Editorial: Espasa.
Fecha publicación: septiembre, 2014.
Nº Páginas: 239.
Precio: 19,90 €
ISBN: 9788467042245
Autora
Lidia Herbada nació en Madrid. Licenciada en Periodismo por la Universidad San Pablo CEU, comenzó su carrera profesional en la Agencia EFE. Posteriormente, ha trabajado como responsable de comunicación en una empresa punto com. Su carrera siempre ha estado encaminada hacia el mundo del arte, la fotografía, la publicidad y las nuevas tecnologías. Algunos de sus relatos han sido publicados en revistas, blogs culturales y talleres de escritores, y ha sido finalista en varios premios con sus novelas (Dame un mes soltera, Festival Eñe; Sinfonía de silencios, Premio Ateneo de Valladolid).
Sinopsis
Martina es una chica treintañera sin suerte en la búsqueda del amor perfecto hasta que su hermana decide tomar cartas en el asunto. Pero estamos en el siglo XXI y el amor ya no está en el aire, está en la red. Para encontrarlo, sólo hay que amarse de una buena dosis de paciencia, unas gotas de chispa y un ordenador con los megas suficientes para que no se quede colgado en el momento cumbre.
Cuando el mundo virtual se convierte en realidad, Martina pensará que sus citas son como los cafés: a veces cargados, otras espesos, cortados o descafeinados. ¿Encontrará el café perfecto, el que se sirve con un delicioso croissant y zumo de naranja?
[Información facilitada por la editorial]
Dicen que el patio está muy mal, que a partir de los treinta la cosa se complica sobremanera. No sé. Es lo que se oye. Yo hace mucho que crucé esa edad y mucho más que dejé de buscar parteneire. Por ahora, y crucemos los dedos, tengo estabilidad emocional y no me planteo meterme en ningún jardín, pero entiendo que hay muchos hombres y mujeres que andan a la saga de un compañer@ para toda la vida o por lo menos, para un periodo de tiempo.
A partir de una edad, conocer a gente nueva no es nada fácil. Nuestro círculo se reduce bastante con lo que las posibilidades de encontrar pareja se minimizan. Pero como los tiempos cambian, el amor también lo hace, y por eso años atrás, con la revolución tecnológica, Cupido quiso formar parte de un nuevo mundo de posibilidades y así surgieron webs y páginas de contactos vía on-line. Y de eso es precisamente de lo que trata 39 cafés y un desayuno, la novela de Lidia Herbada, de la búsqueda de amor por los caminos cibernéticos.
Martina tiene 35 años aproximadamente. Es una mujer guapa, culta, inteligente que ejerce como abogada en un bufete en el que las cosas no le deben ir mal pues conduce un Audi A3. Lo que conocemos de ella nos deja entrever a una mujer con la cabeza muy bien amueblada y que representa lo que cualquiera de nosotras nos gustaría ser pero hay un inconveniente porque la perfección no existe. Martina sobrevive con un corazón solitario cuando su sueño más anhelado sería encontrar pareja, formar una familia y tener hijos. Lo que en apariencia puede ser sencillo para una mujer como ella no lo es en absoluto pues Martina es también una mujer exigente. Su ideal sería encontrar a «un hombre auténtico, sencillo pero no simple, dulce pero no empalagoso, divertido pero no payaso, con estilo por fuera y por dentro, que la quisiera por lo que es, que tuviera inquietudes culturales, sentido del humor y que valorase todos sus detalles» [pág. 17]. Por suerte, contará con la ayuda de su hermana menor, la auténtica narradora de esta historia, una voz omnisciente que nos permitirá introducirnos en el corazón y la mente de Martina y en cuyas citas ocuparemos un lugar privilegiado como testigos.
