Autora
Ana Polegre (29 años, Tenerife) es la creadora de Enfermera en apuros. Ilustrando y dando visibilidad a la Enfermería y al resto de sanitarios desde 2014, vuelve tras su primer libro Enfermera en apuros. La que elige el tamaño de la aguja (2015, Zenith) para mostrarnos la realidad vivida por el colectivo durante una de las mayores crisis mundiales hasta la fecha: el COVID-19 (coronavirus).
Enfermera de profesión, dedica todo su tiempo, junto a su equipo, a diseñar y crear productos y soluciones originales, bonitos pero sobretodo, útiles, para sus compañeros sanitarios.
Además, no para de narrar las aventuras y desventuras de la Enfermería en sus redes sociales.
Sinopsis
Este libro contiene verdad.
Contiene historias impactantes, desgarradoras, emocionantes y muy, pero muy, reales que han vivido las enfermeras y todo el personal sanitario durante la crisis del COVID-19.
Porque puede que no sepas todo lo que pasó.
Puede que no conozcas, o que la leerlas te veas reflejado. Lo importante es que te des cuenta de que lo que pasaste tú, o pasó tu familiar o amigo, también lo pasaron otros.
Pero, sobre todo, este libro pretende darle voz a todos aquellos sanitarios que lo han dado todo por nosotros y que ahora necesitan y merecen ser escuchados.
Este libro está narrado desde primera línea de batalla.
Lo comentaba hace unas semanas por Instagram. No me canso de leer libros sobre lo que estamos viviendo, especialmente si contienen testimonios, reflexiones, anécdotas y vivencias, que nos ayuden a entender la magnitud de la situación en la que estamos inmersos y nos permitan poner cara a todas esas personas que están en primera línea de batalla. Coronavirus. Historias reales en primera línea de batalla de Ana Polegre o, lo que es lo mismo, de Enfermera en apuros, ha sido otra incursión más en el universo coronavirus. Este volumen se centra en nombres concretos, todos ellos pertenecientes al sector sanitario, y por eso vamos a conocer a Sarita, enfermera de la UCI; a Andrea, enfermera del Servicio de Enfermedades Infecciosas; a Verónica, enfermera en una planta COVID-19; o Irene, enfermera en una residencia de ancianos.
Todas estas personas, y muchas más (un total de cuarenta y cuatro) nos cuentan lo que ha sido para ellos estar a pie del cañón, con turnos interminables, haciendo lo que podían con los escasos recursos de que disponían. Todos conocemos la precaria situación en la que se encontraban, haciendo frente a un enemigo del que se sabía poco y contra el que luchaban sin apenas material de protección. Se vieron obligados a reutilizar mascarillas y a alargar la vida útil de las batas esterilizadas. Todo el mundo recordará las famosas fotos de sanitarios envueltos en bolsas de basuras, ¿verdad? Por no hablar de las mascarillas defectuosas o de las que desaparecían de la noche a la mañana, fruto de la insolidaridad y del mal civismo de unos desaprensivos, a los que no les importaba la situación en la que dejaban al resto de compañeros.
En este libro se habla de sanitarios a los que la declaración del estado de alarma los pilló fuera de España, bien de vacaciones con sus familias, o bien estudiando en otros países. No dudaron en regresar para ponerse al frente. Había que estar donde había que estar, incluso si eso lo obligaba a cambiar de domicilio para evitar contagiar a los suyos. A través de diversos testimonios, nos asomaremos a la peculiar relación que se forjó entre paciente y sanitario. Médicos, enfermeros y auxiliares de enfermería eran la única familia que tenían los pacientes ingresados, las únicas manos a las que se podían aferrar. Marina, enfermera de una planta COVID-19, nunca olvidará a J., del que se tuvo que despedir, sin que pudiera hacer más nada por salvarle la vida.
«Entrar en una habitación y que el paciente solo pueda ver unos ojos un tanto achinados debajo de todo el disfraz, unas gafas empañadas por el calor y el agobio del traje y solo poder transmitirle paz y tranquilidad con tus palabras es duro, muy duro.La sensación de deshumanización y frialdad que invade la habitación hace que intentes sacar fuerzas de donde sea para transmitirle que no está solo, cuando en realidad quieres llorar y te invade la tristeza». [pág. 26]
Por atender a todas las personas contagiadas, fueron muchísimos los sanitarios que, a su vez, se contagiaron y un porcentaje nada desdeñable perdió también la vida. Ellos no solo ponían en riesgo su salud, sino también la de las personas con las que convivían. Por eso, como dije antes, muchos optaron por cambiar de domicilio y alejarse de sus familias, de sus padres, parejas e hijos durante unos cuantos meses. A pesar de las precauciones, un bueno número de ellos acabaron en la UCI, y para cubrir las bajas hubo que incorporar al servicio activo a personal que todavía no había acabado la carrera o poner en puestos delicados a sanitarios que acaban de terminar sus estudios. En algunos de los testimonios que se recoge en el libro se habla de la inseguridad que muchos sintieron, de las dudas que le asaltaron, de las preocupaciones.¿Lo estaré haciendo bien?, se preguntaban muchos. Tenían que seguir unos protocolos de actuación muy precisos y cualquier despiste podía conducir al contagio. La situación era de sumo estrés. Tanto es así que Irene y Laura, trabajadoras en una residencia de ancianos, lo pasaron realmente mal. La primera sufrió severos ataques de ansiedad porque se sentía totalmente desbordada. La segunda, fisioterapeuta de profesión, acabó realizando labores de enfermería porque todas las manos eran pocas a la hora de atender a los residentes.
