No acostumbro a leer ensayos. No hago remilgos a ningún género, ni me centro únicamente en la novela. De hecho, soy bastante proclive a la experimentación, a probar cosas nuevas y distintas. Aun así, el ensayo, tal y como lo entendemos desde un punto de vista académico, me cuesta mucho. Sin embargo, la cosa cambia radicalmente cuando me topo con libros como Caliente de Luna Miguel.Me gustaría enseñaros el bloc de notas que he usado como soporte, mientras leía este libro. No lo hago por pura vergüenza, para que no veáis el caos, el desorden y, sobre todo, la letra de gato, que a veces no entiendo ni yo. Pero son páginas y páginas llenas de anotaciones, de reflexiones interesantes, de teorías que desconocía, de alusiones, citas, y nombres. Caliente es un descubrimiento en sí, lo mire por donde lo mire. Es el acercamiento al universo Miguel, a su mundo interior, en el que navego sobre cuestiones que me atañen, pero también es la exploración a otros mundos, un viaje a un sinfín de referencias que han conformado varios caminos a seguir.
Sexo, placer, deseo, amor, autoexploración, y femineidad son algunos de los temas que giran alrededor de este libro, centrado en la mujer. Fruto de sus investigaciones y lecturas, nace Caliente, el libro más íntimo y personal de Luna Miguel, en el que la autora también nos habla de sus experiencias vitales.
[Fuente: Megustaleer] |
Luna M.- Más que un ensayo es una especie de memoria. Desde hace un tiempo, suelo hacer una pequeña trampa con todos los textos que escribo, de más largo aliento. Acostumbro a mezclar todos los géneros que, más o menos, sé trabajar. Así que, Caliente podría ser un ensayo, pero también una suerte de novela o incluso una colección de aforismos. Más que nada, a mí me gusta hablar de memoria. Creo que la memoria o el diario es un género que hay que reivindicar más y que, por suerte, se está practicando bastante. Por ejemplo, tenemos Cambiar de idea de Aixa de la Cruz o Los argonautas de Maggie Nelson, memorias donde el autor o la autora también investiga, a propósito del propio tema sobre el que está escribiendo.
M.G.- ¿Y qué te empuja a escribir este libro?
L.M.- Pues una serie de cuestiones que van entrecruzándose. En 2016 publiqué un ensayito que escribí a los veinticinco años, titulado El dedo. Breves apuntes sobre la masturbación femenina. Tras publicar mi primera novela en Lumen, la editora me comentó que le había gustado mucho aquel ensayo, y me propuso ahondar e investigar más, para escribir algo más largo y más intenso. Aquel ensayo tenía menos de sesenta páginas. Acepté su propuesta, pero no fui consciente de dónde me metía. Para mí, todo el tema de la sexualidad, el cuerpo femenino, el amor y los afectos, siempre han sido cuestiones muy importantes. Pero la forma que había elegido para escribir aquel ensayo no me servía ya. Después de aquel texto, había leído otros libros, había aprendido otra serie de cosas, e incluso la sociedad había cambiado. Recuerdo que leer libros sobre sexo o sobre masturbación en 2015 no era lo mismo que leer sobre estos mismos temas en de 2018, después del movimiento #MeToo, de un montón de debates sobre feminismo, o de una ola de publicaciones enorme sobre todos estas cuestiones. Por eso, cuando en 2019 me siento para reescribir El dedo, me doy cuenta de que tengo que escribir otra cosa porque, además, estoy experimentando un momento vital muy convulso. Así que, empecé a escribir de cero un libro totalmente nuevo, investigando mucho sobre sexo, cuerpo y afectos, y narrando mi propia historia, que abarca como unos cuatro o cinco meses de mi vida.
M.G.- Leo en tu libro que la masturbación femenina ha estado muy perseguida. De esta práctica se dijo que era un pecado atroz, una autocontaminación y un hábito fatal.
L.M.- Basta con mi mirar algún manual de sexualidad del mismo siglo XIX, para darte cuenta de esa persecución. Eso por no hablar de todas esas leyendas sobre la masturbación, que metían miedo con frases como si te masturbabas mucho te quedas ciego, o te salen granos... Eran mitos e historias que solo pretendían culpabilizar a los jóvenes, que empezaban a explorar su cuerpo.
M.G.- Nací en el 70, así que, no recibí ningún tipo de educación sexual, ni en los centros educativos y en el seno familiar. Pero hoy, por suerte, las cosas han cambiado mucho. De todos modos, leo en tu libro que, incluso hoy, hay muchas chicas jóvenes que siguen sintiendo vergüenza por el sexo, que tienen miedo al orgasmo.
