El pasado mes de septiembre se anunció el Premio Tusquets Editores de Novela, que este año ha recaído en una paisana, en Silvia Hidalgo, por su novela Nada que decir. No conocía a esta autora, que llegaba a este premio con otra novela publicada Yo, mentira (Tránsito). Del Premio Tusquets he leído tres novelas: Nada que no sepas de María Tena (reseña y entrevista), Dicen los síntomas de Bárbara Blasco (reseña y entrevista) y Leña menuda de Marta Barrio (entrevista). Todas me han gustado. Todas ellas son novelas que tratan temas universales, que nos atañen. Lo que nos propone Silvia Hidalgo en Nada que decir, camina por la misma senda. Echa un vistazo a la sinopsis que figura al final de este post antes de de leer la entrevista, que te dejo a continuación.
Silvia H.- Muchas gracias.
M.G.- Que te hayan dado este premio no es poca cosa. Y seguramente estás viviendo un sueño. ¿Qué emociones te han circulado por el cuerpo al saberte ganadora de este premio, del que dicen que es muy limpio?
S.H.- Sí, sabía de la limpieza de este premio. Sevilla es muy pequeña y, en alguna ocasión, he coincidido con una escritora de mucho renombre que ha sido jurado de este premio y me comentaba que los miembros del jurado andaban debatiendo porque había distintas opiniones.
Y un sueño, no, porque vengo desde tan lejos que nunca hubiera pensado ganar un premio literario y menos, un premio prestigioso como es el Tusquets. Nunca lo hubiera pensado pero estoy llena de satisfacción y muy orgullosa.
M.G.- Imagino que este tipo de premios abre muchas puertas.
S.H.- Eso espero, eso espero.
M.G.- Cuando a un autor le otorgan un premio de estas características, se forma un totum revolutum a su alrededor, empiezan a ponerte etiquetas y, en tu caso, se está hablando de que eres la Marguerite Duras sevillana. ¿Cómo lo ves?
S.H.- Bueno, como dices, son etiquetas. Yo creo que se usan porque, al ser una escritora desconocida, sirven para orientar al lector sobre en qué universo estás.
Marguerite Duras escribía siempre desde su mirada. No es que hiciese una auto-ficción pura sino que, desde su mirada, hacía fotografías de su entorno. También era muy aficionada al cine. De hecho, fue guionista y escribió películas. Ella es la reina de ese universo y yo soy una recién llegada. Pero me pongo a sus pies.
M.G.- He estado leyendo todas las opiniones del jurado sobre tu novela pero a mí, lo que realmente me interesa, es qué piensas tú de tu creación. ¿Con qué historia se va encontrar el lector en este Nada que decir?
S.H.- Esta novela es una radiografía emocional y psicológica del momento social actual, de cómo nos estamos relacionando, o cuáles son las crisis actuales de la sociedad, y cómo atraviesa todo esto a una mujer concreta. Es lo que puedo aportar desde mi mirada, como mujer que soy, como profesional con estudios técnicos, como hija de un obrero que se ha criado en un barrio periférico de Sevilla,...
M.G.- Leyendo tu novela, en algún momento pensé que esta historia nacía de un punto de inflexión. A veces, los lectores somos demasiado curiosos y siempre intentamos encontrar rastros del autor en su obra. En algún pasaje he sentido que, por cómo estaba narrado, tú estabas ahí y no solo como autora.
S.H.- Mira, eso me halaga. Como lectora, lo que me interesa es que la historia me atraviese. Cuando leo un libro o veo una película, está muy bien que sea divertimento y que me entretenga, pero me gusta mucho más si me atraviesa. Eso mismo es lo que intento conseguir como creadora. Así que, si has tenido esa sensación, me halaga mucho porque entonces, he podido transmitir una emoción que nace de una emoción real mía. Pero las anécdotas en sí no son mías totalmente. Siempre son mezclas, anécdotas tuyas, de tus amigas, de tu vecina, de tu madre,... Todo es mezcla porque es de lo que nos nutrimos.
M.G.- Hay pasajes que atraviesan, sí. Para mí, esta novela, más que para leerla es para masticarla. Hay fragmentos que funcionan como el golpe de un boxeador. De hecho, en la primera página encuentro una frase que me dejó muy tocada: «Ellos iban a ser diferentes, iban a ser felices, en cambio ahí están y se pone a llover a mares como venganza». Por un lado, me pareció muy poético. Y por otro, lo sentí como algo mío. Como cuando tú crees que vas a tener una vida idílica y, de repente, ¡zas!, la vida te da una bofetada.
S.H.- Es normal. Hay que vivir con ilusión porque, si no, ¿para qué? Pero después hay que ver también cuando las cosas no están funcionando o no son como nos imaginábamos. Entonces nos agarramos a esa imagen que hemos idealizado. Que idealicemos es lo natural y lo humano. Te levantas, ves un día estupendo, y cuando menos lo esperas, se pone a llover. Pues con las relaciones pasa lo mismo.
