Autora
Laura Restrepo (Bogotá, 1950) publicó en 1986 su primer libro, Historia de un entusiasmo (Aguilar, 2005), al que siguieron La Isla de la Pasión (1989; Alfaguara, 2005 y 2014), Leopardo al sol (1993; Alfaguara, 2005 y 2014), Dulce compañía (1995; Alfaguara, 2005 y 2015), La novia oscura (1999; Alfaguara; 2005 y 2015), La multitud errante (2001 y 2016), Olor a rosas invisibles (2002; Alfaguara, 2008), Delirio (Premio Alfaguara 2004), Demasiados héroes (Alfaguara, 2009 y 2015), Hot sur (2013) y Pecado (2016). Sus novelas han sido traducidas a más de veinte idiomas y han merecido varias distinciones, entre las que se cuentan el Premio Sor Juana Inés de la Cruz de novela escrita por mujeres; el Premio Alfaguara de novela 2004; el Prix France Culture, premio de la crítica francesa a la mejor novela extranjera publicada en Francia en 1998; el Premio Arzobispo Juan de San Clemente 2003, y el premio Grinzane Cavour 2006 a la mejor novela extranjera publicada en Italia. Fue becaria de la Fundación Guggenheim en 2006 y es profesora emérita de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos.
Laura Restrepo (Bogotá, 1950) publicó en 1986 su primer libro, Historia de un entusiasmo (Aguilar, 2005), al que siguieron La Isla de la Pasión (1989; Alfaguara, 2005 y 2014), Leopardo al sol (1993; Alfaguara, 2005 y 2014), Dulce compañía (1995; Alfaguara, 2005 y 2015), La novia oscura (1999; Alfaguara; 2005 y 2015), La multitud errante (2001 y 2016), Olor a rosas invisibles (2002; Alfaguara, 2008), Delirio (Premio Alfaguara 2004), Demasiados héroes (Alfaguara, 2009 y 2015), Hot sur (2013) y Pecado (2016). Sus novelas han sido traducidas a más de veinte idiomas y han merecido varias distinciones, entre las que se cuentan el Premio Sor Juana Inés de la Cruz de novela escrita por mujeres; el Premio Alfaguara de novela 2004; el Prix France Culture, premio de la crítica francesa a la mejor novela extranjera publicada en Francia en 1998; el Premio Arzobispo Juan de San Clemente 2003, y el premio Grinzane Cavour 2006 a la mejor novela extranjera publicada en Italia. Fue becaria de la Fundación Guggenheim en 2006 y es profesora emérita de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos.
Virtudes y crímenes son intercambiables entre sí y reversibles: la naturaleza desdoblada del pecado, sus varias caras de poliedro.
Como sacados de un cuadro de El Bosco, los protagonistas de este libro son Arcángel, el adolescente asesino; Luis B. Campocé, el ejecutivo adúltero; Emma, la descuartizadora; una pareja incestuosa; un verdugo apodado La Viuda; las Susanas, tres hermanas indiferentes o vanidosas, y el Siríaco, profeta soberbio.
La perturbadora y ambigua idea de pecado se encarna en todos ellos. El jardín de las delicias ha dejado de esta colgado en el museo y se muestra más real que nunca, vivido por estos personajes de carne y hueso que nos confiesan al oído su particular relación con el mal. ¿Hasta qué punto son culpables? Sobre el lector recaerá el reto moral de condenarlos o, tal vez, de indultarlos.
Con la fuerza y la sensibilidad que caracterizan su literatura, Laura Restrepo indaga en la complejidad ética de la transgresión a través de una narración inquietante, original, por momentos aterradora y al mismo tiempo dulcemente humana. Cada pecado trae consigo su correspondiente culpa, pero también su gota de alivio.
[Biografía y sinopsis tomadas directamente del ejemplar]
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La autora colombiana Laura Restrepo pasó por Sevilla hace unas semanas para presentar su nueva novela Pecado, un compendio de ocho historias independientes con un hilo conductor común, el mal y con una obra pictórica como telón de fondo, El jardín de las delicias de El Bosco.
Laura Restrepo es una mujer con un amplio bagaje y con un sinfín de experiencias acumuladas año tras año en su trayectoria como periodista y/o como escritora. A veces, cuando me siento a conversar con personas como ella, siento que el mundo se abre ante mí y me desvela un universo que jamás hubiera pensado. Sin duda, aprendo mucho de estos encuentros, momentos en los que, en ocasiones, la persona que tengo enfrente desnuda su alma.