L.M.- Los nacidos de los 90 en adelante, cuentan con otras herramientas que no tenían las generaciones anteriores, pero eso no quiere decir que todos los jóvenes de hoy las tengan a su alcance o las usen. Ahora que hablamos de la liberación de la mujer a través del Satisfyer, da la impresión de que solo nos podemos sentir realizadas gracias a ese juguete sexual. Pero hay que pensar que hay muchas personas, de distintos ámbitos sociales, que no tiene dinero para comprarse ese objeto, o que no tienen un grupo de amigas o familiares, en el que puedan hablar libremente de todas estas cuestiones. No podemos pensar que unas circunstancias de privilegio es una circunstancia común. Yo me considero una privilegiada porque he podido leer mucho, investigar mucho, y dedicar tiempo a escribir sobre estas cosas, pero no todo el mundo ha tenido estas oportunidades.
Una de las cosas importantes del momento en el que vivimos actualmente es que, ante toda esa vergüenza, prejuicios y leyendas urbanas, ahora tenemos muchas más herramientas para tirar abajo los tabúes y para experimentar con nosotras mismas.
M.G.- Haces referencia a las opiniones y escritos de Cristina Morales que hablan mucho de la vergüenza. Incluso tú confiesas que, ante algún cuadro de Balthus, has sentido cierto pudor. La palabra vergüenza está muy presente a lo largo de todo el libro, flota constantemente sobre las páginas de Caliente.
[El cuarto. Balthus, 1954] |
L.M.- Sí, de hecho, cuando terminé el libro y se lo pasé a algunas amigas cercanas, a mi agente y a mi editora, algunas me propusieron titularlo «Vergüenza». Por un tiempo, me planteé llamarlo así, pero me di cuenta que esa palabra tenía connotaciones muy negativas. Así que no me servía porque yo había luchado por desprenderme de todo lo negativo para escribir un libro que fuera feliz y con un pequeño halo de esperanza. Pero es verdad que la vergüenza lo sobrevuela constantemente porque, precisamente, el verdadero trabajo de la propia narradora es quitarse esa vergüenza, para poder encarar ciertos temas de manera totalmente abierta y sincera.
M.G.- Aparte de la masturbación femenina, también se habla de los genitales femeninos. Una parte del libro habla del clítoris y también de la ablación, esa práctica tan horrenda, que obliga incluso a operaciones para su reconstrucción. Luna, la mujer occidental de países desarrollados, la mujer del día a día, no está en absoluto concienciada con esa problemática, ¿verdad?
L.M.- No (rotundo). No estamos concienciadas. Antes te decía que estamos equivocados al pensar que la problemática de la vida sexual femenina está resuelta en este siglo XXI, porque nos han dado la posibilidad de comprarnos ciertos juguetes eróticos. Eso no es real, y además nos hacen caer en una especie de torbellino capitalista. No estamos más empoderadas porque usemos un Satisfyer. Y como no nos conocemos a nosotras mismas, en nuestro contexto, cómo vamos a conocer lo que pasa a kilómetros de distancia de nosotras, o incluso cerca, pero en culturas y comunidades que ni entendemos, ni aparecen en la prensa.
Todo lo relativo a la ablación lo asociamos a ciertos reportajes de televisión que aparecen muy cuando en cuando, y que te muestran esa problemática como si estuviera ocurriendo en otro planeta.
M.G.- Partimos de la base de que cada uno puede hacer con su cuerpo lo que quiera y someterse a las cirugías que considere oportunas. Pero, ¿qué les pasa a algunas mujeres que piensan que sus órganos genitales son tan feos que tienen que hacerse una labioplastia, con las consecuencias que eso acarrea?
L.M.- Todo es fruto del desconocimiento. En el libro recojo una anécdota que explicó María Hesse, en relación a su libro El placer. Para poder pintar vulvas, Hesse tuvo que pedir a sus amigas que le enviaran fotos de sus órganos genitales. Con ello, María pretendía tener un catálogo mucho más fiable que el que nos muestra el porno. En pornografía, vemos genitales femeninos muy concretos, muy trabajados, muy operados y dispuestos de una manera muy concreta. Por otra parte, la mayoría de los libros de Conocimiento del medio de hoy en día tampoco muestran la vulva. Es más, recuerdo una polémica que se produjo en Francia hace un par de años, con respecto a unos libros en los que se veía un pene perfectamente representado, pero la vulva, no. Aquello ocurrió en 2018 y se formó un revuelo muy grande en la prensa francesa porque las niñas francesas podían ver un pene tal cual, pero no una vulva.
