Autor
Edmundo Díaz Conde nació en Orense en 1966. Se licenció en Derecho, carrera que, por convicción, no ha llegado a ejercer jamás. Ha trabajado como asesor editorial y colaborado, entre otras publicaciones, con El Correo de Andalucía y la revista cultural Mercurio. Residió en Orense, Santiago de Compostela, Madrid y, actualmente, en Sevilla.
Su primera novela, Jonás el estilita, mereció el III Premio Ciudad de Badajoz. Su siguiente obra, La ciudad invisible (finalista del XXXIII Premio Ateneo de Sevilla). A éstas le siguieron: El club de los amantes, El veneno de Napoleón (finalista del Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio 2008), El príncipe de los piratas (2013), El hombre que amó a Eve Paradise (XLVII Premio de Novela Ateneo de Sevilla en 2015) y La locura de la señora Bale en 2020.
Sinopsis
UNA HISTORIA TAN CONMOVEDORA COMO REAL.
UNAS CARTAS SECRETAS QUE CAMBIARON SUS VIDAS
Cuando Edmundo Díaz Conde, personaje y narrador de esta novela, es un adolescente, descubre las cartas de amor que oculta su madre, una modista de Alta Costura de Orense, firmadas por un escritor consagrado. Treinta años después de abandonarla y dejar de hablarse con ella, Edmundo busca al famoso novelista que propició la infidelidad de su madre, y tal vez su éxito en la Alta Costura, para acabar averiguando una verdad aún más dramática de lo que nunca imaginó. Vuelve el autor, quizá, más versátil de su generación para contarnos una historia sobre los sueños y las ilusiones, sobre el perdón y la redención. Una intriga inolvidable, rigurosamente documentada a través de las cartas reales, que sacudirá la fibra sensible del lector y lo mantendrá en suspenso hasta el final.
[Información tomada directamente del ejemplar]
«Nunca, hasta entonces, había pensado en escribir sobre mi madre.Y nunca, jamás, deseó mi madre que airease nada suyo en mis libros.
Escribir sobre ella, apasionada y pudorosa como fue, con un profundo sentido del drama escénico, me parecía una traición.
Me la imaginaba llevándose la mano al pecho, abatida por mi ingratitud, mientras me preguntaba, entre suspiro: "¿Cómo pudiste, Caifás?". Para mi madre, Caifás era lo peor. Estaba al nivel de Judas. Y, en resumidas cuentas, a mí se me caería el alma a los pies.
Y, claro, el hecho de que su amante hubiera sido un novelista, reconocido y respetado, añadía más leña al fuego: así pensé durante años.
Hasta que, después de lo ocurrido en los últimos meses, me decidí.
Lo contaría todo, todo, cuidándome de no mencionar el nombre del novelista».
[pág. 13]
La cita anterior corresponde a la primera página de la nueva novela de Edmundo Díaz Conde. Mamá ha sido una novela esperada, al menos, para mí. Y leída, como se leen las novelas de las que sabes con antelación que no vas a salir indemne. Independientemente de nuestro bagaje personal, de las relaciones materno-filiales que hayamos forjado cada uno, Mamá te tocará irremediablemente el corazón, porque todos hemos sido hijos. Porque todos hemos tenido una madre.
Este es el inicio de una reseña en la que espero poder transmitir las emociones que me han zarandeado durante la lectura. Pero para ser el principio, voy a empezar por el final. Y es que, en el desenlace me derrumbé. Os diré que soy de lágrima fácil, vaya eso por delante. Pero, incluso así, es difícil mantener la compostura en las páginas finales. Es muy complicado y doloroso ver a una madre en cierto trance. Es demoledor echar la vista atrás cuando entiendes que apenas queda tiempo hacia delante, y comprobar lo ingrato, lo infame, que hemos podido ser.
Si desmembramos un poco la sinopsis de esta novela podríamos colocar en una lista una serie de palabras que seguro alertan la curiosidad del lector: adolescente, azar, cartas de amor, oculta, madre, escritor consagrado. ¿Qué lector puede resistirse a este combo de palabras? En resumidas cuentas, ese es el hecho que narra Mamá, el hallazgo por parte de un adolescente de las cartas de amor que durante un tiempo su madre recibió por parte de un novelista consagrado. Ese es el punto de partida, el hecho que desbarata por completo la imagen que el hijo tiene de la madre, el suceso que hace añicos la relación materno-filial. Y, a partir de ahí, el aluvión de acontecimientos que fueron marcando y alejando a un hijo de su madre.
Cuando conocemos al protagonista y al narrador de esta historia que, por cierto, también se llama Edmundo, es escritor y reside en Sevilla, nos encontramos a un hombre adulto, sin apenas ingresos, pero con la ilusión de convertirse en un gran escritor, casado con Ada y padre de dos gemelos de 4 años, Leo y Sira. En ese punto de su vida está cuando recibe el mensaje que ningún hijo quisiera leer. Fiona, una mujer rumana encargada de cuidar a la madre de Edmundo, escribe al protagonista para comunicar que la mujer está gravemente enferma. Estamos en noviembre del año 2020. Y Edmundo acude a Orense, donde reside su progenitora.
