Editorial: Seix Barral.
Fecha publicación: enero, 2016
Precio: 18,00 €
Género: Narrativa.
Nª Páginas: 253
Edición: Tapa blanda con solapas.
Nª Páginas: 253
Edición: Tapa blanda con solapas.
Autora
Beatriz Rodríguez nació en Sevilla, en 1980. Es licenciada en Filogía Hispánica. Ha trabajado como editora para distintos sellos y ha sido colaboradora en revistas como El Rapto de Europa o Trama & Texturas y en guiones de documentales como La memoria de los cuentos. Los últimos narradores orales. También ha participado en la antología de relatos Watchwomen. Narradoras del siglo XXI. Actualmente dirige la editorial Musa a las 9 y el Festival de Poesía en Madrid, POEMAD. En 2013 publicó La vida real de Esperanza Silva (Casa de Cartón). Cuando éramos ángeles es su segunda novela.
Sinopsis
Clara dirige un periódico comarcal en Fuentegrande, un pueblo al que se traslada atraída por la vida tranquila del valle. La aparición del cadáver de Fran Borrego, dueño de una gran parte de las tierras del lugar, la sumerge en una sociedad repleta de envidias, intrigas y secretos fraguados en la década de los noventa, cuando Fran y sus amigos no eran más que unos adolescentes.
¿Cuál es el móvil de un crimen? ¿En qué momento germina la idea: poco antes de cometerlo o muchos años atrás, cuando éramos ángeles y estábamos moldeando nuestro carácter y el universo de nuestras relaciones?
Beatriz Rodríguez ha construido una impecable novela coral sobre la pérdida de la inocencia, sobre la búsqueda de la identidad y el descubrimiento de las experiencias que forjan nuestra personalidad y que nos persiguen desde la adolescencia. Una magnífica lectura que anuncia una de las voces más interesantes del panorama literario español.
[Biografía y sinopsis tomadas directamente del ejemplar]
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Tenía muchas ganas de leer este libro. Desde que asistí a su presentación hace casi un año (puedes leer sobre el acto aquí)me apetecía mucho acercarme a este universo rural que Beatriz Rodríguez construye en esta, su segunda novela y de paso, estrenarme con esta autora de la que solo he oído parabienes. El resultado ha sido muy satisfactorio, tanto en forma como en fondo, y es lo que paso a detallaros.
Cuando éramos ángeles permite al lector asomarse a pequeño pueblo de nombre Fuentegrande, es un reducto de unos mil habitantes en los que todo el mundo se conoce y donde los perfiles están muy bien definidos. Como antesala a la historia que nos espera, la autora hará pasear por las inmediaciones del municipio a dos jóvenes extranjeros. Jeanne y Paul, meros actores de segundo orden, pasan unos días en la playa pero deciden hacer una excursión a la sierra para encontrarse con una escena que obliga a finalizar el capítulo introductorio con un grito.
Ya entrados en materia sabremos que ese grito es la consecuencia del hallazgo de un cadáver, el de Fran Borrego, un hombre de Fuentegrande, perteneciente a una buena familia, el terrateniente más importante de la comarca, el cacique. Todo apunta a que ha sido asesinado pues muestra importantes señales de violencia. «Se lo estaba buscando hace mucho tiempo», apuntará una de las vecinas. Una frase lapidaria como esta, invita al lector a continuar leyendo para tratar de averiguar quién, cómo y por qué han asesinado a Fran Borrego.
Como trasfondo la autora recrea un entramado comercial, un negocio que puede perjudicar a muchos habitantes del pueblo y que, por tanto, bien podría haber incitado a dar matarile a Borrego. Ya sabemos que poderoso caballero es don dinero y la cuestión monetaria suele ser un móvil nada inusual en los asesinatos pero si lo es o no, es algo que tendrás que averiguar con la lectura. Solo te adelanto que a mí el final me ha gustado mucho.
Con un asesinato de por medio, es lógico que exista una investigación y, aunque la novela aborda este asunto no se puede decir que Cuando éramos ángeles sea una novela policíaca. Obviamente se harán diversas averiguaciones, se formulará las pertinentes preguntas a varios personajes y al final sabremos quién ha cometido el crimen pero la novela que Beatriz Rodríguez nos regala tiene más que ver con la interioridad del ser humano, especialmente en un ámbito tan cerrado como un pueblo, donde la autoridad prácticamente no corresponde a las fuerzas del orden sino a los que ostentan el poder bajo leyes no escritas.