Todo esto está directamente relacionado con lo que estamos hablando. Si a un niña pequeña le dices que no hable de lo que tiene ahí, que no toque ni mire lo que tiene ahí, y si en los libros tampoco lo puede ver, si a lo único a lo que pude acceder circunstancialmente es a una imagen pornográfica de una mujer operada y depilada al extremo, a lo mejor va a pensar que lo que tiene entre las piernas es rarísimo, es feísimo y va a querer cambiarlo.
M.G.- Pues sí. Y otra cuestión que abordas en el libro es el amor plural. Yo siempre he pensado que el hombre y la mujer no son monógamos por naturaleza. Las relaciones son cíclicas y la idea de una relación para toda la vida es una cuestión social. Ahora bien, lo que jamás me había planteado es que se puede amar a más de dos personas a la vez.
L.M.- Sí, es algo que me interesa y sobre lo que he leído mucho. Siempre me ha parecido fascinante que una de mis escritoras favoritas, Anaïs Nim, pudiera estar casada con su marido y, al mismo tiempo, tener relaciones con amigos o amigas. A mis dieciséis años, cuando empiezo a leer sus obras, me parecía que todo aquel despliegue de amores era una locura.
Ahora vivimos en una época en la que, no sé si estamos experimentando grandes cambios pero, al menos, sí estamos obteniendo grandes herramientas para repensarnos. Tenemos la oportunidad de leer a Gabriela Wiener, a Brigitte Vasallo y otras muchas teóricas de lo que se suele llamar poliamor, u otras formas de relación afectiva. Hasta ahora, todas esas teorías estaban un poco silenciadas, aunque son más viejas que la humanidad. Ahora podemos dar pasos hacia delante. No sé exactamente si todos estos modelos son sostenibles o no. Tampoco sé si lo es esa concepción que tenemos de la monogamia. Muchas veces la gente me pregunta si creo que el poliamor es la respuesta a todos los males de la monogamia. Mi repuesta sería que no, pero que la teoría del poliamor podría ayudarnos a entender qué estamos haciendo mal, qué nos duele, cómo nos sentimos cómodos. No creo que se sea monógamo o poliamoroso. Creo que, en todo caso, se está en un tipo de relación o en otra, pero no se es per se.
M.G.- Caliente está plagadísimo de referencias literarias, de citas, de alusiones, reflexiones de otras escritoras y escritores. Todo eso está combinado con tu experiencia personal. ¿No te costó ningún trabajo exponerte así?
L.M.- En realidad, estoy acostumbrada a desnudarme, tanto en mi poesía, como en mis novelas. No sé si eso es un defecto o una causa de haber tenido redes sociales desde adolescente. Recuerdo la época de Fotolog, donde a lo mejor me seguían diez amigos del instituto. Allí yo ya contaba mi día a día, ya subía fotos. Quienes hemos hecho un determinado uso de las redes sociales como diario personal, perdemos el miedo a mostrar ciertas cosas. Además son cosas que quiero mostrar voluntariamente. Expongo mi experiencia porque puede ayudar a explicar algo que no está suficientemente explicado en la literatura que he leído, y cuyos detalles podrían facilitar el entendimiento de ciertas líneas de pensamiento que están ahora en boca de todos. Por eso digo que este ensayo, estas memorias, no es un texto sobre el poliamor, ni intento explicar las bases de ciertas maneras de relacionarse más allá de la monogamia, sino que yo cuento cómo ha sido mi coqueteo con esa experiencia, sin sentar cátedra, sino contribuyendo con mi testimonio.
M.G.- La inmensa mayoría de las referencias son femeninas. Alguna vez aparece el nombre de algún hombre. ¿Es complicado que un hombre aborde con objetividad el deseo femenino?
L.M.- He encontrado pocas lecturas firmadas por hombres. En este caso, me gusta remitirme al Premio Bad Sex Award, los premios al peor sexo, que se entregan irónicamente a escritores cada año. Generalmente, los más nominados y los más premiados suelen ser hombres hablando de sexo. Se premia la peor escena sexual de la literatura de cada año. Sin embargo, también creo que hay narradores que trabajan muy bien la feminidad. Por ejemplo, en España tenemos a Gonzalo Torné y en Estados Unidos a Jeffrey Eugenides. La trama nupcial o Las vírgenes suicidas hacen un retrato muy chulo de la feminidad.
En cualquier caso, a mí me interesaba hacer un árbol genealógico de escritoras. Creo que es lo que nos falta. Hay miles de referencias al deseo y al erotismo, desde Ovidio, hasta Catulo, pasando por el Marqués de Sade. Si hubiera querido hacer un mapa del erotismo trabajado desde los nombres masculinos, habría caído en los nombres de siempre. De hecho, en algunos caigo, pero hacía falta también mostrar el mapa de esos nombres femeninos que, normalmente no salen a la luz cuando hablamos de todas estas cuestiones.