[Si prefieres escuchar nuestra conversación, dale al play]
M.G.- Silvia, siento que esta protagonista está muy hueca, muy vacía por dentro. En algún momento, me ha producido mucha tristeza porque la veo como mendigando cariño, mendigando amor. He navegado en esos sentimientos de compasión, de tristeza,...
S.H.- Es así, totalmente. Ella empieza en un estado de desarraigo absoluto, de desamor,... Empieza en el fango, mendigando, como perfectamente dices. Ella mendiga amor pero, además, de personas desconocidas. Se agarra a cualquier tipo de afecto por agarrarse a su humanidad, porque la ha perdido. Cuando sufrimos desamor nos deshumanizamos y ella habla de sí misma como una bestia. Se bestializa y empieza a actuar por deseo puro como si solo tuviera cuerpo. De ahí la sensación que has tenido, que está hueca y que lo que quiere es completarse de alguna manera. Así es la primera parte de la novela. Pero luego, en la segunda, tras tocar fondo, empieza de nuevo la humanización, quitándose muros y abrazando de nuevo la vulnerabilidad.
M.G.- No leí tu novela anterior, Yo, mentira pero por lo que he indagado parece que existen ciertos hilos de unión entre aquella y esta, ¿no?
S.H.- Totalmente. De hecho, cuando me nació esta historia, era algo que me preocupó al principio porque había como similitudes. Pero luego, me ocurrió todo lo contrario. La abracé como algo positivo. Este es mi universo y tengo que ser honesta y consecuente con mi universo. Ahora lo veo hasta bonito. Parece que las mujeres de las dos novelas hablan entre ellas. Es como si fueran vecinas. Casi que se podrían encontrar en el centro médico. Estar sentada la una al lado de la otra, hablarse, y encontrarían como cierta similitud pero, también, formas de ser muy distintas y formas de vivir su historia de manera muy distinta. Aquella novela era una historia de auto-descubrimiento. Y esta es una historia de desarraigo, de desamor, y de una relación muy tóxica.
M.G.- Fíjate que el único nombre que aparece en la novela es el de Eva, incluso como nombre de un cachorro con el que la protagonista se queda. Me llama la atención que no aparezcan más nombres y que el que aparezca sea precisamente ese. Me dije: Aquí hay algo.
S.H.- Sí. Me cuesta poner nombres porque se identifica con esos nombres. Si fuera necesario, si la próxima novela fuera coral y tuviera veinte personajes, necesitaría poner nombres pero en esta, al ser tan poquitos personajes, creo que se pueden identificar perfectamente.
Lo de Eva sí me interesaba. Todos los personajes femeninos de esta historia son Eva. Todas las mujeres son Eva. Quería marcar esa herencia y esta deuda universal que tenemos. Porque ahora nos vaya un poco mejor, no se puede decir que ya esté saldada. Las mujeres arrastramos una herida desde la primera Eva. Me interesaba que todas tuvieran el mismo nombre y que fuera el nombre de la primera mujer. Es un símbolo. M.G.- Y otro dato es que, en una novela como esta, en la que buceamos mucho en el interior de la protagonista, la historia esté narrada en tercera persona, en vez de en primera.
S.H.- En principio, siempre me nace escribir en primera persona. Y así empecé la novela pero sentí que algo fallaba. Lo que fallaba era esa compasión que tú misma has sentido, una compasión que yo no quería tener. Tenía que dar un paso atrás para ser más implacable todavía. Necesitaba que la narradora fuera implacable con la protagonista, que casi no tuviera piedad, que lo tratara todo de forma muy cruda y, desde ella misma, me costaba más trabajo hacerlo. Cambié a tercera persona y, nada más me separé un paso, ya pude volcar toda esa rabia, el enfado, la ira, ese tono un poco de esquiciado. Por eso opté por la tercera persona, aunque es una voz que está muy apegada a ella.
M.G.- Me interesan mucho las figuras paterna y materna de la protagonista. Antes comentabas que escribes para que cale al lector y yo, cada vez que leía sobre el padre, me desgarraba. El padre de la protagonista está muerto y es un personaje fantasma que está siempre con ella.
En cuanto a la madre, me resultaba llamativo esa madre que, si espera que un hijo regrese al hogar familiar, que sea el varón y no la hembra.
S.H.- Esto es algo que no trataba en la anterior novela, donde el personaje era mucho más solitario. Aquí me interesaba tratar la relación con los padres porque, si hablo del desarraigo, ¿de dónde viene ese desarraigo o esta educación afectiva? Ella tampoco tiene autoestima afectiva. Parece que no sabe relacionarse, ni siquiera con su hija. Y me interesó indagar en esos padres y en la relación con ellos
El padre ha fallecido y él ha sido víctima de su tiempo. Lo dibujo como un hombre culto, incluso creativo, pero que también está totalmente mutilado por el momento que le tocó vivir. Ahora que el padre ha muerto, parece que ella se siente más afín a él. Quiere recordar esa parte buena de su padre, no las diferencias que tenía, sino las similitudes, que también es algo que hacemos mucho con el duelo.
