Manuel Vilas fue finalista del Premio Planeta 2019 con Alegría. Se alzó con el premio después de recibir otro, la buenísima acogida de crítica y público por su novela anterior, Ordesa. Sobre este libro y, al igual que yo, estoy segura de que no has dejado de escuchar y leer buenas opiniones. En cierto modo, Ordesa tiene una continuación en Alegría, pero se pueden leer de forma totalmente independiente.
Manuel Vilas acudió a Sevilla hace unas semanas para tener un encuentro con los lectores. Fue el momento ideal para mantener una conversación alegre con él.
[Manuel Vilas en la Fundación Tres Culturas. Sevilla: Fuente: Fundación José Manuel Lara] |
Marisa G.- Manuel, en la sinopsis, se dice que la novela está a medio camino entre la confesión y la autoficción. ¿Qué hay de verdad es esta afirmación?
Manuel V.- La novela es autobiográfica. He utilizado mi propia vida como inspiración, sin ánimo de vanidad ni pudor. Cada escritor es hijo de su madre. Hay escritores que pueden inventárselo todo, y otros que tienden más a utilizar lo vivido, porque lo reconocen como más propio. Encuentran menos dificultades para manejar ese material. Es algo que hacen muchos escritores. Por ejemplo, tenemos al noruego Knausgård, que lleva seis libros contando su vida. De todos modos, creo que todas las novelas tienen un gran componente autobiográfico.
M.G.- ¿Alegría es la consecuencia de Ordesa? ¿Una no hubiera existido sin la otra?
M.V.- Sí. Alegría es deudora de Ordesa. Son novelas independientes, así que no hay necesidad de leer la primera para leer esta. Sin embargo, se podría decir que son primas hermanas.
M.G.- ¿Y por qué escribir esta después de la otra?
M.V.- Porque, tras publicar Ordesa, empezaron a pasarme cosas muy extrañas. Me vino mucha gente que había conocido a mis padres y que traía la novela subrayada. Todo eso me sumió en un caos emocional enorme, al que di salida escribiendo aquellas experiencias. Fue así como surgió esta novela. Por otra parte, también me di cuenta que lo que yo contaba en Ordesa no estaba concluido. Seguía recibiendo recuerdos de la vida que había vivido con mis padres. Y si en Ordesa traté el universo del hijo, en Alegría he querido tratar el universo del padre. Por eso, en esta novela hablo de mis hijos.
M.G.- Es muy interesante lo que comentas porque los capítulos de la novela me han parecido fogonazos de la memoria.
M.V.- Lo son. Hay un capítulo en el que estoy en un apartamento en Almería. Una mosca no deja de volar a mi alrededor, la persigo por la casa, y la voy llamando asquerosa. Mi madre llamaba así a las moscas. Es curioso cómo, de adultos, empleamos las mismas palabras que usaban nuestros padres. Cuando somos niños y escuchamos alguna palabra en una determinada situación, se nos queda grabada. Si por lo que sea, de adulto vivimos una circunstancia similar, empleamos esa misma palabra que tenemos guardada en nuestra mente. Aquel día me dio un vuelco el corazón, al usar esa palabra. Me di cuenta de que mi madre estaba ahí, que notaba su presencia. Es como si me hubiera tocado un ángel. Un psicólogo me podría decir que he usado una expresión de mi madre y punto, pero a mí eso no me basta. Siento que me reencuentro con ella. Para mí, esa sensación es de mucha belleza y humanidad. Alegría está hecha de todos esos instantes.
M.G.- Te entiendo perfectamente. Entiendo esas sensaciones que describes. Es algo que nos pasa a todos los que hemos perdido a nuestra madre, a nuestro padre, o a ambos. En la novela hay una frase que lo resume muy bien:
M.G.- Te entiendo perfectamente. Entiendo esas sensaciones que describes. Es algo que nos pasa a todos los que hemos perdido a nuestra madre, a nuestro padre, o a ambos. En la novela hay una frase que lo resume muy bien:
"...en esa conversación permanente que mantiene la gente de más de cincuenta años con sus difuntos seres queridos... "
M.V.- La herencia es mucho más profunda de lo que pensamos. La herencia que te deja tu padre y tu madre es muy salvaje. La gente cree que está construyendo su vida de manera original, pero en realidad, lo que está haciendo es reproducir de manera inconsciente lo que vio a su padre y a su madre. Por eso, el ejemplo de los padres es tan importante.
M.G.- Repetimos las palabras, los gestos, e incluso los defectos.
M.V.- Lo repetimos todos. Las recomendaciones que me dieron mis padres para que me comportara bien en la vida, son las mismas que ahora yo traslado a mis hijos. El otro día que estaba con uno de ellos, me vi haciendo de mi madre. Yo era mi madre hablándome a mí mismo, y yo mí mismo era mi hijo. De repente, entendí la soledad terrible que debió de sentir ella, cuando me daba indicaciones de comportamiento y no le hacía ni puto caso. Igual que mi hijo no me hace ni puto caso ahora, cuando soy yo el que le está dando las mismas recomendaciones.
