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ELVIRA MÍNGUEZ: ❝Tenía muy claro que quería hablar de la lucha de poder entre dos mujeres❞

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Elvira Mínguez es una conocidísima actriz, a la que hemos visto en infinidad de películas y series. Mi primer recuerdo de la actriz está vinculado a una novela de Juan Madrid, Días contados, que Imanol Uribe llevó al cine, con el mismo título, en 1994. No sé cuántas veces habré visto esa película. Primero, porque este largometraje trata sobre un comando de ETA, temática que siempre me atrajo. Segundo, porque tanto Mínguez como Carmelo Gómez, me gustan muchísimo como actores. Entre ese año y el día de hoy, se han ido sucediendo casi una treintena de películas, por no hablar de las series de televisión y las obras de teatro. Su última aparición en pantalla grande ha sido no hace mucho. Elvira Mínguez ha formado parte del reparto de actores y actrices que han encarnado a los personajes de la Trilogía del Baztán (El guardián invisible· Legado en los huesos· Ofrenda a la tormenta) de Dolores Redondo. Concretamente, ella ha dado vida a Flora Salazar. Pero Elvira Mínguez tenía otras inquietudes. La idea de escribir una novela la llevaba rondando desde hace tiempo. Fue en los tiempos del confinamiento cuando la actriz retomó sus notas y decidió dar forma a la historia que el lector va a encontrar en La sombra de la tierra, una historia que enfrenta a dos mujeres -Atilana y Garibalda-, en un entorno rural. Sobre su experiencia con la escritura, la trama, y los personajes hablamos a su paso por Sevilla, hace unos días.

Marisa G.- Elvira, me alegro mucho de que hayas venido, de que hayas escrito este libro. He empezado a leer tu novela. De momento, me está sorprendiendo muchísimo y tengo un montón de preguntas que hacerte... 

Elvira M.- No puedo hacerte spoiler de nada, entonces.

M.G.- No, no, no me hagas spoiler (Risas)

E.M.- Es que los hago sin querer y es terrible. Lo intentaré.

M.G.- Bueno, te conocemos por tu faceta de actriz pero en estos días, lo que te preguntaremos todos es cuándo decides escribir esta novela, de dónde nace ese impulso.

E.M.- Nace porque siempre he escrito, en relación con los personajes que tenía que interpretar. De esos personajes, me gusta escribir las circunstancias anteriores, su biografía, lo que van a hacer,...  Ideas. Siempre he escrito muchísimo sobre los personajes porque es algo que me ha ayudado siempre para prepararlos. También he leído mucho. Me gusta mucho leer y mi objeto favorito es un libro. Mi marido y yo vivimos además rodeados de libros. Y un día se me cruzó la idea de que no sabía leer, que tampoco conocía la técnica de la escritura. Busqué un taller y me metí en el de Clara Obligado para aprender básicamente a leer. En ese taller tenía que escribir y durante los años que estuve asistiendo al taller escribí unos monólogos cortos, -cuatro monólogos cortitos-, de unos personajes de la novela, que estaban muertos. En el taller me empezaron a decir que tenía que continuar con ello. Estamos hablando del año 2006. Pero aquello se quedó allí y yo seguía con lo mío, escribiendo a mis personajes, luego lo retomaba, lo dejaba, lo volvía a tomar,... Ese fue el germen de esta novela. Hasta que llegó la pandemia y pensé que era el momento para ponerme en serio.

M.G.- ¿Muchos bloqueos a la hora de escribir?

E.M.- No (rotundo). En este caso, tenía muy claro lo que quería contar. Tenía muy claro que quería hablar de la lucha de poder entre dos mujeres y que quería hablar de las consecuencias de los hechos anteriores, de los abusos, de lo que ocurre con todo eso. No he sufrido bloqueo. La verdad es que me he sentido muy libre, muy a gusto haciéndolo.

M.G.- La sombra de la tierra es una novela que se desarrolla en un entorno rural, protagonizada por dos mujeres, como has mencionado, que tienen una vida complicada. Hay mucho odio y lucha de poder. Te he leído en una entrevista que te has reído escribiendo esta novela. Pero esta es una novela muy dura. ¿Cómo se ríe una con una trama así?

