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FERMÍN BOCOS: "El periodismo está excesivamente contaminado por la política"

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Antes de este confinamiento, pero cuando ya presentíamos lo que se nos venía encima, recibimos la visita del periodista y novelista, Fermín Bosco. El santanderino, autor de novelas, ensayos o libros de viaje, regresa al panorama literario con Algo va mal(Destino), un título que perfectamente refleja los momentos que estamos viviendo.

De Algo va mal se dice que es "un retrato de nuestro tiempo", en el que asoman muchas y conocidas lacras de nuestra sociedad. Y de nuestro tiempo, de periodismo, política, corrupción y, por supuesto, de la novela, estuvimos hablando con el autor.  

Marisa G.- Fermín, Algo va mal. Permíteme la broma. ¿No te has quedado corto con el título?

Fermín B.- (Risas). En este caso, el título viene servido porque así arranca el relato. Es una novela policíaca y frente a una evidencia de un doble homicidio, uno de los investigadores deduce que algo no cuadra. Por otra parte, es un título que rinde homenaje a Tony Judt, el historiador y escritor británico que escribió un libro llamado así, Algo va mal, que a mí me encantó y que venía a decir que, o nos aprestamos a defender los logros del estado de bienestar o se desmoronarán delante de nuestros ojos sin darnos cuenta. 

Pero esta es una novela policíaca, no un ensayo, como bien sabes.

M.G.- La novela cuenta con todo un rosario de personajes desde periodistas, pasando por constructores, traficantes de armas, asesinos, políticos,... Es verdad que es una novela policíaca pero tiene tintes de thriller político. ¿Se podría definir así, como una combinación de ambos géneros?

F.B.- Creo que la novela se ajusta al canon de novela negra, por lo menos, en los términos que nos ha legado las creaciones y los clásicos norteamericanos, como Chandler, Hammett o incluso mucho antes, Allan Poe, uno de los precursores del género.

En esta novela se producen dos crímenes y, a raíz de estos sucesos, se pone en marcha una investigación policial. Ese es el ámbito clásico. Pero también,en el caso de Algo va mal, he procurado que el relato tenga, en términos de factura literaria, un aire de guion televisivo. De ahí que, a lo largo de estas trescientas páginas, existan más de cuarenta capítulos muy secuenciados con predominio del diálogo. Y luego, en relación a la cuestión de fondo, al ser un relato policíaco, las conclusiones se remiten al lector en cada una de sus circunstancias. Es un relato amargo, incluso diría que es cruel, en la medida que no hay moralina.

M.G.- El retrato social y político corresponde a los años 2002 - 2003.

F.B.- El tempo de la novela gira alrededor de las vísperas de la guerra de Irak, finales del 2002 y principios del 2003. Lo que ocurre es que hay saltos hacia atrás y eso es lo que explica que pueda aparecer la Stasi, la policía política de la mal llamada Alemania democrática, en su momento más terrible.

M.G.- Y de la actualidad política de entonces a la de ahora, ¿hemos avanzado hacia atrás o hemos retrocedido?

F.B.- El título se presta a trasladar las conclusiones a la sociedad actual. Toda novela de ficción tiene que ser plausible con respecto a la realidad. En este caso, creo que lo que la novela hace es anticiparse a la realidad pero, al propio tiempo, la realidad nos demuestra que a veces va por delante de la ficción. 

Si el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, un asesinato por encargo, secuestrado en su propia legación diplomática, torturado, descuartizado y desaparecidos sus restos, se hubiera llevado a la novela, cualquier lector hubiera pensado que el relato tenía un exceso de imaginación y truculencia y, sin embargo, es un hecho real. Lo mismo ocurre con Algo va mal, que podría ser una crónica anunciada de algo que podría suceder.

M.G.- En la novela se habla de periodismo y política. ¿Es un matrimonio bien avenido?

F.B.- Como le ocurre a algunos, es un matrimonio siempre a la greña. No creo que sea mala cosa, en la medida en la que no haya excesos por ninguna de las dos partes. El exceso de contigüidad convierte al periodismo en propaganda, con lo cual anula la misión del periodista, la de ser testigo de la realidad, de la forma más imparcial posible. El exceso de antagonismo convierte esa tensión en máquinas de picar carne. Algunos responsables de medios creen que pueden quitar y poner gobiernos pero esa, a mi juicio, no es la función de los periodistas sino de los ciudadanos a través de las elecciones. El periodismo no puede ser un contraponer sino un contrapeso, porque tienen un compromiso con la opinión pública.

M.G.- ¿Se puede decir que no hay buen periodismo actualmente? ¿Tampoco hay buena política?

F.B.- Yo no diría que ahora se hace mal periodismo. En todo caso, se podría decir que el periodismo está excesivamente contaminado por la política. Pero hay quien hace bien su trabajo y también los hay que, debido a los compromisos de la propiedad de los medios, orientan la noticia hacia un lado o hacia otro. Lo tremendamente difícil es pedirle a los periodistas que sean héroes, especialmente en los momentos de gran precariedad como el que vivimos. Hay que ayudarles a que cumplan con su trabajo.  Para favorecer y facilitar su tarea, la única posibilidad que tiene la sociedad es consumir periódicos, escuchar emisoras de radio y ver canales de televisión. 

