Editorial: Destino
Fecha publicación: 1983
Precio: --
Género: Novela breve
Nº Páginas: 167
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 8423312615
Autor
Miguel Delibes nació en Valladolid en 1920. Cursó simultáneamente las carreras de Derecho y Comercio y más tarde ejerció como catedrático de Derecho Mercantil y periodista. Extraordinario novelista, se dio a conocer con La sombra del ciprés es alargada, obra que obtuvo el Premio Eugenio Nadal 1947. Entre sus éxitos posteriores destacan: El camino, Diario de un cazador, Diario de un emigrante, Las ratas, Cinco horas con Mario y El disputado voto del señor Cayo.
Sinopsis
La originalidad de esta novela corta de Miguel Delibes estriba en el reducido marco que el autor se ha impuesto, no sólo en los límites cronológicos -la obra se desarrolla a lo largo de unas horas de un día de diciembre-, sino al tener la valentía de centrar el peso de la anécdota sobre un niño de tres años. Los conflictos entre los adultos, los barruntos dramáticos que se apuntan sólo valen en cuanto rozan la psicología de Quico, el pequeño protagonista. Se trata, pues, de una tentativa de aproximación al mundo de la primera infancia, ese mundo inefable y sepultado en el fondo de los tiempos y que a veces parece aflorar, para esfumarse de nuevo al conjuro de un sabor, un aroma o una canción. Por la sencillez y sensibilidad con que han sido descritos, algunos personajes de esta obra quedarán como antológicos dentro de los tratados por Miguel Delibes.
No sabría explicar bien qué tiene la narrativa de Miguel Delibes que a mí tanto me gusta. Mi relación con el vallisoletano viene de tiempo atrás y siempre ha sido un puerto seguro en mi vida. Todo comenzó cuando tuve que leer, en tiempos de estudios, El camino. Aquella historia protagonizada por Daniel, el Mochuelo, y sus amigos, que se tumbaban en un prado a contemplar el firmamento y se mareaban pensando en conceptos astrofísicos, que a ellos se les escapaban de las manos, o que no entendían que una mujer pudiera tener el vientre seco, me fascinó. Es pensar en aquella historia, no precisamente cómoda, y sentir confort. Como el que se siente cuando uno vuelve a casa. Luego llegó La sombra del ciprés es alargada, un ejemplar que tomé en préstamo de la biblioteca y que terminé comprándome; El hereje que también tenéis reseñado en este espacio (justo aquí); y otras obras que, si no he leído, he visto en cine o teatro, como Los santos inocentes, Cinco horas con Mario o Señora de rojo sobre fondo gris.
Pero hoy vengo a hablaros de mi preferida, El príncipe destronado, una historia llevada también al cine, bajo el título La guerra de papá. Esta novela corta, que habré leído dos o tres veces, y habré visto otras tantas, narra la historia de Quico, un niño de tres años, y su familia. El joven protagonista es el quinto de seis hermanos -Pablo, Marcos, Merche, Juan y Cristina-, de una familia de clase media-alta en el Madrid de principios de los sesenta.
El mundo de Quico se reduce a las personas que viven en su casa y a lo que acontece entre esas paredes.Su madre es una mujer que empieza a despegarse del papel silencioso de esposa, que piensa por sí misma, con un atisbo de modernidad que asoma a través de los cigarrillos que consume, agobiada por la crianza de tantos hijos, con un corazón lastimado al que parece asomarse una nueva ilusión. Su padre es un ser ausente, demasiado ocupado para prestar atención a la casa, la esposa y los hijos, más que el rato del almuerzo y poco más. Sus hermanos tienen su propio mundo fuera del hogar, con sus clases y sus compañeros de clase. Solamente Cris, la más pequeña, es sobre la que Quico ejerce algún tipo de autoridad. Y luego está Vito, la criada, que se pasa el día en la cocina, trajinando aquí y allá, mientras escucha los seriales y los programas de la radio, con el corazón en un puño porque Femio, su novio, ha sido destinado a África. Y, por último, Domi, el ama de cría, una mujer mayor, muy teatrera, acusica y cotilla, que se encarga de Quico y Cris, aunque su mayor afán es enterarse de lo que ocurre en la casa, de los secretos de uno y de otro.
