Autor
Luis Sepúlveda nació en Ovalle, Chile, en 1949. En 1993 Tusquets Editores empezó la publicación de su obra con su célebre novela Un viejo que leía novelas de amor, traducida a numerosos idiomas, con ventas millonarias y llevada al cine con guión del propio Sepúlveda, bajo la dirección de Rolf de Heer y protagonizada por Richard Dreyfuss. Le siguieron las novelas Mundo del fin del mundo y Nombre de torero, el libro de viajes Patagonia Express, y los volúmenes de relatos Desencuentros, Diario de un killer sentimental, seguido de Yacaré y La lámpara de Aladino. Con Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, Sepúlveda se convirtió en un clásico vivo para muchos jóvenes y escolares. En esa misma tradición, Tusquets Editores ha publicado Historia de un perro llamado Leal. El fin de la historia significa el gran retorno de Luis Sepúlveda, retomando al protagonista de Nombre de torero, Juan Belmonte, con una novela que reúne lo mejor de sus grandes relatos: años de investigación condensados en una narración trepidante escrita a la manera de Chandler.
Luis Sepúlveda nació en Ovalle, Chile, en 1949. En 1993 Tusquets Editores empezó la publicación de su obra con su célebre novela Un viejo que leía novelas de amor, traducida a numerosos idiomas, con ventas millonarias y llevada al cine con guión del propio Sepúlveda, bajo la dirección de Rolf de Heer y protagonizada por Richard Dreyfuss. Le siguieron las novelas Mundo del fin del mundo y Nombre de torero, el libro de viajes Patagonia Express, y los volúmenes de relatos Desencuentros, Diario de un killer sentimental, seguido de Yacaré y La lámpara de Aladino. Con Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, Sepúlveda se convirtió en un clásico vivo para muchos jóvenes y escolares. En esa misma tradición, Tusquets Editores ha publicado Historia de un perro llamado Leal. El fin de la historia significa el gran retorno de Luis Sepúlveda, retomando al protagonista de Nombre de torero, Juan Belmonte, con una novela que reúne lo mejor de sus grandes relatos: años de investigación condensados en una narración trepidante escrita a la manera de Chandler.
Sinopsis
[Biografía y sinopsis tomadas directamente de la web de la editorial]
Tras haber librado mil batallas, muchas con Salvador Allende, Juan Belmonte ha depuesto las armas y vive en una casa frente al mar en el extremo sur de Chile, junto a algún amigo insobornable y a su compañera Verónica, que nunca se ha recuperado por completo de la tortura sufrida durante la dictadura. A ese Belmonte crepuscular y desencantado se le aparece el pasado en forma de encargo. Los servicios secretos rusos, que conocen su currículo de experto en guerra subterránea y de francotirador infalible, lo necesitan. Saben de un plan urdido por un grupo de nostálgicos cosacos, decididos a liberar de la cárcel a Miguel Krassnoff, torturador pinochetista condenado por crímenes contra la humanidad. Y quieren que Belmonte, quien tiene una muy buena razón, estrictamente personal, para odiar al «cosaco», los descubra. De la Rusia de Trotsky al Chile de Pinochet, de la Alemania nazi a la Patagonia de hoy, la nueva novela de Luis Sepúlveda atraviesa la historia del siglo XX hasta llegar a las páginas dramáticas donde Belmonte vivirá sus momentos más tensos y decisivos.
[Biografía y sinopsis tomadas directamente de la web de la editorial]
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Por fin le llega el turno a esta entrevista. Hace muchas semanas subí una foto a Facebook en la que se me veía sentada y conversando con el autor chileno Luis Sepúlveda. Creo que es una de las entrevistas que más me han marcado en los últimos tiempos, sin desmerecer a nadie. Más allá de leer las novelas de este autor, también es sumamente recomendable bucear por Internet y aprender sobre su vida. Encarcelado durante la dictadura de Pinochet, embarcó en un barco ballenero y casi pierde la vida en Alemania, aquejado de una enfermedad que, en principio, parecía leucemia.
Luis Sepúlveda regresa al plano literario de nuevo con una novela, El fin de la historia, en la que rescata a un viejo conocido, el personaje Juan Belmonte. El autor, que nos visitó durante el mes de mayo, no solo nos habló de su vida sino que también nos realizó un retrato de su Chile natal que rezumaba nostalgia y cierta amargura. Por supuesto, qué duda cabe, hablamos de literatura y de sus libros. Esto es lo que nos contó.
Marisa G.- Luis qué alegría conocerle. He estado leyendo mucho sobre su vida todos estos días. Me han sorprendido muchísimo todas sus experiencias vitales. Algunas cosas que le han ocurrido no han sido precisamente agradables. No sé si en algún momento, usted se ha arrepentido de algo. Si pudiera dar marcha atrás, ¿haría las cosas de otra manera? ¿Cambiaría algo?
Luis Sepúlveda regresa al plano literario de nuevo con una novela, El fin de la historia, en la que rescata a un viejo conocido, el personaje Juan Belmonte. El autor, que nos visitó durante el mes de mayo, no solo nos habló de su vida sino que también nos realizó un retrato de su Chile natal que rezumaba nostalgia y cierta amargura. Por supuesto, qué duda cabe, hablamos de literatura y de sus libros. Esto es lo que nos contó.
Marisa G.- Luis qué alegría conocerle. He estado leyendo mucho sobre su vida todos estos días. Me han sorprendido muchísimo todas sus experiencias vitales. Algunas cosas que le han ocurrido no han sido precisamente agradables. No sé si en algún momento, usted se ha arrepentido de algo. Si pudiera dar marcha atrás, ¿haría las cosas de otra manera? ¿Cambiaría algo?
Luis S.- No. Si tuviera que dar marcha atrás haría exactamente todo lo que hice, todo igual, porque me siento orgulloso. Esto es algo que le digo muchas veces a mis hijos. Hay pocas satisfacciones más grandes que mirarse al espejo por la mañana y decirse a uno mismo: «Ese tipo de ahí tiene sesenta y siete años y ha sido siempre un tío decente». Eso es una satisfacción enorme.