Y siendo una novela más centrada en personajes que en hechos, la autora hace un importante despliegue y nos presenta a aquellos que más relevancia tendrán en la trama. Para eso emplea los capítulos iniciales, para hablarnos de Chabela que regenta el Hostal Las Rosas, una mujer muy atípica en su entorno, con un pasado que dio que hablar pero que goza de un status reconocido. O conoceremos a Clara Ibáñez, la periodista que dirige La Velaña Información, un rotativo de carácter local, que aprovecha la muerte de Fran Borrego para llevar a cabo una investigación extra oficial. O a Fernando Alegría, representante de la empresa americana interesada en comprar a sus propietarios las huertas de Fuentegrande, un joven con una personalidad llena de claroscuros, con una vida cómoda y tranquila pero a la que le falta salsa.
Y otros tantos personajes irán desfilando por las páginas de esta novela, como Eugenia, la joven y bella muchacha de ciudad que pasa los veranos en el pueblo, o María, la hija de Chabela, que en un momento será pieza clave del argumento, o Rosario la tímida y apocada joven que parece siempre estar a la sombra de los demás. Un trío interesante el que conforman estas tres mujeres que se contrapone al patriarcado tan arraigado en el pueblo.
Pero de todos los personajes de la novela, quizá la que más protagonismo ostente sea Clara. Ella arrastra una pena de amor como las que se cantan en los boleros, es una mujer que no termina de formar parte del paisaje que conforma Fuentegrande pues en lugar de llevar valles y pozas en sus venas, la piel de Clara huele a asfalto.Ni siquiera el tiempo que lleva viviendo entre ellos, ni la amistad que la une a Chabela, ni la tragedia que le asestó la vida al poco tiempo de instalarse en Fuentegrande han conseguido que deje de ser una forasteraa los ojos de los demás y ahora además, tras la muerte de Fran Borrego, una entrometida. La investigación que lleva Clara no es más que un pretexto que permite ahondar en la personalidad de los personajes y retratarlos porque de eso mismo va la novela, de retratar la vida de los habitantes de un pequeño pueblo y cómo se asimilan los acontecimientos, cómo se relacionan entre ellos y mostrar las dobleces de los personajes.
Dice la sinopsis que Cuando éramos ángeles es una novela coral y efectivamente hay mucho baile de personaje pero, bajo mi punto de vista, hay uno que subyuga a los demás, que los engloba como identidad, como unidad, como un todo, con personalidad propia, que no tolera la presencia de forasteros, que tiene sus propias normas y ante el que todos sucumben bajo unas leyes no escritas, como dije antes, que llevan marcadas a fuego. Me refiero al propio pueblo de Fuentegrande, una localidad ficticia pero que, a la vez, podría ser cualquier pueblo de las sierras andaluzas. El pueblo en sí es un microuniverso, un enclave aislado del resto del mundo donde todo queda reducido a unas pautas instauradas desde los primeros habitantes. Parece que en Fuentegrande no pasa el tiempo ni sus vecinos quieren, separado de la civilización, como a Clara le gusta verlo. Estos personajes fuera de este pueblo serían otros distintos, quizá más ángeles o quizá más demonios, pero distintos.
Sin duda, la ambientación es una asignatura que Beatriz Rodríguez supera con nota.Construye la autora un pueblo que refleja muy bien la vida en ellos, haciendo hincapié en las diferencias entre clases sociales, especialmente crudas. Muestra parajes en los que, el que manda, lo hace por imposición, propia y ajena, un poder sobreentendido, por encima incluso de la autoridad institucional que pueda tener los cuerpos de seguridad, en muchos casos, meramente anecdótica. Además, se hace muy patente los diferentes tipos de riqueza. No es lo mismo haber logrado fortuna con el trabajo diario que ser rico de nacimiento, por herencia familiar. Y es que en los pueblos la vida surca caminos muy distintos a los de las ciudades. Al individuo se le marca y etiqueta desde su nacimiento, se le pone un apodo, si corresponde, y si le construye un perfil que le acompañará toda la vida. Y luego, en el territorio juvenil, están los veranos, esos meses estivales que la adolescencia vive de otro modo. En Fuentegrande los jóvenes también asisten a bailes con luces de colores, se estrenan en los primeros flirteos y escarceos amorosos o prueban por primera vez el alcohol.
