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LAS MANOS DE MI MADRE de Karmele Jaio

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Editorial: Booket
Fecha publicación: marzo, 2021
Precio: 9,95 €
Género: narrativa breve
Nº Páginas: 160
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788423359035
[Puedes empezar a leer aquí]

Autora

Karmele Jaio Eiguren (Vitoria-Gasteiz, 1970) es autora de dos novelas, Las manos de mi madre (2008), Música en el aire (2013) y La casa del padre (2020); tres libros de relatos, Heridas crónicas (2004), Zu bezain ahul [Tan débil como tú] (2007) y Ez naiz ni [No soy yo] (2012); y de un libro de poesía, Orain hilak ditugu [Ahora tenemos muertos] (2015). Las manos de mi madre, su primera novela, tuvo una gran acogida, recibió numerosos premios y ha sido traducida a varios idiomas, y su versión inglesa fue premiada con el English Pen Award en 2018; ha sido, asimismo, adaptada al cine y presentada en la 61ª edición del Festival de Cine de San Sebastián. Sus relatos han sido llevados al teatro, seleccionados para la antología Best European Fiction 2017 y publicados en numerosas antologías y en varias lenguas.

Sinopsis

La vida de Nerea pende de un hilo muy frágil. El último golpe lo encaja en un hospital: la memoria de su madre ha quedado severamente perjudicada y prácticamente no recuerda nada.

Nerea vive absorbida por un trabajo que ya no disfruta, lamenta no poder dedicarle a su hija el tiempo que merece y últimamente siente que su matrimonio empalidece. Ahora además arrastra el peso de la culpa por no haber podido detectar a tiempo la crisis que sufre su madre y se ve acorralada por una historia turbulenta del pasado. El precario equilibrio que la sostenía se rompe.

Durante las largas esperas en el hospital advierte que su madre se aferra a un recuerdo que la desmemoria no ha podido barrer. Así, al tiempo que se ve obligada a enfrentarse a su propio pasado, Nerea descubrirá un episodio fundamental de la vida de su madre.

El debut novelístico de una de las voces más potentes del panorama literario vasco. Las manos de mi madre es una historia sobre la vigencia y el peso del pasado, y nos acerca al esfuerzo heroico de una mujer de clase media por mantenerse a flote.

[Información tomada directamente del ejemplar]



Revisando todas las lecturas pendientes de reseñar descubro un terrible error. ¿Cómo se me ha podido quedar atrás la reseña de uno de los libros más bonitos que he leído en estos últimos meses? Juraría que ya os había hablado de este libro. Repaso una por una todas las entradas del blog. Nada, no está. Tan solo he encontrado la entrevista a la autora (que puedes leer aquí), pero la reseña en sí no figura. ¿Y mis notas? ¿Dónde andará esa libreta en la que voy apuntando todo lo que siento con cada lectura? Tampoco aparece. Debí deshacerme de ella. Cuando acumulo varios cuadernos usados, los tiro. Los libros, amontonados en cualquier rincón, ya ocasionan un caos suficiente. Me enfado conmigo misma. Me llevan los demonios. No puedo dejarlo pasar. No puedo dejar de hablaros de una lectura tan hermosa como esta. Decido que no importa. Que en mi memoria siguen frescos mis recuerdos. Las manos de mi madre de Karmele Jaio es de esas novelas que dejan marca, que se quedan grabadas en tu mente. Así que, vuelvo a tomar este libro en mis manos. Lo abro y leo:


«Veo una niña en la orilla de la playa. Levanta un muro de arena mojada, lo moldea con sus manos hasta construir la proa de un barco, y se sienta dentro, de cara a las blancas olas, con los pies al frente. Tiene los pies arrugados, como sus manos. El agua se le acerca, y una ola ataca la parte izquierda de la proa, pero la niña vuelve a levantar el muro y se queda de rodillas, con el tirante del bañador caído del hombro, preparada para hacer frente al siguiente ataque». [pág.5]


