligente que su compañero, ha de andarse con ojo y no creer lisonjas vanas ni dejarse engatusar. Ella, al menos no. Porque además la cercanía de un hombre supone poner en peligro su pureza.
Si pensamos que Gertrudis corresponde al estereotipo de mujer solterona que solo ha quedado para vestir santos, estaríamos equivocados. Por ahí no van los tiros. No es mujer que se vea abocada a la soltería por carecer de belleza, por no ser deseada por los hombres. En Gertrudis hay una belleza que se intuye y que resulta más provocativa, más deseosa que la que se muestra sin pudor. Gertrudis guarda en su interior un «tesoro de ternuras y delicias secretas»[pág.18] que no pasa desapercibido para los hombres, lo que ocurre es que ella no es una mujer convencional. Le gusta seguir los preceptos marcados por su férrea e inexpugnable fe, pero tiene un lado rebelde que no le permitirá amoldarse, por eso sigue sola porque no quiere mácula. Solo por eso, aunque en su interior exista un hervidero de emociones a los que intenta arrojar un jarro de agua fría.
Gertrudis, la de los ojos de luto, una descripción que encaja totalmente con su personalidad y que de un plumazo la describe con detalle, la mujer a la que le gustan «las cosas sencillas, directas y sin engaños»,es un personaje muy complejo, lleno de aristas y matices, que asusta a los hombres. Ni siquiera su tío Primitivo metió baza en su carril porque el discípulo superaba al maestro. Ella es sabiduría, dominio, puro conocimiento de la vida, báculo para los demás pero sin báculo para sus propias flaquezas.
Pero a mi juicio también es egoísta y un poco perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Ni contigo ni sin ti. Yo, por encima de todo y de todos, para alcanzar mi objetivo el ser «madre virgen» o «virgen madre», aunque una cosa se contraponga con la otra.
Nos podríamos llevar horas hablando del personaje, desmigando su personalidad, los misterios de su fe, la rectitud de su moral y la relación con su cuñado Ramiro o su forma de encarar la muerte de algunos personajes en la novela porque ahí, ahí querida Gertrudis se te ve el plumero.
En La tía Tula, Unamuno es hombre capaz de dibujar el alma de Gertrudis, de espiar todos los recovecos de su alma, cargados de secretos que ni siquiera ella se atreve a reconocer. Unamuno destapa, muestra, desnuda, exhibe,... las emociones que circulan por ese pecho virgen y zozobrante, y habla de nosotras casi de manera onírica.
¿Pero y el hombre? Ramiro es el vértice de un triángulo formado por las dos mujeres. El juego entre él y su cuñada es pura esencia a lo largo de toda la novela. Hay un querer y un no poder, o mejor un no dejar, hay secretos a medio confesar, y un pie en pared por parte de Gertrudis. Hay elegancia y sutileza en los encuentros, en el interior de una casa que parece empequeñecerse con el paso de los días, y unos niños que sin saber, sirven de obstáculo en un camino en el que Gertrudis no quiere resbalar.
Ramiro es un hombre, preocupado por el qué dirán cuando no es capaz de dejar preñada a su mujer a corto plazo, lleno de unos deseos que hay que sofocar de una manera u otra. Insisto, Ramiro es un hombre. Hay que entender que las cosas son así en el tiempo que le ha tocado vivir. Pero Unamuno no va a permitir que nos quedemos con una visión sesgada de Ramiro, que nuestra perspectiva de hoy estorpezca a la hora de entenderlo a Ramiro, y así le concede todo un capítulo para que reflexione, piense, medite, diserte sobre la vida junto a Rosa, sobre el amor, la paternidad, la muerte... En las palabras de este personaje se pueden intuir las de Unamuno, un maestro en la naturaleza humana.
Escrita en tercera persona, la edición que yo tengo pertenece una colección que lanzó el periódico El Mundo, prologada por Manuel Hidalgo, cuya lectura aplacé hasta el final para no influir en mis propias emociones.