M.G.- Sesenta y siete años como usted indica y con una vida con mucho movimiento, muchos altibajos, cuando, por regla general, la inmensa mayoría de los mortales, tenemos una vida más plana.
L.S.- A mí es que me tocó nacer en una época muy rica y muy interesante. La segunda mitad del siglo XX fue muy convulsa, llena de sucesos. Tuvimos el Mayo del 68, la revolución china, la revolución rusa, la revolución cubana. Fue el siglo de las grandes expectativas, de los derechos civiles, en Estados Unidos los negros por fin pueden sentarse en un bus al lado de los blancos. El siglo en el que la mujer conquistó casi universalmente el derecho al sufragio, el siglo del feminismo, quizá la revolución más importante de la historia de la humanidad, cuando la mujer por fin toma conciencia de su propio desarrollo, que no tiene que depender del hombre,... Todo eso había que defenderlo, había que jugársela y claro...
M.G.- Ahí estaba usted.
L.S.- Bueno, yo y otros miles más.
M.G.- Sí, mucha gente por suerte. Bien, pues en el plano literario y a nivel internacional su voz y su nombre resuenan desde aquella novela maravillosa, Un viejo que leía novelas de amor. Fue un libro que llegó muy lejos. ¿Por qué cree usted que aquella novela funcionó tan bien? Hasta tal punto de llevarla incluso al cine.
L.S.- Funcionó y sigue funcionando. He perdido la cuenta de cuantos millares de ejemplares se ha vendido en el mundo. Sé que está traducida a cincuenta y dos idiomas. Tengo todas las traducciones en casa. Ahora recién en la Bretaña francesa, en Saint-Malo, donde se hace un festival literario muy lindo, para mí es el mejor festival que se hace en el mundo, que se llama Les Etonnants Voyageurs (Los viajeros encantados) resulta que va a estar dedicado a esa novela porque 25 años de su publicación en Francia.
A aquella novela le dediqué mucho tiempo y me la jugué con ella. Anteriormente solo había publicado unos libros de relatos, tres en concreto, y no tenía ninguna obsesión por publicar rápidamente. Era periodista y estaba feliz con mi profesión. Me ganaba la vida honradamente, eran tiempos dorados y nos pagaban buenos sueldos. Ahora ya todo es muy distinto. En aquellos años fui corresponsal de una revista alemana en Angola, Mozambique, Cabo Verde,... y le quité tiempo al tiempo para escribir. Sabía que para escribir una novela tenía que hacer como Don Quijote, velar y templar armas antes de salir a la aventura. ¿Y cómo? Pues leyendo, escribiendo relatos... Y cuando me planteé la novela sabía que la iba a jugar. Tenía que ser una novela como a mí me gustan que sean las novelas. Quería narrar desde la primera palabra o frase y quería que la novela acabara con la última palabra. Me salió lo que me salió.
Creo que es una buena novela. La gente lo entendió así.
M.G.- Y de toda su trayectoria literaria ¿es entonces la niña de sus ojos? ¿La novela a la que le tiene más cariño, más apego?
L.S.- No, no, no. Evidentemente la quiero, quiero mucho al personaje. Sufrí mucho cuando me plantearon hacer una película porque pensé que me la iban a destrozar. Pero cuando leí el guión, me gustó. Y cuando pude hablar con Richard Dreyfuss y él me manifestó el amor que sentía por ese personaje, me tranquilicé mucho.
Pero también hay otras novelas también por ejemplo La historia de la gaviota y el gato que le enseño a volar,...
M.G.- De la que también hay una adaptación.
L.S.- Sí hay una película de animación muy bonita. Patagonia Express es también una novela que me gusta. Ahora estamos preparando la película de Nombre de torero.
Me gusta mucho escribir y me gusta hacer las cosas bien. Es verdad que me exijo mucho, de ahí que mis novelas sean breves. Creo en la brevedad. Soy un enamorado de mi idioma porque este idioma permite la brevedad, la concisión de la manera que no permiten otros idiomas como el alemán, el inglés, el francés o el italiano, idiomas que hablo y sé lo que digo. Por eso detesto los que hacen arabescos raros con el idioma porque son incapaces de encontrar las palabras precisas para decir lo que hay que decir.
M.G.- Otra gran ventaja de nuestro idioma es que con una misma palabra se pueden definir muchos conceptos.
L.S.- Es un idioma que te permite ser muy conciso, jugar.
Mira, hay una anécdota que se cuenta y que yo creo que debe ser verdad. Hemingway hablaba más o menos español, lo aprendió en Cuba. En España lo chapurreó un poco pero en Cuba fue donde lo perfeccionó. Dicen que cuando una vez alguien le leyó en español el comienzo de El viejo y el mar, comentó que sonaba mucho mejor en español que en inglés. (Risas)
M.G.- (Risas) ¡Qué halago!
Pues después de todas esas novelas que ha escrito llega ahora con El fin de la historia, donde usted rescata a un antiguo compañero literario, a Juan Belmonte, el que fue protagonista de Nombre de torero, una novela que se publica en 1994. ¿Por qué rescatar a ese personaje después de tantos años?
L.S.- Esa pregunta es muy interesante. Voy a intentar ser conciso aunque lo que te voy a contar es largo.
Nombre de torero, la escribí en la peor situación que te puedas imaginar. Vivía en Alemania y un día empecé a sentirme mal, con muchos dolores, estaba muy enfermo. Fui al médico y me diagnosticaron leucemia. Me dijeron que me quedaban seis meses de vida. Sin embargo, me vio otro médico, un rumano muy inteligente que me dijo que aquello no era leucemia sino otra cosa. Era un tipo muy, muy inteligente. Me dijo que yo tenía que ser o latinoamericano o kurdo, le respondí que era latinoamericano. Me preguntó si había estado en la cárcel, le dije que sí
- ¿Cuánto tiempo? Casi tres años.