Y con su madre, quería dibujarla a ella y a sus vecinas, en ese barrio en el que viven. Ahí sí bebo de mi propia experiencia, de mi barrio, de las mujeres que estaban encerradas siempre en sus cocinas, esperando a que el padre y los hijos llegaran. Y cómo eso te tiene que frustrar, te tiene que secar, y te tiene también que mutilar, afectivamente. Esas mujeres tenían simplemente que cuidar pero la palabra cuidado también ha cambiado. Ahora, la palabra cuidado es más amplia. Antes, la madre, si tenía una planta, quería que estuviera viva. Si tenía una hija, quería que estuviera viva. No sabe dar otro tipo de cuidado. A esa madre no le dieron nunca cuidado afectivo y por eso no es capaz de darlo. Por eso, ahora la protagonista parece que tampoco es capaz de dárselo a su hija.
M.G.- También se habla de lo que la protagonista siente mientras estuvo embarazada de su hija. Yo no tengo hijos. No he estado embarazada nunca. Y ese pasaje me hizo reflexionar en lo que pensamos los demás ante una mujer embarazada, en cómo nosotros la percibimos, y lo que ella siente realmente. En un momento dado, ella se siente una mujer teta, hasta ese instante en el que surge la chispa y aparece la conexión con el pequeño ser humano que ha tenido dentro.
S.H.- Hay mucha literatura maravillosa respecto a las maternidades. Hay una maternidad por cada mujer. Quería contar que, como ella no ha tenido esa educación afectiva, tampoco sabe darla y tiene miedo. Esta protagonista es una mujer con miedo. Primero, miedo a sus cambios físicos y luego, también tiene miedo de ser responsable de la vida de otra persona. No sabe si va a saber quererla. De hecho, esa es su primera preocupación. Todo el mundo le ha dicho que su hija va a ser lo que más quiera en el mundo pero ella no es capaz de sentir eso. Quiere que nazca, que viva, pero no es capaz de querer, en ese momento, a esa persona que acaba de llegar a su vida. Así que tiene pánico. Se siente una máquina de mantenimiento, casi una incubadora, y ha dejado de hacer otras cosas que hacía antes como persona, como mujer.
M.G.- Con todo lo que se dice en la novela, o que sabemos a través del narrador, titulas esta historia como Nada que decir.
S.H.- Me interesa mucho el lenguaje. Ella empieza hablando de que su relación con esta persona es bastante tóxica. Es una relación que se ha mantenido a base de mensajes mínimos del vocabulario. Creo que ahora nos relacionamos mucho así, a través del móvil, de la pantalla, en el que incluso el diccionario predictivo te va diciendo la siguiente palabra que tienes que utilizar, cuando, a veces, esa palabra no es exactamente la que querías utilizar. Y cuando la otra persona recibe tu mensaje, ¿qué mensaje está recibiendo?, ¿cómo rellena los espacios de ese mensaje?, ¿y cómo le afecta? Ella, en esa relación, no tiene palabras para expresar cómo se siente. No tiene las herramientas y se queda sin nada que decir. Esto no es más que fruto de mucha frustración a la hora de comunicarnos de otra manera.
M.G.- Silvia, no tengo más preguntas que hacerte. La estoy disfrutando mucho. Como te dije antes, para mí es una novela para masticarla porque deja sabor. Y te vuelvo a felicitar por el Tusquets.
S.H.- Muchísimas gracias. Ha sido un placer conocerte.
M.G.- Igualmente.
Sinopsis: Una mujer aguarda en el interior de un coche a que su exmarido recoja a la hija de ambos, que llora en el asiento de atrás. Mientras cae la lluvia y las figuras se desdibujan iluminadas por los intermitentes, ella está pendiente de su móvil y de una cita con un desconocido. Como un animal desorientado y furioso, se deja llevar por su deseo crudo, sin tapujos, en el que la maternidad, la familia, el trabajo ocupan un lugar secundario. Quiere huir de los espejismos de una falsa felicidad, pero se sitúa ante el abismo de una relación enfermiza, desquiciada, con un directivo de la empresa de su exmarido, un «hombre tumor». Nada que decir confirma a Silvia Hidalgo como nuestra Marguerite Duras: escenas turbadoras, emociones inconfesables y una escritura tersa y brillante, que deja zarpazos.
Nada que decir es el deslumbrante retrato psicológico de una mujer enfrentada a sus contradicciones y a la vorágine de la vida moderna, una historia veraz y lacerante sobre la vivencia del deseo y la pasión, sobre cómo se sobrepone a la crisis de los cuarenta, la ansiedad por el éxito social, el desencanto del hogar, la atracción por lo prohibido.