Cuenta con capítulos cortos y hay tantísimo diálogo que la lectura galopa ante nuestros ojos, un diálogo compuesto por frases muy cortas que se ahogan en puntos suspensivos porque hay veces que no será necesario terminar las frases y otras, no interesará terminarlas.
La tía Tula es un novelón que no le hace falta más texto para convertirse en una joya. Creo que es una de esas novelas en las que cada lector verá algo distinto y apreciará a Gertrudis desde su propia óptica. Considero que bien vale la pena acercarse a este universo unamuniano para contemplar a un personaje que se sustenta en una contradicción hasta el fin de sus días, momento en el que ¿hay arrepentimiento?
Dímelo tú si lo has leído.
- 12 libros, 12 meses.
Puedes adquirirlo aquí:
Sinopsis
La tía Tula, novela de plena madurez que ha convertido a su protagonista en un clásico de la literatura española, muestra algunas de las características más acusadas de Unamuno y de su generación. Esa mujer unamuniana aparece dominada por una educación tradicional en la que la religión tiene un peso decisivo, pero es, a la vez, dominante en el terreno de la familia, imponiendo férreamente sus criterios. Lo hará con su cuñado Ramiro, viudo de la hermana de Tula, y con los hijos de éste, a cuyo cuidado entregará su vida, rechazando las proposiciones de matrimonio que se le hacen. Al final, queda la sensación de fracaso de unos seres atrapados en sus prejuicios o su educación. Destaca en la novela un ritmo rápido que va constantemente a los hechos esenciales y a mostrar la psicología de los personajes sin entretenerse en nada accesorio. La tía Tula fue lleva al cine en 1964 por Miguel Picazo, haciendo Aurora Bautista una de sus mejores interpretaciones.
[Biografía y sinopsis tomadas directamente del ejemplar]
Sé que he visto la película más de una vez. Tengo grabada en la memoria alguna escena en blanco y negro con Aurora Bautista en el papel de tía Tula, pero el libro no recuerdo haberlo leído nunca.¿Quizás en mi época estudiantil? No lo sé. De todos modos conocía la historia por la adaptación cinematográfica y por eso no me ha cogido por sorpresa los hechos que Unamuno narra en esta novela, consagrada ya como una de las joyas de la literatura. No obstante, pensaba que el desenlace sería de otra manera.
La cuestión es que este librito, que no llega ni a doscientas páginas, andaba dando tumbos por casa. Bueno, lo de dar tumbos es una manera de hablar porque siempre ha tenido un lugar estático y preferente en las estanterías. Más de una vez lo miraba, pasando casi desapercibido entre el resto de volúmenes, solo por la delgadez de su lomo que se perdía entre los restantes, hasta que hace unos días decidí lanzarme a ese universo unamuniano.
Rosa y Gertrudis son dos hermanas. La una, florida, hermosa, risueña, alegre. La otra, seria, recta, formal, mesurada,....¿No es bella? No se podría decir eso, lo que ocurre es que la belleza de Rosa salta a la vista y de la Gertrudis hay que ir a buscarla pero una vez que la encuentras es más intensa que la de su hermana. Rosa y Gertrudis son huérfanas y viven con su tío materno don Primitivo, un cura de pueblo que no se ha metido nunca en la educación de sus sobrinas. ¿Para qué? ¿Qué podría enseñarle sobre la vida y sobre las cosas de mujeres un viejo cura de pueblo? ¿Qué sabe él más que de sermones y misales? Además, ambas parecen saber encarrilar muy bien su vida, y en caso de que la más pequeña se extravíe, ya está Gertrudis para tirar de las riendas, que esa es más papista que el Papa.
La vida de las hermanas transcurre dentro de los límites de la rectitud y lo correcto pero llega una edad, esa que asoma a los ojos de Rosa, en la que todo se enciende y toca lo que toca. Y surgirá Ramiro, un hombre prudente y comedido que pondrá los ojos en las hermanas, que pondrá los ojos en Rosa. Gertrudis, sin haber oído palabra, sabe qué bulle en el corazón de los jóvenes y cuando la pequeña le comenta sus cuitas, la mayor disolverá sus dudas, casi con sequedad, casi con prisas, sin participar en las ilusiones de su hermana por ser objeto de galanteo y con la mente en otro lugar.