- ¿Dónde? En tal sitio, le dije. Y pidió un mapa.
- ¿Cómo era? Húmedo, frío y terrible
- ¿Lo pasaste mal? Sí, muy, muy mal.
- ¿Y la alimentación? Inexistente, le respondí. Salí de la cárcel pesando casi 48 kgs.
Me preguntó si conocía que existieran casos de tuberculosis. Y efectivamente hubo muchos casos. Pues bien, aquel médico me dijo que yo había contraído la tuberculosis pero como era un tipo seguramente de una estructura muy fuerte, sano, no se manifestó como se manifiesta a todo el mundo, con el bacilo de Koch en los pulmones.
- El maldito bacilo se te alojó en el peor lugar, en la columna vertebral. Tienes tuberculosis ósea y vas a quedar inválido.
- Vale pero ¿me voy a morir?
- No, no...
- Vale perfecto. Solo inválido.
- Salvo que me permitas realizar un experimento contigo. Estoy desarrollando un antibiótico que no me permiten usarlo porque la OMS no lo ha aprobado y me voy a arriesgar a que me quiten el título de médico contigo si me das tu autorización para probarlo. En ese caso, lo primero que voy a hacer es inmovilizarte durante medio año. Totalmente inmóvil. Te voy a meter como en una especie de sarcófago, pero dejándote los bracitos fuera, y te voy a dar ese antibiótico durante seis meses. Vas a gritar de dolor pero creo que va a resultar.
- Vale, lo acepto.
Y me quedé pensando que lo mismo iba a estirar la pata. Tenía más o menos la idea de esa novela en la mente. Me propuse crear un personaje al que darle mi biografía, ¿por qué no? Que haga todo lo que yo he hecho. Que pase por todo lo que yo pasé. Aunque también hay algunas cosas inventadas porque yo jamás fui matón de un burdel pero él sí (risas). Y la novela la escribí, me curé y se publicó.
Con el tiempo siempre me he preguntado qué sería del personaje y me planteé rescatarlo algún día. Y ese día llegó con El fin de la historia una novela que nace partiendo de un hecho real que es el siguiente. En el año 2005, al palacio de gobierno de Santiago de Chile, que llamamos coloquialmente La moneda, llegó una delegación muy rara, unos tíos vestidos con ropas raras. Eran cosacos. La gente que los vio pensó que eran una delegación del Teatro Bolshói, el ballet ruso y no, eran cosacos de verdad que habían ido a comprar la libertad de un criminal que se llamaba Miguel Krassnoff, condenado ya varias veces de por vida. Claro, la primera gestión de la presidenta Bachelet fue explicarle que así no funcionaban las cosas, que existían tres poderes independientes, que aquel tío era un asesino y un criminal y que iba a morir en la cárcel. Los tipos la amenazaron diciendo que aquello iba a poner en peligro las relaciones comerciales entre la Federación rusa y Chile. Hasta ahí llega la historia real.
Pero cuando a ti te viene la idea de una novela, abres una puerta y esa puerta te lleva a un país que se llama ucronía, y la ucronía tiene una especie de felpudo, como el de Ikea, que dice «Y si pasara esto. Y si ocurriera esto,...» Y así surgió la novela con el único personaje que mejor encajaría en un argumento así, Juan Belmonte, por eso lo convoqué de nuevo.
M.G.- ¿Y por qué el nombre de Juan Belmonte, exactamente? Los que no hemos leído esa novela, inevitablemente lo relacionamos con el torero.
L.S.- Claro. Estando en el hospital, cuando empecé a construir el personaje, yo veía de leer Fiesta de Hemingway. No soy amante de los toros pero en aquella novela me gustó el hombre. No era un patán. Era un tipo noble. Debía de ser de sentimiento generosísimo por cómo lo describe Hemingway. Pensé que era un honor que un personaje se llamara así, para que no lo olvidaran. De ahí que a mi Belmonte, cada vez que va a alguna parte siempre le dicen lo mismo que se llama igual que un famoso torero.
M.G.- Luis, en Nombre de torero, la trama giraba alrededor de un tesoro robado por los nazis. En El fin de la historia aparecen los rusos que pretenden liberar a un torturador pinochetista, como usted comenta, condenado por crímenes contra la humanidad. Dice la faja de la novela que estamos ante una novela policíaca pero no es una novela policíaca al uso, ¿verdad?
L.S.- No, no. Hoy en día se encasillan las cosas pero no lo es aunque por algunos aspectos de la trama se podría catalogar así. Se inscribe más bien en algo que se llama la novela negra latinoamericana que ha violentado los géneros. Toma algo de la literatura de viajes, de la literatura de aventuras, de la historia social del último tiempo que permite además dar, sin inventarte nada, una visión distanciada de algunos hechos históricos. Los hechos que se narran en la novela realmente ocurrieron, lo que pasa es que nadie se había preocupado nunca de meterlos en una novela.
Y algo muy importante, cuando se narran ciertos acontecimientos históricos, especialmente duros y difíciles. Hay que ser tremendamente pudorosos con las víctimas. Hay gente que no ha superado algunos sucesos.
El libro está dedicado a Carmen Yáñez, mi compañera, mi mujer, que pasó por muchos momentos terribles en el campo de concentración que aparece en la novela.
M.G.- Sobre ese tema la quería preguntar, sobre la dedicatoria y la mención a la prisionera 824. Desconocía que fuera su esposa. Se me pusieron los vellos de punta cuando la leí.
L.S.- Era un número, nada más.
M.G.- Luis, cuando se comenten hechos atroces contra la humanidad quedan fuertemente vinculados a un lugar en concreto. En este caso, usted habla de Villa Grimaldi y explica en las páginas finales del libro qué fue en su origen y en qué se convirtió.
