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CLAUDIA PIÑEIRO: ❝Catedrales es una novela familiar noir❞

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Recuerdo la primera vez que vi la película Las viudas de los jueves (la tienes reseñada aquí). Para ser sincera, por entonces lo desconocía todo de Claudia Piñero. Aquel largometraje me, gustó aunque advertí falta de profundidad en cuanto al tema principal. Ya sabemos que no siempre es fácil adaptar una novela a la gran pantalla. Hay que hacer una labor de reajuste y es lógico que algo se quede por el camino. Sin embargo, aquella trama me siguió dando vueltas a la cabeza durante días. ¿Qué tal si leía la novela? Y a ello me puse. Piñeiro ya no fue nunca más una desconocida para mí. Después de aquella novela, vendrían Betibú y Tuya. Tengo en la diana Las grietas de Jara y, sin embargo, no he vuelto a asomarme a ninguna otra adaptación más. Es hora de que salde esa deuda.

Claudia Piñeiro publica Catedrales y de las dimensiones de una catedral podemos tildar esta novela. La historia, llena de luces y sombras, aguarda en su interior personajes de toda índole y condición. Una familia, una muerte sin resolver, y muchas deudas pendientes. Del texto os hablaré en breve. De momento, os dejo con la entrevista.

[Fuente: web editorial]
Marisa G.- Claudia, la conocí con la película Las viudas de los jueves, pero he visto que hay más películas suyas adaptadas al cine, ¿qué opinión le merecen?

Claudia P.- Me gustan todas las adaptaciones que se hicieron. Tengo una ventaja sobre el resto de escritores, y es que además soy guionista, así que entiendo cuando se cambian partes de una novela para llevarla al cine. Algunos colegas me han comentado que no les gustan las versiones de sus libros porque le cambiaron cosas pero, la realidad es que cuando uno lleva un texto literario a una película o a una serie no queda más remedio que cambiar cosas, eliminar líneas secundarias, o cambiar personajes. Son cosas importantes para que después el proyecto audiovisual funcione. Hasta ahora se adaptaron Las viudas de los jueves, Betibú, Las grietas de Jara y Tuya, y fueron bien diferentes porque tienen que ver con los directores de cada una de ellas, que son los que ponen su impronta. 

M.G.- Catedrales es su última novela. Lo primero que se me ocurre es preguntarle por qué. ¿De dónde procede la idea de esta novela?

C.P.- Todo lo que escribo surge a raíz de una imagen disparadora, que forma parte de la categoría de los sueños. A veces uno sueña con algo y no sabe por qué soñó con eso. La imagen disparadora de esta novela es muy parecida a lo que terminó siendo la tapa del libro, con esa joven que va a una iglesia, está sentada en un banco, esperando un consuelo que no llega. Esa imagen queda en mi cabeza y empiezo a tirar del hilo para tratar de ovillar algo. Y así me surge esa familia tan católica, con tres hermanas, y de a poco va apareciendo la novela. ¿Pero cuáles son las cuestiones que hicieron que estas imágenes aparezcan? Bueno, eso ya corresponde más al orden de lo inconsciente, como en los sueños.

M.G.- ¿Y cómo definiría la novela para los que no la hayan leído? ¿Qué le contaría a esos lectores?

C.P.- Catedrales es una novela familiar noir. El crimen o el enigma que hay que resolver ocurre en una familia. El peso de todos los miembros de la familia es muy importante. Pero, al contrario de lo que ocurre en la novela policial, la investigación quizá no es lo más importante, sino lo que verdaderamente importa es lo que le pasa a esta familia treinta años después, sin que se haya podido resolver el crimen. En la novela policíaca, uno tiene un cadáver y, al día siguiente, hay que empezar a averiguar quién fue el asesino. Acá ese eje temporal no es exactamente así porque ya pasaron muchos años. Quizá las preguntas que deberían hacerse los personajes y los lectores, no son las mismas que en la novela policíaca, -quién lo mató y por qué-, sino otras, como qué le pasó a Ana, por qué llego sola a esas circunstancias, por qué nadie la ayudó. Otras preguntas que nos acercan a la verdad.

M.G.- Lo que me gusta de esta novela es que usted presenta ese hecho trágico, pasa todo ese tiempo que menciona, y después se analiza cómo ese suceso repercute en cada uno de los miembros, y qué consecuencias trae a lo largo de los años.

C.P.- Sí, justamente, una de las cosas que más pensé antes de emprender la escritura concreta de la novela era quién iba a contar esta historia, cuál iba a ser la voz cantante para contar la historia de Ana. La conclusión a la que llegué es que todos tenían que poner su voz en primera persona. No solamente porque todos sabían alguna parte de la historia y tenían su propio punto de vista, sino porque cada uno tenía que asumir su pequeña o gran cuota de responsabilidad. A veces hay crímenes o circunstancias violentas que tienen un único responsable, un culpable directo, pero también hay otros muchos responsables indirectos porque permitieron lo que ocurrió, porque no lo impidieron, no hicieron nada.