Y vendrá el noviazgo y posterior casorio de Ramiro y Rosa y llegarán los hijos, uno, dos, tres, y a ellos la debilidad tras los partos, una vida que se escapa, y un Ramiro muerto de miedo, y tantas, tantas cosas ocurrirán en esa familia, como las que pueden ocurrir en cualquier otra, pero ahí estará Gertrudis, ahí queda a cargo de los niños, para ser madre en vez de tía. Madre pero no madastra. Eso no. Eso nunca.
La tía Tula narra toda una vida con su principio, su final y sus intermedios en los que surgirán vidas que apagarán la muerte. Y en ese transcurrir del tiempo, podremos contemplar el maravilloso tránsito de los sentimientos de Gertrudis. Ante las adversidades, ella se alza fuerte, poderosa, enérgica,.... pero también tendrá momentos de debilidad que se inician tras la boda de Rosa y Ramiro, cuando cae sobre ella la soledad de una casa que ya no disfruta de las alegrías de su hermana. Y es que el casado, casa quiere, y en esa ecuación Gertrudis está invitada pero sus principios no le permitirán estorbar al sagrado matrimonio. Además, ¿qué más da? Si «las mujeres vivimos siempre solas». [pág. 26]
El personaje de Gertrudis es todo fulgor en la novela. Resulta delicioso asistir a sus elucubraciones, a sus reflexiones sobre su misión en el mundo, sobre la mujer y el hombre, sobre la carne, el deseo y especialmente sobre la maternidad. ¿Pero cabe maternidad sin cópula? Para Gertrudis sí. Eso es lo que ella quiere, ser madre sin yacer con varón, sin manchar su cuerpo con ningún hombre porque ante todo, ella es símbolo de la pureza y la castidad. ¡Ay, el hombre!, una palabra que en su boca siempre viene acompañada de un suspiro o una exclamación, porque no hay que fiarse de ellos, su palabra solo es papel mojado y por lo tanto, la mujer, siempre más inteligente que su compañero, ha de andarse con ojo y no creer lisonjas vanas ni dejarse engatusar. Ella, al menos no. Porque además la cercanía de un hombre supone poner en peligro su pureza.
«- Así sois los hombres; no sabéis lo que hacéis ni pensáis en ello. Hacéis las cosas sin pensarlas...»[pág. 81]
Si pensamos que Gertrudis corresponde al estereotipo de mujer solterona que solo ha quedado para vestir santos, estaríamos equivocados. Por ahí no van los tiros. No es mujer que se vea abocada a la soltería por carecer de belleza, por no ser deseada por los hombres. En Gertrudis hay una belleza que se intuye y que resulta más provocativa, más deseosa que la que se muestra sin pudor. Gertrudis guarda en su interior un «tesoro de ternuras y delicias secretas»[pág.18] que no pasa desapercibido para los hombres, lo que ocurre es que ella no es una mujer convencional. Le gusta seguir los preceptos marcados por su férrea e inexpugnable fe, pero tiene un lado rebelde que no le permitirá amoldarse, por eso sigue sola porque no quiere mácula. Solo por eso, aunque en su interior exista un hervidero de emociones a los que intenta arrojar un jarro de agua fría.
Gertrudis, la de los ojos de luto, una descripción que encaja totalmente con su personalidad y que de un plumazo la describe con detalle, la mujer a la que le gustan «las cosas sencillas, directas y sin engaños»,es un personaje muy complejo, lleno de aristas y matices, que asusta a los hombres. Ni siquiera su tío Primitivo metió baza en su carril porque el discípulo superaba al maestro. Ella es sabiduría, dominio, puro conocimiento de la vida, báculo para los demás pero sin báculo para sus propias flaquezas.
