Autora
Txani Rodríguez nació en Llodio, en 1977. Es periodista, guionista y escritora. Ha publicado las novelas Lo que será de nosotros (2008), Agosto (2013) y Si quieres, puedes quedarte aquí (2016). Ha publicado el libro de relatos El corazón de los aviones (2006) y varios cómics, entre los que destaca La carrera del sol (2008), traducido a varios idiomas. Forma parte del equipo del programa de Radio Euskadi Pompas de papel, y colabora en varios medios, entre ellos, el suplemento cultural Territorios del diario El Correo. Es profesora de escritura creativa en la Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès y en la Asociación Literaria ALEA.
Nuria regresa al pueblo en el que ha pasado los veranos desde su infancia, un rincón dedicado a la extracción del corcho en un espacio natural protegido del sur de España. Durante su estancia, asistirá al conflicto entre dos formas de en tender el futuro, representadas por la población local, que busca nuevas formas de ganar se la vida ante el avance de la seca, una enfermedad que acaba con los alcornoques, y los veraneantes procedentes de la ciudad, que quieren preservar el entorno.
Después de convertirse en una de las sorpresas literarias de 2020 con Los últimos románticos, ganadora del Premio Euskadi de Literatura, Txani Rodríguez regresa con una novela de tensión creciente protagonizada por una joven inconformista, presa del mal augurio, marcada por la relación con su madre y un antiguo amor de verano, en un medio rural en crisis debido al cambio climático.
[Información tomada directamente del ejemplar]
Te han hecho alguna vez la siguiente pregunta: ¿Tú tienes pueblo? A mí, sí. Lo de tener pueblo no alude a la acción de poseer sino a la de ser. Es decir, con esa pregunta lo que quieren saber es si eres nacido o criado en un entorno rural. Lo he contado miles de veces aquí y en redes sociales. Yo no nací en un pueblo, ni tampoco me crié en uno, pero sí pasé los veranos de mi infancia rodeada de olivos, nadando en las aguas turbias de una alberca, andando el campo, casi de sol a sol. La distracción de mis primos, mis hermanos mayores y la mía misma consistía en investigar lo que se ponía a nuestro alcance. Aquel insecto aquí, aquella flor allá. Experimentábamos, y no siempre desde la inocencia, porque todo niño también tiene un lado cruel. Pero creo que aquella necesidad de conocer los efectos de nuestros actos en plena naturaleza desarrolló en mí esa curiosidad que me caracteriza y ese amor por la tierra, de tal modo que acostumbro a quedarme embobada en mis pensamientos, cuando mis ojos se adentran en una gran arboleda. Hay personas que llevan la tierra en las venas, aunque la mayor parte de su vida sólo hayan pisado asfalto. Bien, os largo todo este rollo para empezar a hablaros de una novela que consiguió transportarme a aquella infancia de casas encaladas y jornadas al aire libre. Pero no penséis que La seca de Txani Rodríguez es una novela eminentemente de corte nostálgico, que ahonda en las emociones rescatadas del pasado, sin más intención que conectarnos con nuestros orígenes. En realidad, La seca tiene algo de eso pero hay mucho más donde escarbar. Os cuento.
Nuria y Matilde, hija y madre, cruzan España de norte a sur para pasar el verano en el pueblo. Se dirigen a una localidad de Andalucía. Su intención es descansar allí durante un mes, pues Matilde está convaleciente tras una operación. Atrás queda Llodio, el lugar de residencia de Nuria, y su cuadrilla, un grupo de amigos con los que las cosas no han salido demasiado bien. Algo le ocurrió a Nuria con esas amistades, algo que ni siquiera ella entiende, y que ha dado pie a fisuras en las relaciones. Así que Nuria llega al pueblo arrastrando un lastre que se añadirá a otros más. Porque regresar al pueblo implica para Nuria reencontrarse con otras personas, algo que para ella no resulta demasiado grato. ¿Por qué? Ya lo irás viendo. Allí vive Montero, un hombre con el que ella mantuvo/mantiene una cierta vinculación. Y en el mismo pueblo también vive Alba, la mujer de Montero, con quien ella jugaba en los veranos de su infancia, y compartía meriendas de tortas fritas y pasteles de manzanas. Ya las cosas no son como eran antes. El tiempo y la vida se han encargado de empujar a cada uno por su camino y aquellas relaciones que parecían solidas han terminado licuadas.