Esa niña soy yo. ¿Lo eres tú también? Probablemente. Me vienen a la mente instantáneas similares a la que se describe en la primera página de esta novela. Vuelvo a recordar el olor de la crema solar y siento sobre mi piel, la mano de mi madre resbalando por mi espalda, luchando contra mi inquietud y mis prisas, mis ganas de salir corriendo a la orilla del mar. Ese recuerdo es el que invade a Nerea, treinta años después de un día de playa de su infancia, cuando contempla a su madre tumbada en la cama de un hospital. Así arranca esta historia, con una fotografía, con un recuerdo de infancia nublado por un presente desolador. 

Luisa, la madre de Nerea, está ingresada en el mismo hospital en el que dio a luz a sus dos hijos: a la narradora y a Xabier. Solo que ya no los reconoce. Se pasa el día durmiendo y cuando despierta, no habla, solo sonríe. Tiene Alzheimer. Su memoria se ha borrado del mismo modo que borramos un archivo en el ordenador, pulsando un botón. Para hacerla recordar, el médico le recomienda mostrarle viejas fotografías, que recojan pedazos de su vida. Por eso, en estas páginas encontraremos muchas imágenes en blanco y negro, de Luisa, de su hermana Dolores, de su madre Petra o de su tía Bittori, todas ellas vinculadas al restaurante familiar en el que trabajaban, el Izaguirre. Precisamente, Dolores regresa de Frankfurt al enterarse de la hospitalización de su hermana Luisa.  Ella será un gran apoyo para Nerea cuyo mundo se ha paralizado con la enfermedad y el ingreso de su madre. Se ve obligada a ralentizar su trabajo en la redacción del periódico. También lo hará en su propio hogar, con su marido Lewis y su hija Maialen. Es lo que hacemos todos cuando nos enfrentamos a una situación así, ¿no? Hay que compaginar nuestra vida con las largas jornadas de hospital, en la que somos testigos mudos. Nuestro mundo se detiene de un segundo a otro y no entendemos cómo la vida puede seguir su curso, cómo el resto de la humanidad puede reír, viajar, enamorarse o disfrutar. Pero la hospitalización de la madre no supone únicamente un espejo en el que la hija ve la vejez, la decrepitud y deterioro de Luisa. En las pocas ocasiones en que las que la madre habla, surge un nombre: Germán. Y junto a él, un deseo: ir al faro. ¿Quién es ese Germán? ¿De qué faro habla la madre? La tía Dolores tendrá todas las respuestas.

Pero Las manos de mi madre juega con el pasado y el presente. Mientras que la mayoría de los capítulos narran el ingreso de Luisa, las horas y horas de Nerea junto a ella, la dificultad para compaginar la enfermedad con el trabajo y el ámbito doméstico, otros capítulos, mucho más breves, nos llevarán al pasado, a la adolescencia de Luisa, a aquellos años en los que ella se pasaba el tiempo en la cocina del restaurante Izaguirre, junto a su madre, su hermana y su tía. Esos capítulos nos permitirán conocer a la Luisa joven, nos presentarán a Germán y descubriremos qué ocurría en ese faro que ahora, enferma y postrada en la cama de un hospital, rescata de su memoria.

No obstante, hay otra cuestión del presente que debo señalar. En algún momento, Nerea habla de Carlos, una antigua pareja que un día desapareció sin más. Será un personaje que, hasta el momento, pertenecía al pasado de la narradora. Sin embargo, Carlos reaparece y tal circunstancia acrecienta aún más el caos en el que se ha convertido la vida de Nerea. Sobre Carlos se pasa muy de puntillas. La narración no profundiza demasiado en el personaje, en sus movimientos, en los motivos por los que tuvo que desaparecer. Pero el lector sí intuye que todo ello está relacionado con ETA. La banda terrorista es una sombra en esta novela. Aunque no se la ve, está presente. 


