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KARMELE JAIO: ❝Las manos de una madre siempre simbolizarán el cuidado y la protección❞

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Lo conté por redes. Lo muchísimo que me ha gustado Las manos de mi madre de Karmele Jaio. Es maravilloso toparse con una obra que, en poco más de ciento cincuenta páginas, es capaz de conmover tanto, de remover las entrañas, de enfrentarnos a nuestra propia vida.

Las manos de mi madre es una novela con bagaje. Publicada hace quince años, en euskera, renace ahora en castellano para regocijo de los lectores. Y lo diré cuando publique la pertinente reseña, pero lo digo también ahora. Hay que acercarse a estas manos, dulces, suaves y blancas, porque en ellas muy posiblemente encontraremos la de nuestra propia madre. A mí me ha parecido un reencuentro muy reconfortante.

Hablo con Karmele Jaio.

©Jon Hernáez
Marisa G.- Karmele, tenía muchas ganas de hablar con usted y, de leerla. Especialmente tras la publicación de
La casa del padre, con tan buenísimas opiniones como ha tenido. 

Karmele J.- Sí. Al igual que otros títulos previos, aquí ha tenido muy buena acogida. Pero ha sido al traducirse al castellano, cuando ha podido llegar a muchos más lectores, a los que parece que también ha gustado mucho.

M.G.- Acabo de caer en la conexión que hay entre las dos novelas. Por un lado, La casa del padre. Por otro, Las manos de mi madre. No deja de ser curioso.

K.J.- Sí, aquí ando con el padre y la madre. No sé a quién voy a sacar en la próxima (Risas). No es algo buscado. De hecho dudé con La casa del padre, con el título, precisamente por lo que estamos hablando, porque ya tenía una novela que hacía referencia a una madre. Pero bueno, al final, así quedó.

M.G.- Son casualidades de la vida. Yo me he centrado en Las manos de mi madre, una novela que me ha encantado. Pero acláreme algo, Karmele. Esta novela creo que se publicó primero en euskera, sobre el 2008, ¿no?

K.J.- Este año se han cumplido los quince años de la publicación en euskera. Luego hubo una pequeña edición en castellano, de la misma editorial, pero tuvo muy poca circulación. Me quedé con la pena de que no llegara a más gente en castellano. Pero, como La casa del padre ha tenido tan buena acogida, Booket me propuso editar Las manos de mi madre, y hacerla llegar a todo el público en general. 

Para mí, no ha sido como si una obra olvidada reapareciera. Este libro me ha acompañado durante estos quince años, ha estado vivo durante todo este tiempo. Se han ido lanzando reediciones anuales en euskera, se ha traducido a otras lenguas, la traducción al inglés recibió un premio, se hizo una película,... Es una novela que, cada cierto tiempo, me ha dado una alegría. 

M.G.- La novela arranca con la hospitalización de Luisa, la madre de la protagonista, de Nerea. Esta circunstancia y otras a las que ella se tiene que enfrentar, supone como un puñetazo, la descoloca mucho y empieza a plantearse muchas cosas.

K.J.- La historia está escrita hace quince años pero encaja igualmente en el modo de vida que llevamos hoy. Actualmente es casi imposible compaginar la vida laboral, con la familiar y con el cuidado a los mayores. Nerea vive sobre el alambre, como vive muchísima gente, intentando llegar a todo pero la enfermedad de la madre le desbarata toda su vida. De repente, se le cae todo lo que tenía construido, y eso hace que vea las cosas desde otro ángulo.

M.G.- Esta circunstancia le sirve para analizar la relación madre-hija, alrededor de la cual hay un sentimiento de culpabilidad muy acusado. Eso es algo muy común en los hijos cuando tenemos que enfrentarnos a la vejez de nuestros padres.

K.J.- Así es. Creo que ese sentimiento de deuda que vemos en la novela sobrevuela sobre todas las personas. Uno de los motivos por los que sentimos culpa es por no haber sido capaz de ver a la persona que existe detrás de esa gran palabra como es madre o padre. Solamente  hemos visto a la persona en su papel de cuidador, pero nunca nos hemos preguntado por la mujer o el hombre que hay detrás. En la novela se produce ese momento de descubrimiento. Nerea entenderá que su madre, además de ser su madre, es también una mujer como ella, a la que le han ocurrido cosas parecidas. Esa culpa surge en buena medida por la invisibilidad de la persona que se esconde detrás de ese rol de madre.

