Editorial: Tusquets Editores
Fecha publicación: septiembre, 2014
Precio: 17,00 €
Género: Narrativa
Nº Páginas: 248
Encuadernación: Rústica con solapas
ISBN: 9788483839294
[Disponible en eBook y en bolsillo]
Autor
Luis Landero nació en Alburquerque (Badajoz) en 1948. Licenciado en filología hispánica por la Universidad Complutense, ha enseñado literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y fue profesor invitado en la Universidad de Yale (Estados Unidos). Se dio a conocer con Juegos de la edad tardía en 1989 (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa 1990), novela a la que siguieron Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002), Hoy, Júpiter (2007, XV Premio Arcebispo Juan de San Clemente), Retrato de un hombre inmaduro (2010) y Absolución (2012), elegida como la mejor novela española del año por los críticos de El País. Traducido a varias lenguas, Landero es ya uno de los nombres esenciales de la narrativa española. Ha escrito además un inspirado ensayo literario, Entre líneas: el cuento o la vida (2000), y ha agrupado sus piezas cortas en ¿Cómo le corto el pelo, caballero? (2004).
Sinopsis
Este libro es la narración emocionante de una infancia en una familia de labradores en Alburquerque (Extremadura), y una adolescencia en el madrileño barrio de la Prosperidad. Es también el relato -sincero, humorístico, siempre bellísimo- de por qué oscuros designios del azar un chico de una familia donde apenas había un libro logra encontrarse con la literatura y ser escritor. Y de sus vicisitudes laborales en comercios, talleres y oficinas, mientras estudiaba en academias nocturnas, empeñado en ser un hombre de provecho, tal como le prometió a su padre, pero dispuesto a tirarlo todo por la borda y vivir como artista de la guitarra. Y en ese universo familiar de los descendientes de hojalateros, entre la sombra ominosa del padre exigente y el apoyo de una madre comprensiva, entre los cuentos orales de la abuela Francisca y los ingeniosos proyectos del primo Paco, surge un divertidísimo caudal de historias y anécdotas en el que se reconoce nuestro pasado reciente.
En definitiva, la trama de la novela la define perfectamente bien el propio Landero en el capítulo inicial y final. Pero os dejo solo el fragmento de las primeras páginas para no estropearos la sorpresa del desenlace.
De El balcón en invierno me quedo con esas conversaciones, casi a media voz -o así me lo imagino-, con su madre, con las anécdotas de la niñez y la juventud, pero también con ese proceso ensayístico al que somete la literatura, recreando no solo lo que un libro puede provocar en el autor, sino en el lector:
El balcón en invierno es de esos libros para leer con calma, analizando cada frase con absoluta conciencia, porque ni una sola de las palabras ha sido elegida al azar. Seguro que pensáis que me he pasado con tanto fragmento. No acostumbro a incorporar tanta porción de libro pero es que, en este caso, cada reflexión, cada recuerdo, cada emoción está ahí para ser saboreada, paladeada, mientras, esgrimiendo un lápiz en alto, te dedicas a subrayar ese pensamiento profundo que te ha calado hondo, aunque seas lector como yo, al que cualquier trazo sobre la página, por fino que sea, le resulta un sacrilegio.
No sé qué tiene Landero en su forma de escribir. Sus historias podrán gustarte más o menos, pero no me cabe duda que su estilo invita a la evocación de los sentidos. Especialmente enumerativo en esta ocasión, siguiendo un patrón estructural que recrea el vaivén de los recuerdos, El balcón en invierno despierta sensaciones dormidas, nos obliga a rescatar nuestros propios recuerdos de la memoria, a repasar nuestra vida que un día comenzó y que, probablemente, se haya decantado por unos caminos que no imaginábamos.
Me ha gustado El balcón en invierno. Leer esta novela es entender en parte todas las que le precedieron y las que le sucedieron después. Poco más puedo añadir. Siento que no soy capaz de transmitir la belleza de este libro, así que, y os pido perdón por ello, voy a poner fin con un nuevo fragmento, en el que seguro te ves identificado:
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Qué importancia han cobrado los balcones en estos días. Parece mentira que esos reductos, a los que, por lo general, hemos prestado poca atención, se hayan convertido ahora en espacios de libertad, en lugares donde respirar y reencontrarnos con el prójimo, en una burda imitación de la vida social. Que el título de esta novela incluyera el término "balcón", que además viniera precedida de tantas buenas críticas profesionales y recomendaciones, y que, encima, se la hubiera sustraído (por no emplear otro término) a un amigo de su biblioteca hace unos años, fueron alicientes más que suficientes para abordar, por fin, esta lectura.