Han pasado treinta años desde que Edmundo dejó su ciudad natal. Treinta años desde que no ha vuelto a pisar la casa familiar, que recordaba más grande. Treinta años desde que no ve ni habla con su madre. Ni siquiera en fotografía, porque él se encargó de romper a pedazos aquellas en las que la mujer posaba. ¿El motivo? El hallazgo de aquellas cartas.
«Deseé irme con todas mis fuerzas, largarme de donde había volado treinta años antes.Y, a pesar de ello, ardía en deseos de releer las cartas del viejo cofre, las cartas que habían labrado nuestra perdición y nos habían hecho infelices». [pág. 26]
El regreso en tren a Orense, el retorno a la ciudad, y el reencuentro con su madre dará paso el grueso de la historia. Será entonces cuando, volviendo atrás en el tiempo, conozcamos al Edmundo niño, adolescente y adulto, así como a su familia. La madre, Mary, era modista de alta costura.
«Le gustaban los cuentos de hadas y los sueños, la música clásica, las cosas bonitas, ensayar con el coro los sábados por la tarde, tocar su viejo armonio con olor a barniz... Y, no obstante, mi madre no hacía más que coser todo el rato». [pág. 31]
En cuanto al padre, Pegerto, que así se llamaba, aunque Mary se empeñó en llamarlo siempre Ramón, «era rácano, un marido fiel y un perfecto cabeza de familia, por abstención». Guardia civil de profesión, Pegerto era un hombre «estilizado y pulcro como un pincel, tenía la frente de una amplitud engañosa, la cabeza alargada y algo de un Paul Newman rústico».
De momentos vividos en familia, el narrador nos dará toda clase de detalles. La narración está colmada de anécdotas, algunas divertidas, como aquella que protagoniza su padre cuando reciben visitas en casa. Y también formarán parte importante del relato las clientas de Mary, o las jóvenes que aprendieron a coser con ella, todo un mundo de mujeres y telas en el que Edmundo se sentía cómodo.
«Aún me parece estar viendo la mesa de roble ovoidal llena de tijeras, patrones, jaboncillos grises y azules, dedales, bobinas, agujas, alfileres, por todos lados hilos y más hilos de color blanco profundo de los pespuntes. La máquina de coser Singer, de hierro negro, en un rincón». [pág. 49]
Poco a poco irá desgranando su vida. Lo que su madre esperaba de él, sus inicios en la escritura, la relación entre sus padres, los sueños de la madre, los años universitarios, el primer amor de juventud, los sacrificios, el avance de la moda gallega,... Y siempre de fondo, aquellas cartas, el hallazgo de aquellas letras de amor que cambiaron para siempre la visión que el narrador tendrá de su madre y de su padre, aquellos papeles que lo quebraron todo. La palabra «infidelidad» se instala en su cerebro y Edmundo empieza a elucubrar. Como si un sortilegio le hubiera arrebatado la venda de los ojos, el narrador comienza a construir un mapa familiar en su cabeza. ¿Por qué mi madre hace esto? ¿Por qué dice aquello? ¿Por qué viste de este modo? ¿Acaso se la ve más feliz? En ese engranaje a medida todo encaja para Edmundo. Bueno, eso parece. Las heridas abiertas necesitan respuesta y a eso va el narrador, en busca de réplica. Lo hará en dos ocasiones. Pero lo que hable con el famoso novelista queda al resguardo de las páginas del libro, dando pie a un desenlace en el que entra en juego una carta distinta y que, ni por asomo, me podía imaginar. Un final en el que, ya nos lo advirtió Edmundo, hay detalles que, ahora sí, encajan, pero encajan a la perfección.
Qué me ha gustado de esta novela
No se puede negar que esta novela, de corte intimista y personal, no está exenta de intriga. Se aúnan en estas páginas lo mejor de la literatura de introspección, con esa pizca de suspense que hace que el lector también haga sus propias cábalas. Somos así los humanos, curiosos por naturaleza, aunque ese interés, en ocasiones, es malsano. Alrededor de la identidad del conocido escritor, Edmundo irá dando pistas, sin desvelar jamás su nombre: nacido en Galicia; reside en Barcelona; firma con un seudónimo; moreno y espigado;... Inevitablemente, porque sí, porque somos de carne y huesos, comenzarás a rebuscar en tu cabeza el nombre que se esconde tras esas cartas. Pero pronto entiendes que qué más da, que lo que realmente importa es esa decepción que el hijo siente. El dolor.
Hay varios aspectos que me gustaron de la novela. Mamá me parece un ejercicio valiente de honestidad. Más allá del porcentaje de realidad que rezume la historia (de lo que hablaré más abajo) hay que reconocer que el narrador opta por quedarse a pecho descubierto. Cuenta lo que vio, lo que pensó, lo que descubrió y admite sus errores (si los hubo). A largo de la narración no es extraño que aflore el sentimiento de culpabilidad que vendrá acompañado por el arrepentimiento. Y es que Mamá viene a poner todo en su sitio y supone para Edmundo una manera de pedir perdón, de expiar sus pecados, y también, posiblemente, de encontrar algo de paz.