De Pecado, del mal en todas sus variantes, de personajes con una moral dudosa, de sufrimiento, de dolor y por supuesto de Colombia, hablamos con Laura Restrepo. Esto es lo que nos contó.
Marisa G.- Laura, hasta donde yo sé, usted siempre ha sido escritora de novelas. Con Pecado se adentra en un formato nuevo, ¿no?
Laura R.- A mí me gusta verlo como una novela, al menos, la concebí así, pero sí tiene una estructura mucho más abierta. Hay un hilo conductor que la recorre pero luego tiene capítulos independientes entre sí aunque todos giran alrededor de lo mismo.
El jardín de las delicias de El Bosco está siempre presente en el libro, un cuadro que representa la gran épica del pecado original y al que todos los personajes se enfrentan tarde o temprano. El pecado es como un poliedro, tiene muchas caras, muchas interpretaciones y me gusta penar en cada uno de esos capítulos como cada una de las caras de ese pecado.
M.G.- Efectivamente, se puede entender como una novela con capítulos que se pueden leer de manera independiente y que tienen un denominador común, esa tendencia al mal de ser humano. Me gustaría saber por qué usted ha querido reflejar en estas historias esa parte oscura del hombre.
L.R.- Creo que es algo dual. Por un lado, muchos de los personajes se enfrentan al mal pero, por otro, tienen herramientas o construyen su propio código ético o sacan de algún lado la fuerza para poder enfrentarse a ese mal. Yo no quería historias de gente destrozada, que el mal les pase por encima y los muela, quería personajes que, de alguna manera, por pecaminosos o sangrientos que fueran sus crímenes, mantuvieran una cierta dignidad o ética interna, que les permita enfrentarse a lo que están haciendo. Por ejemplo, hay una historia titulada Pelo de elefante que trata sobre un verdugo. Quizá sea el personaje más religioso de todos porque interpreta como un ritual cada una de sus ejecuciones. Para eso leí mucho sobre el terror en la revolución francesa, como toda una sociedad se arma de una peculiar ética que le permite pensar que pasar por la guillotina a cientos de personas puede ser una formulación ética. Pero como te digo, está el mal y su contra-cara, una dignidad humana que permite enfrentar al hombre contra el mal o bien lidiar con él.
M.G.- El personaje de esa historia que comentas es el que quizá tenga algo más de conciencia que los demás, especialmente al actuar como lo hace en el desenlace.
L.R.- Yo creo que es el más atormentado de todos porque hay algunos que simplemente no tienen noción de que lo que están haciendo es realmente malo.
M.G.- Fíjese que estas semanas me ha estado persiguiendo el mal en formato literario. He leído sus pecados pero también me enfrenté a otra novela cuyo protagonista era la propia reencarnación del mal.
L.R.- ¿Sí? ¿Cuál?
M.G.- Pues Historia de un canalla de Julia Navarro.
L.R.- Ah, claro. Yo estuve en la presentación de ese libro.
M.G.- Me parece muy curioso que en tan poco tiempo haya leído dos libros en los que el mal es el eje de la trama. Es como si quizá el ser humano estuviera llegando a unos límites desorbitados y desde un punto de vista, en este caso literario, hubiera que hacer una llamada de atención para advertirnos que estamos trasgrediendo demasiado los límites.
L.R.- Es que realmente es así. En el caso del libro de Julia aparece la corrupción que no se llega a entender y menos aún la tolerancia de los seres humanos que seguimos votando por los corruptos. En cierto modo se han convertido en un ejemplo ético a seguir. Creo que es a eso a lo que se enfrenta Julia, pero claro hay otras formas de mal que también empiezan a cubrirte como una manta que asfixia, por ejemplo el maltrato a la naturaleza que claramente empieza a mandar un mensaje de advertencia porque no da más de sí, la indiferencia frente al sufrimiento de todos los demás seres humanos, -¡cómo puede avanzar tanto la raza humana con sectores de población que está pasando tanto sufrimiento!-, el maltrato del ser humano a los animales,... Como tú dices, el tema de alguna manera se impone porque lo sentimos muy encima.
M.G.- Hay que crear conciencia. No podemos seguir avanzando en esta dirección porque vamos a perder la posición de seres racionales.
