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DANIEL RUIZ: 'Soy un escritor que se alimenta de la realidad que vive'

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Un gran descubrimiento. Eso es lo que ha supuesto para mí Daniel Ruiz, a quien pude entrevistar cuando publicó La gran ola, novela sobre el fenómeno coaching, con la que ganó el XII Premio Tusquets Editores de Novela en 2016. Recuerdo que, por entonces, no me dio lugar a zambullirme en el texto y su lectura la fui aplazando sin remisión. Esa es la gran desgracia del lector, sentir que tiene por delante numerosas novelas que leer y que no puede estirar más el tiempo. Y es ahora, tras leer El calentamiento global, cuando me he dado cuenta que debí -que debo- sacar el tiempo de donde sea, para volver a leer a este autor. Hay algo en la prosa de Ruiz que aprisiona, que muerde nuestra mano sin soltar bocado. Ya lo anunciaba por redes, El calentamiento global ha sido una lectura realista, pegada al asfalto, llena de poliédricos personajes, pero de todo ello os hablaré en la correspondiente reseña. Ahora, os dejo con la entrevista.

La imagen puede contener: 3 personas, incluidos Daniel Ruiz y Marisa González, personas sonriendo, personas sentadasM. G.- Daniel, me pareces un autor muy prolífico. 'Maleza' sale en 2018 y ya tienes novela nueva.

Daniel R.- Bueno, 'Maleza' era un volumen que agrupaba tres historias. Dos de ellas, habían sido ya publicadas sin mucha suerte en otras editoriales. Surgió la oportunidad de volver a editarlas, en un formato de colección, con una temática homogénea, y a las ya existentes se añadió una historia nueva. 

Puede dar la impresión de que soy más prolífico de lo que soy en realidad, porque 'El calentamiento global', ya la estaba escribiendo cuando publiqué 'La gran ola'. En realidad, con esta nueva novela me he llevado tres años. 

M.G.- Leyendo lo que se dice de ti, me fijo en las palabras de Juan Ángel Juristo  que te califica como un poeta de extrarradio. Efectivamente, los barrios de las afueras tenían mucho peso en 'Maleza', y en esta nueva novela, también. ¿Suponen para ti un buen caldo de cultivo?

D.R.- Me gusta mostrar la realidad de la periferia, fijarme en los núcleos de zonas marginales. Son paisajes que siempre me han interesado como autor porque, en esos márgenes, se encuentra mucho material desde el punto de vista social. No me siento nada incómodo con esta etiqueta que me pone Juristo porque sí, es verdad que me siento muy cercano a esos ambientes suburbiales. 

M.G.- En 'El calentamiento global', detecto mucha retroalimentación con la realidad. Te centras en muchas cuestiones que nos rodean y pones tu ojo crítico sobre ellas.

D.R.- Soy un escritor que se alimenta de la realidad que vive. La literatura me ha servido para pasarlo bien como consumidor, también para desarrollar habilidades y aprender de grandes maestros, pero es cierto que, a efectos de escritura, me ha servido mucho más la vida que la literatura. Me considero más escritor por lo que he vivido que por lo que he leído. La vida cotidiana siempre ha sido mi gran inspiración. Sin ella no escribiría porque, de hecho, siempre escribo de la vida.

M.G.- Al hilo de lo que comentas, tus novelas son muy de la calle, muy sociales, conformando un género propio. Sobre la literatura social llegas a decir que es un género que debe sacudirse los complejos. ¿En qué sentido?

D.R.- La literatura social de los años 50 o 60 en España, siempre estuvo muy mal vista. Se consideraba una corriente garbancera, triste y pobre. El hecho de posar la mirada en un tema social hacía que se descuidara la parte formal, así que, aquellos autores fueron siempre considerados como escritores menores. No obstante, tenemos que tener en cuenta que hay toda una generación de nuevos escritores que están transitando por la literatura social, que cuentan el presente de una manera muy expresiva, muy rica, y tienen que tener su sitio. Hay que abandonar la idea de que la literatura social es aburrida porque posa demasiado su mirada en la realidad. Todo lo contrario, hay propuestas de literatura social muy brillantes y estilísticamente muy ricas. Por ejemplo, estos días estoy releyendo a Ignacio Aldecoa, y estoy totalmente deslumbrado con su potencia estilística. Es un autor que escribía básicamente de las personas que vivían debajo del puente, de los gitanos, de la gente de las chabolas, gente muy marginal y, sin embargo, sus textos tienen un lirismo y una capacidad expresiva, que ya la quisieran para sí otros que han transitado en otros ámbitos como la literatura del boom norteamericano o del realismo fantástico.