Y luego hay como una culpa por las palabras no dichas, por esos silencios que a veces se producen en las familias, por esa incomunicación. Se puede estar media vida viviendo con una persona bajo el mismo techo y casi no conocerla. Los silencios pueden llegar a arañarnos por dentro cuando nuestros padres fallecen. Es ese momento en el que te das cuenta que no le has dicho todo lo que le tenías que decir. La obra hace hincapié en eso, en la necesidad de demostrar lo que sientes por esas personas.

M.G.- Hay una frase que la tengo muy remarcada. Dice: «Me invaden constantemente recuerdos de situaciones similares, y en todas me veo respondiéndoles sin ganas, ignorándola a veces, contestándoles con monosílabos y desgana. Y ahora me duele». Yo me pregunto, Karmele: ¿Alguna vez se cura ese dolor? 

K.J.- Creo que se puede curar cuando hablamos como adultos con nuestros padres. Cuando las palabras son las que nos pueden curar. Todas esas palabras no dichas hacen mucho daño dentro y la forma de librarse de ese dolor es sacando lo que tenemos en nuestro interior. Nunca es tarde para decirle a una madre lo que ha significado para nosotros. Cuesta mucho, pero es la mejor manera de mitigar ese dolor.

M.G.- Cuando están con vida, sí. Lo malo es cuando han fallecido porque entonces llegas tarde a todo.

K.J.- Eso es. Es otra de las cosas que subraya el libro. Después de muertos no hay nada que hacer. En esta vida que llevamos, estamos constantemente respondiendo a lo urgente, pero nos olvidamos de lo importante, de las personas que tenemos a nuestro alrededor, de las que queremos y de las que tenemos que cuidar.

M.G.- Nerea se cuestiona esto mismo, no solamente con su madre, sino también con su propia hija. El libro nos invita a hacer reflexiones importantes. Para las hijas que ya tenemos una edad, nuestra madre era sinónimo de hogar. Pero claro, los tiempos han cambiado y hoy día, alrededor del papel de la madre, que trabaja fuera, hay como un halo de ausencia, que repercute mucho en los hijos.

K.J.- Bueno las madres de hoy también arrastran esa sensación de culpa por no estar donde, desde pequeñas, nos han enseñado que debemos estar. A pesar de que tenemos una vida laboral, y trabajamos fuera de casa, siempre hemos sabido que uno de nuestros roles importantes es cuidar a las personas de nuestro entorno. Eso lo tenemos metido en lo más profundo de nuestro disco duro. Aunque pensemos que estamos totalmente liberadas de ese rol, no es así, nos sentimos muy culpables de no estar ahí, de no poder estar más tiempo con los nuestros. Es una responsabilidad que debería estar compartida, y no solo con la pareja, sino con toda la sociedad. El cuidado es una responsabilidad de toda la sociedad pero todavía está mayoritariamente sobre las espaldas de las mujeres. Seguimos cuidando más que los hombres y si no lo hacemos nos cae un gran sentimiento de culpa encima.

M.G.- Otro personaje que me gusta mucho es la tía Dolores, la hermana de Luisa. Es una mujer que ha hecho su vida en otro país y cuando llega a España para visitar a su hermana, se convierte un poco en el sustituto de la madre de Nerea.

K.J.- Sí, ella vuelve y es ese personaje el que le va a traer a Nerea la voz del pasado de la madre. La tía Dolores le va a transmitir lo que su madre era. Es un personaje importante porque funciona como catalizador, pero también es una mujer con sentimiento de culpa. Le pesa el no haber ayudado a su hermana cuando lo necesitaba. La culpa es algo muy habitual en las mujeres. Nos sentimos señaladas en cuanto nos descuidamos o no hacemos algunas cosas. Pensamos que no estamos respondiendo a las expectativas que se espera de nosotras y eso es un gran problema.

M.G.- Nerea descubre algo del pasado de la madre. Es complicado para un hijo descubrir ciertas cosas de sus padres por lo que comentábamos antes, que no los vemos como hombres y mujeres. Son personas que tuvieron su pasado antes de ser madre o  padre.

K.J.- Exacto. La palabra madre o padre ocupa mucho espacio y no deja ver lo que hay detrás. En cuanto te dicen que tu madre tuvo un novio de joven, enseguida nos ponemos tensos y no queremos saber nada. (Risas)

M.G.- Y para ser una obra tan breve es muy intensa, y toca temas de mucho peso como la enfermedad, la inmigración en el papel de la tía Dolores y también está ETA,  aunque no se mencione explícitamente.