L.S.- En la memoria de muchos habitantes de Santiago que tienen más de sesenta años figura Villa Grimaldi como una hermosa casa pero terminó por convertirse en un lugar de horror. De los tres mil desaparecidos que dejó la dictadura chilena la mayoría entraron y desaparecieron ahí, en esa casa, o si salieron lo hicieron vaya usted a saber cómo.
M.G.- Qué horror. En su libro la dictadura de Pinochet está muy presente. Pinochet es un apellido que llevan tatuado a fuego los chilenos como los españoles llevamos el de Franco. ¿Cómo cree que usted que las nuevas generaciones, los jóvenes, ven esos episodios de nuestra historia? ¿Son conscientes de lo que vivieron sus padres, sus abuelos,... o lo ven como algo muy lejano que le es totalmente indiferente?
L.S.- Siempre se intenta minimizar las partes feas de la historia, sobre todo en las dictaduras, con leyes o con costumbres que se imponen. En el caso de los latinoamericanos que padecimos dictaduras, -los argentinos, los chilenos, los uruguayos-, no fue así porque se logró algo. Y es curioso que el gran impulsor de que se lograra algo fuera un juez español, Garzón, que fue el que les dio valor a los jueces argentinos y a los chilenos para procesar a los canallas. Si no hubiera existido Garzón hubiera sido muy difícil que algún juez se hubiera atrevido.
Garzón llegó tanto a Chile como a Argentina con seis maletas llenas de códigos de Procesamiento Penal y puso al alcance de los jueces las claves para que las estudiaran bien. Si era posible, había que hacerlo. Y a partir de aquello comenzaron los juicios y se produjo un goteo constante en Argentina, en Chile,... No pasaba una semana sin que uno entrara en la cárcel por torturador, por asesino... Evidentemente esto se va a superar aunque va a ser un mal recuerdo y yo quiero que sea así, pero también quiero que sea parte de la memoria colectiva de la nación. Esto pasó y nunca más debe volver a pasar y para que las cosas no vuelvan a pasar nunca más hay que conocerlas en su plenitud.
M.G.- Y hablando de Chile, su país de nacimiento, ¿cómo ve la situación actual? ¿Qué queda del Chile que usted conoció?
L.S.- Nada. No queda absolutamente nada. Chile es un país que sufrió cambios muy radicales durante los dieciséis años de dictadura. Chile fue el primer experimento del neoliberalismo en la economía. No era un país rico, tampoco era pobre, al menos no conocía la miseria. Era un país que tenía un tremendo potencial. Era el único de los países latinoamericanos que exportaba y no solamente fruta sino también productos manufacturados. Todo el planeta se electrificó con hilo de cobre hecho en Chile. Teníamos los minerales de cobre más grande y los procesábamos y los exportábamos en forma de alambre de cobre, de tuberías de cobre y otros derivados. Éramos la segunda potencia exportadora de textil después de Inglaterra porque teníamos la enorme Patagonia donde había millones de ovejas que daban lana.
Hoy, después de la dictadura, Chile no produce ni un alfiler. Todo se importa. Fue un país que tenía pleno empleo entre 1950 y 1973, un país que tenía una clase obrera y proletaria que trabajaba en eso, en el cobre, en las minas, en las industrias textiles y que era políticamente muy culta porque se había beneficiado del regalo cultural que nos hicieron todos aquellos españolitos que llegaron en el Winnipeg, el barco que Neruda mandó a Chile en el 39. Fueron 50 años de cultura que llegaron en un solo día. Eso fue un regalo que no te puedes imaginar, de verdad.
Tengo una amiga muy querida, Roser Bru, una pintora que llegó de niña en ese barco. Un día, hablando con ella, le dije que, como chileno, no tenía palabras para darle las gracias por haber fundado para mí, para mis hijos, para mis nietos, el Museo Chileno de Arte Contemporáneo. Ni tampoco tenía palabras para decirle a José Balmes, un pintor que también llegó en ese barco, muchas gracias por haber fundado la Fábrica Chilena de Bellas Artes. Ni a Arturo Soria, para darle las gracias por haber fundado para mí, para mis hijos y para mis nietos, cuatro facultades de arquitectura. Todo esto influyó en la clase obrera. Pero la dictadura lo cambió todo al eliminar una forma de sociabilidad sustentada en el trabajo que quedó reemplazada por una sociabilidad sustentada en la competencia, en el individualismo.
Chile es hoy un país de servicios. La mitad de los chilenos compra y la otra mitad vende. No se produce nada y esto evidentemente ha creado eso que llaman como la desafección de la política, una abulia ciudadana. Y si a eso ya le agregas el fenómeno de corrupción que ha salpicado a todo el mundo... Sin embargo, se empiezan ya a generar alternativas, sobre todo entre la gente joven.
M.G.- Bueno, por lo menos hay esperanza.
L.S.- Sí. Hace seis años había cuatro jóvenes que destacaban en el movimiento estudiantil hoy son diputados y son los que están encabezando una posibilidad nueva.
M.G.- Eso es buena señal.
Y volviendo a la novela y al personaje, Luis. Usted ha sido una persona muy comprometida en todo lo que ha hecho. Le estoy escuchando hablar de su país con un discurso tan apasionado. ¿Juan Belmonte también posee rasgos de la personalidad de Luis Sepúlveda?
L.S.- Juan Belmonte y yo somos parecidos, sí. Ambos hemos tenido un pasado común pero lo que le admiro a Belmonte es que fue capaz de hacer algo que a mí me hubiera gustado hacer y que no he conseguido. Belmonte ha podido irse a vivir tranquilo y en paz a un rincón perdido (risas). Lo que pasa es que han ido a buscarlo y lo han sacado de su rincón (risas).
De todos modos creo que Belmonte es más soñador que yo. Creo que además, como se ve en la novela, conoce la delgada línea roja que separa la justicia de la venganza y nunca la cruza.
M.G.- Y mantiene una relación amorosa con Verónica, una relación que ya viene de atrás, de Nombre de torero. ¿Esta relación se ha mantenido estable con el paso del tiempo?