M.G.- En 'El calentamiento global' narras la historia de un accidente laboral en una refinería, lo que te permite meterte en la política medioambiental, las responsabilidades empresariales,... Cuéntame un poco cómo se forja la idea para esta novela.

D.R.- Siempre me ha interesado acercarme a nuevas realidades sociales, a nuevos fenómenos. Cuando empecé a escribir esta novela, había un fenómeno en emergencia, la responsabilidad social corporativa de las empresas. Básicamente no era más que una corriente bastante antigua, que viene de los años 50 o 60 en Estados Unidos, muy asociada a la social-democracia, que incita a las empresas a tener una dimensión más amable. Es decir, una empresa no solo debe o tiene que obtener beneficios sino que además debe y tiene que contribuir al desarrollo social de su entorno, a través de medidas de carácter social, estableciendo compromisos en materia de relaciones con los empleados, en materia medioambiental, en materia social... Todo esto eclosiona a partir de los años 90 y se integra en todas las empresas, de tal modo que hoy, es muy raro que una multinacional no tenga la idea de la responsabilidad social corporativa como algo importante de su estructura. Sin embargo, todo este compromiso se adquiere más con fines estéticos, es puramente epidérmico, y está más orientado al marketing y a la comunicación que al compromiso real de las empresas.

Me fascinaba cómo todo ese compromiso social se convirtió en un nuevo mantra, con un nuevo lenguaje integrado dentro de las empresas, pero que en realidad no cala. Si tú rascas un poco, ves que ese compromiso es puramente de palabra. Y de todo este escenario surgió la idea de la novela. Quise recrear este espíritu en una de las industrias en las que se ve más claramente toda esta política de responsabilidad social corporativa, la industria petroquímica, con un componente contaminante muy determinante. Y para ello me voy al sur, un sur indeterminado. La trama podría ocurrir en Huelva, en Cádiz, en el Campo de Gibraltar, o podría ocurrir en las tres a la vez. En torno a todo esto, quise construir un ecosistema social de personajes que interactúan y forman una especie de friso, una gran bacanal, con un punto humorístico que los va conduciendo a lo largo de toda la historia.

M.G.- Como literatura social, hay denuncia. Dibujas el perfil de los sindicalistas, la prensa, instituciones, entidades,... que se compran, que se venden, que están metidas en el ajo. 

D.R.- He intentado acercarme a esta novela con una vocación decimonónica. Las novelas 'flaubertianas', como 'Madame Bovary', o ya en España como 'La Regenta', construyen un cosmos integral, un ecosistema general global donde participan muchos personajes e interactúan a distintos niveles. Tenía muchas ganas de hacer algo así y me inventé todo este paisaje donde todo confluyera, y donde se establecieran dinámicas y conflictos entre distintos ámbitos sociales. Quería retratar todas las fuerzas vivas que intervienen en estos ecosistemas, el poder económico, el poder político, el poder del tejido asociativo, los medios de comunicación,... Todo lo que interviene en cualquier sociedad. He querido echarlos a pelear. He pretendido escribir una novela que imitara a la realidad, donde no existe el 'happy end', porque en la propia realidad, no siempre existe.

M.G.- Con lo cual, adelantas que, ¿en esta novela, los villanos van a salir de rositas?

D.R.- Es que, si te fijas, en la novela no hay un villano en sí. No es una reflexión que esté volcada en el texto pero el concepto de éxito y de fracaso tiene mucho que ver con mi carácter. 

En la novela, el lector puede encontrar a un personaje que se relacione con el éxito porque tiene éxito profesional, pero seguramente este personaje, - y hablo de Federico Castilla, el director de responsabilidad corporativa de la refinería-, es el personaje más fracasado de todos, siendo el más exitoso. Frente a él, hay otros personajes que son un absoluto fracaso, porque son gente que se buscan la vida, que viven del engaño. Al final, todos son pobres diablos, o todos son un poco villanos pero también un poco santos. Todos los personajes son despreciables y, al mismo tiempo, tienen su punto de encanto, que te hace quererlos a pesar de lo despreciables que son.

M.G.- Es una novela coral y advierto que te has tomado muchas molestias para construirlos. Profundizas mucho en su psicología y el lector se los puede imaginar perfectamente.