Nuestra narradora es una especie de ONG del amor para su hermana que se ve a sí misma como la Amèlie de la película. No le gusta ver a Martina sola, especialmente porque ella misma, siendo una mujer no tan agraciada, ha encontrado el amor junto a Ramón y es feliz. Martina también tiene que encontrar su media naranja y para ello la narradora, de la que por cierto jamás sabremos su nombre, probará con los amores cibernéticos, aquellos que se conocen en distintas páginas de contacto. Gracias a su hermana, Martina se convertirá en un perfil virtual, al que podrán tener acceso diferentes pretendientes de toda índole y condición pero solamente unos cuantos, acorde a ciertas exigencias, conseguirán pasar el primer filtro. En caso de duda existencial, la Pandilla Popy, compuesta por la propia narradora, Martina y tres componentes más (Adriana, Pato y Elena) será convocada. Juntas decidirán qué es lo mejor para nuestra solitaria amiga.
Así Martina conocerá a muchos hombres cada uno de su padre y de su madre. Y sí, el mercado, aunque saturado, está bastante mal. Algunos tendrán problemas sexuales, otros serán cultos y refinados pero con una vida demasiado desenfrenada, los habrá adictos a los juegos de mesa, los que cuidan su cuerpo de manera obsesiva, el sincero adicto al trabajo, los frikis, los gafipastis,... Hasta treinta y nueve citas en total sin que ninguna consiga ser la definitiva. Es para desesperar a cualquiera. Aunque yo creo que mi desesperación por no encontrar pareja sería peccata minuta en comparación con la que me produciría tener una hermana como la que tiene Martina, tan empeñada en ejercer de Celestina. Ese personaje ha crispado mis nervios en alguna ocasión y no he conectado con ella en ningún momento. En cualquier caso, es justo reconocerle que la pobre le pone interés a la cosa y que su propósito es bueno. En cuanto al personaje de Martina, sin llegar a empatizar, sí he sentido más conmiseración por ella porque, en ocasiones, me parecía un simple títere en manos de su hermana.
39 cafés y un desayuno se configura como un manual de supervivencia en el noble arte del ligoteo cibernético. Reúne una serie de consejos que bien pueden servir como base a todas aquellas mujeres que estén pasando por una situación similar a Martina. En mi entorno, me consta que alguna hay que echa manos de estos recursos del amor y sus experiencias no siempre son muy allá. Por esto no tengo muy claro que sea una novela que encaje perfectamente en el género chick-lit, pues considero que esta novela es una especie de guía sociológica que te permite saber cómo moverte por un mundo en el que no todo es lo que parece.
Los capítulos, un total de veinte, vienen introducimos por un breve título en el que la palabra «café» actúa como metáfora. Un café es el equivalente a una cita y los habrá de mil tipos distintos: cafés cortados, cafés manchados, capuccinos, cafés dobles, cafés cargados, cafés con leches, cafés expresos,... Os podéis imaginar lo que se encuentra.
Entre todos los capítulos que hablan de manera general sobre los avatares por los que pasa Martina para encontrar pareja, algunos están dedicados a cuestiones muy concretas, como el número trece Cafés y excusas, que recoge las diversas excusas que se suelen dar para romper una relación. Al margen de que todas las que expone forman parte de ese cajón real de justificaciones que una puede oír, me he tenido que reír muchísimo con este capítulo porque creo que a todos, en algún momento de nuestras vidas, nos han soltado el típico «Nos llamamos»:
Ya veis que el humor está presente a lo largo de toda la novela pero tampoco es su apuesta principal. Sin que las situaciones hayan supuesto una carcajada tras otra sí tengo que decir que Lidia tiene chispa y goza de un sentido del humor ingenioso que ha sabido volcar en una narración llena de situaciones muy mundanas algunas y disparatadas otras. Hay algunas frases buenísimas que sí me han hecho reír de manera ocasional, como la que os dejo a continuación, con la que te puedes hacer una idea del tipo de mujer que protagoniza esta novela, una anti-CarrieBradshaw:
Pero también tengo que hablar de algunos puntos que me han descolocado un poquito. Cuando comencé a leer esta novela me sentí un poco aturdida porque me encontré con unos primeros capítulos con muchos cambios, en los que tenía la impresión que se narraba a la carrera, con diálogos atropellados, saltando de una idea a otra, como si su autora no siguiera una linea coherente en el desarrollo de la historia sino que hablara de un tema u otro un poco sin orden ni concierto. Temí que esa fuera la tónica general pero por suerte, la cosa cambió y poco a poco advertí que el ritmo se volvía más tranquilo y más llevadero, con diálogos construidos de manera más sólida.