L.R.- Y una dirección que además no lleva a ningún sitio. Se desploma la ética religiosa que nos indicaba lo que estaba bien o mal, lo que era pecado y lo que no, y encima no construimos una ética civil que la reemplace. No sabemos lidiar con nuestro entorno, nos hacemos los locos. Sin duda, esto no es casual.
M.G.- El libro se llama Pecado pero el concepto de pecado desde el punto de vista religioso en estos tiempos ha quedado difuminado. El mal se concibe hoy desde otro ángulo, es otra dimensión. No sé si estarás de acuerdo conmigo.
L.R.- Sin duda. La palabra pecado está pasada de moda. Es una palabra de misal o me gusta pensarla como palabra de bolero, ese Pecado, tremendo bolerazo, que tiene tanta magia, pero entiendo que es una palabra que juzga y eso no lo quería en el libro.
Quería que el libro se llamara Peccata mundi, entre otras cosas porque la decisión de escribir el libro la tomé aquí, en un bar sevillano que se llama Pecata mundi.
M.G.- ¿De verdad?
M.G.- ¿De verdad?
L.R.- Sí, sí... un bar al que fui con unos amigos sevillanos. El pecado habrá desaparecido de otras partes del planeta pero en Sevilla lo sacan a caminar por las calles. Aquí tenéis una capacidad de representación simbólica que a mí me parece prodigiosa, seas religioso o no. Y quería llamar al libro Peccata mundi porque además lo ubica más temporalmente. Peccata mundi tiene que ver con la gran discusión teológica de los tiempos, incluyendo la época de El Bosco, cuando la palabra pecado tenía otro tipo de resonancia. Hoy en día ha ido perdiendo contenido pero no pierde el eco.
M.G.- Ha comentado usted antes el cuadro El jardín de las delicias de El Bosco, una pintura sumamente simbólica. No sé si usted cuando pergeñó la idea del libro ¿inmediatamente lo conectó con el cuadro o esa conexión vino después?
L.R.- No. Recuerdo que de pequeña mis padres me llevaron varias veces al Prado para verlo pero además tenían representaciones en la casa y de niña yo tenía la sensación de que me tenía que esconder para mirarlo. Había algo oculto ahí, algo perturbador pero también muy fascinante. Es, junto con Las Meninas de Velázquez, el cuadro que más visitas recibe. Hay tanta ambigüedad en ese cuadro... No sabes si te está planteando algún tipo de moral o si, por el contrario, es algo totalmente antimoral. Por ejemplo, el pecado y el castigo es básicamente lo mismo. La lujuria es el pecado y cuando se castiga en el infierno es precisamente mediante actos lujuriosos. Hay mucha ambivalencia. Además es muy inquietante ver cómo la frontera entre los humanos y los animales se ha borrado. Hay hombres que parecen insectos, le salen patas de donde no corresponde. Es tremendo.
M.G.- Este año se está celebrando el quinto centenario de la muerte de El Bosco y creo que el Museo del Prado está organizando unas jornadas en las que usted va a colaborar.
L.R.- Sí. Están montando un vídeo donde salen escritores a hablar del cuadro y me invitaron a participar. Yo siempre vi el cuadro en la sala 56A con una multitud de personas y ahora, para filmar el vídeo, me llevaron a las 8 de la mañana, cuando el museo estaba todavía desocupado y lo vi allí, en solitario. Me di cuenta de que el cuadro es enorme, algo de lo que no había advertido hasta ahora y además es un triplico que te envuelve, tiene una cosa magnética tremenda, se sentía el rugido del cuadro. Es fascinante.
M.G.- Felipe II también es un personaje que aparece en estas historias, un monarca con una vida muy peculiar, al margen de su rol de monarca, tenía unas obsesiones oscuras...
L.R.- Es una figura muy ambiguo también. Su obsesión con el mal es absoluta. Fue llamado a erradicar el mal de su sagrado imperio católico con esa maquinaria de la Inquisición que también es un máquina de tortura muy parecida a la representación que hace el Bosco del infierno.
La figura de Felipe II es muy interesante. Hice varias visitas a El Escorial, buscando esos símbolos duales. Por ejemplo, la parrilla, el emblema que aparece por todos lados en El Escorial, está marcada en las piedras, en los escalones, en las paredes. La parrilla la pone Felipe como su gran emblema porque es el instrumento de tortura para San Lorenzo, que muere asado por su fe, pero al mismo tiempo, Felipe está mandado a la hoguera a gente porque tienen una fe que no es la suya. Entonces, ¿quemar es bueno o malo?