El príncipe destronado es un título que hace referencia a ese sentimiento de abandono que azota a los hijos que se ven relegados a un segundo plano, por la llegada de un nuevo hermano. Alrededor de esa idea gira la trama de esta novela, y de ahí todas las trastadas que hace Quico, algunas llenas de gracia, mientras que otras pondrán a su madre al borde de un infarto. Pero la novela de Delibes no se limita únicamente a retratar ese síndrome, sino que también hace un dibujo de la época. ¿Cómo era la vida de las familias, de clase media, españolas a inicios de los años 60?La madre ocuparía el papel de cuidadora, siempre en el hogar, atendiendo la casa y a los hijos, una mujer que debe cierta obediencia al marido, que se pasa el día en bata para hacer las labores de la casa pero que, a la hora del almuerzo, se arregla y espera al esposo, al que le prepara su correspondiente whisky con "Un glace, esposa; ya haz el favor completo", una mujer que no debe pensar ni tener opinión propia. El marido, auténtico cabeza de familia, se pasa el día fuera de casa, un hombre al que la guerra le parece una nimiedad comparada con la paz, donde hay que hacer frente al "teléfono, la Bolsa, los líos laborales, las visitas, la responsabilidad del mando...", que solo piensa en el trabajo, porque de él depende toda su familia, que cuando llega a casa, lo mínimo que espera es tranquilidad y no un reproche tras otro. El marido es ese hombre con ideas férreas, que pretende inculcar a todos sus hijos, aunque los tiempos hayan cambiado. Y unos hijos que simplemente se tenían que preocupar de sus estudios, con clases por la mañana, pero también por la tarde, después del almuerzo, algo que solo hemos vivido unas cuantas generaciones. En definitiva, matrimonios desgastados por el uso y la rutina. Hijos que son testigos de ese deterioro conyugal.
La mujer no sale muy bien parada en esta historia. Con los ojos del siglo XXI, cuesta trabajo asimilar a un marido diciéndole a su hijo pequeño:
O bien a un novio, destinado a África, diciéndole a su amor, que llora compungida por la separación:
En cuanto a la película, dirigida por Antonio Mercero en 1977, es bastante fiel a la novela. Diría que, salvo algunas escenas nuevas que vienen a justificar que el largometraje se llame La guerra de papá, el noventa por ciento del guion se desarrolla en paralelo a la trama de la novela. El reparto, encabezado por Lolo García en el papel de Quico es de premio. No sé muy bien cómo consiguieron que este niño tan pequeño actuara como lo hace. En cuanto al resto del elenco, la película cuenta con el trabajo de Ernesto Alterio, Teresa Gimpera y dos jovencísimos Verónica Forqué y Tito Valverde , todos ellos muy convincentes.
Os dejo un fragmento de la película por si os interesa verla.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
Pero hoy vengo a hablaros de mi preferida, El príncipe destronado, una historia llevada también al cine, bajo el título La guerra de papá. Esta novela corta, que habré leído dos o tres veces, y habré visto otras tantas, narra la historia de Quico, un niño de tres años, y su familia. El joven protagonista es el quinto de seis hermanos -Pablo, Marcos, Merche, Juan y Cristina-, de una familia de clase media-alta en el Madrid de principios de los sesenta.
El mundo de Quico se reduce a las personas que viven en su casa y a lo que acontece entre esas paredes.Su madre es una mujer que empieza a despegarse del papel silencioso de esposa, que piensa por sí misma, con un atisbo de modernidad que asoma a través de los cigarrillos que consume, agobiada por la crianza de tantos hijos, con un corazón lastimado al que parece asomarse una nueva ilusión. Su padre es un ser ausente, demasiado ocupado para prestar atención a la casa, la esposa y los hijos, más que el rato del almuerzo y poco más. Sus hermanos tienen su propio mundo fuera del hogar, con sus clases y sus compañeros de clase. Solamente Cris, la más pequeña, es sobre la que Quico ejerce algún tipo de autoridad. Y luego está Vito, la criada, que se pasa el día en la cocina, trajinando aquí y allá, mientras escucha los seriales y los programas de la radio, con el corazón en un puño porque Femio, su novio, ha sido destinado a África. Y, por último, Domi, el ama de cría, una mujer mayor, muy teatrera, acusica y cotilla, que se encarga de Quico y Cris, aunque su mayor afán es enterarse de lo que ocurre en la casa, de los secretos de uno y de otro.
El príncipe destronado es un título que hace referencia a ese sentimiento de abandono que azota a los hijos que se ven relegados a un segundo plano, por la llegada de un nuevo hermano. Alrededor de esa idea gira la trama de esta novela, y de ahí todas las trastadas que hace Quico, algunas llenas de gracia, mientras que otras pondrán a su madre al borde de un infarto. Pero la novela de Delibes no se limita únicamente a retratar ese síndrome, sino que también hace un dibujo de la época. ¿Cómo era la vida de las familias, de clase media, españolas a inicios de los años 60?La madre ocuparía el papel de cuidadora, siempre en el hogar, atendiendo la casa y a los hijos, una mujer que debe cierta obediencia al marido, que se pasa el día en bata para hacer las labores de la casa pero que, a la hora del almuerzo, se arregla y espera al esposo, al que le prepara su correspondiente whisky con "Un glace, esposa; ya haz el favor completo", una mujer que no debe pensar ni tener opinión propia. El marido, auténtico cabeza de familia, se pasa el día fuera de casa, un hombre al que la guerra le parece una nimiedad comparada con la paz, donde hay que hacer frente al "teléfono, la Bolsa, los líos laborales, las visitas, la responsabilidad del mando...", que solo piensa en el trabajo, porque de él depende toda su familia, que cuando llega a casa, lo mínimo que espera es tranquilidad y no un reproche tras otro. El marido es ese hombre con ideas férreas, que pretende inculcar a todos sus hijos, aunque los tiempos hayan cambiado. Y unos hijos que simplemente se tenían que preocupar de sus estudios, con clases por la mañana, pero también por la tarde, después del almuerzo, algo que solo hemos vivido unas cuantas generaciones. En definitiva, matrimonios desgastados por el uso y la rutina. Hijos que son testigos de ese deterioro conyugal.
