Editorial: Seix Barral.
Colección: Booket
Colección: Booket
Fecha publicación: noviembre, 2001.
Nº Páginas: 144
Precio: 5,59 €
Género: Novela.
Edición: Tapa blanda.
ISBN: 9788432217470
Autor
Julio Llamazares nació en el desaparecido pueblo de Vegamián (León) en 1955. Licenciado en Derecho, abandonó muy pronto el ejercicio de la abogacía para dedicarse al periodismo escrito, radiofónico y televisivo en Madrid, ciudad donde reside. Ha publicado dos libros de poemas, La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1982), que obtuvo el Premio Jorgue Guillén, y un insólito ensayo narrativo: El entierro de Genarín (1981). Ha reunido sus principales artículos en el volumen En Babia (Seix Barral, 1988) y Escenas de cine mudo (Seix Barral, 1993), que le han situado entre las figuras más destacadas de la narrativa española actual.
Sinopsis
Andrés, el último habitante de Ainielle, pueblo abandonado del Pirineo aragonés, recuerda cómo poco a poco a todos sus vecinos y amigos han muerto o se han marchado a la ciudad. Refugiado entre las ruinas de ese pueblo fantasma, su anciana mente extraviada por la larga soledad sufrida evoca los días en que compartía su tiempo con su esposa, Sabina, y la desapacible aflicción que sintió cuando encontró su cuerpo yerto en el molino, víctima del suicidio, fruto de la desesperación. Se imagina las sensaciones de quien pronto, quizás un grupo de excursionistas en busca de vestigios de otro tiempo, lo encuentre a él bajo el húmedo musgo que ha invadido las piedras, su historia y su recuerdo.
Biografía y sinopsis tomados directamente del ejemplar]
No es la primera vez que leía algo de Julio Llamazares. Tiempo atrás asomó por este blog su novela Las lágrimas de San Lorenzo, cuya reseña puedes leer aquí. Aquella novela hablaba de un tiempo de espera, de unos recuerdos, de un padre y de un hijo, de los deseos que no se cumplieron y de los que están por venir. Una novela intimista para la que hay que estar preparados. Y hoy le toca el turno a otra previa que ha constituido una nueva propuesta en el club de lectura y que, pensándolo bien, tiene ciertos puntos de conexión con aquella otra.
Nada más leer la sinopsis de La lluvia amarilla se me vino a la cabeza otra lectura anterior, también descubierta por el club, me refiero a Pedro Páramo de Juan Rulfo (reseña aquí). En ambas hay un pueblo aislado, mucho silencio, desasosiego y muerte. No fui la única que tuvo esa sensación inicial pues muchos coincidimos en que la atmósfera de ambos libros tiene cierto parecido.
Como bien dice la sinopsis, La lluvia amarilla trata sobre el último habitante de un pueblo abandonado. Andrés de Casa Sosa lleva diez años viviendo solo en Ainielle, ese pueblo del Pirineo aragonés cuya vida se ha ido debilitando. La novela arranca en un punto cuanto menos peculiar. Andrés espera paciente la llegada de alguien o sería más correcto decir la llegada de algo. Tras los primeros párrafos entenderemos entonces que Andrés aguarda a la muerte aunque por momentos presentiremos que esta ha llegado ya y Andrés confía en que la próxima visita que reciba sea la de vecinos de los pueblos aledaños que vienen a enterrarlo.
En ese trance ya culminado o en vías de estarlo, el protagonista narrador de esta novela ocupa la espera con sus recuerdos. De ese modo conoceremos escuetamente cómo ha sido su vida en el pueblo, cuántos hijos tuvo (Andrés, Camilo y Sara) y qué ha sido de ellos, qué le ocurrió a su esposa Sabina y cómo, poco a poco, los vecinos y amigos han ido abandonando paulatinamente Ainielle, ese pueblo sobre el que cae la negrura de la noche y que resiste los últimos envites de su existencia, todo ello descorazonadamente descrito en unos primeros párrafos que perturban.
En ese trance ya culminado o en vías de estarlo, el protagonista narrador de esta novela ocupa la espera con sus recuerdos. De ese modo conoceremos escuetamente cómo ha sido su vida en el pueblo, cuántos hijos tuvo (Andrés, Camilo y Sara) y qué ha sido de ellos, qué le ocurrió a su esposa Sabina y cómo, poco a poco, los vecinos y amigos han ido abandonando paulatinamente Ainielle, ese pueblo sobre el que cae la negrura de la noche y que resiste los últimos envites de su existencia, todo ello descorazonadamente descrito en unos primeros párrafos que perturban.