M.G.- Es una doble moral, ¿no?
L.R.- Una doble moral, sí. Son los elementos de la perplejidad, ¿cómo ha hecho la humanidad para moverse con ciertos cánones que en el fondo son totalmente móviles y duales?
M.G.- Y Laura, empieza el libro con la cita de un guionista y escritor, Emmanuel Carrére, que es muy peculiar.
Pensé que escribir esta historia solo podía ser un crimen o una plegaria.
¿Quizá también para representar esa dualidad que estamos comentando?
L.R.- Bueno es que fíjate, Carrére es también un gran autor obsesionado con el tema del mal. Él lo trata en varios de sus libros de manera muy interesante como en El Reino que trata sobre los orígenes del cristianismo, ese cristianismo como postulado ético. En ese libro deconstruye el cristianismo tratando de recuperar sus orígenes. Y luego tiene otro libro que se llama El adversario, de donde sale la cita, en el que hace un retrato de lo más escalofriante sobre el mal absoluto. Trata sobre un médico francés que finge ser médico, engaña a la familia, a todo el mundo durante años y cuando está a punto de desvelarse su mentira, mata hasta al gato para poderse bajar de la mentira que ha montado. Carrére se pregunta por qué escribir de esto, por qué he escudriñado en esa oscura cueva del mal... De ahí la cita.
M.G.- Pues el libro no lo conocía pero me resulta muy interesante.
L.R.- Léetelo, los dos... Poderosísimo escritor. Y luego, siguiendo con el tema del pecado, otro libro contemporáneo que me fascina y me lo he leído tres veces es Antigua luz de John Banville. Hasta el título es bonito. Eso sí que es un pecado narrado con una delicia maravillosa. Trata de un jovencito que se monta en un romance galopante con la madre de su mejor amigo. El asunto está visto con humor, con socarronería, y al mismo tiempo con dulzura y con una sensualidad...
M.G.- Voy tomando nota de todas sus sugerencias.
Pecado está compuesto por ocho historias, aunque la primera y la última están conectados, en las que se habla del mal, de la vanidad, del adulterio, del asesinato. He leído que alguna de estas historias tienen un trasfondo real. ¿Esto es así?
L.R.- El libro es ficción pero son lugares a los que difícilmente llegas sin la ayuda de alguien que lo haya vivido. Hay personajes que salen directamente de la imaginación pero hay otros que se apoyan en conversaciones que yo he podido tener. Por ejemplo, la historia del incesto. Yo no quería el formato clásico de la víctima del incesto, quería algo más complejo y una persona que hoy en día es una mujer extraordinaria, una mujer hecha y derecha, muy fuerte e importante, se sentó conmigo durante muchas horas para contarme una experiencia de su adolescencia. Para mí fue como un tesoro porque ella se iba abriendo como las matrioskas rusas e iba sacando todo un espectro de sensaciones, de culpas y también de alegrías y sensualidad,... Ella era capaz de contar esa experiencia del incesto con muchos más matices de los que yo hubiera podido narrar. De alguna manera necesitaba el aval de alguien que me contara una experiencia así y por otro lado, de este modo, me sentí no autorizado para contar aun cosa tan compleja como la que se cuenta en esa historia.
M.G.- El relato al que te refieres se titula La promesa. Me gusta mucho el planteamiento en esa historia. Al margen de lo que se narra, me gustan las relaciones que se tejen entre los personajes. Esa hija que culpa a la madre por la ausencia del padre, esa idealización del padre al que la protagonista ahora.
L.R.- Claro, de alguna manera esta historia de incesto si algo tiene de perturbador es que es una historia de amor que la muchacha vive con su padre y ocurre exactamente lo que tú dices. Ella ya no vive con el padre y sería muy distinto si se tratara de un incesto en el que ella conviviera desde siempre con él. No es así. Ella no ha tenido contacto con su padre nada más que a través de unos libros que él le envía como regalo. Cuando ella se a vivir con el padre para estudiar en la universidad, ella comienza a vivir el sueño que siempre soñó, estar en brazos de su padre, ese hombre que es profesor de literatura que habla idiomas, inteligente, culto,...
En esta historia la mano que ha guiado es fundamental. Yo no quería la típica victima que pasivamente pasa por una situación atroz, aunque en la historia del libro también hay atrocidad. La protagonista lo dice bien claro cuando menciona que en unas semanas le destruyeron la vida pero ella entra en esa relación porque ella quiere. Nadie la fuerza.