L.S.- Sí, Belmonte ha cuidado a Verónica y ha esperado que se recupere.
M.G.- Verónica es un personaje muy tortuoso, complicado, con muchas aristas por todo lo que le ha tocado vivir. ¿Es más difícil de definir que Juan Belmonte?
L.S.- Una vez escuché decir a un doctor de una clínica de Dinamarca, donde se mandaba a la gente que lo había pasado muy mal y tenía problemas psíquicos muy graves, que el ser humano tiene como un mecanismo en su interior que nos lleva a hacer algo parecido a lo que los místicos llaman un viaje astral, que nos aleja de nuestro cuerpo. No importa lo que hagan con nuestro cuerpo porque te has alejado de ti mismo. El problema es que, si no te matan, tienes que volver después de ese viaje y eso es muy difícil. Esto es lo que le ha pasado a Verónica.
M.G.- La vida de ese personaje es muy impactante. Me llamó mucho la atención.
Y hablando de otras cuestiones, también resulta curioso la manera en la que usted titula los capítulos. Ha usado coordenadas.
L.S.- En este caso preferí usar coordenadas para no tener que decir fechas, lugares, etcétera. Que el lector también se tome su trabajo y busque dónde están los personajes y dónde transcurren los hechos de cada capítulo.
M.G.- Pues habrá que buscarlas entonces (risas).
Luis, vive usted en Gijón donde fundó el Salón del Libro Iberoamericano que creo que dejó de celebrarse.
L.S.- Así es. Lo hicimos durante catorce años y se terminó en 2011.
M.G.- Pues qué pena, ¿no? Fue un evento que atraía a mucha gente del sector.
L.S.- Sí, fue una experiencia muy bonita que sirvió mucho para poner en contacto a editores del resto de Europa con autores hispano-hablantes. Muchos escritores encontraron su huequito en Italia, Francia, Holanda, Portugal o Grecia. Pero aquello se acabó por la crisis. Hubo un cambio de gobierno en Gijón. La administración se desinteresó por la cultura totalmente.
M.G.- Menudo error.
L.S.- Hay algunos que no entienden que la cultura no es un gasto sino una inversión.
M.G.- Es el futuro de un país.
L.S.- Sí. Nosotros recibíamos del Ayuntamiento de Gijón la enorme colaboración que era el lugar en el que hacíamos el Salón. Evidentemente aquella era una tremenda colaboración pero ni un centavo en dinero, nunca lo pedimos tampoco. Pero claro ellos tenían que pagar los bedeles y algunas cosas más. Sin embargo, lo que el Salón traía a la ciudad, además del renombre, se traducía en negocio para los bares, los hoteles, los restaurantes,... Era una semana que se beneficiaban los comerciantes y ellos fueron los primeros que pusieron la voz en el cielo cuando aquello dejó de hacerse.
M.G.- Siempre recortan por donde no deben, Luis.
Bueno, para ir terminando. Me voy a quedar con una frase que se dice en la solapa del libro: «Sepúlveda se ha convertido en un clásico vivo para muchos jóvenes y escolares».Tremenda frase. ¿Qué opina de ella?
L.S.- Terrible. El único destino de los monumentos es que te caguen las palomas. (Risas).
M.G.- (Risas) Pero queda usted ahí para la posteridad.
L.S.- Sí, eso sí. Mira, me emociono cuando se me acerca alguna persona que me cuenta que leyó mis libros en el pasado, que después los leyó su hija y ahora los lee su nieto. Tres generaciones leyendo mis novelas. Es algo que me emociona mucho.
Yo no soy mucho de aparecer en primera línea. Siempre me gusta retirarme. Una vez alguien me dijo algo muy raro. Fue en una fiesta en la Feria del Libro de Madrid. Me comentó que tenía un problema, que no me dejaba ver, que era invisible. ¿Cómo que invisible?, le pregunté. Y me respondió que nunca me deja ver en los cócteles y cosas así. Bueno, yo soy feliz en mi sitio. Los que me ven son mis paisanos cuando salgo a tomar una sidra.
M.G.- Prefiere usted estar en segundo plano. Pero es bonita la frase y además me pareció muy significativa, algo para estar orgulloso.
L.S.- Pues que no la lean mis hijos. Tengo seis hijos y seis nietos. Mis hijos, especialmente León, que vive en Estados Unidos, cuando nos juntamos todos en casa en Navidad y voy a decir algo, suelta: «Todo el mundo en silencio que el viejo va a decir algo memorable». Es un cabroncete. (Risas).
M.G.- (Risas) Tiene gracia, sí.
Bueno Luis lo vamos a dejar ya. Ha sido un enorme placer pasar este rato con usted. He disfrutado mucho con esta charla.
L.S.- Yo he disfrutado con una buena entrevista. Y estas cosas se pagan en oro.
M.G.- (Risas) De verdad, ha tenido usted una vida apasionante, de película. Quizá algún día, en vez de llevar al cine alguna de sus novelas, deberían llevar su vida.
L.S.- No soy Indiana Jones.
M.G.- Ya pero es usted mucho más real. Muchas gracias por todo.
L.S.- Gracias a ti.
Como dije antes, es una de las entrevistas que más me ha impactado recientemente. Escuchar hablar de literatura a Luis Sepúlveda es sentir inmediatas ganas de comenzar a leer novelas de amor. O bien, al oírlo hablar de un país que el poder, la insensatez, la codicia y la ignominia destruyó, resulta inevitable que a una se le revuelvan las tripas.
El fin de la historia promete ser una lectura apasionante de la que os hablaré en cuanto tenga la más mínima oportunidad.
