Autora
Charo Jiménez nació en Sevilla en 1961. Recuerda su niñez como una etapa sorprendente en la que descubre, gracias a Andersen, Perrault, Rabindranath Tagore..., que los libros guardan sueños y secretos extraordinarios. Ya nunca abandonó su pasión por las letras.
Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y ha sido profesora durante muchos años. Por circunstancias ajenas a su voluntad se ve obligada a abandonar las aulas y, tras un periodo de adaptación en el que, como decía Ortega y Gasset, tiene que esforzarse en salvar sus circunstancias para salvarse ella, publica su primera novela Trampantojo (Triskel Ediciones, 2015). Dos años después cuenta la extraordinaria historia de Jánovas, un pueblo del Pirineo aragonés, en su novela Ara, como el río (Triskel Ediciones, 2017).
Cenizas y rosas, su trabajo más personal, trata temas tan delicados como la vejez, la muerte, el duelo y la superación del dolor desde una perspectiva sanadora, profunda y llena de luz.
Sinopsis
¿Cómo afrontaremos el final de nuestra vida? José Martín llega a sus últimos días rodeado de una cuidadora, con la que le cuesta entenderse, y de parte de su familia. El pasado y el presente se mezclan enturbiando la dañada mente de José, aunque en los breves fogonazos de consciencia aún se percata de todo el amor que le arropa, en especial de su hija Beatriz.
Charo Jiménez, con su acostumbrada delicadeza literaria, realiza en Cenizas y rosas una instantánea maravillosa a una realidad de la sociedad actual: el cuidado de nuestros mayores. La inmediatez del día a día y las interminables horas en el trabajo hacen que la longevidad de nuestros abuelos se haya convertido en un dilema en lugar de una bendición. ¿Cómo encararán las familias este nuevo reto del siglo XXI?
Yo sabía que me iba a doler. Lo sabía desde aquel momento en el que Charo Jiménez me habló muy por encima sobre lo que estaba escribiendo. Lo sabía desde el instante en el que vi la ilustración de la cubierta. (¿Cómo no pensar en ti, papá?). Lo sabía desde esa tarde de principios de octubre, en la que Charo me entregó su libro y leí la dedicatoria.
Sí, yo sabía que leer este libro me iba a doler y, aun así, me lancé a la lectura. No se trataba de sufrir por sufrir, sino de compartir. Asomarse a otro pozo distinto con aguas igual de negras, donde uno puede verse reflejado. En eso consiste a veces la literatura, en buscarse a uno mismo.
Como bien apunta la biografía de la autora,Cenizas y rosas nos habla de «la vejez, la muerte, el duelo y la superación del dolor», temas universales que, lamentablemente, nos llega a todos. Es muy difícil enfrentarse al deterioro y a la decrepitud de un ser querido. Y resulta triste, y a la vez sorprendente, comprobar cómo la vida se repliega sobre sí misma, convirtiéndonos de adulto en lo que ya fuimos de niños, unos seres indefensos y desvalidos. De todo esto habla Charo Jiménez en esta novela, y lo hace centrándose en dos familias. Por un lado, está Pepe y sus hijos (Beatriz, Cándido y Natalia). Pepe es un hombre mayor. Está viudo y posee un mundo propio, el que su enfermedad ha ido tejiendo dentro de su cabeza. A veces confunde tiempos. Cree vivir en otros muchos más felices, en los que aún podía sentir el calor de su esposa. Su mente le juega malas pasadas y, por suerte, no suele ser consciente de la preocupación que provoca en sus hijos. A Pepe lo cuida una mujer de origen extranjero, pero con frecuencia recibe la visita de sus hijos, especialmente la de Beatriz. Es ella la que está más pendiente de su padre. El tiempo pasa. Irremediablemente, los hechos se precipitarán en la única dirección posible.
Por otro lado, tenemos a Juana, la que fue esposa de Silverio, la madre de Reme. Él era un borracho y un maltratador. Ella, una mujer de su casa, de esas que llevan el sufrimiento grabado en las arrugas de su rostro. El matrimonio perdió a una hija, y eso ha marcado a todos. Especialmente a Reme que, vencida por las circunstancias, cayó en un profundo hoyo, del que ha conseguido salir. Sin embargo, la infancia que vivió sigue estando ahí. Las desavenencias con sus padres, también. De Juana iremos sabiendo poco a poco. Era una mujer con sueños. Casi estuvo a punto de cumplir algunos. La vida puede ser muy cabrona.
Cenizas y rosases la historia de Pepe y sus hijos, y también la de Juana y los suyos. Es la historia de los que se van, pero también de los que se quedan. He llorado mucho. Hay pasajes que me han arrancado amargas lágrimas, capítulos en los que he preferido abandonar porque apenas me llegaba el aire a los pulmones. El efecto que causa esta lectura variará de tus circunstancias personales, de las que vives en la actualidad, de las que has vivido recientemente. Todo depende de si tus heridas están cerradas o siguen sangrando. Pero no te asustes. Porque, aunque a mí me ha dejado tocada y hundida, Cenizas y rosas es bella, es hermosa. Esta novela es un canto al amor, a las relaciones paterno-filiales, al consuelo y a la esperanza.