La novela pone el foco de atención en el inexpugnable paso del tiempo que todo lo arrasa a su paso. No solo afectará a las personas, mermando sus facultades mentales y su capacidad de movimiento. También se llevará por delante a los animales, a las casas, a los caminos y a los establos... Ainielle hace mucho que sufre el abandono, el deterioro y la podredumbre pero Andrés, siendo el último habitante de la aldea, ¿por qué no decide marcharse como el resto de los aldeanos? ¿Por qué esa obcecación por seguir en un lugar que se cae a pedazos? ¿Por qué no marcharse a Berbusa, al pueblo de al lado, donde la vida no es más fácil pero al menos sí tiene el aliciente de la compañía? La explicación se resume perfectamente en una frase:
La fidelidad. En esta palabra se resume todo. Fiel a lo que siempre ha conocido, a su pueblo, a su tierra, a ese punto del mundo en el que nació y donde quiere morir. No cabe otra.
Andrés es ese personaje-narrador al que solo le queda esperar. Ya nada tiene por hacer más que enredarse en sus recuerdos mientras llega su última exhalación. No tiene por compañía más que a una vieja perra y así mismo porque «la soledad, es cierto, me ha obligado a enfrentarme cara a cara conmigo mismo» [pág. 40]. Esa perra, que ni siquiera tiene nombre, de igual modo refleja la idea de fidelidad de la que hablaba antes. Jamás se separará de su dueño, ni siquiera cuando no tenga nada para comer o para beber.
En algún momento podremos pensar que Andrés es un egoísta. No entiende por qué la gente se ha marchado del pueblo y recrimina con duros pensamiento a aquel hijo que un día decidió abandonar a la familia para buscar el futuro en otro lugar. Pero el lector debe poner de su parte. Hay que comprender que Andrés es un hombre que no ha conocido más mundo que el que le rodea. Su pueblo es su universo y tiene muy arraigado en su interior esas enseñanzas antiguas, los padres que cuidan de sus hijos pequeños y los hijos adultos que cuidan de sus padres en la vejez. Eso es lo que Andrés hubiera deseado para sí con su hijo mayor:
«Pero yo, Andrés de Casa Sosas, el último de Ainielle, ni estoy loco ni me siento condenado, salvo que sea estar loco haber permanecido fiel hasta la muerte a mi memoria y a mi casa,...».[pág. 131]
La fidelidad. En esta palabra se resume todo. Fiel a lo que siempre ha conocido, a su pueblo, a su tierra, a ese punto del mundo en el que nació y donde quiere morir. No cabe otra.
Andrés es ese personaje-narrador al que solo le queda esperar. Ya nada tiene por hacer más que enredarse en sus recuerdos mientras llega su última exhalación. No tiene por compañía más que a una vieja perra y así mismo porque «la soledad, es cierto, me ha obligado a enfrentarme cara a cara conmigo mismo» [pág. 40]. Esa perra, que ni siquiera tiene nombre, de igual modo refleja la idea de fidelidad de la que hablaba antes. Jamás se separará de su dueño, ni siquiera cuando no tenga nada para comer o para beber.
En algún momento podremos pensar que Andrés es un egoísta. No entiende por qué la gente se ha marchado del pueblo y recrimina con duros pensamiento a aquel hijo que un día decidió abandonar a la familia para buscar el futuro en otro lugar. Pero el lector debe poner de su parte. Hay que comprender que Andrés es un hombre que no ha conocido más mundo que el que le rodea. Su pueblo es su universo y tiene muy arraigado en su interior esas enseñanzas antiguas, los padres que cuidan de sus hijos pequeños y los hijos adultos que cuidan de sus padres en la vejez. Eso es lo que Andrés hubiera deseado para sí con su hijo mayor:
«Con Andrés no se iba sólo un hijo. Con Andrés se iban también las últimas posibilidades de supervivencia de la casa y la única esperanza de ayuda y compañía que, en la vejez cada vez más cercana y más temida, su madre y yo tendríamos un día».[pág. 53]
Si no me equivoco la narración se sitúa en los años sesenta y por lo tanto hay cuestiones generacionales y culturales a tener en cuenta. Por eso no podemos enfocarlo desde nuestra perspectiva, no podemos juzgar a un hombre que no conoce más que lo que se le ha enseñado. De ahí que trate con desprecio a su hijo mayor y sin embargo guarde cariñosos recuerdos para Camilo, desaparecido en la guerra, y para Sara, su pobre niña fallecida siendo pequeña pero enterrada en el pueblo.