No es nada complicado sentir empatía por el narrador. No importa si tú nunca has encontrado cartas de amor dirigidas a tu madre, si nunca has pensado en la posibilidad de una infidelidad por su parte. Todo hijo, en su recorrido vital, ha tenido sus más y sus menos con la persona que nos dio la vida. ¿Cuántas veces te has peleado con tu madre? ¿Cuántas veces has pensado que tu madre se equivocaba, cuando el que te equivocabas eras tú? Debo admitir que en algún momento me he enfadado con Edmundo.¿Por qué permaneciste callado después de saber? ¿Por qué optaste por seguir en la lejanía, aunque pendiente de ella? Me entraron ganas de zarandearlo para que espabilara, para que recolocara todo en su lugar antes de que fuera demasiado tarde. Pero también he sentido mucha tristeza por él. No es fácil ser madre y no siempre es fácil ser hijo. Y el tiempo pasa inexorablemente y no siempre somos conscientes de que, si hoy no hablas, lo mismo mañana será demasiado tarde.
Y quizá esta historia no sea 100% real pero si no lo es, se le parecerá mucho. Ayuda a aportar credibilidad la incorporación del escaneo parcial de las cartas y el conjunto de fotografías que intercala el autor, y que muestran esa cinta que Mary cosía a sus creaciones, dejando huella del paso de la prenda por sus manos, o los albaranes en los que tomaba detalle de los encargos. Hay también recortes de prensa en la que vemos a un jovencísimo Edmundo, ganador de algún premio de poesía. Un pieza periodística de letra menuda, difícil de leer pero que yo me he empeñado en descifrar con la ayuda de una lupa, en la que me he encontrado las declaraciones de alguien que parecía mayor de los 14 años con los que contaba.
Y ese final que me trasladó a otro final en mi propia vida. Por eso dije al principio que me hundí. No será la primera vez que me pasa. No será tampoco la última.
Edmundo, ¿realidad o ficción?
Que el Edmundo de la novela comparta tantas cosas con el Edmundo escritor da que pensar. Él aclara en la presentación de la obra (que puedes leer aquí), que aquellas cartas existieron y que también habló con el novelista que las envió, pero no todo es real. De todos modos, la línea entre la biografía y la novela me parece muy difusa y, aunque ahora acostumbramos a usar el término auto-ficción, se me antoja que aquí hay más «auto-» que «ficción». Sea como fuere, he tenido en todo momento la sensación de que la persona que ha escrito estas palabras sigue siendo aquel niño que soñaba con ser escritor, que amaba a su madre por encima de todas las cosas, a pesar de que sus sentimientos han bailado tanto con el paso de los años. Si lo que pretendía el narrador o el autor era pedir perdón, creo que lo ha conseguido. Aunque yo siempre he creído que una madre perdona antes incluso de que sintamos el deseo de pedirles perdón.
Estructura y estilo
Dividida en tres bloques, más un prólogo, Mamá está narrado sin seguir una línea recta. Salvo alguna excepción, cada capítulo es como una pieza independiente de un puzle, descripciones de lo que él define en las páginas iniciales como viñetas. La narración avanza a base de recuerdos, que asaltan al autor aquí y allá.
Con un léxico coloquial, empleando términos como «los tíos», «la pasta» o el verbo flipar, pero no exenta de una prosa elegante y poética, el narrador ocasionalmente se dirigirá al lector, con la intención de involucrarlo.
No sé qué más contaros. Mamá es un libro que me ha hecho pensar en lo que verdaderamente tenemos. Estamos solos, y lo único que importa realmente es la familia. Sí, ya sé que hay familias y familias, pero vosotros me entendéis. Esta novela ha ratificado ese pensamiento que he ido forjando con los años, a base de sinsabores y lágrimas, la idea de que hay que decir lo que sientes antes del final, cuando todavía estás a tiempo; que, en la vida, te harán daño, pero si te has equivocado debes rectificar; que hay cosas que han podido doler mucho pero que, a la postre, no merecen la pena. Insisto en que esta lectura conmueve. Reitero que a mí me ha llenado de tristeza en algún momento, pero no por eso hay que alejarse de ella. Más bien al contrario. Ver los errores del prójimo puede ayudarnos a corregir los nuestros. ¿Y si hay otros hijos lectores que también se hayan alejado de sus padres? ¿Y si esta lectura te hace ver que quizá estés equivocado? Lo dice Edmundo de este modo tan bello:
«Deploraba la mayor parte de mi vida.Haber despilfarrado el amor de los míos, la fe de quienes habían depositado en mí, ya no digo su esperanza, digo su ternura, y esperaban una cierta clase de gratitud por mi parte. No veía más que equivocaciones en mis actos, huidas, mentiras, errores y más errores que desafiaban la edad de la inocencia y la edad de las experiencias». [pág. 303]
Entonces, bien habrá valido la pena su lectura.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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