K.J.- Tenía que estar. Hemos vivido con ello y es parte del decorado de la vida. En la obra se habla de una época y una generación muy concreta en la que ETA estaba muy presente. Todo lo que ocurrió en esos años ha condicionado mucho, y especialmente a determinadas personas. Por eso aparece en esta novela, aunque sea a pequeñas pinceladas, porque es otra piedra que llevamos encima durante mucho tiempo.

M.G.-  Buena parte de la acción ocurre entre las paredes de un hospital, en esas horas que Nerea pasa acompañando a su madre. Inevitablemente, leyendo esos pasajes, el lector se impregna de esa sensación tan desagradable que se respira en los centros hospitalarios. 

K.J.- Así es y fíjate que es un entorno en el que predominan las mujeres. ¿Quién está al lado de la cama del enfermo? La mayoría de las veces son mujeres. Me interesaba mostrar este aspecto.

M.G.- Y las fotografías también son importantes en el texto como ese nexo de unión que nos une al pasado. Hay muchas referencias a fotografías antiguas, de cuando la madre era joven. De hecho, la fotografía que se ha usado para la cubierta del libro es de su archivo personal.

K.J.- He utilizado el recurso de la fotografía porque me parecía que una manera muy gráfica de contar el pasado era empleando fotografías. A veces es suficiente ver esa punta del iceberg para imaginar todo lo que hay debajo. Describiendo ciertas escenas del libro me lo imaginaba todo en blanco y negro, como esas fotos antiguas que todos tenemos en casa.

M.G.- Hablaba hace unas semanas con autora que la literatura que llega con mayor impacto al lector es esa que nace de las heridas del autor. No sé si este es tu caso.

K.J.- Bueno, recuerdo ahora una frase de Simon de Beauvoir que decía que los personajes felices no tienen historia. Creo que cuando escribimos indagamos en lo que nos duele, en lo que nos afecta y llevamos dentro. Eso no quiere decir que lo que cuente en la novela sea real, no lo es. Pero sí lo es el sentimiento de hija, de preocupación por la madre cuando enferma.

Al principio, cuando escribí esta novela hace quince años, me la explicaba como una obra con la que quería retratar dos generaciones de mujeres que, siendo tan distintas, en realidad eran muy parecidas. Sin embargo, con el tiempo entendí que si escribí Las manos de mi madre fue porque en mi subconsciente se encendió una alarma, cuando fui consciente de que mi madre había envejecido. Es algo que nos ocurre a todos. Visitas a tu madre y la ves más o menos igual. Sin embargo, casi de un día para otro, te llevas una tremenda sorpresa al comprobar lo mucho que ha envejecido. Creo que aquella preocupación, de la que no era consciente antes, estaba ahí, y fue la que provocó que yo escribiera esta novela. Siempre hay una verdad que se esconde detrás de lo que escribimos. No en la historia en sí, que puede ser algo inventado, pero es posible que queramos estar diciendo algo de lo que ni siquiera somos conscientes.

M.G.- Leyendo esta historia, he reflexionado mucho sobre qué era mi madre para mí. Pienso mucho en ella y en mi padre, que falta desde hace poco. Pero es curioso que, a pesar de lo que dicen las miradas, a pesar de que lo pueden decir los labios, lo que más recuerdo son sus manos. ¿Qué tiene las manos de una madre?

K.J.- Las manos tienen una fuerza tremenda en cuanto al cuidado. De pequeña, si te caías, había una mano que te curaba, que te consolaba. Las manos de una madre siempre simbolizarán el cuidado y la protección, por eso tienen esa expresividad y por eso, siempre recordaremos las manos de nuestros padres. Tienen mucha presencia en nuestra vida. Más de la que imaginamos.

M.G.- Karmele, le agradezco que me haya atendido. Una novela preciosa.

K.J.- Gracias.

Sinopsis: La vida de Nerea pende de un hilo muy frágil. El último golpe lo encaja en un hospital: la memoria de su madre ha quedado severamente perjudicada y prácticamente no recuerda nada.

Nerea vive absorbida por un trabajo que ya no disfruta, lamenta no poder dedicarle a su hija el tiempo que merece y últimamente siente que su matrimonio empalidece. Ahora además arrastra el peso de la culpa por no haber podido detectar a tiempo la crisis que sufre su madre y se ve acorralada por una historia turbulenta del pasado. El precario equilibrio que la sostenía se rompe.

Durante las largas esperas en el hospital advierte que su madre se aferra a un recuerdo que la desmemoria no ha podido barrer. Así descubrirá Nerea un episodio fundamental de la vida de su madre, al tiempo que se ve obligada a enfrentarse a su propio pasado.



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