No quiero dejar en el aire otra cuestión que me ha maravillado en la novela. Bajo mi punto de vista, hay un profundo paralelismo, o mimetismo quizás, llámalo como quieras, entre AInielle y Andrés. Se podría pensar que tanto uno como otro son la misma entidad o a lo sumo, dos identidades paralelas que recorren el mismo camino. Todo lo que le ocurre al pueblo, lo vivirá Andrés. El pueblo ha ido perdiendo a sus habitantes como Andrés ha ido perdiendo a sus seres queridos, al hijo que se marchó, a aquel otro que murió en la guerra, a la pequeña Sara que murió siendo tan pequeña y a su propia esposa que decidió suicidarse. El deterioro en las casas y establos de Ainielle revierten en el deterioro del propio Andrés que ya solo queda postrado en la cama a la espera. El silencio que se apodera del pueblo es el mismo silencio que prevalece en el hombre quien, cuando visita los pueblos de la comarca para comprar víveres, ni siquiera cruza una palabra con otros vecinos. Ni él quiere verlos a ellos, ni ellos quieren verlo a él.
Pero la soledad como única compañía confunde los sentidos. Dicen que la gente que vive mucho tiempo aislada y en soledad, termina por volverse loco. Es el mal de las cabañas. Así le llaman y Andrés parece padecerla y quién sabe si Sabina, temiendo un mal peor, no decide sesgar su vida antes de tiempo.
Y hablemos ahora de Ainielle. Hay que saber que Julio Llamazares encuadra la acción o la no acción de esta novela en un pueblo real, una ubicación española de la que ya solo quedan ruinas y del que el autor nos da debida información antes de iniciar la narración.
Pero la soledad como única compañía confunde los sentidos. Dicen que la gente que vive mucho tiempo aislada y en soledad, termina por volverse loco. Es el mal de las cabañas. Así le llaman y Andrés parece padecerla y quién sabe si Sabina, temiendo un mal peor, no decide sesgar su vida antes de tiempo.
Y hablemos ahora de Ainielle. Hay que saber que Julio Llamazares encuadra la acción o la no acción de esta novela en un pueblo real, una ubicación española de la que ya solo quedan ruinas y del que el autor nos da debida información antes de iniciar la narración.
«Ainielle existe.
En el año 1970, quedó completamente abandonado, pero sus casas aún resisten, pudriéndose en silencio, en medio del olvido y la nieve, en las montañas del Pirineo de Huesca que llaman Sobrepuerto.
(...)».
A poco que busques algo de información sobre este pueblo, encontrarás un documental que llevó a cabo Eduardo de la Cruz y en el que participa el propio Llamazares con voz en off de José Sacristán. Desconozco si el documental se ha emitido en alguna cadena de televisión. Creo que acompaña la edición que conmemora el 25 aniversario de la publicación de la novela. Lo único que he podido encontrar es un trailer que os invito a ver porque es realmente precioso.
Pero, ¿por qué una historia sobre un pueblo semi abandonado? Fijaos en la información biográfica del autor que nos facilita la editorial. Julio Llamazares también nació en un pueblo que a día de hoy está abandonado. No es extraño encontrar pueblos así. No sabría decir cuántos pueblos abandonados quedan en nuestro país, fruto de un éxodo masivo en busca de un porvenir urbanita. La vida es cíclica y ahora cada vez no llegan más noticias de familias que abandonan la ciudad y se trasladan a los pueblos, al de sus familias y o cualquier otro, huyendo de un monstruo de hormigón en el que la prosperidad se escabulle.
Escrito en primera persona, de La lluvia amarilla llama la atención el uso de la sangría francesa. No creo que la elección del autor se deba a razones insustanciales pero por más que he intentado averiguar la razón que lo ha movido a ello no la he encontrado. Incluso planteé la cuestión en la reunión del club pero no obtuve una respuesta concluyente. Si alguien lo sabe, agradecería que me lo explicara. Porque me muero de curiosidad.