La mujer no sale muy bien parada en esta historia. Con los ojos del siglo XXI, cuesta trabajo asimilar a un marido diciéndole a su hijo pequeño:
"-El día que te cases, Quico, lo único que has de mirar es que tu mujer no tenga la pretensión de que piensa"[pág. 75]
O bien a un novio, destinado a África, diciéndole a su amor, que llora compungida por la separación:
"-¿Son mujeres las negras?" [pág. 107]
Pinceladas de lo que hablaba antes, el retrato de una sociedad.
De todos los personajes, Quico reluce más que ninguno.Contar el mundo a través de los ojos de un niño de tres años es toda una proeza narrativa, algo que Delibes consigue a la perfección. Me atrevo a decir que, como padre de siete hijos, algo de niños entendería, y es posible que, algunas anécdotas de su vida familiar fueran a parar a las páginas de esta novela. Es una elucubración mía pero, ¿por qué no? Quico es un niño de tres años con una imaginación desbordante, curioso y ávido de vida. Con una dicción demasiado fluía para su edad, su discurso está plagado de pensamientos y palabras que pilla de aquí y de allá. Interesando siempre en las conversaciones de adultos, pega la oreja e interpreta a su manera lo que escucha decir a los mayores. Quico siempre tiene una pregunta en los labios. El mundo es para él un bosque a explorar, así que atosiga a unos y a otros con sus curiosidades, llevando a su madre hasta un hartazgo sin límites, con su incesante "¿verdad, mamá?".
Pero es un niño que necesita el reconocimiento de los suyos, que intenta ganarse su espacio en su propia familia, y por eso alardea tanto de no haberse hecho pipí en la cama y desvía la atención hacia su hermana Cris, a la que reprende por hacerse caca en las bragas. Y como niño, muestra también su lado más rebelde cuando se enfada, proclamando en alto "Mierda, cagao, culo" para llamar la atención, y divierte escucharlo recitar como un papagayo "Están bonitas por fuera, están riquitas por dentro", eslogan publicitario de algún tipo de dulce que no se identifica en la novela.
El desarrollo psicológico que Miguel Delibes hace de Quico es absolutamente fascinante. El autor también hace una gran labor descriptiva, empleando múltiples onomatopeyas para retratar los juegos infantiles, a ese Juan, totalmente abducido por los cómics de vaqueros e indios, o al pequeño Quico que utiliza un viejo tubo de pasta de dientes a modo de camión o tanque.
Escrita en tercera persona, e ilustrada con algunos dibujos de Adolfo Delibes, sexto hijo del autor, la novela se compone de un total de doce capítulos. Cada uno de ellos corresponde a una franja horaria. Así, la trama se inicia a las 10 de la mañana, momento en el que Quico despierta, y finaliza a las 9 de la noche, cuando lo dejan en su cuna tras la cena. Con abundancia de diálogos, a través de los cuales se caracteriza a los personajes y se hace un retrato del contexto político-social, El príncipe destronado tiene uno de los desenlaces más hermosos de la historia de la Literatura, un final auténticamente maravilloso, tranquilizador por un lado pero desconcertante por otro. Una reflexión preciosa y triste, pero llena de amor y vida.
En cuanto a la película, dirigida por Antonio Mercero en 1977, es bastante fiel a la novela. Diría que, salvo algunas escenas nuevas que vienen a justificar que el largometraje se llame La guerra de papá, el noventa por ciento del guion se desarrolla en paralelo a la trama de la novela. El reparto, encabezado por Lolo García en el papel de Quico es de premio. No sé muy bien cómo consiguieron que este niño tan pequeño actuara como lo hace. En cuanto al resto del elenco, la película cuenta con el trabajo de Ernesto Alterio, Teresa Gimpera y dos jovencísimos Verónica Forqué y Tito Valverde , todos ellos muy convincentes.
Os dejo un fragmento de la película por si os interesa verla.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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