M.G.- Y con la idea de que cada uno de los personajes contribuya a crear la historia, construye esta novela con esta estructura: siete capítulos, uno por cada personaje. Cada uno de ellos se acerca a ese crimen desde su punto de vista.

C.P.- Sí, es una estructura absolutamente coral, donde cada uno tiene que poner su propia voz. La única voz que no está es la de Ana, aunque lo pensé. Me planteé usar la voz de Ana para que ella misma contara lo que le pasó pero, nosotros como lectores, nos tenemos que hacer cargo de que cuando una mujer muere, ya no tiene más voz. Su voz la tienen que reconstruir los que quedan. 

M.G.- Fíjese que todo lo que le ocurre a Ana, imaginé que procedía de alguna noticia que había leído en algún sitio. Me figuré que había una chica como Ana, a la que le había pasado lo mismo, en algún punto del planeta.

C.P.- No, no hay ninguna noticia real pero vos sabéis muy bien que, en mi país, hasta diciembre del año pasado, el aborto era algo clandestino. Muchas mujeres morían al someterse a un aborto clandestino, o no contaban lo que les estaba pasando en su entorno. Así que, en realidad, no es un caso, sino muchos casos que, a lo mejor, abonan que uno tenga determinadas cuestiones en la cabeza.

M.G.- La novela no es muy extensa pero sí es muy intensa, en emociones y temas. A través de esta historia podemos asomarnos a la culpa, el remordimiento, la responsabilidad..., pero hay temas de muchísimo más calado como las relaciones familiares, la religión, el fanatismo, el celibato, el aborto, los secretos,... Un abanico extenso de cuestiones.

C.P.- Me interesa poner en cuestionamiento los absolutos. Hay algunas instituciones que parecen que son intocables, como la familia, la religión,... Se pueden cuestionar, si hace falta. A veces una persona está en una familia donde hay alguien que es un violento, al que tiene que respetar porque es parte de la familia, pero no tiene que ser así. O también cuando tenemos vecinos, que causan ruidos y golpes, y no te metes porque son cosas privadas y familiares. Pero hoy sabemos que si, en el departamento de al lado, escuchamos los gritos de una mujer porque un hombre le está pegando, tenemos que llamar a la policía. En ese sentido, vamos evolucionando.

M.G.- La familia es un tema que ya toca en otras novelas. ¿Qué tienen las familias que resultan tan interesantes para la literatura?

C.P.- Me parece que la familia es como el núcleo principal donde pasan todas las bellezas y las miserias. Como dice Tolkien en el arranque de Ana Karenina, las familias infelices lo son cada una de una manera particular. A la literatura le interesa más esa particularidad. Si uno va a contar historias de familias felices, probablemente termine haciendo una publicidad de dentífrico o de mayonesa. La literatura se basa en conflictos, en cuestionamientos, en pensamientos críticos, por lo tanto los personajes que tienen conflictos son más interesantes y permiten una curva dramática más severa.

M.G.- He ido señalando muchas frases. Hay una que me ha gustado mucho que dice «Crecer es tener secretos». Y es cierto. A medida que nos vamos haciendo mayores, uno va tejiendo su propia red de secretos, que solamente uno conoce, claro.

C.P.- Parece que los niños se lo dicen todo. Dicen cualquier cosa porque saben que pueden decirlo. Después, nos van explicando que hay cosas que no se pueden decir y, a lo mejor, no está tan bien eso.

M.G.- La religión y las creencias religiosas están muy presentes en la novela, pero son creencias mal entendidas o al menos, muy llevadas al extremo porque, lo que vemos en esta historia es el fanatismo.

C.P.- He querido enseñar que el fanatismo no solo surge en religiones lejanas y en países más desconocidos. El fanatismo está también en las religiones más cercanas. En Argentina y en España, la religión más extendida es el catolicismo, y también tenemos fanáticos religiosos, que llevan al extremo ciertas cuestiones que tienen que ver con la religión y que, además, quieren imponérselas a otras personas que no son de su propia religión. De ninguna manera, he pretendido cuestionar la fe de cada uno, pero muchas de las normas que, a veces, se imponen en las iglesias, no tienen nada que ver con la religión de base, sino con normas que han impuesto los hombres a lo largo de los años. Y cuando digo hombres, me refiero a varones porque en la estructura religiosa del catolicismo son todos varones que, a través de los concilios, van acordando qué es lo que se puede o no se puede hacer. En Argentina, la iglesia católica se ha opuesto al matrimonio igualitario, al divorcio, a la patria potestad compartida de los hijos, por supuesto, también al aborto y, en ese sentido, nunca sabremos cuánto de eso fue lo que dijo Jesús o lo que dicen los hombres con sus interpretaciones.

M.G.- Vemos que todo lo bueno y lo malo, y hay mucho malo en la novela, se reduce a los designios de Dios. Esta expresión se repite mucho en el texto, como si uno no tuviera culpa de ciertos hechos.

C.P.- Algunos personajes se sacan de encima la responsabilidad, de este modo. El que no cree tiene muy mala suerte de no poder culpar a los designios de Dios. Seríamos más libres.