E.M.- Ha habido secuencias en las que me he reído mucho. Se las leía a mi marido, muerta de risa, y él me decía que estaba fatal. Pero sí, sí, me reía. Hay algo en la literatura que yo no tengo en la interpretación, es esa libertad de poder, ese pequeño demiurgo que creo que tenemos todos, que sale y, de repente, dice: pues le voy a hacer aquí a este personaje lo que no está en los escritos. porque me cae mal y ya está. Es la risa que te puede producir en un momento determinado, el sentir ese poder, que puedes hacer lo que quieras. Y sí, me he divertido mucho. Si ocurría algo, eso provocaba una serie de circunstancias y tenía que salir de ese embrollo en el que me había metido. Si pensaba en varias opciones, optaba por alguna, y eso me producía mucha risa.

M.G.- ¿Y también provocas la risa en el lector?

E.M.- Pues todavía no he encontrado a nadie que se haya reído.

M.G.- Bueno, ya te diré si me he reído o no, cuando lo termine de leer.

La acción transcurre a lo largo de veinticuatro meses. Si no me equivoco, son dos años justos, porque va desde marzo de 1896 a marzo de 1898. Ahí te has tenido que empapar del contexto social, político, económico, de todo.

E.M.- Sí. No te diré que el proceso de documentación sea para mí el más bonito pero tal vez de los más bonitos. Todo lo que iba necesitando, lo iba buscando. En este sentido, Amparo, que es mi tía, y tiene ochenta y tantos años, me iba contando algunos recuerdos. Le iba preguntando por la época de las lluvias, por lo que hacían los hombres, o cómo se limpiaban los trillos. He manejado mucha documentación oral. Algunas cosas que ella me contaba me daban alguna idea para la novela. Entonces, me ponía a bucear, a buscar, a documentarme,... Ha sido un proceso precioso. Además, es que te metes en un jardín en el que aprendes y encuentras muchísimas cosas.

En la novela también hay un personaje que se llama Amparo, pero no tiene nada que ver con mi tía. Y Atilana era mi bisabuela, que vivió mucho tiempo después, pero que he enmarcado en esa época. He usado nombres de familiares para los personajes. 

M.G.- El poder juega un papel muy importante en esta novela. Fíjate que, cuando pensamos en poder, inevitablemente se nos viene a la mente antes la figura de un hombre que la de una mujer, y generalmente también lo relacionamos con esferas de alto nivel. Pero en los pueblos el poder es especialmente devastador. Siempre ha estado ahí, siempre hemos visto una figura de poder en los pueblos, que es la que ha manejado todos los hilos. Esto lo vemos en esta novela.

E.M.- Sí, hay un caciquismo. La diferencia es que, efectivamente, en este caso el caciquismo lo ejerce una mujer, de una manera dictatorial y brutal. Eso lo tenía claro desde el primer momento. Quería que fueran dos mujeres muy, muy poderosas, a nivel de cabeza. Quería que fuera un pueblo donde el poder fuera femenino. Quien ejerce el poder es una mujer. Quien impone las normas, las leyes, todo es una mujer. Quería que todo pasara por ella. Tenía muy claro, además que tenían que ser dos mujeres muy, muy, muy cabronas, manipuladoras, odiosas, egoístas, y que no quisieran a los hijos. Porque también hay mujeres así. Tengo la sensación de que, en esta lucha con la que continuamos, no ya por igualdad, sino por la equidad, nos falta esa parte de legitimar también a las mujeres malas. Hay mujeres malas. Somos humanos, y algunas veces somos terroríficos. Somos capaces de lo mejor, pero también de lo peor. Y una mujer es capaz de lo mejor, exactamente igual que un hombre, y también es capaz de lo peor. Pero no estamos habituados a ver ese tipo de mujeres y yo quería sacarlas a la luz, y sacar a la luz las consecuencias de sus actos. Si en vez de dos mujeres, la novela tratara sobre la lucha entre dos hombres, hubiera sigo algo a lo que estamos más habituados. Pero yo no quería eso. Quería que esas dos mujeres tuvieran el poder y ver qué ocurre cuando dos mujeres de ese pelaje ejecutan como ellas lo hacen. Y claro, lo primero que encuentras es que las primeras víctimas son los hijos. Esas son las consecuencias que hay.