En el tiempo que Nuria y Matilde pasen en el pueblo irán ocurriendo cosas, a través de las cuales iremos conociendo mejor el abismo interior de los personajes, al tiempo que Txani Rodríguez explora en los universos rurales, en los que no faltan nunca chismes, envidias, recelos y también leyendas, como la que en este caso tiene que ver con unos niños.
«Dos niños que habían terminado de cenar se levantaron para ir a jugar a la plaza. Entonces, el camarero y los ocupantes locales se las otras mesas se acercaron a los padre, que parecían estupefactos, y, tras rodearlos, comenzaron a hablarles con seriedad, como si fueran a dar comienzo a unas delicadas negociaciones diplomáticas. La pareja intercambiaba miradas de incredulidad, se encogía de hombros, negaba con la cabeza. Al poco pidieron a los niños que regresaran a sus asientos, y las personas que los habían abordado se marcharon». [pág. 90 -91]
Qué me ha gustado de esta novela
Es agradable e interesante leer a un autor por primera vez. Esa primera toma de contacto condiciona. Y mucho. Aunque yo no soy de tirar la toalla a la primera de cambio. Si un autor no me gusta en mi primer acercamiento, acostumbro a darle otra oportunidad. No es el caso de Txani Rodríguez. Me ha gustado mucho leer La seca. No sé, de entrada, me he visto mecida por un montón de emociones y evocaciones. Un arroyo de recuerdos ha cruzado mi mente. Ver a Matilde y a Nuria en el viaje de ida al pueblo ha sido como verme a mí misma, montada de niña en el coche de mi padre, con las maletas y las ilusiones por estrenar. Ya se lo comenté a Txani aquella tarde que conversé con ella (puedes leer la entrevista aquí), que en un momento del relato se dice que ir al pueblo no es viajar. Uno no viaja al pueblo cuando está de vacaciones. Uno, simplemente, regresa al pueblo en vacaciones, al lugar al que perteneces realmente. Parecerá una tontería, pero la importancia está en los matices.
Txani describe muy bien las sensaciones que se perciben en los pueblos, el olor de los guisos o los sonidos de las jornadas veraniegas, como esa sensación etérea que se respira en las sobremesas, como si el tiempo se detuviera, y los ruidos se atenuaran, dando paso a un silencio amortiguado. No sé muy bien cómo describir esa sensación que se acentúa por el calor en el campo andaluz.
«En la calle, la vida parecía ralentizarse: algún perro descansaba a la sombra de un árbol en el paseo, las terrazas de los bares se quedaban medio vacías, en una esquina se deshacían los restos de un helado; la laboriosidad de los pájaros carpinteros contra los pinos resultaba audible, las chicharras intensificaban su canto, las ráfagas de viento agitaban las hojas de los árboles y, sin embargo, se diría que todos aquellos sonidos quedaban envueltos en un silencio espeso». [pág. 84]
En La seca, el mundo rural es otro protagonista más. Con esta novela, quiere Txani Rodríguez rendir homenaje a un oficio, y a través del mismo, a los suyos. Por eso, nada más abrir las páginas del libro, leemos: A mi familia paterna, los «corchas». ¿Qué es eso de los corchas? La acción de la novela se desarrolla en un pueblo cercano a Jimena de la Frontera. Es un espacio ficticio pero que, por la ubicación, podría ser cualquier municipio que rodea el Parque Natural de los Alcornocales. Un pueblo en el que la saca, es decir, la extracción del corcho, ha dado de comer a muchas familias durante generaciones. A la familia paterna de la autora, también. De ahí, el apodo que reciben, de ahí lo de los corchas, porque han sido y son corcheros, gente de campo que se encarga de ir de aquí allá, extrayendo el corcho a los alcornoques. Es muy interesante todo lo que cuenta la autora sobre este oficio, cómo se lleva a cabo, los riesgos laborales que acarrea, qué peculiaridades tiene, qué futuro le espera a la profesión. Máxime cuando la enfermedad amenaza a los árboles. La seca como llaman a ese mal, no puede tener un nombre más preciso porque seca todo lo que se encuentra a su paso. ¿Pero cómo es esa enfermedad?