M.G.- Y entre esos personajes está Lía, Carmen, Ana -que son las tres hermanas-; su padre Alfredo; Marcela, la amiga de Lía... Podría preguntarte muchas cosas sobre los personajes. Por empezar con Lía, que es la que abre la novela, ella se declara atea después de la muerte de Ana y es curioso que decide mudarse a una ciudad, como Santiago de Compostela, que está tan vinculada con la religión.

C.P.- El personaje asume que es atea pero reside en una ciudad donde, cada día pasa junto a un montón de iglesias y ve a mucha gente persignándose. Es como si quisiera ponerse a prueba. Seguramente, Lía se pregunta cada día si está bien la decisión que tomó. 


[Encuentro Zoom con Claudia Piñeiro]

M.G.- Carmen es la hermana mayor y, si le digo la verdad, la he llegado a odiar. Le ha salido un personaje muy falso, muy orgulloso, con mucha soberbia. Ahí el lector va a empatizar poco con Carmen.

C.P.- Sí pero, a pesar de eso, yo traté de forjar una lógica propia para este personaje. Creo que nadie cree que es malo en sí mismo. Incluso una persona que puede hacer daño a otro se justifica siempre, y tiene sus propias razones. Yo quise darle esas razones a Carmen. Puedo comprender que, educada en esas circunstancias, terminó siendo lo que es, aunque no lo comparta. Pero, como autora, necesito darle una lógica a su pensamiento, y que tenga cierta coherencia desde el punto de vista de sus propios idearios.

M.G.- Siento debilidad por Marcela. Me parece un personaje entrañable. Además la has construido con una enfermedad que le habrá obligado a indagar cómo funciona esa memoria anterógrada.

C.P.- Sí, memoria anterógrada o de corto plazo. Es decir, Marcela puede recordar cualquier hecho pasado, pero no puede recordar los nuevos episodios. Es lo que vemos en la película Memento o en el libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero del neurólogo Oliver Sacks. En ese libro, el autor recoge los casos que él vio en la clínica. También vi muchos vídeos en YouTube de personas que tienen este problema y muestran cómo sobrellevan su vida porque tienen que anotar si comieron, si no comieron, etc... 

M.G.- Para Marcela, el pasado es silencio, el presente, olvido, y el futuro es un vacío inmenso. Ni siquiera está habilitada para enamorarse.

C.P.- Claro porque si hoy se encuentra con un hombre y se enamora, al día siguiente se habrá olvidado de él.

M.G.- Alfredo, el abuelo de Ana. Es un personaje maravillo, un padre-coraje que no tira nunca la toalla, a pesar de los años, porque él necesita saber la verdad de lo que le ocurrió a Ana. 

C.P.- Me gusta mucho ese personaje. Alfredo es un homenaje a tantos padres y madres en Latinoamérica que todavía tienen la fuerza para seguir preguntado por sus hijos. Quizá también en tu país hay casos así pero, acá tenemos todavía varios casos de mujeres desaparecidas que no sabemos qué pasó con ellas, o de mujeres muertas que murieron en fiestas de poder, y de las que no se termina de dar una resolución de justicia. Y vemos a esos padres y madres que siguen yendo a un medio, a cualquier lugar donde los escuchen, donde los puedan ayudar, para que la causa no quede impune. 

M.G.- La verdad que se nos niega duele hasta el último día, es otra de las frases de la novela. Prácticamente es esa frase la idea sobre la que se sustenta la novela.

C.P.- La novela trabaja mucho sobre si uno se acerca o no a la verdad. Alfredo también llega a decir que a veces estamos en el borde y sabemos que la verdad está ahí al lado, y no somos capaces de dar ese último paso porque es tan duro lo que hay ahí...

M.G.- Bueno, Claudia no tengo más preguntas que hacerle. Le agradezco que me haya atendido y felicidades por la novela. Me ha parecido espectacular y la he disfrutado mucho.

C.P.- Muchísimas gracias, Marisa. Gracias por leer esta novela y las otras. Y espero poder encontrarnos en algún momento.

M.G.- Ojalá. Un saludo.


Sinopsis: Hace treinta años, en un terreno baldío de un barrio tranquilo de Buenos Aires, apareció descuartizado y quemado el cadáver de una adolescente. La investigación se cerró sin culpables y su familia -de clase media educada, formal y católica— silenciosamente se fue resquebrajando. Pero, pasado ese largo tiempo, la verdad oculta saldrá a la luz gracias al persistente amor del padre de la víctima.

Esa verdad mostrará con crudeza lo que se esconde detrás de las apariencias; la crueldad a la que pueden llevar la obediencia y el fanatismo religioso; la complicidad de los temerosos e indiferentes, y también, la soledad y el desvalimiento de quienes se animan a seguir su propio camino, ignorando mandatos heredados.

Como en Las viudas de los jueves, en Elena sabe y en Una suerte pequeña, Claudia Piñeiro ahonda con maestría en los lazos familiares, en los prejuicios sociales y en las ideologías e instituciones que marcan los mundos privados, y nos entrega una novela conmovedora y valiente, certera como una flecha clavada en el corazón de este drama secreto.


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