M.G.- Hablemos de los personajes de la novela porque algunos son sumamente interesantes.

F.B.- Celebro que así te lo parezcan.

M.G.- Pues sí. Por ejemplo, Walter de Roux es el asesino a sueldo, el encargado de quitar de en medio a todo aquel que molesta a los intereses de terceros. Es un tío frío y sin escrúpulos, pero luego tiene una vertiente humana. Es un personaje con muchos matices.

F.B.- Es curiosa la fascinación del mal. Es un profesional del crimen que trasmite una concepción del mundo fruto de su cultura elitista. Ama la música clásica, específicamente Brahms, y luego está muy obsesionado con la pintura. Son dos manifestaciones de sensibilidad en unos términos que se detienen frente a las cuestiones morales. Walter es un individuo que hace muy bien su trabajo y no tiene ningún escrúpulo.

Choca mucho que, un personaje así, sea tan atractivo para los lectores. En la literatura, el mal ha ocupado siempre un lugar destacadísimo y esa fascinación nos la está legando la historia. Todo el mundo sabe quién era Jack el Destripador, pero si le preguntas a alguien quién precedió a Nerón, no lo saben. Lo que ha quedado es el mal. 

M.G.- Pero Walter es un tío elegante con una forma de expresarse peculiar. Él no habla de liquidar, asesinar, matar, sino sancionar. Queda así como muy liviano el asunto.

F.B.- La civilización se basa en la mentira, porque nadie resiste la verdad, y en el eufemismo. Hay que cobijar el significado real de las palabras porque eso ayuda a vivir. Si trasladamos esto a la realidad política de Cataluña, quienes quieren segregarse de España hablan de soberanismo, pero el término soberanismo, en su ambigüedad lo dice todo y no dice nada. Sin embargo, independentismo lo dice todo. 

Cuando Walter utiliza la palabra sancionar se rebaja la estatura inmoral del crimen. Es un tipo elegante sí, y por eso encuentra recursos dialécticos a la altura de su cultura.

M.G.- Otro personaje interesante es el constructor Julián Santaeugenia. Puede recordar a algún otro tipo que sale en las noticias. 

F.B.- ¿Tú crees?

M.G.- (Risas) Hombre, a ver...

F.B.- Tus lectores pueden pensar que un constructor que se ha hecho muy rico gracias a los favores que ha recibido de los políticos, en cuyas manos estaba recalificar determinados terrenos y que, a cambio del favor, les ha facilitado fondos para sus campañas electorales, no tiene nada que ver con la realidad de España (Risas). ¡Solo hay veinte casos en los juzgados que están pendientes de sentencia precisamente por prácticas de este tipo! (Risas).

M.G.- Pocas me parecen. Pero, alejándonos un poco de los poderosos, otro personaje que me ha gustado mucho, de la calle, un currito, es el inspector Montañés. Me encanta cómo habla y cómo se expresa.

F.B.- Sí, cae bien. Casi todos los que nos dedicamos al periodismo, empezamos con sucesos, y en esa etapa se conoce a muchos policías. Gabriel Montañés, en su relación con su jefe, el comisario Malvar, refleja muy bien las tensiones habituales de los policías que  no recuerdan, ni en poco ni en nada, a aquellos de la gabardina como Humphrey Bogart, policías mitificados por Hollywood. Montañés, por edad y por haber vivido siempre en democracia, contrasta muy bien con el comisario que tiene la impronta de la etapa anterior, y es un personaje que también refleja muy bien las dificultades del policía real, que tiene problemas porque las dietas son escasas, porque se enfrenta a trabas legales,...

M.G.- ¿Pero esa rivalidad entre la Policía y la Guardia Civil, que vemos en esta novela y en otras, es realmente así?

F.B.- La rivalidad es algo propio de la naturaleza humana. La he visto entre medios afines e incluso entre programas de la misma emisora. En el caso de la novela, y dado que la Guardia Civil es un cuerpo más antiguo, se puede decir que tiene más esprit de corps, tiene una percepción de las líneas de investigación muy acrisoladas. En cambio, la Policía Nacional es un cuerpo más joven y eso se nota en su actuación. De todos modos, y a pesar de algún reproche, son cuerpos que terminan entendiéndose.

M.G.- El entramado de la novela es complejo pero muchas de las líneas terminan conduciendo a Cosme Damián, el dueño de un periódico sensacionalista, El Diario. Él parece el centro de la telaraña que construyes.

F.B.- Había que empezar por algo. El núcleo criminal del relato recae en las "mal andanzas" de este personaje, y se centra su asistencia a una de las reuniones del Club Bilderberg, algo que él considera la culminación de su ascenso social. El Bilderberg no es un club secreto pero tampoco admite la presencia de periodistas. Es un centro de poder que se basa en las conexiones de sus participantes, los políticos, financieros, industriales, magnates que les permiten influir en los medios de comunicación. Tienen capacidad para influir en la opinión pública de los países occidentales a través de los medios. 