En cuanto a los personajes, todos te dan ese pellizquito en el corazón. Pepe es un hombre que enamora. Enamoran sus desvaríos, fruto de una enfermedad que lo consume. Enamora un intento de rebeldía, la última ilusión que siente. Y enamora el maravilloso acto de amor cuando su final se acerca. Es inevitable sentir ternura por este personaje, que nos recordará a nuestro abuelo, a nuestro padre, perdido en su retahíla mental. ¿Qué piensa una persona en su senilidad? (Quisiera saber lo que piensas, papá. Aunque te confieso que me da miedo). Y también sabrá arrancarnos una sonrisa con sus ocurrencias. Porque todo en él es pura paradoja. A su alrededor hay tristeza, pero él sonríe. Su llama se va a apando, pero él es un hombre lleno de luz. Consuela a los demás, cuando sería él quien debe recibir consuelo.
Pero yo siento predilección por Beatriz. Hija que batalla, «tan miedosa y tan valiente a la vez», tirando del carro de su propia vida, mientras siente sobre su espalda el peso de un padre que emprende el camino de no retorno. Beatriz escribe. Asiste a talleres literarios en los que deja fluir su interior, para evadirse del mundo.
«Dar rienda suelta a la imaginación, escribir sin ocuparme de cuestiones estéticas, volcar mis pensamientos y sentimientos de manera inconexa, irreflexiva tal vez, instintiva -seguro-, visceral -irremediablemente-». [pág. 25]
Beatriz no tuvo una adolescencia fácil. La veremos recordar a su madre aquejada de una dolencia silenciosa, que la dejaba postrada en la cama la mayor parte del tiempo. En esos años en los que hace tanta falta una madre, Beatriz no pudo contar con ella. Ahora la recuerda más que nunca. (Con los años, una se da cuenta que las madres hacen falta toda la vida). Ella y sus hermanos representan esos hijos que no soportan asistir al deterioro de sus padres, que no saben cómo asimilar el verlos vencidos, agotados, cansados de vivir. Enfrentarse a eso es doloroso y complicado, te hunde en el más profundo de los desánimos. Y tienes que obligarte a bracear hasta la superficie, para tomar una bocanada de aire fresco. Oxígeno. Respira. Llega el consuelo, cuando ella reconoce a su padre en sus propios gestos.(Yo también me muerdo el labio inferior cuando hago algún esfuerzo con las manos, papá).
«Viviremos. Mientras haya quien nos recuerde, nos añore, nos sueñe, viviremos».
Cenizas y rosas es pura verdad. Es un reflejo vivo de una realidad compleja. Es el dibujo de ese momento en la vida, tan difícil de tragar, cuando todo se rompe. Hasta las relaciones fraternales más sólidas terminan por agrietarse, cuando las obligaciones y las responsabilidades aumentan. Surgen entonces los reproches, las discusiones, un desahogo que hiere porque siempre hay uno más fuerte que otro, porque siempre hay uno más desgastado que otro, ese uno que termina por explotar y llevarse al resto por delante.
Me paro un momento a pensar.¿Lo estoy contando bien? ¿Estoy transmitiendo de forma certera lo que ha sido esta lectura? Dudo. Dudo mucho. Leer ha sido como tragar virutas de cristal. Revisar mis notas me ha colocado de nuevo en el ojo del huracán. Pero releo porque a pesar del dolor, también hay belleza en estas páginas. Y llego de nuevo al núcleo duro, y ahí está otra vez ese nudo en la garganta que ni sube ni baja. Cinco líneas que son cinco estocadas, o ese «Que no daría yo», que hace sangrar a cualquiera.
«Estamos rotos por dentro, pero sabes qué, que entre tanto dolor había una belleza enorme y pura y quiero grabar a fuego en mi memoria cada sensación». [pág. 126]
En Cenizas y rosas hay mucho de Charo Jiménez. La he encontrado entre estas líneas. Su sensibilidad grita en cada página. Su emoción se libera. Retales de su vida se esconden. Pero ella siempre encuentra el aliento necesario para enfrentarse a sus propios fantasmas. Lo hace con la prosa, y también con el verso. Charo ha exprimido su corazón sobre estas páginas y nos ha hablado del duelo a su manera. No importa que otros lo hicieran antes.
«Nazareth, la profesora del taller, nos dice que todo está dicho, todo está escrito, pero no con nuestra voz, nuestras emociones y nuestras tripas. Y eso convierte nuestras palabras en algo especial y único». [pág. 26]
No. No lo estoy contando bien. No sé si hablaros de ese capítulo de la abuela Carmen, o de ese otro que nos muestra una carta balsámica, o de aquel en el que la luz se apagó. Cenizas y rosas me ha hecho pensar, medir mis propios actos, rebuscar entre mis emociones. He pensado mucho en mi madre. Más aún en mi padre. En un latigazo de dolor, recordé aquellas palabras que él me dijo cuando tenía unos veinte años: «Tú, no me defraudarás». Recuerdo que al escucharlas sonreí, y pensé que mi padre tenía una fe inquebrantable en mí. No sabéis lo mucho que me han marcado esas palabras con el paso de los años. Cada decisión que tomaba, ahí estaban las palabras de mi padre. «Tú, no me defraudarás». Y hasta no hace mucho tiempo, creí firmemente que no lo había defraudado. Hoy no estoy tan segura.
Cierro esta reseña con el corazón palpitante. Acaricio la ilustración de la cubierta. Y con un suspiro, os invito a asomaros a estas páginas, en las que vais a encontrar la vida misma. Porque nadie es ajeno a lo que aquí se cuenta.
A esta lectura, volveré.