M.G.- Manuel, la novela se titula Alegría pero hay que reconocer que el tono es pesaroso.
M.V.- Me lo dicen mucho, sí. Es que yo pensaba en la alegría como punto de llegada, como algo que hay que trabajar, ganar y conquistar. La novela retrata la lucha de un narrador por sentir alegría, sea como sea. Por eso la busca frente a un mundo adverso y terrible. En realidad, es como una especie de utopía. También he querido hacer recordar lo que decía Kafka, que la alegría es un derecho humano. Me parece que la alegría es un sentimiento mucho más misterioso y más primitivo que el de la felicidad.
M.G.- Es que tú distingues uno de otro. Entre la alegría y la felicidad, hay matices.
M.V.- Tal y como está entendida hoy en día, la felicidad me parece algo muy convencional, que se asienta en el éxito económico, social, laboral. Para decir que eres feliz, necesitas el visto bueno de los demás. En cambio, la alegría no necesita nada de eso para manifestarse. La alegría es puro instinto. Es atávica.
M.G.- Y alegría es una palabra que se repite constantemente, en casi todos los capítulos. La siento como si fuera un mantra, como si el narrador, por invocarla muchas veces, intentara atraerla hacia sí.
M.V.- Cierto. En español, es una palabra que tiene una sonoridad maravillosa. Fue algo que me ayudó mucho a decantarme por ella. Pero también influyó el libro de José Hierro. Me impresionó mucho que este autor, después de pasarse cinco años en la cárcel, escribiera un libro, un poema, y lo titulara Alegría. Por eso incluí unos versos como cita, para reforzar la idea de que, te pase lo que te pase en la vida, tienes derecho a la alegría.
M.G.- Percibo que los puntales sobre los que se sustenta esta novela son vida, muerte y amor. Considero que son tres cuestiones que vertebran el relato.
M.G.- Percibo que los puntales sobre los que se sustenta esta novela son vida, muerte y amor. Considero que son tres cuestiones que vertebran el relato.
M.V.- La muerte está representada por la muerte de mis padres. En esta novela, el narrador los invoca constantemente, cada vez que tiene algún pesar. Hay un momento en el que el narrador quiere suicidarse pero, de repente, se da cuenta de que su padre, aun estando muerto, no aceptaría nunca ese suicidio. Y esa certeza es la consigue que se eche atrás. El narrador no puede hacer nada sin que su padre dé el visto bueno, aunque él ya no esté en este mundo.
M.G.- Pero no solo está la muerte de los padres. También recuerda a otras personas que fallecieron, como antiguos profesores. Eso, por no hablar de su afición a visitar cementerios, y a buscar las tumbas de los famosos.
M.V.- Es una manera de expresar que no queda nada después de la vida. Ese es uno de los grandes misterios de la condición humana. Vivimos en el tiempo, somos tiempo y estamos hechos de tiempo. La dimensión temporal del ser humano es algo que me sobrecoge. Nos vamos haciendo mayores, vamos viendo morir a gente que era importante para nosotros y cuando mueren, se llevan parte de lo que vivimos con ellos. Indagar en esa cuestión es una de las tareas de la literatura.
Y luego, por otro lado, están las conversaciones pendientes. No solamente las que tenías con tus padres, sino también las que tenías con tus amigos. Por el motivo que sea, te has ido distanciando de un buen amigo, dejando cabos sueltos. Dejas de verlo y, un día, te enteras de que ha fallecido. ¿Y ahora qué haces? ¿Qué ocurre con esa conversación que quedó en el aire? Eso se queda para uno. Es una sensación desagradable que estará siempre con nosotros, cada vez que recuerdes a ese amigo que se ha ido, que ya no está.
M.G.- ¿Y tú te reconoces totalmente en el narrador? ¿Compartes sus miedos, sus anhelos, sus obsesiones,...?
M.V.- A veces, no. Cuando creas un personaje que sale de ti, llega un momento en el que ese personaje utiliza tu vida para lo que le conviene. Tu vida es solo un impulso, el punto de inicio para el propio camino del personaje. Podrás prestarle hechos de tu vida que son ciertos, pero luego él los interpretará a su manera.
M.G.- ¿Y qué le ocurre con los hoteles? Tiene una fijación, casi enfermiza, con las habitaciones de hotel.
