Año: 2017
Nacionalidad: Española.
Director: Lino Escalera.
Reparto: Nathalie Poza, Juan Diego, Lola Dueñas, Pau Durá, Miki Esparbé, César Bandera, Noa Fontanals Fourgnaud, Marc Martínez, Oriol Pla, Greta Fernández, Emilio Palacios, Pere Basó, Miguel Guardiola, Bruno Sevilla, Darien Asian, Xavi Sáez.
Género: Drama.
Sinopsis: Carla recibe una llamada de su hermana: su padre, con el que hace tiempo que no se habla, está enfermo. Ese mismo día, coge un vuelo a Almería, a la casa de su infancia. Allí, los médicos le dan a su padre pocos meses de vida. Pero Carla se niega a aceptarlo y contra la opinión de todos, decide llevárselo a Barcelona para tratarle. Ambos emprenden un viaje para escapar de una realidad que ninguno se atreve a afrontar.
[Fuente: Filmaffinity]
Creo haberlo comentado alguna vez. Existen largometrajes que ya desde los créditos te hacen intuir su aspereza o su suavidad, sensaciones que se pegan a tu piel adelantando el tipo de historia con la que te vas a encontrar. Esos instantes iniciales, mientras los nombres del reparto se van sucediendo, me aportan una información valiosa, ya sea por la estética sobria de la secuencia de apertura o por la melosidad de los acordes con los que arranca la banda sonora. Uno puede barruntar ante qué tipo de película está, si es una comedia de consumo rápido o un drama de los que dejan profunda huella. Y con respecto a estos últimos, dramas hay muchos y no todos se digieren igual. No sé decir adiós, un título muy poco apegado al vodevil, es un drama de los que te golpean en el pecho y te obligan a pensar en lo que no quieres.
La película parte de dos hilos que se unen tras los primeros diez minutos. José Luis es un profesor de autoescuela almeriense, malhumorado y furibundo. No soporta la cháchara descontrolada de sus alumnos que no dejan de farfullar mientras él intenta que no pierdan de vista la carretera. No se encuentra bien. Tiene un tos constante. Una mancha en su pañuelo le hace presagiar lo peor.
Por otro lado, Carla vive en Barcelona. Gestiona la venta de inmuebles y es una mujer solitaria y con escasas habilidades sociales. La veremos por primera vez en un bar de barrio, conversando con una pareja más joven, la cara algo desencajada por el consumo de alcohol y droga, y una sombra de frustración sobre el rostro. Tras una noche de farra, recibirá la llamada de su hermana Blanca. El padre, José Luis, ese profesor de autoescuela almeriense, está ingresado en el hospital. Carla volverá a su pasado, a un lugar y a una familia de la que, aunque no se explica, parece que huyó hace mucho tiempo. Allí regresará al padre, débil, de aspecto macilento, y a una hermana llena de sueños lastrados.
No sé decir adiós aborda el duro trago de despedirse en la muerte. La película pretende analizar el trance que supone cuidar a un enfermo del que sabemos le queda poco tiempo de vida. ¿Cómo asimilar que esa persona un día ya no estará contigo? Entonces te rebelas contra el mundo, desmientes a los médicos, y pretendes encontrar remedios donde no los hay. Esto es lo que le ocurre a Carla. Ella, a pesar de haber estado ausente durante mucho tiempo, no puede asumir el final que se avecina e intenta rebelarse contra la naturaleza, se revuelve como un animal, y se enfrenta a todo y contra todos.
La película dividida en fragmentos con fundidos en negro parece querer mostrar diversas etapas en un camino que nadie quiere recorrer para llegar a un final abrupto pero eficaz en el que el silencio tiene todas las respuestas. Llega un momento en el que resulta inevitable el choque de trenes. Ya todo está consumado.
Juan Diego vestirá en esta película el pijama de enfermo y paseará por los solitarios pasillos de un hospital. No se puede decir más que su interpretación es absolutamente colosal. Muy creíble en esa enfermedad que lo va corroyendo por dentro, apagándolo y consumiéndolo. Lo hace tan bien que angustia. Pero para restar algo de dramatismo a su personaje, nos toparemos con un hombre gruñón y cabezota, completamente obsesionado por el cumplimiento a rajatabla del código de circulación, lo que despertará alguna que otra sonrisa en el espectador, poca porque se le ve en el rostro el reflejo de la muerte.
Nathalie Poza es Carla, una interpretación que le valió el Goya a la Mejor Actriz Protagonista. Su personaje pasa por diferentes facetas, desde la mujer trasnochada, noctámbula, déspota y borde a otra en la que la rabia y la desesperación la consumen. Para ella no parece haber respiro aunque este podría llegar con la muerte del padre. En realidad Carla es todo pose. Se levanta cada día con una armadura puesta para evitar que nada la traspase. No sabemos qué la ha llevado a esta circunstancia, un fleco que, a mi juicio, se debería haber explicado pues sin conocer sus motivaciones el personaje queda incompleto. Pero aunque tiene esa actitud desafiante, Carla es débil. El miedo llega a paralizarla, le da pavor entrar en la habitación del padre y comprobar cómo se va apagando.
Lola Dueñas encarna a Blanca, la hija que siempre estuvo al lado del padre, la que renunció a sus sueños para hacerse cargo del negocio familiar. Con su voz meliflua, aporta un toque de serenidad frente al histerismo de su hermana Carla. Ella parece manejar mucho mejor la situación hasta el punto de no dejarse arrastrar por las emociones, y seguir haciendo planes de futuro sin pensar demasiado en lo que se les viene encima.
No sé decir adiós quiere hacernos pensar sobre cómo vivir y convivir con un drama familiar de semejante envergadura, con un padre enfermo, con una situación que requiere una serie de decisiones difíciles de abordar. He leído alguna opinión en la que se menciona que esta película es fácil de olvidar. Yo no lo creo. Será mucho más correcto decir que la queremos olvidar porque necesitamos sacudirnos de encima el miedo que nos invade al pensar en el momento en el que nos toque vivir algo así. Y sí, es cierto que la película es triste, que deprime, que angustia, que incomoda, pero no muestra más que una faceta de la vida por la que, inevitablemente, la inmensa mayoría transitará algún día. Aún así, No sé decir adiós no nos ofrece una reflexión novedosa. El que más o el que menos ya habrá cavilado sobre esta cuestión alguna vez o estará meditando en estos momentos, como me ocurre a mí, al percibir que los padres están cada día más mayores. El largometraje no nos enseña nada que ya no sepamos. Simplemente constata un hecho.
No es una película fácil de ver. Hay que tener entereza y ánimo de espíritu, así que no creo que sea apta para todos en todo momento. Te deja un regusto amargo e intenso.