M.G.- Sin desvelar nada, habría que decir también que el lector se va a llevar una sorpresa con estos dos personajes, porque en principio pensamos que son personas que comparten espacio y lugar, pero hay por ahí algo que convierte la lucha entre ellas en algo mucho más encarnizado. 

E.M.- A mí me interesaba no juzgar a los personajes. Si me hubiera puesto a juzgar no hubiera podido ponerlos en determinadas circunstancias. No quería juzgar a estas mujeres. Quería que las circunstancias la obligaran a determinados actos y a comportarse de un cierto modo. Todo ello, sin juicio por mi parte. Que sea el lector el que juzgue lo que tenga que juzgar. Y en ese afán de no juzgar, el juicio que hacemos nosotros por ese pasado que tienen en común, es diferente al que tienen ellas. Porque ellas están metidas en ese pasado, forman parte de ese pasado, de su existencia. Así, el juicio que emitimos los que no estamos ahí dentro es mucho más cruento.

M.G.- Garibalda es un personaje con el que es complicado hablar. Has construido un personaje muy peculiar, una mujer que controla todo lo que ocurre en el pueblo sin salir de su casa, y encima que nunca habla por su boca, sino que habla a través de la boca de su hija Tránsito. ¿Por qué ponerle estas características?

E.M.- Porque eso le daba todavía más poder. Garibalda nunca se va a pringar en lo que dice. Garibalda maneja el poder que tiene, además de un poder económico y un poder real, porque todas las tierras son de su propiedad por herencia. Lo que hace es algo que se solía hacer y se suele hacer todavía, aunque antes era mucho más bestia. Les compraban las tierras cuando no tenían dinero y se las alquilaban para que las siguieran trabajando.

Tiene ese poder económico, pero luego tiene también el poder de la información. Ese es el más importante. A través de ese poder es como ella lo sujeta todo. Pero el poder de la información no es solamente lo que ella recibe. La información es un mensaje que uno emite y otro recibe. Si ella no es la emisora, porque habla por boca de su hija, nunca la podrán pillar. Ella coloca a Tránsito de pantalla. Hasta ahí llega. Por eso siempre está de espaldas, y por eso no se dirige nunca de manera directa a otra persona.

M.G.- Hablas de mujeres que no quieren a sus hijos. Atilana es el otro personaje. Esta mujer hace algo curioso en las primeras páginas. Ella protege a su hijo Baldo frente a una situación muy dura en su casa. Entre sus hijas y él, ella se decanta por el hijo. Esto también era muy típico, el decantarse por los varones.

E.M.- Sí, pero no has terminado todavía de leer la novela y no te lo quiero chafar. En este caso, solamente puedo decirte que Atilana se está protegiendo a sí misma.


[Si prefieres oír nuestra conversación, dale al play]


M.G.- Vale, vale. Lo dejamos ahí.

Los hijos son las verdaderas víctimas de esta novela. Hijos que en la situación en la que viven, sueñan con huir, lo que pasa es que tienen muy pocas opciones.

E.M.- Claro, por eso cada uno las busca. Cada uno de ellos va a buscar la forma de poder marcharse de allí. Cada uno busca las posibilidades que están en su mano. Pero lo que es necesario es salir de allí como sea.

M.G.- En este pueblo, donde la lucha radica entre Garibalda y Atilana, está todo el pueblo implicado. Porque claro, hay un montón de personajes que se tienen que decantar por un bando o por otro.