«Salía con Carlos desde los diecisiete años y despareció justo cuando faltaban pocas semanas para cumplir los veintidós. No dio explicaciones a nadie, como tampoco las dieron los otros dos jóvenes del barrio que lo hicieron con él». [pág. 25]


Así pues, los dos hilos temporales de esta novela sirven, por un lado, para reconstruir una vida y, por otro, para descubrirla. Es decir, los capítulos en pasado nos llevan a los recuerdos de Luisa, los únicos que perduran en su memoria. Dicen que los enfermos de Alzheimer no recuerdan lo que almorzaron ese día, pero los recuerdos de verano de hace tantos años están intactos en su memoria. Y los capítulos del presente permiten a Nerea descubrir otra parte de su madre que desconocía, conocer a la mujer que es su madre, a la vez que ella misma reflexiona sobre su vida. Pero, en todas las páginas de este libro, planea la palabra culpa. De hecho, el término aparece bien pronto.

 

«Culpable porque en ese instante no quise ver que tenía encendida una luz roja que me avisaba de que algo le estaba sucediendo, pero no hice nada. Puse mis dedos en los oídos como haría una niña, para no oír nada. No quise ver las señales, aunque las tuviera enfrente. El miedo me impidió verlas». [pág. 12]

 

Nerea se siente culpable por no haber advertido la enfermedad de su madre cuando la tenía delante. ¿Se la puede señalar con el dedo por eso? Creo que no. Lo hablaba el otro día con una amiga. Ser madre o padre debe ser (es) muy complicado pero, ¿qué pasa con los hijos? ¿Qué papel nos toca? No estamos preparados para enfrentarnos al deterioro y la muerte de nuestros padres. Ya lo comentaba Jaio en la entrevista:


«...con el tiempo entendí que si escribí Las manos de mi madre fue porque en mi subconsciente se encendió una alarma, cuando fui consciente de que mi madre había envejecido. Es algo que nos ocurre a todos. Visitas a tu madre y la ves más o menos igual. Sin embargo, casi de un día para otro, te llevas una tremenda sorpresa al comprobar lo mucho que ha envejecido. Creo que aquella preocupación, de la que no era consciente antes, estaba ahí, y fue la que provocó que yo escribiera esta novela»

 

Y es tal que así. Aunque veas a tu madre o a tu padre todos los días, llega un momento en el que la cruda realidad salta a tus ojos y es entonces cuando eres consciente de que esa mujer o ese hombre, que tanto han hecho por ti, ya no volverán a ser los mismos. Cuesta muchísimo trabajo asimilar que mi madre ya no volverá a ponerme crema solar en la espalda, y que mi padre no volverá a arreglarme los estropicios que yo hacía con las manualidades del colegio. Por eso no queremos mirar. No queremos ser conscientes porque en el momento en el que miremos, el mundo se caerá a nuestros pies. No, no estamos preparados para algo así, por muy maduros y adultos que seamos. Y ahora, cuando ya se aproxima el final, es cuando más escuecen esos momentos en los que hemos discutido con nuestros padres, esos días en los que no fuimos a verlos, esos instantes en los que le respondimos con malas palabras. ¿Cómo remediar todo esto?

Pero si Nerea se siente culpable como hija, también le pesa la culpabilidad como madre. Es una mujer actual, trabajadora, que llega a las tantas de la noche a casa, cuando Maialen ya está acostada y dormida. Tiene la suerte de que Lewis trabaja en casa, aunque eso no la libra de ciertas fricciones. A través de Nerea se deja constancia de lo complicada que resulta la vida hoy día. Nuestros tiempos no están hechos para trabajar y cuidar a los mayores. No están hechos para trabajar y atender unos hijos. Eso nos conduce a un estado de estrés y prisas constantes, con la pegajosa sensación de no llegar a todo, o de llegar pero tarde y mal.