El balcón en invierno tiene una importante carga autobiográfica. Usando como hilo conductor una conversación que el autor mantuvo con su madre una noche de verano de 1964, Landero va intercalando sus respuestas a las diversas preguntas del hijo, componiendo un telar de recuerdos y anécdotas del autor.
Dice Luis Landero en la entrevista que concedió en Página Dos, que esta novela surgió por el hastío. Cansado de tejer historias de ficción, de fabular, de inventar, opta por el camino de la realidad para permitir al lector asomarse a su infancia y adolescencia, compartir con nosotros momentos seleccionados de su intimidad. En realidad, es así como comienza la novela, con una profunda reflexión sobre el proceso creativo, la escritura y la profesión de escritor. Una línea, "Ayer comencé a escribir mi nueva novela", da pie a un terrible desencuentro entre escritor y escritura, cuando la narración no fluye, cuando no hay sintonía entre ejecutor y ejecución. Y es que la profesión, cargada siempre de un halo bucólico y mágico, no siempre resulta tentadora:
Dicho así resulta la profesión más aburrida del mundo. Pero no debe serlo tanto cuando Landero, que comenzó escribiendo poemillas de amor no correspondido en la adolescencia, no ha dejado de escribir hasta ahora. Algo debe tener esta profesión que lo hace seguir la senda de la pluma, en algún momento se debe producir el milagro, ese que te conduce al éxito cuando sabes qué tecla pulsar. Si la historia de un mustio jubilado no satisface, proveemos a entregarnos al lector, a componer una obra llena de memorias y fragmentos de nuestra propia vida.
Y es ahí cuando surge la novela de verdad, la que tenemos en nuestras manos, oteando el horizonte desde un balcón que divide el exterior del interior, el pasado y el presente. Landero se remonta a aquella noche de verano de 1964 y lo hace desde el mes de septiembre de 2013. Junto a él, y en compañía de su madre, recorreremos su infancia y adolescencia. Para ello nos presentará a su familia, gente de campo pero con capital, que un buen día abandonaron sus raíces extremeñas para mudarse al extrarradio de Madrid, al barrio de la Prosperidad, donde falleció su padre siendo aún muy joven, donde su madre y sus tres hermanas montaron un taller de costura, con una tricotosa que prácticamente era un miembro más de la familia.
De Landero sabremos que era algo pendenciero, mal estudiante, proclive a la invención y a la mentira, que tuvo que arrimar el hombro trabajando como chico para todo de un comercio, como administrativo en una industria láctea, que se dejó embaucar por su primo Paco para convertirse en artista. ¿Y cómo llegó a la escritura? También nos lo contará. Lo curioso es que pasó muchos años antes de que él se lanzara a la lectura voraz, mucho tiempo antes de que comenzara a estar rodeado de libros, pues la gente de campo no solía gastar en papel y tinta.
Buena parte de la familia pasará por estas páginas. Su madre, sus hermanas, su tío Luis, la abuela Francisca, su primo Paco, pero será su padre el que más presencia tenga en el texto, porque esta novela tiene cierto carácter confesional que no solo sirve para quedar en paz con los demás sino con uno mismo. En esta narración es fundamental el retrato que Landero hace de su relación con su padre. Fue un hombre exigente, algo gris, que muy rara vez se permitió el lujo de alguna alegría. El único afán de aquel hombre era hacer de su hijo un hombre de provecho y creo imaginar que convertirse en escritor no era lo que él tenía en mente. Dice Landero que defraudó a su padre. Me pregunto si en esa decepción provocada radica la definición que hace de sí mismo:
El balcón en invierno tiene una importante carga autobiográfica. Usando como hilo conductor una conversación que el autor mantuvo con su madre una noche de verano de 1964, Landero va intercalando sus respuestas a las diversas preguntas del hijo, componiendo un telar de recuerdos y anécdotas del autor.