M.G.- Me resulta peculiar que algunas de las historias del libro están narradas de forma dialogada pero sin que conozcamos a los interlocutores.
L.R.- Eso ya viene de lejos. Yo tengo varias novelas en las que aparecen las vocecitas, como yo las llamo. Esas voces te permiten ir contrariando al narrador o se contradicen entre ellas y eso me encanta. Da una flexibilidad al relato que me gusta mucho porque son irreverentes, dicen lo que le dan la gana, interrumpen cada vez que quieren y al mismo tiempo agilizan.
Un relato a veces pasa por trechos en los que da pereza leerlo y escribirlo pero para poder llegar al otro lado hay que aclarar lo que ha pasado y ahí entran las vocecitas y en dos frases te despejan el problema. Al mismo tiempo, ellas relativizan mi papel como escritora. El hecho de que uno sea el narrador no quiere decir que lo esté haciendo bien y para eso están las vocecitas que son como mi vicio.
M.G.- Y las historias de Pecado, ¿son de nueva acuñación Laura? En algunas sí se advierte que son más actuales porque, por ejemplo, hay una pequeña referencia al papa Francisco pero ¿y el resto? Una de las historias lleva el mismo título que tenía una novela suya que publicó tiempo atrás.
L.R.- ¿Cuál?
M.G.- Olor a rosas invisibles.
L.R.- Ah, sí, es que Olor a rosas invisibles es el único que viene de atrás.
M.G.- Y algo que me ha resultado muy curioso. Estas historias se pueden adquirir de forma individual en formato digital. Me ha parecido muy original esto.
L.R.- Me encanta el olor del papel pero tampoco se le puede volver la espalda a las nuevas formas de literatura que pueden ser muy seductoras también. Hoy en día miles de jóvenes leen en el móvil y necesitan textos mucho más ágiles y una novela larga es un estorbo. Me pareció bonito, y a los editores también les gustó la idea, ofrecerlo así, el libro en conjunto o bien desmembrado. Ha sido una forma de experimentar.
M.G.- No sé si usted tiene predilección por alguna de estas historias. Yo tengo la mía favorita.
L.R.- (Risas) ¿Si? ¿Y cuál es?
M.G.- Amor sin pies ni cabeza, esa historia de la descuartizadora que aunque ha hecho una barbaridad, en cierto sentido tiene una explicación. Me encanta su protagonista, Emma. Creo que es uno de los personajes que más me ha integrado en la narración por esa forma de hablar, por ese léxico que emplea. Me ha gustado mucho.
L.R.- Qué bien. Pues mira a Emma la entrevisté yo hace años. Era una joven que estaba presa por descuartizar al novio y apareció en la prensa como si fuese un monstruo... En ese tiempo yo trabajaba en una revista en la sección más amarilla e hice una nota simple pero la historia se me quedó ahí dentro y siempre quise desarrollarla mucho más
Pecado es un libro que no está territorializado. Las historias que contienen pueden ocurrir en cualquier parte pero Emma, sin duda, es tan colombiana...
M.G.- A mí me encanta como se expresa. Y encima la historia termina con una pizca de humor que ya fue el colofón de un relato magnífico.
L.R.- A mí Emma me encanta pero yo le tengo mucho afecto a Arcángel, el protagonista de Lindo y malo, ese muñeco. Esta historia tiene detrás una historia muy bonita, Marisa. Como sabes, trata de uno de esos muchachos que asesinaban masivamente y a la vez eran suicidas. Eran los jóvenes barriadas pobres, de la escuela de Pablo Escobar, que los utilizaba para sus magnicidios. Muchachos que iban en sus motos, mataban y a la vez eran matados. Y como los mataban no había manera de rastrear quién los mandaba. Se convirtieron en sicarios sabiendo que tenían los días contados. En ese tiempo fui mucho a estas barriadas que eran impenetrables. Allí no entraba ni la policía. Pero yo un amigo que había estudiado periodismo y se fue a vivir allá porque quería entender lo que ocurría. Se consiguió una casita allí y empezó a hablar con esos muchachos, con sus novias, con sus madres, para tratar de entender... Esto fue al final de los 80, cuando en Colombia había un magnicidio diario y nadie sabía quien los mataba. Este amigo mío, Alonso Salazar, que además después fue alcalde de Medellín, me pidió un día que fuera donde él porque se estaba cocinando algo muy gordo. Me invitó a ir y allí me fui con otra periodista y pasamos varios meses en la casa de Alonso. Sin él no hubiéramos podido hacer nada porque él sabía cómo moverse por allí, qué hacer, por qué calle pasar, qué tema tocar, cuál no,... porque eso era candela, de una balacera total. La única ley que se cumplía era la ley de la gravedad.