Por otro lado, me gustaría hacerle una sugerencia a la autora para futuros proyectos. Lidia reproduce en su novela algunas conversaciones de WhatsApp que creo que no están bien estructuradas. Es mi impresión. Todos los que usamos esta aplicación, habremos notado que los distintos bocadillos se distribuyen de una manera particular en la pantalla (los de un interlocutor a la izquierda y los del otro a la derecha), de tal modo que a la hora de releerlas es fácil identificar quién «habla» en cada momento. Sin embargo, en la novela, los mensajes se colocan de manera seguida, uno debajo del otro, sin una distribución que nos permita saber con facilidad qué mensaje pertenece a qué interlocutor. Esto, sin que haya supuesto un gran obstáculo, me ha obligado a releer algunas líneas porque no tenía muy claro qué personaje decía la frase en cuestión.
Resumiendo, 39 cafés y un desayuno es una novela divertida, fresca y desenfadada que toca un tema de mucha actualidad hoy en día y lo hace echando mano del humor en alguna ocasión. No tiene mayor objetivo que entretener, distraerte, hacerte pasar el rato. Entiendo que no hay más pretensiones ni se intenta abarcar un tema como el que trata de manera profunda. Es decir, esto no es un ensayo pero sí da claves y pistas sobre ese mundo del ligue cibernético al que suministra ciertas dosis de humor. Tampoco es un libro que pretenda sorprender al lector pues este sabe de antemano qué es lo que va a encontrar en esta novela: un periodo de búsqueda amorosa con distintos avatares y un desenlace esperado y feliz. En cualquier caso, si te apetece una novela «ligera» que te haga sonreír, 39 cafés y un desayuno puede suponer una buena alternativa.
Sinopsis
Martina es una chica treintañera sin suerte en la búsqueda del amor perfecto hasta que su hermana decide tomar cartas en el asunto. Pero estamos en el siglo XXI y el amor ya no está en el aire, está en la red. Para encontrarlo, sólo hay que amarse de una buena dosis de paciencia, unas gotas de chispa y un ordenador con los megas suficientes para que no se quede colgado en el momento cumbre.
Cuando el mundo virtual se convierte en realidad, Martina pensará que sus citas son como los cafés: a veces cargados, otras espesos, cortados o descafeinados. ¿Encontrará el café perfecto, el que se sirve con un delicioso croissant y zumo de naranja?
[Información facilitada por la editorial]
A partir de una edad, conocer a gente nueva no es nada fácil. Nuestro círculo se reduce bastante con lo que las posibilidades de encontrar pareja se minimizan. Pero como los tiempos cambian, el amor también lo hace, y por eso años atrás, con la revolución tecnológica, Cupido quiso formar parte de un nuevo mundo de posibilidades y así surgieron webs y páginas de contactos vía on-line. Y de eso es precisamente de lo que trata 39 cafés y un desayuno, la novela de Lidia Herbada, de la búsqueda de amor por los caminos cibernéticos.