Dice Luis Landero en la entrevista que concedió en Página Dos, que esta novela surgió por el hastío. Cansado de tejer historias de ficción, de fabular, de inventar, opta por el camino de la realidad para permitir al lector asomarse a su infancia y adolescencia, compartir con nosotros momentos seleccionados de su intimidad. En realidad, es así como comienza la novela, con una profunda reflexión sobre el proceso creativo, la escritura y la profesión de escritor. Una línea, "Ayer comencé a escribir mi nueva novela", da pie a un terrible desencuentro entre escritor y escritura, cuando la narración no fluye, cuando no hay sintonía entre ejecutor y ejecución. Y es que la profesión, cargada siempre de un halo bucólico y mágico, no siempre resulta tentadora:
"Y por otro lado, de pronto, se me representó con total y desolada nitidez lo que habrá de ser mi vida en los próximos años. Dos, tres, cuatro, quizá hasta cinco años, sentado en esta mesa, ante este atril -las cervicales-, rodeado de plumas y lápices, de cuadernos, agendas, cartulinas, folios para sucio, papelitos con notas tomadas al vuelo, latas aplastadas de Mahou, rachas de júbilo y momentos de angustia [...] Eso es todo, ese es el panorama que llevo viendo durante años desde mi puesto de trabajo."[pág. 17-18]
Dicho así resulta la profesión más aburrida del mundo. Pero no debe serlo tanto cuando Landero, que comenzó escribiendo poemillas de amor no correspondido en la adolescencia, no ha dejado de escribir hasta ahora. Algo debe tener esta profesión que lo hace seguir la senda de la pluma, en algún momento se debe producir el milagro, ese que te conduce al éxito cuando sabes qué tecla pulsar. Si la historia de un mustio jubilado no satisface, proveemos a entregarnos al lector, a componer una obra llena de memorias y fragmentos de nuestra propia vida.
"Pero el caso es que comencé a escribir y, la verdad, no hay tarea más gratificante que esta cuando las cosas salen bien, cuando la mente se te llena con la música del lenguaje, y las palabras y las imágenes acuden solícitas al reclamo de la frase y las frases huyen sin tropiezo, una le pasa el testigo a la otra, como los corredores por equipos, o como futbolistas que combinan entre ellos amasando la jugada y madurando la ocasión de gol, dame, toma, suéltala, deja ya de chupar, desmárcate, ofrécete, abriendo a la banda..." [pág. 23]
Y es ahí cuando surge la novela de verdad, la que tenemos en nuestras manos, oteando el horizonte desde un balcón que divide el exterior del interior, el pasado y el presente. Landero se remonta a aquella noche de verano de 1964 y lo hace desde el mes de septiembre de 2013. Junto a él, y en compañía de su madre, recorreremos su infancia y adolescencia. Para ello nos presentará a su familia, gente de campo pero con capital, que un buen día abandonaron sus raíces extremeñas para mudarse al extrarradio de Madrid, al barrio de la Prosperidad, donde falleció su padre siendo aún muy joven, donde su madre y sus tres hermanas montaron un taller de costura, con una tricotosa que prácticamente era un miembro más de la familia.
De Landero sabremos que era algo pendenciero, mal estudiante, proclive a la invención y a la mentira, que tuvo que arrimar el hombro trabajando como chico para todo de un comercio, como administrativo en una industria láctea, que se dejó embaucar por su primo Paco para convertirse en artista. ¿Y cómo llegó a la escritura? También nos lo contará. Lo curioso es que pasó muchos años antes de que él se lanzara a la lectura voraz, mucho tiempo antes de que comenzara a estar rodeado de libros, pues la gente de campo no solía gastar en papel y tinta.
Buena parte de la familia pasará por estas páginas. Su madre, sus hermanas, su tío Luis, la abuela Francisca, su primo Paco, pero será su padre el que más presencia tenga en el texto, porque esta novela tiene cierto carácter confesional que no solo sirve para quedar en paz con los demás sino con uno mismo. En esta narración es fundamental el retrato que Landero hace de su relación con su padre. Fue un hombre exigente, algo gris, que muy rara vez se permitió el lujo de alguna alegría. El único afán de aquel hombre era hacer de su hijo un hombre de provecho y creo imaginar que convertirse en escritor no era lo que él tenía en mente. Dice Landero que defraudó a su padre. Me pregunto si en esa decepción provocada radica la definición que hace de sí mismo:
"Por lo demás, yo siempre he sido, y esto no parece que tenga ya remedio, un tipo inseguro, que descree de sus cualidades y tiende a pensar que sus éxitos (un notable en la escuela, una muchacha que lo quiere, un premio literario) son solo un equívoco, y que ya aparecerá alguien que lo desenmascare y lo muestre ante el público como lo que es: un impostor."[pág. 21-22]
En definitiva, la trama de la novela la define perfectamente bien el propio Landero en el capítulo inicial y final. Pero os dejo solo el fragmento de las primeras páginas para no estropearos la sorpresa del desenlace.