«Nuria había oído hablar de la enfermedad de los alcornocales: la seca, como la llamaban. Estaba en boca de todo el mundo desde hacía años. Algunos la atribuyen a la sequía; otros, a la contaminación atmosférica, o a los incendios o a las plagas o a las inundaciones o a la gestión inadecuada del suelo; hay quien habla de cambio climático, y hay quien solo nombra la seca entre dientes, como si fuera un mal fario. No terminan de precisar el origen último de la enfermedad de esos árboles recios, pero saben que la causa —que tiene mucho de consecuencia— es un hongo». [pág. 103]
Alcornoques, corcho, enfermedades, corcheros,... Lo mismo, lector, que llevas pisando asfalto toda tu vida, esta temática te resulte lejana, pero Txani Rodríguez consigue atraparnos, no solo a través de datos interesantes que afectan a la industria, sino por el cariño con el que se adentra en este oficio.
Por otra parte, La seca nos invita a la reflexión.¿Qué estamos haciendo con el planeta? En un entorno pequeño como es el pueblo de la novela, también vamos a ver las consecuencias de la sequía, la degradación del campo, el cambio climático. Nuria encuentra en el río que vadea el pueblo ese refugio donde se siente más en paz consigo misma, pero es un espacio que también está en peligro, y la veremos luchar para mantener ese entorno natural. Igualmente descubrirá las alteraciones que está sufriendo la agricultura, con esos campos sembrados ahora de cultivos que generarán más ingresos, pero que también producirán más estragos en la naturaleza.
Al margen de estos asuntos, en La seca también se ahonda en las distintas percepciones que se pueden tener de un entorno rural. ¿Qué significa el pueblo para los que viven en él día tras día, o qué significa para los que van a ellos a pasar una temporada? O escarba en las relaciones personales y en la amistad.
Como veis, esta novela no es solo un viaje nostálgico. La seca tiene mucho más enjundia que un mero retroceso al pasado.
Personajes
Txani Rodríguez construye personajes con muchas aristas y filos que cortan. Me centraré en aquellos que, a mi juicio, soportan bajo sus hombros el peso de la novela.
Nuria es una mujer que no está bien. No llega al pueblo en su mejor momento. Lo que le ocurrió en Llodio la ha marcado, pero además es que se debate entre la obligación impuesta socialmente de cuidar a su madre y el deseo propio de hacerlo como hija. A Nuria la vamos a ver constantemente preocupada por el bienestar de Matilde. Le agobia mucho vivir el momento que le ha tocado, con el Covid, los contagios, y las muertes. ¿Y si su madre se contagia? O peor, ¿y si es ella la que contagia a su madre? ¿Cómo se puede uno perdonar eso? Adopta esa actitud tremendista que la empuja a temer siempre lo peor. Vivir bajo ese yugo la asfixia, no solo a ella, sino también al lector, que la percibirá como una mujer hermética, malhumorada, impertinente, desagradable. Ni ella misma se soporta. A Nuria le molesta todo. Los que hacen porque hacen. Los que no hacen porque no hacen. Los que dicen porque dicen. Y los que no dicen porque no dicen. Da igual. Es que si no tiene motivos para quejarse, los va a buscar. Y eso provoca en el lector un desgaste, unas ganas de trazar una línea entre ella y nosotros, de mantener las distancias (no vaya a ser que nos contagie, pero no el Covid, sino su malestar constante). Está tan amargada que hasta ella misma se sorprende de sus pensamientos. En el siguiente pasaje se refiere a Alba, la mujer de Montero:
«Durante el invierno, Nuria entraba en las redes sociales para espiar las páginas de los contactos en común con el deseo de verla en alguna fotografía y descubrirla más gorda, más fea, más vieja. Después se arrepentía de sus malos deseos». [pág. 46]
Nuria es el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Pero quiero decirte algo. Dale tiempo y espacio. Es que está perdida y saturada. Necesita reordenarse por dentro. El pueblo la transforma y, al final, saldrá la verdadera Nuria y esa no te la puedes perder, porque el lector terminará por entenderla, y por reconciliarse con ella. Al menos, es lo que me ha ocurrido a mí que, de no soportarla he pasado a cogerle cariño, entendiendo que únicamente tomaba malas decisiones y que obraba de manera equivocada.