Martina tiene 35 años aproximadamente. Es una mujer guapa, culta, inteligente que ejerce como abogada en un bufete en el que las cosas no le deben ir mal pues conduce un Audi A3. Lo que conocemos de ella nos deja entrever a una mujer con la cabeza muy bien amueblada y que representa lo que cualquiera de nosotras nos gustaría ser pero hay un inconveniente porque la perfección no existe. Martina sobrevive con un corazón solitario cuando su sueño más anhelado sería encontrar pareja, formar una familia y tener hijos. Lo que en apariencia puede ser sencillo para una mujer como ella no lo es en absoluto pues Martina es también una mujer exigente. Su ideal sería encontrar a «un hombre auténtico, sencillo pero no simple, dulce pero no empalagoso, divertido pero no payaso, con estilo por fuera y por dentro, que la quisiera por lo que es, que tuviera inquietudes culturales, sentido del humor y que valorase todos sus detalles» [pág. 17]. Por suerte, contará con la ayuda de su hermana menor, la auténtica narradora de esta historia, una voz omnisciente que nos permitirá introducirnos en el corazón y la mente de Martina y en cuyas citas ocuparemos un lugar privilegiado como testigos.
Nuestra narradora es una especie de ONG del amor para su hermana que se ve a sí misma como la Amèlie de la película. No le gusta ver a Martina sola, especialmente porque ella misma, siendo una mujer no tan agraciada, ha encontrado el amor junto a Ramón y es feliz. Martina también tiene que encontrar su media naranja y para ello la narradora, de la que por cierto jamás sabremos su nombre, probará con los amores cibernéticos, aquellos que se conocen en distintas páginas de contacto. Gracias a su hermana, Martina se convertirá en un perfil virtual, al que podrán tener acceso diferentes pretendientes de toda índole y condición pero solamente unos cuantos, acorde a ciertas exigencias, conseguirán pasar el primer filtro. En caso de duda existencial, la Pandilla Popy, compuesta por la propia narradora, Martina y tres componentes más (Adriana, Pato y Elena) será convocada. Juntas decidirán qué es lo mejor para nuestra solitaria amiga.
Así Martina conocerá a muchos hombres cada uno de su padre y de su madre. Y sí, el mercado, aunque saturado, está bastante mal. Algunos tendrán problemas sexuales, otros serán cultos y refinados pero con una vida demasiado desenfrenada, los habrá adictos a los juegos de mesa, los que cuidan su cuerpo de manera obsesiva, el sincero adicto al trabajo, los frikis, los gafipastis,... Hasta treinta y nueve citas en total sin que ninguna consiga ser la definitiva. Es para desesperar a cualquiera. Aunque yo creo que mi desesperación por no encontrar pareja sería peccata minuta en comparación con la que me produciría tener una hermana como la que tiene Martina, tan empeñada en ejercer de Celestina. Ese personaje ha crispado mis nervios en alguna ocasión y no he conectado con ella en ningún momento. En cualquier caso, es justo reconocerle que la pobre le pone interés a la cosa y que su propósito es bueno. En cuanto al personaje de Martina, sin llegar a empatizar, sí he sentido más conmiseración por ella porque, en ocasiones, me parecía un simple títere en manos de su hermana.
39 cafés y un desayuno se configura como un manual de supervivencia en el noble arte del ligoteo cibernético. Reúne una serie de consejos que bien pueden servir como base a todas aquellas mujeres que estén pasando por una situación similar a Martina. En mi entorno, me consta que alguna hay que echa manos de estos recursos del amor y sus experiencias no siempre son muy allá. Por esto no tengo muy claro que sea una novela que encaje perfectamente en el género chick-lit, pues considero que esta novela es una especie de guía sociológica que te permite saber cómo moverte por un mundo en el que no todo es lo que parece.
Los capítulos, un total de veinte, vienen introducimos por un breve título en el que la palabra «café» actúa como metáfora. Un café es el equivalente a una cita y los habrá de mil tipos distintos: cafés cortados, cafés manchados, capuccinos, cafés dobles, cafés cargados, cafés con leches, cafés expresos,... Os podéis imaginar lo que se encuentra.