"Porque, si abandonas la novela, me dije, ¿qué haces? Es decir, ¿qué escribes? Porque no sabes vivir sin escribir. No sabes. ¿Algo de tu vida, quizá de cómo la fantasía y el lenguaje fueron arraigando en tu alma hasta que, casi sin darte cuenta, te convertiste en poeta, allá en la adolescencia? Pero eso, ¿será más fuerte y auténtico que la pura ficción?" [pág. 28]
De El balcón en invierno me quedo con esas conversaciones, casi a media voz -o así me lo imagino-, con su madre, con las anécdotas de la niñez y la juventud, pero también con ese proceso ensayístico al que somete la literatura, recreando no solo lo que un libro puede provocar en el autor, sino en el lector:
"Y entretanto el lector, como los personajes en el seguro de una cueva o de un cerco de estacas, encuentra su refugio en el libro. Esconderte en un libro, en el cálido cubil de las palabras, eso es lo que has hecho tantas veces, como de niño en los desvanes". [pág. 223]
El balcón en invierno es de esos libros para leer con calma, analizando cada frase con absoluta conciencia, porque ni una sola de las palabras ha sido elegida al azar. Seguro que pensáis que me he pasado con tanto fragmento. No acostumbro a incorporar tanta porción de libro pero es que, en este caso, cada reflexión, cada recuerdo, cada emoción está ahí para ser saboreada, paladeada, mientras, esgrimiendo un lápiz en alto, te dedicas a subrayar ese pensamiento profundo que te ha calado hondo, aunque seas lector como yo, al que cualquier trazo sobre la página, por fino que sea, le resulta un sacrilegio.
No sé qué tiene Landero en su forma de escribir. Sus historias podrán gustarte más o menos, pero no me cabe duda que su estilo invita a la evocación de los sentidos. Especialmente enumerativo en esta ocasión, siguiendo un patrón estructural que recrea el vaivén de los recuerdos, El balcón en invierno despierta sensaciones dormidas, nos obliga a rescatar nuestros propios recuerdos de la memoria, a repasar nuestra vida que un día comenzó y que, probablemente, se haya decantado por unos caminos que no imaginábamos.
Me ha gustado El balcón en invierno. Leer esta novela es entender en parte todas las que le precedieron y las que le sucedieron después. Poco más puedo añadir. Siento que no soy capaz de transmitir la belleza de este libro, así que, y os pido perdón por ello, voy a poner fin con un nuevo fragmento, en el que seguro te ves identificado:
"En los libros leídos está la sombra, el rastro de lo que fuimos, los diversos bocetos de nuestro aprendizaje estéticos y de nuestra evolución vital, los vestigios de ciertos afanes que un día nos conmovieron y que luego, tras ser devastados por el tiempo, con los materiales de sus ruinas construimos nuestro modo de ser y de sentir, y lo más valioso y secreto de nuestro bagaje cultural". [pág. 115]
Títulos mencionados en El balcón en invierno:
- El calvario de una obrera o Los mártires del amor de León Montenegro.
- Las mil mejores poesías de lengua castellana
- Madame Bovaryde Gustave Flaubert.
- Sinuhé, el egipciode Mika Waltary.
- Qué verde era mi valle de Richard Llewellyn.
- Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer.
- Los versos del Capitán de Pablo Neruda.
- Romancero gitano de Federico García Lorca.
- El criterio. Seguido de la Historia de la Filosofía de Balmes.
- El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald.
- La flecha negra de Robert L. Stevenson.
...
- Madame Bovaryde Gustave Flaubert.
- Sinuhé, el egipciode Mika Waltary.
- Qué verde era mi valle de Richard Llewellyn.
- Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer.
- Los versos del Capitán de Pablo Neruda.
- Romancero gitano de Federico García Lorca.
- El criterio. Seguido de la Historia de la Filosofía de Balmes.
- El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald.
- La flecha negra de Robert L. Stevenson.
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[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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