Pero a mi juicio también es egoísta y un poco perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Ni contigo ni sin ti. Yo, por encima de todo y de todos, para alcanzar mi objetivo el ser «madre virgen» o «virgen madre», aunque una cosa se contraponga con la otra.
Nos podríamos llevar horas hablando del personaje, desmigando su personalidad, los misterios de su fe, la rectitud de su moral y la relación con su cuñado Ramiro o su forma de encarar la muerte de algunos personajes en la novela porque ahí, ahí querida Gertrudis se te ve el plumero.
En La tía Tula, Unamuno es hombre capaz de dibujar el alma de Gertrudis, de espiar todos los recovecos de su alma, cargados de secretos que ni siquiera ella se atreve a reconocer. Unamuno destapa, muestra, desnuda, exhibe,... las emociones que circulan por ese pecho virgen y zozobrante, y habla de nosotras casi de manera onírica.
«Porque su mujer vivía con el corazón en la mano y extendida ésta en gesto de oferta y con las entrañas espirituales al aire del mundo, entregada por entero al cuidado del momento, como viven las rosas del campo y las alondras del cielo».[pág. 44]
¿Pero y el hombre? Ramiro es el vértice de un triángulo formado por las dos mujeres. El juego entre él y su cuñada es pura esencia a lo largo de toda la novela. Hay un querer y un no poder, o mejor un no dejar, hay secretos a medio confesar, y un pie en pared por parte de Gertrudis. Hay elegancia y sutileza en los encuentros, en el interior de una casa que parece empequeñecerse con el paso de los días, y unos niños que sin saber, sirven de obstáculo en un camino en el que Gertrudis no quiere resbalar.
Ramiro es un hombre, preocupado por el qué dirán cuando no es capaz de dejar preñada a su mujer a corto plazo, lleno de unos deseos que hay que sofocar de una manera u otra. Insisto, Ramiro es un hombre. Hay que entender que las cosas son así en el tiempo que le ha tocado vivir. Pero Unamuno no va a permitir que nos quedemos con una visión sesgada de Ramiro, que nuestra perspectiva de hoy estorpezca a la hora de entenderlo a Ramiro, y así le concede todo un capítulo para que reflexione, piense, medite, diserte sobre la vida junto a Rosa, sobre el amor, la paternidad, la muerte... En las palabras de este personaje se pueden intuir las de Unamuno, un maestro en la naturaleza humana.
«Pues el que profesara a su mujer y a ella le apegaba, veía bien ahora que en ella se le fue, que se le llegó a fundir con el rutinero andar de la vida diaria, que lo había respirado en las mil naderías y frioleras del vivir doméstico, que le fue como el aire que se respira y al que no se le siente sino en momentos de angustioso ahogo, cuando nos falta. Y ahora ahogábase Ramiro, y la congoja de su viudez reciente le revelaba todo el poderío del amor pasado y vivido».[pág. 47]
Escrita en tercera persona, la edición que yo tengo pertenece una colección que lanzó el periódico El Mundo, prologada por Manuel Hidalgo, cuya lectura aplacé hasta el final para no influir en mis propias emociones.
Cuenta con capítulos cortos y hay tantísimo diálogo que la lectura galopa ante nuestros ojos, un diálogo compuesto por frases muy cortas que se ahogan en puntos suspensivos porque hay veces que no será necesario terminar las frases y otras, no interesará terminarlas.
La tía Tula es un novelón que no le hace falta más texto para convertirse en una joya. Creo que es una de esas novelas en las que cada lector verá algo distinto y apreciará a Gertrudis desde su propia óptica. Considero que bien vale la pena acercarse a este universo unamuniano para contemplar a un personaje que se sustenta en una contradicción hasta el fin de sus días, momento en el que ¿hay arrepentimiento?
Dímelo tú si lo has leído.
Retos:
- Autores de la A a la Z.
- Sumando 2015.
- 100 libros.- Sumando 2015.
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