E.M.- A la hora de la verdad, cada uno, cada uno de los personajes de la novela, se decanta por un lado u otro, por decirlo de alguna forma, porque a ellos les interesa. Aunque hay personajes que son de luz y honestos, en realidad, todos funcionan de igual manera, más o menos. Salvo Vacas, Ladis, Saturio o Casilda, la mayoría se mueven por sus propios intereses. Se decantan de un bando u otro en función de lo que en ese momento ellos consideran que les va a venir mejor en un futuro. Claro, sin darse cuenta que estamos hablando del mismo perro con diferente collar. Pero sí, lo hacen por su propio interés.

M.G.- Fernando Vacas es un personaje que tiene importancia en la historia. Por lo que llevo leído, es un hombre justo, ¿no? ¿Qué me puedes decir de él?

E.M.- Fernando Vacas es un hombre que está perdidamente enamorado de Atilana. Construye su Atilana, una mujer que es imaginación. Él idealiza a la mujer que tiene delante. Y llega un momento donde se le cae absolutamente todo y descubre realmente qué clase de mujer es. Pero es un hombre que ha estado desarraigado y que encuentra un hogar en Atilana. Lo que pasa es que terminará por entender que ese hogar tiene goteras, está descascarillado, tiene grietas y tal vez se hunda. Pero es su hogar.

Me interesaba mucho en la novela la cuestión de la identidad de los hombres. En nuestra vida normal, la identidad de las mujeres se construye mediante la relación. Es relacional. La identidad de los hombres, desde la prehistoria, es una identidad individual. Esto es así porque las mujeres hemos estado siempre en grupo, y los hombres, cuando empiezan a explotar la tierra, se van alejando cada vez más, y van construyendo esa identidad individual.

No soy una experta en esto, ni mucho menos, y tal vez lo que te estoy diciendo sea una auténtica barbaridad, puede ser. Pero, por lo que he leído, creo que hay una relación muy curiosa entre el hombre y el trabajo. Tengo la sensación que, hasta día de hoy, esa relación se mantiene. Así, los hombres de Monte Coto, son hombres atados a unos contratos, unos contratos que, en realidad, están en poder de Garibalda, que no van a cobrar nunca, ni se van a hacer efectivos jamás. Sin embargo, esos contratos son los que les confieren identidad a estos hombres. Por primera vez, tienen un papelito donde pone un nombre y donde tienen una función. Están enganchados a esos contratos. Pero, en el caso de Vacas, él no está sujeto a ningún contrato. Para él, su identidad reside en Atilana. Él ha construido su identidad en base a ella.

Hace muchos años, estaba preparando una película en la que hacía un personaje de una esquizofrénica. Estuve trabajando con unos psiquiatras en un hospital de Getafe, viendo enfermos y todo esto. Se me partía el alma con un chico que había allí. Era un chico joven que estaba siempre con un plumífero abrochado. Sería el mes de mayo, hacía calor, y él siempre llevaba el plumífero. Iba siempre como agachado. Hablé con los psiquiatras y les pregunté si aquel chico no se ahogaba con el calor. Me respondieron que, para lavar el plumífero tenían que dormirlo. Él pensaba que, debajo del plumífero, no había nada. A mí aquello se me quedó grabado. Me pareció tremendo. Es decir, la corporeidad de este chico recaía en ese plumífero. Eso es lo que yo quería reflejar con los hombres de la novela. Para Ladislao, su identidad y su corporeidad es Chiri. Al igual que para Vacas, lo es Atilana. Ella es su hogar, para bien o para mal. Para aquel chico, será un plumífero sucio, estará roto, como sea, pero es su identidad. Y eso me gustaba.

En el caso de Ladislao, él está profundamente enamorado de la Chiri pero ella no lo ama. Sin embargo, hay un pacto entre ellos. Chiri respeta que Ladislao la ame. A mí me parecía una relación hermosísima, cimentada más en el respeto que en el amor. Me parece que es un gran compromiso. Me gustaba esa inversión de roles.

M.G.- Elvira, ¿tú cómo definirías tu estilo a la hora de escribir? En las primeras páginas, hay una escena que me gusta mucho, cuando hablas del viento, de ese viento molesto que alborota el pelo de los personajes. Me pareció un pasaje muy sensorial. Estaba leyendo y podía sentir ese aire que a mí me misma me molestaba.