M.V.- Busca el silencio, que es dificilísimo encontrarlo hoy día. Incluso en sitios donde debería existir silencio, como en una habitación de hotel, no lo hay. Siempre se filtra el sonido de la habitación de al lado, o bien se escucha el motor del extractor del aire, o el sistema eléctrico zumba. Pero si el narrador busca el silencio es porque necesita un espacio sin ruidos, donde pueda escucharse a sí mismo. Ese espacio es un lugar místico, de extrema serenidad, donde lo único que podemos escuchar es nuestro propio pensamiento. Cuando hay silencio absoluto, tu alma empieza a salir y comienzas a ver quién eres, tu memoria también se activa, y empiezas a sentirte más persona. Por eso, el narrador reclama silencio. Hoy, para tener una experiencia así, te tienes que ir a mitad del desierto porque, en todas partes, hay ruidos.
M.G.- Y es un narrador que se quiere poco. Suele reiterar que no se merece lo bueno que le ocurre.
M.V.- Cree que no se merece nada. La mayoría de la gente se cree con derecho a todo, pero este narrador es muy místico. Ni siquiera cree merecerse un café, y todo lo considera un regalo. Ahí se parece poco a mí. Pero no estaría mal que pensáramos como piensa él.
M.G.- Lo valoraríamos todo mucho más.
M.V.- Exacto. Es que no valoramos nada. Si nos pareciéramos más a él, creo que nos iría mucho mejor a todos. Pero eso es algo imposible de cambiar.
M.G.- Algo curioso, Manuel. Hay un personaje que se llama Arnold. No es más que la personificación de la depresión del narrador. ¿Por qué hacerlo así?
M.V.- La depresión es la enfermedad del siglo XXI. Me interesa mucho el mundo de la depresión, pero no como diagnóstico psiquiátrico sino como sentimiento. ¿Por qué se deprime la gente? El deprimido está muy mal visto y siempre roza la marginalidad. Se le critica que no pone de su parte pero no es así. El deprimido no quiere estar así, lo que le ocurre es que es muy clarividente. Creo que hay una clase de deprimidos que efectivamente ve que el mundo es un lugar sin sentido. Cuando tiene esta percepción, enferma en solidaridad con el vacío del mundo. Por eso, este narrador está en una constante búsqueda de la alegría, para salir de una burbuja de negatividad.
M.G.- Los hijos juegan un papel muy importante en el texto. El narrador tiene dos: Valdi y Bra. Sin embargo, Valdi aparece mucho más que su hermano.
M.V.- Valdi es más vulnerable que Bra. Le cuesta más crecer y no se apaña tan bien como su hermano. Por eso sale mucho más en la novela.
M.G.- El nombre de cada personaje procede del nombre de un compositor. Valdi viene de Vivaldi y Bra, de Brahms. ¿Qué relación tiene cada personaje con cada músico?
M.V.- Soy un melómano. Tengo en la cabeza la música de muchos compositores y establezco un paralelismo entre los personajes y las obras de ciertos músicos. Es decir, establezco una conexión entre las características del personaje y las características de la música de un compositor, en concreto.
La segunda esposa del narrador es Mo, que viene de Mozart. Es un personaje alegre y festivo, como la música de ese compositor, aunque también tiene una parte sombría que demuestra, por ejemplo, en Réquiem. De igual modo, la madre del narrador es Wagner porque era una mujer muy dramática. Para ella, todo era una tragedia. Todo esto tiene que ver con mi manera subjetiva de oír la música.
La segunda esposa del narrador es Mo, que viene de Mozart. Es un personaje alegre y festivo, como la música de ese compositor, aunque también tiene una parte sombría que demuestra, por ejemplo, en Réquiem. De igual modo, la madre del narrador es Wagner porque era una mujer muy dramática. Para ella, todo era una tragedia. Todo esto tiene que ver con mi manera subjetiva de oír la música.
M.G.- Por último. Si leo Ordesa, después de leer Alegría, ¿va a cambiar mi percepción de esta novela?
M.V.- La va a enriquecer. Muchos lectores han hecho eso mismo y habrá sido una experiencia buena porque nadie me ha pedido explicaciones (Risas)
M.G.- (Risas) Lo haré así entonces. Lo dejamos aquí. Manuel, muchas gracias por esta conversación y por venir a Sevilla.
M.V.- Gracias a ti.
Sinopsis: Desde el corazón de su memoria, un hombre que arrastra tantos años de pasado como ilusiones de futuro, ilumina, a través de sus recuerdos, su historia, la de su generación y la de un país. Una historia que a veces duele, pero que siempre acompaña.
El éxito desbordante de su última novela embarca al protagonista en una gira por todo el mundo. Un viaje con dos caras, la pública, en la que el personaje se acerca a sus lectores, y la íntima, en la que aprovecha cada espacio de soledad para rebuscar su verdad. Una verdad que ve la luz después de la muerte de sus padres, su divorcio y su vida junto a una nueva mujer, una vida en la que sus hijos se convierten en la piedra angular sobre la que pivota la necesidad inaplazable de encontrar la felicidad.
A medio camino entre la confesión y la autoficción, el autor escribe una historia que toma impulso en el pasado y se lanza hacia lo aún no sucedido. Una búsqueda esperanzada de la alegría.