M.G.- ¿Y qué hay de verdad en toda la leyenda que rodea este club?

F.B.- La leyenda ha sido acrecida y exagerada por la idea de que hay una conspiración permanente en este mundo. No creo que sea así. Es un club que se reúne periódicamente y el hermetismo de las reuniones favorece su secretismo. Como digo, es un centro de poder que trata de avizorar la evolución de los conflictos del mundo, invitando a todos los especialistas en todos los medios, y siempre con un corolario de consecuencias económicas. 

En uno de los pasajes del libro, reconocen abiertamente que sus analistas no fueron capaces de prever lo que iba a ser el horror y desgarro de la guerra de los Balcanes. Es un club que trata de anticiparse a los acontecimientos y como lo forma gente muy poderosa, la humana tentación es suponer que deciden el futuro, pero no son el gobierno mundial, ni mucho menos el gobierno mundial en la sombra. Lo que pasa es que, quienes participan, tienen muchísimo poder. 

M.G.- El Club Bilderberg, la mafia rusa, la Stasi,... Menudo cóctel vemos en la novela.

F.B.- Sí, pero no entremos en la Stasi porque vamos a dar muchas pistas y no quiero desvelar detalles. 

M.G.- Lo dejamos en el aire. Pero es un novela en la que también hay corrupción, tráfico de armas, blanqueo de dinero y robo de obras de arte.

F.B.- Esto último es una subtrama interesante, en la medida en la que conecta con una de las obsesiones de Walter, al que apodan el marsellés. Al propio tiempo, describe un mundo que son como todos y que están en este. El mundo de las obras de arte está lleno de falsificaciones pero también de obras reales que, en realidad, no están pintadas por el autor al que se les atribuye. Bueno, esto que digo es una especie de juego de palabras que, quien lea la novela, le encontrará su explicación. 

M.G.- Gente muy poderosa, con un poder adquisitivo muy alto, que se mueve por todo el mundo. Muchos escenarios en la novela.

F.B.- Es una novela coetánea con escenarios que recorren las ciudades de Berlín, Washington, Madrid, Nueva York, Cádiz,... En todos esos lugares ha estado el autor, y eso me ha permitido el poder transmitir apuntes de la realidad que han hecho plausibles la narración. Cuando alguien vaya a ver la sede de la Stasi, verá que es tal y como se describe en la novela.

M.G.- En la novela hay ironía, sarcasmo, humor negro,...

F.B.- El sentido de la ironía que cursa de arriba a abajo la narración es muy propio de la novela negra.

M.G.- Me gusta mucho el ritmo. Fraseo corto, capítulos cortos, vamos leyendo con un ritmo muy marcado.

F.B.- Te lo comentaba antes, tiene voluntariamente un aire de guion para serie televisiva. En la televisión hay una parte del relato que viene librado por las imágenes, con lo cual, en este caso la palabra es subsidiaria. Este es un relato muy picado, pensando que la imagen visual que construye la palabra, ahorra en sí mismo la palabra.

M.G.- Fermín, tu novela me ha recordado un poco a ciertas películas como El reino, más que nada por esa relación entre política y periodismo.

F.B.- Hay un parte que puede recordar a Chacal, basada en la novela de Forsyth, y otra a La sombra del poder. En la novela, la tarea de una parte de los periodistas es operar y colaborar con la policía pero también al revés, la policía tiene apoyo por parte de los periodistas. 

En este caso, hay una maniobra obstruccionista y deliberada por parte de la política. En la política, hay algunos que a los que no le importa lo que hacen. Lo que verdaderamente les preocupa es que se sepa lo que hacen.

M.G.- Cierto. Pues lo dejamos aquí. Te agradezco este tiempo que hemos compartido. Muchas gracias Fermín.

F.B.-  Gracias a ti. 

Sinopsis: «Algo va mal. Aquí hay algo que no cuadra», dijo el comisario encargado del caso señalando uno de los dos cuerpos que aparecían en la foto con el rostro desfigurado por el impacto de una bala.

El cadáver de Cosme Damián, magnate de los medios de comunicación y director del influyente El Diario, aparece en su habitación de hotel en Ámsterdam la víspera de una de las elitistas reuniones internacionales del Club Bilderberg a la que iba a asistir.

La intriga se desarrolla en escenarios que transportan al lector a las reuniones privadas del Club Bilderberg en los días previos a la guerra de Iraq; al París del mundo secreto del tráfico de obras de arte; a Berlín cuando todavía operaba la Stasi, la temible policía política de la RDA, la Alemania comunista; o a Gibraltar, puerto de negocios turbios y refugio de espías.

Un thriller trepidante en el que el autor vuelca con inteligencia y solidez narrativa su experiencia como periodista y construye un retrato acerado de la relación no siempre limpia entre la prensa y el poder, con la corrupción como telón de fondo en la España de nuestros días.



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