Y aprovecha la autora este retrato rural para hablarnos de la violencia, gratuita en la mayoría de los casos, que se practica en los pueblos. Los que hemos pasado parte de nuestra vida en pequeños municipios, sabemos de la violencia que a veces impera. No sé si os pasado alguna vez ser testigo del maltrato a un animal, algo que hoy se mira con otros ojos pero recuerdo en mi infancia que era algo habitual. Es una violencia que en los niños se considera chiquillada pero que puede caracterizar la personalidad adulta del individuo. Y en Fuentegrande habrá violencia, no hay más que ver cómo arranca la novela, una violencia asumida por los aldeanos, que miran hacia otro lado como si no fuera con ellos.
«La violencia es un camino de doble dirección que transita siempre entre la ira y el miedo».[pág. 58]
Y en contraposición a todo esto, la inocencia o la pérdida de la misma, el paso de niño-joven a adulto, dejar de ser ángeles para transformarnos en demonios, si no lo éramos ya antes.
«Cuando éramos ángeles nuestros zapatos no estaban manchados de sangre».[pág. 154]
Todos estos elementos hacen de Fuentegrande un pueblo muy verídico en el que pululan secretos, ocultos o a voces, que son la simiente de muchos actos y sucesos, el lazo de unión entre individuos, la venda que tapa los ojos o la boca. Son secretos que hacen florecer la envidia y el rencor y que pueden tener como resultado un trágico final. Tan real es Fuentegrande que ni siquiera le falta su tonto del pueblo.
Estructuralmente, la novela se asienta sobre un armazón muy delimitado y preciso. Tras ese preámbulo del que os hablaba antes y que se denomina Un aperitivo, encontraremos diversos capítulos que permiten alternar el pasado a modo de flashback -con el objeto de dar a conocer cómo era la vida de los personajes cuando eran adolescentes- con el presente -donde tendrá cabida la muerte de Fran y la sutil investigación de los hechos. La denominación de los capítulos tiene su importancia en esta novela. Si bien aquellos que transcurren en el presente no siguen un patrón definido, los que nos retrotraen al pasado vienen encabezados por el nombre de un receta típica del pueblo.Sangre encebollada, Habichuelas en escabeche o Gazpacho de culantro son algunos de los platos cuyos aromas y sabores inundarán estas páginas. Se trata de esos platos típicos que se llevan elaborando desde los antepasados, recetas que pasan de madres a hijas, algo muy típico en un entorno rural. Pero no penséis que estamos ante una novela que aprovecha la coyuntura para meter una receta que el lector pueda elaborar. No se trata de una descripción detallada al milímetro, con la relación de los ingredientes y sus cantidades, así como los tiempos de cocción. En realidad, todas las referencias culinarias simplemente están ahí para contribuir a la ambientación. Como también contribuye a la ambientación el repaso a los gustos musicales de los personajes, que nos permite hacer un recorrido por grupos tan conocidos como U2, Red Hot Chilli Pepper u Oasis.
Escrito en tercera persona, con un ritmo pausado donde la narración prevalece sobre el diálogo y algún leve toque de suspense, he de decir que me ha gustado el estilo narrativo de Beatriz Rodríguez. Creo que pone las cartas sobre la mesa de una forma muy inteligente, articulando un desenlace muy atractivo que me ha parecido un broche fantástico a una novela rural. De hecho, me ha gustado tanto ese final que me he quedado con ganas de saber más. Un final que también cuestiona moralmente las manos ejecutoras del crimen.
En definitiva, Cuando éramos ángeles ha supuesto una estupenda lectura en la que resulta muy fácil transitar por las calles y alrededores de Fuentegrande gracias a la magnífica labor de ambientación que realiza la autora. Además, es un acierto el baile de personajes, con personalidades tan distintas unas de otras, como lo es también usar un crimen cómo vehículo para narrar los entresijos de un pueblo.