E.M.- Qué bonito. En base a esa inversión de roles, de la existencia de una mujer en un pueblo, con tanto poder, y encima, que ejecute ese poder de la manera que lo hace, necesitaba que la novela fuera verosímil para que el espectador se creyera todo eso. Y para poder hacerla verosímil, tenía que enganchar al lector y meterlo conmigo en la historia. Si lo relato sin más, me podían decir que nadie se cree que hubiera una mujer que hiciera esto. Necesitaba que el lector se metiera conmigo en el fango. Esa era una de mis mayores obsesiones. Mi cabeza, debido a mi trayectoria, es visual y tiene movimiento. Quiero decir, veo a los personajes, veo cómo se mueven, veo cómo respiran, veo cómo tal. Veo todo esto. Si conseguía transmitir eso y ponerlo en el papel, iba a conseguir que el espectador, no que se metiera en la novela de una forma intelectual, sino que se fuera acoplando y una vez que estuviera ya acoplado, ya lo tenía enganchado. Es verosímil. Sea lo que sea.

M.G.- Entiendo que tu bagaje como actriz te ha servido a la hora de escribir esta novela. Tú manejas textos, tienes que manejarlos a diario, leerlos, aprendértelos. Supongo que todo ese trabajo te ha servido para eso que estás contando, para hacerla visual.

E.M.- Claro, totalmente. Absolutamente. Tanto el tratamiento de los personajes como el dibujo de los mismos. Te diría hasta al milímetro de los personajes secundarios, que para mí son verdaderamente los necesarios a la hora de poder contar la historia. Necesitaba que esos personajes secundarios fueran potentísimos, estuvieran tan bien definidos para el lector como los principales, que el lector consiguiera colarse en la cabeza de todos ellos. Esto solo lo he podido hacer gracias a esa trayectoria. Para la interpretación, lo que hago es construir personajes, parto de ellos, de una serie de circunstancias.

M.G.- Estamos hablando de 1896 a 1898, de un entorno rural, y veo que el léxico está muy cuidado. Encontramos expresiones que son propias de la época, que ya no se utilizan, pero sí eran habituales en un pueblo y en aquellos años.

E.M.- Sí. Mi madre era de un pueblo de Zamora, aunque no de Villaveza del Agua. Lo de Villaveza fue por una cuestión de documentación. Me venía bien que la historia se desarrollara allí. Y mi familia por parte de padre es de Valladolid. Pero, la familia de mi marido y mis suegros son de un pueblo de Castilla-La Mancha. Allí hemos pasado algún tiempo. Y me encanta el lenguaje que se emplea. Me pirran las palabras. Me gusta escucharles decir lo que dicen. Todo eso se me va quedando. Escucho expresiones y me voy a ver de dónde vienen. 

Estos personajes tenían que hablar de una manera en concreto. Además, me he permitido que Bela y Baldo fueran muy poéticos.  Si te paras a pensar en ellos te preguntas cómo es posible que tengan esta cultura, o cómo pueden hablar de esta manera. Quería que fuera así para ayudar a construir la sensibilidad del personaje.  

M.G.- Has comentado el escenario, Villaveza del Agua. Es un municipio real que te venía bien por diversas circunstancias, pero hay que decir que esta historia es totalmente ficción.

E.M.- Exactamente. Eso lo aclaro al final. Imagínate, pobrecillos. Me han escrito gente de Villaveza, dándome las gracias. Es un pueblo muy pequeñito y no lo conozco, pero me dan las gracias por haberlo puesto en el mapa. Les he prometido que, en cuanto pase esto, me voy a coger el coche y me voy a ir allí a comer un día con ellos y a conocerlos. Y, por supuesto, les he dicho que nada de lo que cuento es real ni tiene que ver con ellos. Pero necesitaba un pueblo como este porque resulta que sí que es verdad que, una de las primeras vías del tren, la primera que iba hasta Galicia, se empieza a construir en esos momentos. Iba de Medina del Campo, un pueblo de Valladolid, hasta Zamora, y pasaba por Villaveza del Agua. Ese iba a ser el trazado pero, al llegar a Villaveza, se encontraron acuíferos y todo lo que construían se venía abajo. A mí me venía perfecto para la novela porque me imaginé a un grupo de hombres trabajando allí, que vienen de otros lugares, que no tienen familia. Pero como todo se va al garete, la mayoría se marcharía pero otro grupo de hombres se quedaría allí porque no tienen otra cosa ni otro sitio al que ir. Y ahí los dejé.