Nombre de torero, la escribí en la peor situación que te puedas imaginar. Vivía en Alemania y un día empecé a sentirme mal, con muchos dolores, estaba muy enfermo. Fui al médico y me diagnosticaron leucemia. Me dijeron que me quedaban seis meses de vida. Sin embargo, me vio otro médico, un rumano muy inteligente que me dijo que aquello no era leucemia sino otra cosa. Era un tipo muy, muy inteligente. Me dijo que yo tenía que ser o latinoamericano o kurdo, le respondí que era latinoamericano. Me preguntó si había estado en la cárcel, le dije que sí
- ¿Cuánto tiempo? Casi tres años.
- ¿Dónde? En tal sitio, le dije. Y pidió un mapa.
- ¿Cómo era? Húmedo, frío y terrible
- ¿Lo pasaste mal? Sí, muy, muy mal.
- ¿Y la alimentación? Inexistente, le respondí. Salí de la cárcel pesando casi 48 kgs.
Me preguntó si conocía que existieran casos de tuberculosis. Y efectivamente hubo muchos casos. Pues bien, aquel médico me dijo que yo había contraído la tuberculosis pero como era un tipo seguramente de una estructura muy fuerte, sano, no se manifestó como se manifiesta a todo el mundo, con el bacilo de Koch en los pulmones.
- El maldito bacilo se te alojó en el peor lugar, en la columna vertebral. Tienes tuberculosis ósea y vas a quedar inválido.
- Vale pero ¿me voy a morir?
- No, no...
- Vale perfecto. Solo inválido.
- Salvo que me permitas realizar un experimento contigo. Estoy desarrollando un antibiótico que no me permiten usarlo porque la OMS no lo ha aprobado y me voy a arriesgar a que me quiten el título de médico contigo si me das tu autorización para probarlo. En ese caso, lo primero que voy a hacer es inmovilizarte durante medio año. Totalmente inmóvil. Te voy a meter como en una especie de sarcófago, pero dejándote los bracitos fuera, y te voy a dar ese antibiótico durante seis meses. Vas a gritar de dolor pero creo que va a resultar.
- Vale, lo acepto.
Y me quedé pensando que lo mismo iba a estirar la pata. Tenía más o menos la idea de esa novela en la mente. Me propuse crear un personaje al que darle mi biografía, ¿por qué no? Que haga todo lo que yo he hecho. Que pase por todo lo que yo pasé. Aunque también hay algunas cosas inventadas porque yo jamás fui matón de un burdel pero él sí (risas). Y la novela la escribí, me curé y se publicó.
Con el tiempo siempre me he preguntado qué sería del personaje y me planteé rescatarlo algún día. Y ese día llegó con El fin de la historia una novela que nace partiendo de un hecho real que es el siguiente. En el año 2005, al palacio de gobierno de Santiago de Chile, que llamamos coloquialmente La moneda, llegó una delegación muy rara, unos tíos vestidos con ropas raras. Eran cosacos. La gente que los vio pensó que eran una delegación del Teatro Bolshói, el ballet ruso y no, eran cosacos de verdad que habían ido a comprar la libertad de un criminal que se llamaba Miguel Krassnoff, condenado ya varias veces de por vida. Claro, la primera gestión de la presidenta Bachelet fue explicarle que así no funcionaban las cosas, que existían tres poderes independientes, que aquel tío era un asesino y un criminal y que iba a morir en la cárcel. Los tipos la amenazaron diciendo que aquello iba a poner en peligro las relaciones comerciales entre la Federación rusa y Chile. Hasta ahí llega la historia real.
Pero cuando a ti te viene la idea de una novela, abres una puerta y esa puerta te lleva a un país que se llama ucronía, y la ucronía tiene una especie de felpudo, como el de Ikea, que dice «Y si pasara esto. Y si ocurriera esto,...» Y así surgió la novela con el único personaje que mejor encajaría en un argumento así, Juan Belmonte, por eso lo convoqué de nuevo.
M.G.- ¿Y por qué el nombre de Juan Belmonte, exactamente? Los que no hemos leído esa novela, inevitablemente lo relacionamos con el torero.
L.S.- Claro. Estando en el hospital, cuando empecé a construir el personaje, yo veía de leer Fiesta de Hemingway. No soy amante de los toros pero en aquella novela me gustó el hombre. No era un patán. Era un tipo noble. Debía de ser de sentimiento generosísimo por cómo lo describe Hemingway. Pensé que era un honor que un personaje se llamara así, para que no lo olvidaran. De ahí que a mi Belmonte, cada vez que va a alguna parte siempre le dicen lo mismo que se llama igual que un famoso torero.
M.G.- Luis, en Nombre de torero, la trama giraba alrededor de un tesoro robado por los nazis. En El fin de la historia aparecen los rusos que pretenden liberar a un torturador pinochetista, como usted comenta, condenado por crímenes contra la humanidad. Dice la faja de la novela que estamos ante una novela policíaca pero no es una novela policíaca al uso, ¿verdad?
L.S.- No, no. Hoy en día se encasillan las cosas pero no lo es aunque por algunos aspectos de la trama se podría catalogar así. Se inscribe más bien en algo que se llama la novela negra latinoamericana que ha violentado los géneros. Toma algo de la literatura de viajes, de la literatura de aventuras, de la historia social del último tiempo que permite además dar, sin inventarte nada, una visión distanciada de algunos hechos históricos. Los hechos que se narran en la novela realmente ocurrieron, lo que pasa es que nadie se había preocupado nunca de meterlos en una novela.
Y algo muy importante, cuando se narran ciertos acontecimientos históricos, especialmente duros y difíciles. Hay que ser tremendamente pudorosos con las víctimas. Hay gente que no ha superado algunos sucesos.
El libro está dedicado a Carmen Yáñez, mi compañera, mi mujer, que pasó por muchos momentos terribles en el campo de concentración que aparece en la novela.
M.G.- Sobre ese tema la quería preguntar, sobre la dedicatoria y la mención a la prisionera 824. Desconocía que fuera su esposa. Se me pusieron los vellos de punta cuando la leí.
L.S.- Era un número, nada más.