Pero del estilo del autor hay que resaltar la maravillosa habilidad que posee a la hora de enfrentarse a las descripciones. Las escenas, las emociones y las situaciones, que a pesar de estar cargadas de una profunda tristeza, alcanzan un nivel de suma belleza. La llegada de la noche como podemos apreciar al principio del libro, el miedo de los hombres a adentrarse en un pueblo en el que solo flotan los recuerdos de los vivos que lo habitaron, la manera en la que una emoción nos asalta repentinamente,... Todo figura ricamente descrito presentándonos un cuadro en el que la naturaleza avanza y conquista territorio. La narración es tan viva y envolvente que cuando levantaba la vista del libro y contemplaba el confort de mi casa no podía más que sentir un gran alivio. No obstante, no todo en la novela es triste. Excepcionalmente asistiremos a la alegría que descongela el alma de Andrés cuando percibe que la primavera se acerca. Es un torrente de emociones cuya lectura puede hacerte levantar del asiento. Y volveremos a transitar por caminos llenos de pesadumbre, nostalgia, resignación pero también ternura y cariño. Llegando casi al final, el último encuentro entre Andrés y su perra nos robará el aire de los pulmones. No hay palabras para describir esa escena llena de dramatismo.
La lluvia amarilla es uno de esos libros en los que tienes que pararte a pensar, a releer, a coger un lápiz y anotar una, y otra, y otra, y otra frase. Buscaremos el por qué de un título que tiñe de amarillo todo lo que guarda en su interior.¿Qué representa esa lluvia amarilla? ¿Por qué todo se contagia de un color que en algunos ámbitos y sectores es sinónimo de mal presagio? Creo que cada lector puede encontrar su propio significado bajo ese título. Para mí esa lluvia es el tiempo que todo lo deteriora, es la soledad, es el silencio, la tristeza, el olvido y el abandono.
No es un libro fácil de leer en cuanto a la temática que nos planta por delante. No puedes enfrentarte a esta novela si tu alma busca risas y jolgorio. Requiere su momento y un estado de ánimo fuerte que resista las sacudidas que vamos a experimentar. Si bien es cierto que no es una novela a la que acercarse en cualquier momento o lugar, sí considero que hay que leerlo al menos una vez en la vida. El estilo del autor, su forma de adentrarnos en Ainielle, bien merecen la pena y es por ello que yo os recomiendo su lectura.
Os comento también que ha sido llevada al teatro y en estos enlaces podréis asistir a un espectáculo basado en la novela desde la comodidad de vuestra casa.
Vídeo 1
Vídeo 2
Vídeo 3
Pero del estilo del autor hay que resaltar la maravillosa habilidad que posee a la hora de enfrentarse a las descripciones. Las escenas, las emociones y las situaciones, que a pesar de estar cargadas de una profunda tristeza, alcanzan un nivel de suma belleza. La llegada de la noche como podemos apreciar al principio del libro, el miedo de los hombres a adentrarse en un pueblo en el que solo flotan los recuerdos de los vivos que lo habitaron, la manera en la que una emoción nos asalta repentinamente,... Todo figura ricamente descrito presentándonos un cuadro en el que la naturaleza avanza y conquista territorio. La narración es tan viva y envolvente que cuando levantaba la vista del libro y contemplaba el confort de mi casa no podía más que sentir un gran alivio. No obstante, no todo en la novela es triste. Excepcionalmente asistiremos a la alegría que descongela el alma de Andrés cuando percibe que la primavera se acerca. Es un torrente de emociones cuya lectura puede hacerte levantar del asiento. Y volveremos a transitar por caminos llenos de pesadumbre, nostalgia, resignación pero también ternura y cariño. Llegando casi al final, el último encuentro entre Andrés y su perra nos robará el aire de los pulmones. No hay palabras para describir esa escena llena de dramatismo.
La lluvia amarilla es uno de esos libros en los que tienes que pararte a pensar, a releer, a coger un lápiz y anotar una, y otra, y otra, y otra frase. Buscaremos el por qué de un título que tiñe de amarillo todo lo que guarda en su interior.¿Qué representa esa lluvia amarilla? ¿Por qué todo se contagia de un color que en algunos ámbitos y sectores es sinónimo de mal presagio? Creo que cada lector puede encontrar su propio significado bajo ese título. Para mí esa lluvia es el tiempo que todo lo deteriora, es la soledad, es el silencio, la tristeza, el olvido y el abandono.
No es un libro fácil de leer en cuanto a la temática que nos planta por delante. No puedes enfrentarte a esta novela si tu alma busca risas y jolgorio. Requiere su momento y un estado de ánimo fuerte que resista las sacudidas que vamos a experimentar. Si bien es cierto que no es una novela a la que acercarse en cualquier momento o lugar, sí considero que hay que leerlo al menos una vez en la vida. El estilo del autor, su forma de adentrarnos en Ainielle, bien merecen la pena y es por ello que yo os recomiendo su lectura.
Os comento también que ha sido llevada al teatro y en estos enlaces podréis asistir a un espectáculo basado en la novela desde la comodidad de vuestra casa.
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