Pero la palabra culpa también está pegada a la piel de la tía Dolores. Todo lo que ocurrió en el pasado con Luisa, todo lo relativo a Germán y al faro, es un lastre para ella. Creo que ahora, cuando ve a su hermana en la cama de un hospital, aferrada a unos recuerdos antiguos, es cuando cobra más consciencia de su culpabilidad. Si hubiera hecho las cosas de otro modo, ¿acaso su hermana estaría ahora en un hospital con un nombre en la boca que no es el de su marido? Dolores ni siquiera quiere contarle a Nerea lo que ocurrió, le cuesta trabajo, se hace la remolona. Para Nerea tampoco será fácil saber que su madre tuvo una vida antes de ser su madre. Es algo que nos ocurre a todos. Así que ambas le deben algo a Luisa y ambas pagarán su deuda con ella en un desenlace, arriesgado, valiente y hermoso, que sirve para que Luisa haga las paces con su juventud, pero también para que las hagan Dolores y Nerea con ellas mismas porque, para lo que ellas dos es pasado, para Luisa se ha convertido en presente. 

Las manos de mi madre remueve por dentro. A mí me ha provocado un aluvión de emociones, contenidas por demasiado tiempo, que he terminado por liberar. He sido Nerea en muchas ocasiones. Me he visto en su pellejo con mis propios padres, encerrada en un hospital, en el que los silencios pesan, en el que el ambiente se llena de olor a medicamentos y a purés, soportando el runrún cansino de un compañero charlatán de habitación. Me molestaba todo porque yo solo quería contemplar las manos de mi padre sobre las sábanas blancas, o las de mi madre que también olían a lejía y a jabón de Marsella cuando yo era pequeña, como las manos de la misma Luisa. He entendido a Nerea, la he comprendido y la he compadecido. Por eso este libro es tan especial para mí porque está cuajado de realidad, de mi realidad. En esto tiene mucho que ver el estilo de Karmele Jaio, la certera decisión de elegir una narración en primera persona, tan intimista, tan pegada a la piel, de tal modo que el lector tiene la impresión estar ante una obra autobiográfica.¿Acaso Jaio está relatando su propia vida? ¿Es Luisa la madre de la autora, la que tiene un sueño que cumplir, la que está postrada en la cama de un hospital, abandonada a unos recuerdos que se le escabullen? No, la propia autora niega en la entrevista. Los hechos en sí son pura ficción pero lo que sí es real es todo ese alud de emociones por los que pasa Nerea porque todos sus sentimientos, incluido la culpa, son universales. Pero no es este un libro triste sino luminoso, lleno de reconciliaciones y de heridas que van a sanar. 

Una lectura imprescindible. Así califico Las manos de mi madre de Karmele Jaio. Un libro bellísimo y necesario porque en él estás tú como hijo, como niño, como adulto. Porque tú también vas a entender a Nerea, habiendo pasado por lo mismo que ella. O porque tú, que todavía no te has visto en un hospital, contemplando esas manos de tu madre inmóviles, atento a cualquier movimiento emergiendo de ese cuerpo agotado, tendrás un día que enfrentarte a algo así. Es importante estar preparados porque lo que encierra Las manos de mi madre es ley de vida. 

No quiero cerrar esta reseña sin comentaros también que, de esta novela, se hizo una adaptación al cine (tienes el tráiler aquí) y que la foto que figura en la cubierta pertenece al archivo personal de Karmele Jaio. Ahí vemos a la autora de pequeña junto a su madre, que sonríe a cámara. Solo con ver esa fotografía, uno ya intuye que lo que va a encontrar en el interior de este libro es pura emoción. Y me habré dejado tantas y tantas cosas por contaros de esta novela, de apenas ciento cincuenta páginas. Si hubiera tenido mis notas a mano, hubiera sabido contaros más y mejor de esta hermosura. En cualquier caso, todo lo puedo resumir del siguiente modo: Tienes que leerla.

[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

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