M.G.- Luis, cuando se comenten hechos atroces contra la humanidad quedan fuertemente vinculados a un lugar en concreto. En este caso, usted habla de Villa Grimaldi y explica en las páginas finales del libro qué fue en su origen y en qué se convirtió.
L.S.- En la memoria de muchos habitantes de Santiago que tienen más de sesenta años figura Villa Grimaldi como una hermosa casa pero terminó por convertirse en un lugar de horror. De los tres mil desaparecidos que dejó la dictadura chilena la mayoría entraron y desaparecieron ahí, en esa casa, o si salieron lo hicieron vaya usted a saber cómo.
M.G.- Qué horror. En su libro la dictadura de Pinochet está muy presente. Pinochet es un apellido que llevan tatuado a fuego los chilenos como los españoles llevamos el de Franco. ¿Cómo cree que usted que las nuevas generaciones, los jóvenes, ven esos episodios de nuestra historia? ¿Son conscientes de lo que vivieron sus padres, sus abuelos,... o lo ven como algo muy lejano que le es totalmente indiferente?
L.S.- Siempre se intenta minimizar las partes feas de la historia, sobre todo en las dictaduras, con leyes o con costumbres que se imponen. En el caso de los latinoamericanos que padecimos dictaduras, -los argentinos, los chilenos, los uruguayos-, no fue así porque se logró algo. Y es curioso que el gran impulsor de que se lograra algo fuera un juez español, Garzón, que fue el que les dio valor a los jueces argentinos y a los chilenos para procesar a los canallas. Si no hubiera existido Garzón hubiera sido muy difícil que algún juez se hubiera atrevido.
Garzón llegó tanto a Chile como a Argentina con seis maletas llenas de códigos de Procesamiento Penal y puso al alcance de los jueces las claves para que las estudiaran bien. Si era posible, había que hacerlo. Y a partir de aquello comenzaron los juicios y se produjo un goteo constante en Argentina, en Chile,... No pasaba una semana sin que uno entrara en la cárcel por torturador, por asesino... Evidentemente esto se va a superar aunque va a ser un mal recuerdo y yo quiero que sea así, pero también quiero que sea parte de la memoria colectiva de la nación. Esto pasó y nunca más debe volver a pasar y para que las cosas no vuelvan a pasar nunca más hay que conocerlas en su plenitud.
M.G.- Y hablando de Chile, su país de nacimiento, ¿cómo ve la situación actual? ¿Qué queda del Chile que usted conoció?
L.S.- Nada. No queda absolutamente nada. Chile es un país que sufrió cambios muy radicales durante los dieciséis años de dictadura. Chile fue el primer experimento del neoliberalismo en la economía. No era un país rico, tampoco era pobre, al menos no conocía la miseria. Era un país que tenía un tremendo potencial. Era el único de los países latinoamericanos que exportaba y no solamente fruta sino también productos manufacturados. Todo el planeta se electrificó con hilo de cobre hecho en Chile. Teníamos los minerales de cobre más grande y los procesábamos y los exportábamos en forma de alambre de cobre, de tuberías de cobre y otros derivados. Éramos la segunda potencia exportadora de textil después de Inglaterra porque teníamos la enorme Patagonia donde había millones de ovejas que daban lana.
Hoy, después de la dictadura, Chile no produce ni un alfiler. Todo se importa. Fue un país que tenía pleno empleo entre 1950 y 1973, un país que tenía una clase obrera y proletaria que trabajaba en eso, en el cobre, en las minas, en las industrias textiles y que era políticamente muy culta porque se había beneficiado del regalo cultural que nos hicieron todos aquellos españolitos que llegaron en el Winnipeg, el barco que Neruda mandó a Chile en el 39. Fueron 50 años de cultura que llegaron en un solo día. Eso fue un regalo que no te puedes imaginar, de verdad.
Tengo una amiga muy querida, Roser Bru, una pintora que llegó de niña en ese barco. Un día, hablando con ella, le dije que, como chileno, no tenía palabras para darle las gracias por haber fundado para mí, para mis hijos, para mis nietos, el Museo Chileno de Arte Contemporáneo. Ni tampoco tenía palabras para decirle a José Balmes, un pintor que también llegó en ese barco, muchas gracias por haber fundado la Fábrica Chilena de Bellas Artes. Ni a Arturo Soria, para darle las gracias por haber fundado para mí, para mis hijos y para mis nietos, cuatro facultades de arquitectura. Todo esto influyó en la clase obrera. Pero la dictadura lo cambió todo al eliminar una forma de sociabilidad sustentada en el trabajo que quedó reemplazada por una sociabilidad sustentada en la competencia, en el individualismo.
Chile es hoy un país de servicios. La mitad de los chilenos compra y la otra mitad vende. No se produce nada y esto evidentemente ha creado eso que llaman como la desafección de la política, una abulia ciudadana. Y si a eso ya le agregas el fenómeno de corrupción que ha salpicado a todo el mundo... Sin embargo, se empiezan ya a generar alternativas, sobre todo entre la gente joven.
M.G.- Bueno, por lo menos hay esperanza.
L.S.- Sí. Hace seis años había cuatro jóvenes que destacaban en el movimiento estudiantil hoy son diputados y son los que están encabezando una posibilidad nueva.
M.G.- Eso es buena señal.
Y volviendo a la novela y al personaje, Luis. Usted ha sido una persona muy comprometida en todo lo que ha hecho. Le estoy escuchando hablar de su país con un discurso tan apasionado. ¿Juan Belmonte también posee rasgos de la personalidad de Luis Sepúlveda?
L.S.- Juan Belmonte y yo somos parecidos, sí. Ambos hemos tenido un pasado común pero lo que le admiro a Belmonte es que fue capaz de hacer algo que a mí me hubiera gustado hacer y que no he conseguido. Belmonte ha podido irse a vivir tranquilo y en paz a un rincón perdido (risas). Lo que pasa es que han ido a buscarlo y lo han sacado de su rincón (risas).