A Matilde también la transformará el pueblo. Desde que se cayó, se partió la los huesos de una pierna y la tuvieron que operar, parece que se ha cansado de vivir. Al mudarse a casa de Nuria durante la convalecencia, solo tenía ganas de estar en cama. Se volvió irritante, no agradecía nada de lo que la hija hacía por ella, protestaba por todo, rozando ese egoísmo propio de la vejez.
«De un tiempo a esta parte no se entretenía con nada: no hacía punto, no cocinaba, no leía». [pág. 76]
Pero en el pueblo, tendrá la oportunidad de relacionarse con otras personas, más allá de su hija. Hará nuevas amistades y se alejará un tanto del control de Nuria. Ojito a la reacción de la hija. Matilde es un personaje que me ha gustado mucho. Verla sentirse viva otra vez me ha parecido algo de una belleza excepcional.
Pero la relación entre ambas no va a ser fácil. Antes comentaba que La seca profundiza en las relaciones personales y la amistad, a través de la cuadrilla de amigos de Nuria, pero la relación materno-filial tendrá mucho peso en esta novela. A poco que tú y tus padres tengáis una edad similar que la que tienen los personajes de esta novela, lo vas a entender todo perfectamente. En La seca se va a establecer ese tira y afloja que inevitablemente y, en circunstancias normales, se produce entre las madres y las hijas, cuando una está en ese límite en el que todavía es autónoma pero no, y la otra ya empieza a desempeñar el papel de madre de su propia madre. En la relación entre Nuria y Matilde he visto la misma relación que yo tenía con mi madre, cuando ella no quería que yo la ayudara porque decía valerse por sí misma pero, a la vez, ya no llegaba a todo. En esta novela vamos a ver algo así. La madre quiere seguir ejerciendo como tal, mientras la hija se mete en un terreno que, a lo mejor, todavía no le corresponde. A mí me ha parecido brillante cómo Txani Rodríguez dibuja ese momento en la vida de madre e hija. Me he visto muy reflejada.
Y habrá otros tantos personajes, como el propio Montero y su mujer; Ezequiel, el padre de Montero, del que dicen que está loco pero a mí me parece el más cuerdo de todos; y, por supuesto, Milo y su padre Xavier, que llegan al pueblo de visita y, a priori, parece que solo van a ser meros espectadores pero nada más lejos de la realidad.
Estructura
Escrita en tercera persona, La seca cuenta con una estructura circular. Un primer capítulo introductorio, donde veremos a Nuria siendo una niña pequeña, conectará en cierto modo con el final, cerrando la historia con un desenlace que implica más un reencuentro con uno mismo, que un regreso físico al hogar.
Compuesta por capítulos de corta extensión, en los que se observa un equilibrio entre narración y diálogos, la autora nos ofrece una prosa evocadora con la que se hace hincapié en los sentidos.
Poco más os puedo y os debo contar. Ha sido una lectura agradable, llena de recuerdos que reconfortan. Y qué bonito me ha parecido esa invitación a la reconciliación que Txani nos propone en el final.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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