Pero, entre estas páginas también se habla de la solidaridad, de todas esas personas que, a nivel individual, echaron una mano, confeccionando mascarillas cuando el desabastecimiento de material de protección en los hospitales era una realidad difícil de entender. Y también dieron un paso al frente algunas empresas, que hicieron donaciones y fabricaron objetos tan sencillos y necesarios como los salvaorejas, -¿sabías que muchos sanitarios han sufrido úlceras detrás de sus orejas por el roce de las cintas de sujeción de las mascarillas?-, por no hablar de los respiradores o de las pantallas de protección.
Y mientras unos se dejaban la piel en la batalla, el resto nos asomábamos a las ocho de la tarde para aplaudir, pensando que esta enfermedad afectaba solo a personas mayores o con patologías. Sin embargo, Natalia, que por arrimar el hombro trabajaba en dos hospitales distintos, nos cuenta su experiencia con Alberto, un joven de 38 años que acabó intubado en la UCI. Con cuatro pinceladas esta enfermera nos relata la evolución de su paciente -evolución a peor-, y su relato encoge el corazón.
La población general jamás olvidará el año 2020. A todos nos ha marcado lo que hemos y estamos viviendo. A nivel psicológico estoy segura de que esta pandemia nos pasará factura. Con más razón aún a los sanitarios, cuyos ojos han visto de todo, y se han tenido que enfrentar constantemente a la muerte de sus pacientes en circunstancias lastimosas. A ellos, a los que atendieron a tantas y tantas personas -y lo siguen haciendo-, no solo les quedará una huella interna. También la pandemia les ha dejado marcas externas, heridas provocadas por las gafas de protección o por las mascarillas. Y aun así, con el desgaste, el machaque emocional, el cansancio,... todavía tuvieron que soportar la poca empatía de ciertos ciudadanos, vecinos que los invitaban amablemente a abandonar el inmueble en el que residían. El desprecio, la intolerancia, la falta de empatía de unos cuantos fue la moneda con la que pagaron a estos profesionales que se jugaban la vida cada día. No me extraña que Laura, otra enfermera que aparece en este volumen, diga que ha perdido la confianza en el ser humano. Ya se ha demostrado con hechos que no nos hemos vuelto mejores personas.
[Fuente: https://shop.enfermeraenapuros.com/
Pero de todos los testimonios que se ofrecen en el libro, algunos de ellos me han resultado especialmente llamativos y dolorosos. Me sorprendió que Verónica comentara que, inicialmente, no les dejaban dar información a los familiares por teléfono. También es desgarrador lo que nos cuenta Estefanía, en cuyo hospital se habilitó una zona para los pacientes pre-exitus, es decir para aquellos que estaban próximos a fallecer, y que ni siquiera eran «candidatos a la UCI». Esa era la realidad. Mucho se habló de la criba que se hacía entre los enfermos. Al principio, yo pensaba que no sería más que una información falsa pero aquí tenéis a esta enfermera, que lo dice bien clarito. El testimonio de Estefanía ha sido el que más consternación me ha producido. Y de igual modo, me zarandeó lo que nos cuenta Sheila, enfermera de una residencia de ancianos: «Ver cómo el 061 se negaba a derivar a un abuelito a una UCI por no cumplir los criterios, como, por ejemplo, tener un deterioro cognitivo leve [...] Tener que tragarte las lágrimas y llamar a la familia (porque no siempre había un médico) y darle la noticia era algo que te encogía el corazón y, muchas veces, era imposible no hundirte con ellos al otro lado del teléfono».
Y, aunque todo suene a espíritu de sacrificio, a valor, arrojo y coraje, también podéis encontrar en este libro algún testimonio que hablará de todo lo contrario, de la incapacidad para luchar codo con codo con otros compañeros. Ana confiesa que ella no pudo, que decidió no unirse a la causa. Y a mí me ha parecido un testimonio valiente y sincero. Los sanitarios son personas, y tienen miedos, dudas, temores, y también familia. Esto no tiene nada que ver con la vocación. Esto es sencillamente naturaleza humana. Y creo que, si tan admirable es la confesión de una enfermera que dice haber doblado turnos, asfixiarse dentro de los EPIS, sufrir el virus en su propia piel, o contagiar a sus familiares, también lo es el de Ana, que optó por retirarse y dejar su espacio a otros compañeros.
En cuanto a las ilustraciones, están realizadas por la propia Ana Polegre, y muestran el día a día de los sanitarios durante aquellos primeros meses. Son imágenes, en cierto modo, alegres, realizadas con tonos pastel. Le pregunté a la autora en la entrevista que le realicé en su día (puedes leer la entrevista aquí) si con esa paleta cromática pretendía restar algo de dramatismo a las historias que se recogían entre aquellas páginas. Me respondió que: «...es la gama cromática distintiva de la marca. Enfermera en apuros es alegría en medio del caos».
Estructurada en siete capítulos (Primeros síntomas, Todo se fue al meconio, Aprendiendo a todo correr, Mala gestión de la crisis, Más de 50.000 sanitarios infectados, Por eso elegí esta profesión y Los verdaderos supérheroes), el libro está escrito en primera persona, a través de los distintos sanitarios que han prestado su voz, para hablar sobre lo que se han tenido que enfrentar, y para defender su profesión, porque no se les ha valorado lo suficiente. Y todavía hoy, hay gente desaprensiva que sigue sin valorar los que estos profesionales hacen. Por eso, para concienciar, para abrir los ojos, para conocer, para apoyar es necesario este tipo de libros, un volumen que nos acerca a esa primera línea de batalla en la que todavía hoy, los sanitarios de este país se están jugando el tipo.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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