De todos modos creo que Belmonte es más soñador que yo. Creo que además, como se ve en la novela, conoce la delgada línea roja que separa la justicia de la venganza y nunca la cruza.
M.G.- Y mantiene una relación amorosa con Verónica, una relación que ya viene de atrás, de Nombre de torero. ¿Esta relación se ha mantenido estable con el paso del tiempo?
L.S.- Sí, Belmonte ha cuidado a Verónica y ha esperado que se recupere.
M.G.- Verónica es un personaje muy tortuoso, complicado, con muchas aristas por todo lo que le ha tocado vivir. ¿Es más difícil de definir que Juan Belmonte?
L.S.- Una vez escuché decir a un doctor de una clínica de Dinamarca, donde se mandaba a la gente que lo había pasado muy mal y tenía problemas psíquicos muy graves, que el ser humano tiene como un mecanismo en su interior que nos lleva a hacer algo parecido a lo que los místicos llaman un viaje astral, que nos aleja de nuestro cuerpo. No importa lo que hagan con nuestro cuerpo porque te has alejado de ti mismo. El problema es que, si no te matan, tienes que volver después de ese viaje y eso es muy difícil. Esto es lo que le ha pasado a Verónica.
M.G.- La vida de ese personaje es muy impactante. Me llamó mucho la atención.
Y hablando de otras cuestiones, también resulta curioso la manera en la que usted titula los capítulos. Ha usado coordenadas.
L.S.- En este caso preferí usar coordenadas para no tener que decir fechas, lugares, etcétera. Que el lector también se tome su trabajo y busque dónde están los personajes y dónde transcurren los hechos de cada capítulo.
M.G.- Pues habrá que buscarlas entonces (risas).
Luis, vive usted en Gijón donde fundó el Salón del Libro Iberoamericano que creo que dejó de celebrarse.
L.S.- Así es. Lo hicimos durante catorce años y se terminó en 2011.
M.G.- Pues qué pena, ¿no? Fue un evento que atraía a mucha gente del sector.
L.S.- Sí, fue una experiencia muy bonita que sirvió mucho para poner en contacto a editores del resto de Europa con autores hispano-hablantes. Muchos escritores encontraron su huequito en Italia, Francia, Holanda, Portugal o Grecia. Pero aquello se acabó por la crisis. Hubo un cambio de gobierno en Gijón. La administración se desinteresó por la cultura totalmente.
M.G.- Menudo error.
L.S.- Hay algunos que no entienden que la cultura no es un gasto sino una inversión.
M.G.- Es el futuro de un país.
L.S.- Sí. Nosotros recibíamos del Ayuntamiento de Gijón la enorme colaboración que era el lugar en el que hacíamos el Salón. Evidentemente aquella era una tremenda colaboración pero ni un centavo en dinero, nunca lo pedimos tampoco. Pero claro ellos tenían que pagar los bedeles y algunas cosas más. Sin embargo, lo que el Salón traía a la ciudad, además del renombre, se traducía en negocio para los bares, los hoteles, los restaurantes,... Era una semana que se beneficiaban los comerciantes y ellos fueron los primeros que pusieron la voz en el cielo cuando aquello dejó de hacerse.
M.G.- Siempre recortan por donde no deben, Luis.
Bueno, para ir terminando. Me voy a quedar con una frase que se dice en la solapa del libro: «Sepúlveda se ha convertido en un clásico vivo para muchos jóvenes y escolares».Tremenda frase. ¿Qué opina de ella?
L.S.- Terrible. El único destino de los monumentos es que te caguen las palomas. (Risas).
M.G.- (Risas) Pero queda usted ahí para la posteridad.
L.S.- Sí, eso sí. Mira, me emociono cuando se me acerca alguna persona que me cuenta que leyó mis libros en el pasado, que después los leyó su hija y ahora los lee su nieto. Tres generaciones leyendo mis novelas. Es algo que me emociona mucho.
Yo no soy mucho de aparecer en primera línea. Siempre me gusta retirarme. Una vez alguien me dijo algo muy raro. Fue en una fiesta en la Feria del Libro de Madrid. Me comentó que tenía un problema, que no me dejaba ver, que era invisible. ¿Cómo que invisible?, le pregunté. Y me respondió que nunca me deja ver en los cócteles y cosas así. Bueno, yo soy feliz en mi sitio. Los que me ven son mis paisanos cuando salgo a tomar una sidra.
M.G.- Prefiere usted estar en segundo plano. Pero es bonita la frase y además me pareció muy significativa, algo para estar orgulloso.
L.S.- Pues que no la lean mis hijos. Tengo seis hijos y seis nietos. Mis hijos, especialmente León, que vive en Estados Unidos, cuando nos juntamos todos en casa en Navidad y voy a decir algo, suelta: «Todo el mundo en silencio que el viejo va a decir algo memorable». Es un cabroncete. (Risas).
M.G.- (Risas) Tiene gracia, sí.
Bueno Luis lo vamos a dejar ya. Ha sido un enorme placer pasar este rato con usted. He disfrutado mucho con esta charla.
L.S.- Yo he disfrutado con una buena entrevista. Y estas cosas se pagan en oro.
M.G.- (Risas) De verdad, ha tenido usted una vida apasionante, de película. Quizá algún día, en vez de llevar al cine alguna de sus novelas, deberían llevar su vida.
L.S.- No soy Indiana Jones.
M.G.- Ya pero es usted mucho más real. Muchas gracias por todo.
L.S.- Gracias a ti.
Como dije antes, es una de las entrevistas que más me ha impactado recientemente. Escuchar hablar de literatura a Luis Sepúlveda es sentir inmediatas ganas de comenzar a leer novelas de amor. O bien, al oírlo hablar de un país que el poder, la insensatez, la codicia y la ignominia destruyó, resulta inevitable que a una se le revuelvan las tripas.
El fin de la historia promete ser una lectura apasionante de la que os hablaré en cuanto tenga la más mínima oportunidad.
[Algunas imágenes e ilustraciones tomadas de Google]