D.R.- Una de las cuestiones que me interesa mucho, y que también he copiado de Flaubert, es la forma de acercarme al personaje. He procurado describir todas sus aristas de manera muy completa, sin que acabe siendo un cliché. El personaje siempre tiene que ser un individuo con muchos recovecos, e incluso con reacciones inesperadas porque eso implicará que tiene muchísimos matices en sí mismo.

La construcción de un personaje es algo que uno va trabajando a lo largo del tiempo. Para evitar que un personaje sea un tipo, siempre tiene que estar basado en una mirada de 360º, es decir, tiene que ser absolutamente circular. No pueden ser meros soportes para sostener una trama. Muchas veces, los lectores leemos para saber qué les ocurre a esos personajes, nos interesa lo que les va a ocurrir porque en ocasiones nos identificamos con ellos. Así que, en esta novela, los he trabajado acercándome lo máximo posible, como si yo fuera el personaje en sí, pensando como ellos y poniéndome en su piel.

M.G.- Por mencionar a algunos. Berta, por ejemplo, es un personaje que te permite analizar el periodismo, la profesión y la salud del sector. ¿Sus opiniones se asemejan a las tuyas?

D.R.- Tengo alergia a planteamientos excesivamente dogmáticos o programáticos. Cuando escribo, no pretendo que el lector comparta la visión que tengo como narrador, por eso, he intentado modular cada personaje para que hablen, tengan sus propias opiniones y valoraciones, independientemente de lo que yo pueda sentir.  No he pretendido inculcar en los lectores determinadas opiniones, valoraciones o corrientes, antes he preferido que cada uno llegue a sus conclusiones, ya sea por afinidad o empatía con el personaje.  

M.G.- Tana es un personaje que me ha llenado mucho. Te lo podrías encontrar perfectamente por la calle y pensarías que es un tipo de tal modo, pero luego, al conocerlo tiene un trasfondo que cala en el lector.

D.R.- Me alegro que me digas eso porque Tana es el personaje al que más cariño le he cogido. Es el que más trabajé  para que la dimensión más cómica conviviera también con la más dramática. Él encierra un drama personal importante. Aunque he intentado generar empatía con todos, incluido con los más despreciables, siento mucha debilidad por Tana. 

M.G.- Noto que tu manera de escribir es muy cinematográfica. El narrador en tercera persona es como el objetivo de una cámara, que se mueve de un personaje a otro. Y por otra parte, me gustan esos capítulos en los que colocas al lector sobre una colina, de tal modo que podemos ver lo que hacen los personajes de forma simultánea.

D.R.- Probablemente, desde el punto de vista de la alta literatura, lo que te voy a decir no es muy conveniente. Una de las cosas que más me preocupa es aburrir al lector. Vivimos en una sociedad en la que, el lector ya no es solo lector sino también espectador. El escritor de hoy tiene que acondicionarse a la evidencia, hacerse a la idea de que el lector es también un consumidor audiovisual potente.

Las primeras señales que indican que vas a aburrir al lector es cuando el propio autor se aburre con lo que escribe. Para evitarlo, he optado por la literatura coral, porque te permite saltar de un personaje a otro. En una novela coral, los personajes se entrecruzan, intercambian puntos de vista, utilizan el presente y el pasado, utilizan el recurso cenital,... Escribir todo eso es muy divertido. Me aterra que alguien me diga que puede dejar un capítulo a la mitad y echarse a dormir, por eso mis capítulos son también breves, buscando mantener la intensidad del lector. Y por esto también, no es casualidad, algunas de mis novelas están muy comprimidas en el espacio-tiempo, ocurren en paisajes muy delimitados y en muy poco tiempo, buscando esa intensidad lectora.

M.G.- En la novela se tocan temas como los ecosistemas,  los peligros que los amenazan, la economía de mercado, la política mediombiental, el mundo youtuber, el manga, la cultura del tatuaje,... por no hablar de la música que también tiene lo suyo. Esto te habrá costado empaparte de un montón de cuestiones variopintas.

D.R.- La labor de documentación no es un trabajo para mí. Cuando me acerco a la realidad, la documentación tiene que ver más con una labor de alcahuetería. En todo lo referente al mundo Youtuber, me han ayudado mis hijos, que tienen  la misma edad que uno de los personajes. Es un fenómeno que siempre me ha preocupado moralmente pero que, estilísticamente me parece deslumbrante. Con respecto a la responsabilidad social corporativa, conozco el fenómeno por mi trabajo. Y, en relación a la música, bueno siempre me ha interesado. Son ámbitos que he trabajado bastante antes de ponerme manos a la obra pero, como te digo, no me ha supuesto un esfuerzo. No estamos hablando de una novela histórica, que tiene más componente de estudio. 