Entre todos los capítulos que hablan de manera general sobre los avatares por los que pasa Martina para encontrar pareja, algunos están dedicados a cuestiones muy concretas, como el número trece Cafés y excusas, que recoge las diversas excusas que se suelen dar para romper una relación. Al margen de que todas las que expone forman parte de ese cajón real de justificaciones que una puede oír, me he tenido que reír muchísimo con este capítulo porque creo que a todos, en algún momento de nuestras vidas, nos han soltado el típico «Nos llamamos»:
«"Nos llamamos". ¿Cuánto tiempo se queda una pegada al teléfono después de escuchar esta frase? Lo mejor es dejar de esperar, porque no va a llamar. Cuando una persona desea ver a alguien, hace todo lo posible. Si le dijeran: "Buenos días, señor López, ha sido usted el ganador de la quiniela, ¿puede venir a recoger su premio?", acaso respondería "¿nos llamamos?"».[pág. 172]
Ya veis que el humor está presente a lo largo de toda la novela pero tampoco es su apuesta principal. Sin que las situaciones hayan supuesto una carcajada tras otra sí tengo que decir que Lidia tiene chispa y goza de un sentido del humor ingenioso que ha sabido volcar en una narración llena de situaciones muy mundanas algunas y disparatadas otras. Hay algunas frases buenísimas que sí me han hecho reír de manera ocasional, como la que os dejo a continuación, con la que te puedes hacer una idea del tipo de mujer que protagoniza esta novela, una anti-CarrieBradshaw:
«Nuestros pies no van subidos en Manolos sino en botas de barrio». [pág. 44]
Pero también tengo que hablar de algunos puntos que me han descolocado un poquito. Cuando comencé a leer esta novela me sentí un poco aturdida porque me encontré con unos primeros capítulos con muchos cambios, en los que tenía la impresión que se narraba a la carrera, con diálogos atropellados, saltando de una idea a otra, como si su autora no siguiera una linea coherente en el desarrollo de la historia sino que hablara de un tema u otro un poco sin orden ni concierto. Temí que esa fuera la tónica general pero por suerte, la cosa cambió y poco a poco advertí que el ritmo se volvía más tranquilo y más llevadero, con diálogos construidos de manera más sólida.
Por otro lado, me gustaría hacerle una sugerencia a la autora para futuros proyectos. Lidia reproduce en su novela algunas conversaciones de WhatsApp que creo que no están bien estructuradas. Es mi impresión. Todos los que usamos esta aplicación, habremos notado que los distintos bocadillos se distribuyen de una manera particular en la pantalla (los de un interlocutor a la izquierda y los del otro a la derecha), de tal modo que a la hora de releerlas es fácil identificar quién «habla» en cada momento. Sin embargo, en la novela, los mensajes se colocan de manera seguida, uno debajo del otro, sin una distribución que nos permita saber con facilidad qué mensaje pertenece a qué interlocutor. Esto, sin que haya supuesto un gran obstáculo, me ha obligado a releer algunas líneas porque no tenía muy claro qué personaje decía la frase en cuestión.
Resumiendo, 39 cafés y un desayuno es una novela divertida, fresca y desenfadada que toca un tema de mucha actualidad hoy en día y lo hace echando mano del humor en alguna ocasión. No tiene mayor objetivo que entretener, distraerte, hacerte pasar el rato. Entiendo que no hay más pretensiones ni se intenta abarcar un tema como el que trata de manera profunda. Es decir, esto no es un ensayo pero sí da claves y pistas sobre ese mundo del ligue cibernético al que suministra ciertas dosis de humor. Tampoco es un libro que pretenda sorprender al lector pues este sabe de antemano qué es lo que va a encontrar en esta novela: un periodo de búsqueda amorosa con distintos avatares y un desenlace esperado y feliz. En cualquier caso, si te apetece una novela «ligera» que te haga sonreír, 39 cafés y un desayuno puede suponer una buena alternativa.