M.G.- Vamos a terminar con una pregunta, con algo que me llama la atención y que me gusta. Cuando leemos un libro y hay muchos personajes, me gusta que se nos facilite lo que es habitual en teatro, lo que llamamos el dramatis personae. Al inicio de esta novela, tú colocas una lista de personajes. No es habitual. ¿Por qué decides incluirla?

E.M.- Por los nombres. Cuando lo empezó a leer alguna persona cercana me preguntaban que de dónde demonios había sacado estos nombres. Creo que fue un amigo el que me dijo que se había tenido que hacer una lista con los personajes, para saber quién era cada uno. Y ahí pensé que tenía que ponérselo fácil a los lectores. Para mí son nombres muy habituales pero no para todo el mundo. Por ejemplo, Juventina era mi abuela; Atilana era mi bisabuela. Yo los he oído toda la vida, pero entiendo que son nombres curiosos.

M.G.- Además, en aquella época, era muy habitual lo del nombre que casi definía a la persona. Por ejemplo, llamarse Tránsito.

E.M.- Tránsito se llama una prima de mi madre. A mí me encanta ese nombre. ¿Cómo no se va a llamar Tránsito la hija de Garibalda si ella es el tránsito de lo que le dice la madre a ella? Y Garibalda era una vecina real de Atilana. Se llevaban muy bien pero claro, con esos dos nombres, solo podía haber hostias. Atilana que viene de Atila, y Garibalda, de Garibaldi. Con lo cual, tortas seguro.

M.G.- Elvira lo dejamos aquí, si te parece, que está la compañera esperando.

E.M.- Sí, claro. Muchas gracias

Sinopsis: Un drama rural en la línea de Los santos inocentes o Intemperie, casi un western en la España profunda.

«Serán los hijos los que se conjuren contra el silencio de los padres para arrancar a la tierra de su sombra»

La sombra de la tierra es la historia de dos mujeres o, mejor dicho, de la escalada al poder de una de ellas y la pérdida del mismo de la otra.

Estamos en 1896, en Villaveza del Agua, un pueblo de la provincia de Zamora donde el hambre y la pobreza son las circunstancias vitales de sus habitantes, sometidos a la Garibalda, una mujer viuda y enferma que impone sus propias normas a la comunidad entera.

La dictadura de la Garibalda, el control y la explotación a los que tiene sometidos a los hombres y mujeres del pueblo y el temor reverencial que sienten hacia ella ha llevado a los habitantes de Villaveza a buscar una solución, y esta solución (o eso es lo que creen) es Atilana, una mujer tan dura como sus circunstancias que aspira a conseguir el poder que ostenta la caciquesa.

Enfrentadas desde hace muchos años, el odio las mantiene en pie. La lucha de estas dos mujeres egoístas y manipuladoras arrastrará a todo aquel que esté a su lado. Atilana y Garibalda tan absortas una en la otra, incapaces de ver más allá de su enfrentamiento, no serán conscientes de lo que se está gestando a su alrededor hasta que sea demasiado tarde.

Nadie en el pueblo saldrá indemne de este encono, aunque serán sus hijos, principales víctimas de estas mujeres despiadadas, los condenados a soportar la herencia maldita de estos actos.

La actriz Elvira Mínguez se revela en esta historia como una narradora con una energía extraordinaria, capaz de metabolizar todo su talento dramático y un profundo conocimiento de nuestra literatura en unos personajes trágicos e inolvidables. La lectura de esta novela terrible, y aún así traspasada por la misericordia, que es de la autora pero que nos atañe a todos, tiene el poder catártico, transformador, reservado sólo a las grandes historias.


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