Alonso nos dijo que había una manera de hablar con aquellos muchachos, siempre tan nerviosos por la situación en la que vivían, y era bailando. El colombiano baila, los colombianos siempre hemos bailado y el baile es una de las formas de expresión nacional. Y allí nos fuimos a los bares a los que iban estos muchachos y ellos bailando nos contaban cosas porque tenían una urgencia enorme de contar lo que les pasaba. Parecía como si el contacto físico creara una especie de terreno neutral donde ellos lo soltaban todo. Y concretamente hablé mucho con un muchacho que había sido soldado y se había vuelto luego el jefe de una de las bandas más criminales que había en uno de esos barrios. Por supuesto no podíamos desvelar su verdadero nombre. Se lo cambié por Arcángel y la historia salió publicada en una revista. Después me contaron que él se había cambiado el nombre y se había puesto Arcángel. Para mí es el personaje que yo más siento por el dolor de esa juventud convertida en asesina, por la ritualidad que yo sentía en todo aquello, por el dolor de ese país que estaba llorando las lágrimas que ya no tenía.
M.G.- Laura, ¿cómo está la situación en Colombia ahora?
L.R.- Se ha calmado. De alguna manera mientras haya consumo de drogas seguirá habiendo tráfico y mientras siga estando prohibido, existirá el sobreprecio que es lo que motiva todo esto. Pero la mafia mexicana y la rusa han resultado más vivas para alivio de Colombia. Por otro lado, están los procesos de paz de las guerrillas que quieren negociar y te hablan en cierto modo de unos niveles de distensión.
M.G.- Estoy pensando ahora Laura si todas estas experiencias que me estás contando, tan duras, las vuelcas en tus libros de alguna manera. En Pecado hay violencia, también lo había en Hot Sur...
L.R.- Sí... Creo que en general la literatura colombiana trata mucho de situaciones extremas. Lo hemos conversado entre nosotros. Hay mucha literatura y buena literatura que se produce en Colombia, casi como una máquina de producir buenas novelas, policíacas... Pero cuando nos juntamos lo comentamos, ¡qué catálogo de horror contamos entre todos!, pero ocurre como en España con la guerra civil, hay una obsesión por relatarla y volver una y otra vez a lamer la herida, intentando entender, como si al ponerlo en papel intentaras superar aquello y claro, los colombianos tenemos que hablar mucho de la violencia porque, de alguna manera, la exorcizas también.
A veces los propios lectores colombianos no preguntan que cuándo vamos a contar algo bonito. Tendrá que venir otra generación. Pero esto no es una exclusiva de Colombia. La violencia está en todos lados.
M.G.- Y procede de todos los lugares.
L.R.- Sí pero hay algunos lugares en los que ya hemos llegado hasta el fin y estamos de vuelta. Lo que no hay en Colombia es ingenuidad. Nosotros ya fuimos hasta el final y en cierto modo sentimos que los demás se están acercando. Los que piensen que Colombia es el pasado se equivocan. Colombia es el futuro.
M.G.- Laura, volvamos al libro. La estructura que tu planteas es cíclica. Se inicia con un relato titulado Peccata mundi(1) y finaliza con Peccata mundi (2).¿Por qué elegir esta estructura?
L.R.- Es como una caja. Empecemos hablamos de Felipe II y cerremos con él para que el lector sienta que parte de un punto, hace todo el periplo y vuelva al mismo punto. Son experimentos con la estructura.
M.G.- Entiendo. Pues Laura no te robo más tiempo. Ha sido un placer conocerte y ¿sabes qué te digo? Después de oírte hablar del libro y de todo lo que hay detrás, me entran ganas de volver a leerlo. Seguro que ahora entiendo mucho más todos los matices.
L.R.- Pues muchas gracias. Espero que así sea. Ha sido un placer. Gracias.
Y así fue el encuentro con Laura Restrepo, una autora con la que me encantó conversar. Espero poder hablaros de su libro en breve.