M.G.- Sin perder de vista la música, hay muchas referencias musicales, mucha mención a canciones y grupos de otros tiempos como Fleetwood Mac. No obstante, también dejas hueco para los géneros actuales, el rap, el trap, el twerking. Las letras que figuran en la novela, ¿son tuyas?

D.R.- Son todas inventadas.

M.G.- Pues te puedes dedicar a componer letras de trap (Risas)

D.R.- (Risas) Eso me han dicho, sí. El fenómeno trap es similar al mundo Youtuber. En el trap,  hay muchas letras que son abiertamente machistas, cosifican a la mujer de manera repugnante, incluso con letras que incitan un poco a la delincuencia, son soeces y feas. Sin embargo, desde un punto de vista estético, son deslumbrantes. Todo ese universo de los traperos y su forma de cantar me ha interesado siempre porque, como ciudadano, estoy atento a las nuevas realidades que me producen un poco de perplejidad, y me gusta llevarlas a mi literatura porque están marcando las tendencias de hacia dónde vamos.

En el caso de los 'youtubers', está claro que están usurpando o quitándole el protagonismo a los prescriptores, a los líderes de opinión de toda la vida, a los sesudos teóricos e intelectuales. Ahora son sustituidos por 'youtubers' que graban sus vídeos, dan sus opiniones, livianas y con poca densidad, pero ahí están.

M.G.- A lo largo de toda la novela flota un ligero tono burlón, que en alguna ocasión se vuelve muy ácido y corrosivo. ¿Seña de identidad?

D.R.- Siempre se dice que la metáfora es el tropo por antonomasia, y sí la metáfora, desde el punto de vista del lenguaje poético, es indiscutible. Sin embargo, yo me identifico mucho más con la ironía. Esa es para mí, la figura retórica por antonomasia. La ironía es un detector natural de personas inteligentes y ahora no te hablo como escritor, sino como ciudadano. Con una persona que no tenga ironía, tiendo a no andar determinados caminos. Y como lector, un autor que no maneje la ironía me produce cierta desazón. La ironía la llevo en la vida y, en el caso de la literatura, la llevo al extremo del cinismo. Admiro los textos diáfanos, bien escritos y honestos, pero si no tienen un punto de ironía me falta algo. 

M.G.- Daniel, lo dejamos aquí. Solo añadir que he disfrutado mucho con 'El calentamiento global'.

D.R.- Me alegro. Muchas gracias. 




Sinopsis: Federico Castilla es director de Responsabilidad Corporativa y Desarrollo Sostenible de Oilgas International, multinacional del sector petroquímico con implantación en Europa, África y Oriente Medio. Una mañana recibe una llamada desde Oilgas Ibérica, su planta de distribución de refino en España, y le comunican que se acaba de producir un accidente laboral en dicha planta; un empleado, que ha caído desde varios metros de altura mientras realizaba trabajos de reposición de luminarias, se encuentra en estado crítico. Inmediatamente, se activan todos los protocolos y Federico toma un avión para viajar hasta Pico Paloma, la población donde está la factoría. Se trata de un municipio enclavado en pleno parque natural de El Roqueo, en una zona del litoral donde convive la industria petroquímica, la actividad turística y el paisanaje local. Sobre ese espacio, la planta de Oilgas se erige como un gran agente dinamizador económico y social, pero también como una instalación altamente contaminante. Las políticas de Responsabilidad Corporativa desarrolladas por la firma, sin embargo, que supuestamente buscan devolver a la sociedad todos los beneficios que de ella obtiene a través del patrocinio y las ayudas directas, operan como un verdadero agente silenciador de voluntades. Todas las instituciones y organizaciones representativas del entorno, desde las asociaciones vecinales hasta el ayuntamiento, pasando por los clubes deportivos e incluso por las asociaciones medioambientales, participan de esta política de silencio, haciendo posible que la empresa siga llevando a cabo su labor sin ninguna resistencia. En su estancia en Pico Paloma, Federico vive pendiente de la evolución de Manolín, el empleado que sufrió el accidente. Entretanto, cada noche, Federico acude al piano bar del Aljaraluz Costa, el hotel resort en el que se aloja. Y allí, mientras remata el día tomando unos whiskies, contempla embelesado las actuaciones de Amanda, la cantante del dúo de músicos que actúa en el piano bar.


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