M.G.- Y hablando de autores y autoras, también podemos hablar de lectores y lectoras. Te he escuchado en varias entrevistas incidir mucho en la palabra lectoras. ¿No te llega feedback de lectores?
L.M.- Tengo muchos lectores, lo que pasa es que la mayoría son lectoras. No me importa utilizar el femenino para referirme al conjunto. Creo que es algo bonito, y un homenaje a ellas. Si te pones a mirar las estadísticas, la mayoría de mis seguidores en redes sociales son mujeres. Es más difícil medir qué porcentaje de mujeres o de hombres leen mis libros, pero es cierto que creo que mi discurso llega mucho más a las mujeres. Tampoco es tan raro, teniendo en cuenta que, solo en España, la mayoría de los lectores son mujeres. Por eso hablo de lectoras porque creo que esa palabra representa mucho mejor el grupo de personas que me leen, sin rechazar al lector masculino porque, evidentemente lo necesitamos. Él también tiene que hacer un esfuerzo al leer a todas esas mujeres de las que, sin duda, aprenderá muchísimo.
M.G.- Aprender mucho, segurísimo. De hecho, yo he aprendido un montón. He estado leyendo tu libro, con el ejemplar en una mano y el móvil en la otra, buscando información constantemente. Creo que ese es el mejor modo de leerlo, dejándose llevar por todas esas referencias que vamos encontrando, e indagando y buscando más información.
L.M.- Me gustaría pensar que quien se acerque a Caliente va a aprender cosas. La mayoría de mi familia se dedica a la enseñanza. A veces pienso que, cuando escribo, se me pone cara de profesora. Dar bibliografía a los demás es apasionante. Cuando has aprendido algo, lo compartes con otra persona, esa persona se interesa y eso da pie a una conversación, es algo que me apasiona. Me encantaría que la gente, después de leerme a mí, se olviden de mi libro y se interesen por otras muchas lecturas que menciono.
M.G.- Luna, en el libro reproduces una serie de encuestas que has hecho a otras mujeres, sobre deseo, amor, sexo. Me gustaría saber cómo se han desarrollado esas entrevistas.
L.M.- Fue muy sencillo. Hice un cuestionario tipo muy básico, pensando que no me aportaría tanto como al final sí ha sido. Primero se lo pasé a personas cercanas, pero me di cuenta del jugo que podía dar un cuestionario así, con preguntas como ¿cuándo empezaste a masturbarte?, ¿sentiste pudor?, ¿qué referentes tienes?, ¿con quién hablas de estos temas? Así que, a través de redes sociales hice una llamada. Empecé a recibir muchísimas respuestas de muchas mujeres españolas o latinoamericanas. Me llegaron como unos doscientos mails, algunos con respuestas muy escuetas y otros larguísimos. Fue muy complejo recibir respuestas de menores de edad, que te contaban intimidades muy difíciles. Eran testimonios que debían de contar a un adulto, a su madre o a su hermana. Recibí también respuesta de mujeres trans. Una de ellas me contó su transición. Fue tantísima la información que daría para recopilarla en un libro
M.G.- Que menciones a las mujeres trans me da pie para confesarte que, a veces, me pierdo con tanta etiqueta. Leyendo tu libro he tenido que buscar algunos conceptos como la conducta queer. ¿Tú no crees que el empleo abusivo de tanta etiqueta es contraproducente?
L.M.- Mira, esto es muy interesante. En el libro hay una sección que habla, precisamente, de la etiqueta «literatura femenina». Las etiquetas son necesarias en un momento, para señalar y mostrar, para señalarse y mostrarse. El problema aparece cuando esas etiquetas dejan de ser un modo de visibilización y se convierten en un método de separación. Hay una serie de etiquetas que antes convivían pacíficamente porque la lucha era común pero ahora, como ya están muy asumidas, al menos en algunos ámbitos, se pueden convertir en una carga, en algo que nos separe, nos pelee, e incluso puede ser utilizado en nuestra contra por el machismo, por el patriarcado, o por la extrema derecha. Con las etiquetas, debemos ser muy cuidadosos. No debemos negarnos a ponernos las etiquetas que necesitemos para mostrarnos, para contar una realidad que no está representada, pero también debemos ser cuidadosas y no permitir que los abusadores de siempre, aquellos que quieren vernos calladas, utilicen todas estas herramientas para eso, hacernos callar.
M.G.- Luna, me llevaría hablando contigo mucho más tiempo. Se me han quedado muchas preguntas en el tintero, pero no quiero robarte más tiempo. Muchas gracias por atenderme y felicidades por este libro que, para mí, ha sido todo un descubrimiento.
L.M.- Me alegro que te haya gustado. Gracias.